Esperar a que el autobús llegará hasta la parada cerca de mi casa fue un completo martirio uno que me hacia contar minuto tras minuto para llegar pronto, pero el autobús parecía ir más lento que de costumbre.
Al fin se detuvo, caminé hacia la parte posterior del camión para bajar y echar a correr hasta mi departamento, la lluvia caía tímida sobre Buenos Aires, y mi piso en Palermo estaba relativamente cerca de la estación de bus.
Era un edificio blanco de 12 pisos, yo vivía en el piso 8, y para variar, con las lluvias el elevador no funcionaba, así que todo mojado me dirigí con prisa hasta mi piso. Al llegar a mi departamento, ni siquiera me quité la ropa mojada, extendí los dibujos de la carpeta en la mesa esperando a que no se lastimaran más. tenía una única esperanza.
Después de eso, me dirigí al baño, abrí el agua caliente y esperé a que saliera a la temperatura adecuada, mientras fui a dejar la ropa mojada al cuarto de lavado.
El agua estaba a la temperatura adecuada, me ayudo a despejar mis pensamientos al caer por mi cuerpo. Como un toque especial, la tortura, por espasmos, ofreciéndome las imágenes mentales de la belleza de Aimeé, sus ojos y sonrisa, tan perfectos, que en la vida había visto algo mejor.
Intentaba recordar cada aspecto de la conversación mientras tallaba mi cuerpo. Habíamos tenido tanta química que era difícil de creer. Cosas como esa, la verdad que casi nunca me pasaban, era algo así como una persona con nada de suerte.
Salí de la ducha, me puse ropa interior y solo un pantalón deportivo, caminé por las duelas frías del departamento hasta la cocina y abrí la nevera intentando hallar algo de comer, encontrando solo un par de tomates, una palta y algo de leche. En la alacena una sopa instantánea.
«¡Vaya banquete que me daré!» pensaba con sarcasmo al tomar una olla con agua para ponerla al fuego y de paso hacerme un café.
Mi vida era solitaria, por elección, ya que de vez en vez mis amigos me localizaban para hacer algo divertido como ir al karaoke, a jugar videojuegos con ellos o como hoy, tomar una par de birras frías para pasar el rato. Pero muchas de esas veces, declinaba la oferta y me enclaustraba en mi casa a ver series, películas o simplemente a leer algún libro.
Hoy tenía la excusa perfecta para no ir con ellos, ya que, no recibí mi sueldo completo y más importante aún, tenía que planear la manera en la cual pudiera volver a verla.
En el tiempo de preparación de la sopa tomé un lápiz y una hoja seca y me senté en la mesa a dibