3. Número de teléfono.

2191 Words
Tomé mi estuche de acuarelas, y plasmé lo mejor que puse aquella hermosa mujer de ojos verdes y cabello ondulado, mientras mis amigos discutían que poner en el cartel. Probé también con los lápices de colores, un bastidor y oleos, solo porque no tenía arcilla, sino seguro la hubiera modelado. Sin darme cuenta, eran las 3 am y mis amigos estaban algo indispuestos para seguir despiertos, pero yo quería seguirla plasmando. Tenía la necesidad de usar todas las técnicas que conocía, sentía que entre más llamativa, hermosa y única fuera la técnica que empleará más rápido la vería ella o alguien que la conociera, mientras más me esforzará más rápido la volvería a ver. No supe en qué momento me quedé dormido, y no fue hasta que la luz del sol el sábado me daba de lleno en los ojos y me obligaba a moverme, mis amigos estaban acostados cada uno en un sofá; mi cuello estaba inclinado a la izquierda por el dolor muscular, producto de dormir en una mala posición. Calenté agua para hacer café para los tres y salí a comprar al minisúper algo para hacer un desayuno decente. Blanquillos, bacon y pan, sencillo, rápido y rico. Regrese por las escaleras, el elevador no servía aún, y casi nunca lo hacía, funcionaba cuando quería, mejor dicho, pero estaba acostumbrado y me servía de ejercicio. Un bostezo se apodero de mí, con una de mis manos tallé mi rostro, mi cuello y mi hombro adolorido antes de entrar a mi piso. Gustavo estaba aún tendido en el sillón y Paco en la cocina, con una raja en medio de la cara, una marca de la costura del sillón en donde durmió. Solté una risotada al verle la cara. —¿De qué te ríes? —Paco me arqueo una ceja y me inquirió con voz entrecortada por la borrachera que él y Gustavo se habían dado la noche anterior. Solo negué con la cabeza, no tuve valor para decirle nada, se veía algo de malas. —¿Quieres café? —le ofrecí buscando las tazas en la alacena— Ya sé que no te gusta el café instantáneo, pero es el único que tengo. —Te regalare una cafetera para tu cumpleaños. Odio el café soluble, pero es mejor tomarlo a no beber nada. —se paso las manos por los ojos y me ayudo a cocinar. —¿Qué haces despierto? —pregunté sin verlo, me preparaba un café y le hacia el suyo a él— Pensé que dormirías más. tú tomaste más que Gustavo y míralo, está perdido. Paco hizo un sonido de fastidio, y luego bufo todo el aire que tenía en los pulmones, entendí que no quería hablar, así que no lo molesté. Me dediqué a poner la mesa y ayudar a freír el bacon para los huevos que ya casi estaban listos. —Me llamó… —musitó Paco, deje de hacer lo que estaba haciendo y me gire para verle la expresión del rostro, los ojos los tenía rojos de intentar contener las lágrimas. No era necesario que dijera su nombre, sabía que hablaba de Marlene, cavile un poco sobre que hacer o decir, pero antes de que pudiera emitir cualquier sonido o realizar alguna acción el continuó. —Me dijo que se va a casar. —su voz se quebraba, lo veía guardar la compostura— ¿Cómo mierda se va a casar, si hace casi dos meses terminamos? —¿Cuándo te marcó? —no tenía ni idea de qué otra cosa preguntar. —Ayer, por eso decidimos venir a tu casa. Para aletargar… —hizo una pausa— Los huevos están listos, y creo que el bacon también lo está.  Pusimos las cosas sobre la mesa de madera y de inmediato me dirigí con Gustavo para que se levantará a comer. Cualquier intento por despertarlo fue inútil en su totalidad, parecía un mueble más de la casa. —No te contestará, y mejor así, comamos los dos. Sirve que te cuento… Paco estaba destrozado por lo que pasaba con Marlene, no podía ser posible, las cuentas no le daban, según el ** de su ex, mostraba una foto publicada al día anterior, presumiendo el anillo y la pedida de mano. Entendía ahora su actitud, siempre había sido algo insípido, pero esto, sin duda lo dejaba hecho añicos. Me dijo que la última vez que vio a Marlene habían quedado de darse un tiempo, tenían una relación llena de altos y bajos, pero hasta donde él sabía, no tenía ningún otro compromiso, pero nada cuadraba. Marlene puso en su ** que tenían 6 meses de relación con su prometido, así que, engaño a Paco y a su prometido a la vez. —¿Qué vas a hacer? —pregunté casi en un susurro mientras él comía un poco de bacon. —Ayudarte a buscar a tu mujer de ensueño, ¿qué más puedo hacer? —su voz estaba dolida, dándome a entender que dejaría todo lo que a Marlene respectaba de lado. —¡Te dije que no te lo llevaras! —gritó estrepitosamente Gustavo levantándose de golpe del sillón, mirando desorbitado hacia todos lados. Paco y yo nos miramos y soltamos una carcajada cómplice ante el espectáculo que nos ofrecía Gustavo. —Parece que alguien por fin despertó —inquirió Paco—, ven a desayunar antes de que se enfríe o que alguien más se lleve tu plato. El color había llegado a la cara de Gustavo, que estaba apenado por haber despertado de aquella manera. Camino hacia nosotros y se sentó como pudo en una de las sillas del comedor de madera blanca en donde estábamos desayunando. A la vez, me levanté para acercarle una taza de agua caliente y el café soluble junto con un tarro de azúcar para que pudiera prepararse una taza. Desayunamos entre bromas hacia Gustavo y Paco olvido un poco el sentimiento que tenía incrustado en el pecho y se permitió compartir con nosotros de momentos amistosos. Una idea sonó en mi cabeza, tenía que ir a la oficina por mi mochila que había dejado un día antes, pero podía aprovechar el día y pegar algunos carteles. —¿Cómo quedaron los carteles? —inferí con curiosidad. —No mejor que tus retratos, eso es seguro. —Paco sostenía el retrato al óleo que había hecho durante la noche—Viste este, es maravilloso, creo que yo también me estoy enamorando —bromeo sin que me pareciera gracioso su comentario y le arrebate el bastidor haciéndole una mueca y gruñendo en su dirección. Gustavo se acercó con los carteles escritos que habían hecho extendiéndolos a mí con una sonrisa en la boca. —Será mejor que tú les des el visto bueno. —se paró orgulloso con la espalda recta y el pecho frondoso— Aunque, nos esforzamos bastante y sé que están perfectos. Sostuve entonces los carteles revisándolos uno a uno, la inscripción en ellos era justa, pero decidí cambiar un poco algunas palabras para que sonará más a mí. “Te busco, Aimeé. El viernes 15 de octubre, alrededor de las 4 pm y en medio de una lluvia como pocas, nos encontramos en la parada del bus del Parque Centenario. Perdí tu número de teléfono, pero me encantaría verte de nuevo. Miguel” Agregué mi número de teléfono arriesgándome a que cualquiera que lo viera e hiciera bromas de mal gusto. Poco me importó, debía encontrarla. Mis amigos no se marcharon, querían presenciar el espectáculo de primera mano, tomé una ducha rápida y me vestí para salir a la oficina a recoger mi mochila, y aprovecharía para sacar las impresiones, tomé fotos de los retratos que había hecho para preparar el cartel. Tuve que esperar a mis amigos que insistieron en ducharse, no podía negarme, necesitaba cómplices para no sentirme tan expuesto ante todo lo que haría ese día. Tomé el computador en lo que esperaba y elaboré los afiches para llegar a imprimir a la oficina. Casi media hora después partimos en el coche de Paco hacia mi trabajo, ellos no podían pasar conmigo, por obvias razones. Entré a toda velocidad y encendí mi ordenador e inserté la memoria USB para enviar a imprimir 100 hojas, en diferentes diseños de retratos. Algo ocurría, estaba sin dudas muy nervioso y pensaba en cada cosa que podría salir mal además claro de que no podía imprimir, estuve esperando algunos minutos, revise la conexión de la computadora, la tinta de la impresora, apague y prendí la computadora y al final me di cuenta de que no había prendido la impresora, después de 15 minutos batallando para imprimir. Me sentía como un bobo. Yo no creía en el destino, pero esperaba que aquella acción nos pudiera reunir una vez más. metí todas las hojas a mi mochila, apague todo y tome algunas cintas adhesivas para recorrer las calles y pegar en lugares estratégicos aquellos carteles que simbolizaban mi esperanza. Mia amigos, con cara de fastidio fueron interrumpidos por mí al tocar el vidrio del coche, tenía una sonrisa amplia en la cara y los carteles listos para distribuirlos por los alrededores de la embajada española y cada parada del bus desde donde la vi hasta la embajada. Colocamos, además, algunos en lugares que consideramos estratégicos, el jardín botánico, el eco parque, incluso regamos algunos entre los postes de la zona portuaria; acabamos los carteles en menos de dos horas y nos quedamos sentados en la última parada, mirando al mar, los tres sentados, inmersos en nuestros pensamientos. —Tengo hambre —Paco se incorporó mirándonos—, ¿alguien más? —Gustavo y yo nos miramos y regresamos la vista a Paco— vamos a mi casa, tengo todo para un asado. Nos guiñó un ojo y asentimos, después de todo, habíamos terminado con la encomienda y no teníamos un plan mejor. Subimos al auto y nos dirigimos a Almagro a la casa de Paco. Él tenía una casa simpática, con un buen jardín y podríamos pasar otro rato juntos antes de volver a la realidad que a cada uno nos embargaba. Al llegar saco la carne de la nevera, las especies y todo lo necesario, y Gustavo y yo ayudamos a prender el carbón para que pudiéramos empezar con la preparación. La carne estaba deliciosa, la compañía a Paco le venía estupendo, dejo la parrilla prendida y el frío empezaba a rodearnos ya que las nubes amenazaban con dejar caer una tormenta nuevamente. Paco se levantó y entró a su casa, después de unos momentos salió con una foto en las manos, era Marlene que sonreía. Tomó la foto entre sus manos y la arrojo a las brasas. Gustavo y yo nos miramos sin decir nada, guardamos silencio mientras nuestro amigo derramaba lágrimas de impotencia ante aquel valiente acto de rendición. Gustavo se aproximó a Paco, consolándolo levemente colocando su mano en el hombro de esté que se giro con una sonrisa. —Les diría que fuéramos al karaoke, pero no estoy en condiciones, si no les molesta, lo podemos dejar para la siguiente semana. Se le veía afectado, pero entendimos que necesitaba estar solo, así que tomamos nuestras cosas y nos despedimos de él. —¿Seguro que no quieres que nos quedemos? —Gustavo preguntaba tímido a Paco y yo negaba con la cabeza por detrás de ellos, me parecía una mala idea, aquello de quedarnos— Podemos hacerte compañía hasta mañana… —No. —suspiro— Estaré bien, necesito deshacerme de estos pensamientos. Asentí y me llevé a Gustavo de ahí casi a rastras. Después de todo, yo también necesitaba pensar y hacer algo que me rondaba en la cabeza. Tomamos el bus en dirección a la casa de Gustavo en San Cristóbal, lo deje en su casa despidiéndome de él. Tomé de vuelta un bus en dirección al Parque centenario, esperaba verla, era ridículo, lo sé, pero tenía que intentarlo. Al llegar, solo me senté a esperarla, y pedía al universo que la trajera de vuelta, que me dejará verla de nuevo. Estuve cerca de 45 minutos hasta que la lluvia comenzó a caer de nuevo en la cuidad. Tomé el cartel de búsqueda para que no se mojará y partí a mi casa, tenía ganas de caminar, sin embargo, el autobús paso primero, y decidí abordarlo en un arranque de “corazonada”, subí al autobús mientras una serie de personas bajaban, creí ver su cabello crespo entre la gente que bajaba, me aproxime a una ventana para saber si era ella… Pero mi corazón se equivocó, no era ella… Llegué a mi casa y guardé mis acuarelas y pinturas en su lugar, colgué el cuadro en una de mis paredes. Mis manos tropezaron con las hojas de la carpeta, aquellas que había puesto a secar con la esperanza de poder obtener su número de teléfono. Miré a contra luz y ningún número era legible, tomé un lápiz, para frotar la hoja siguiente a la que había garabateado ella con su teléfono y para mi sorpresa, salió, era su número. 
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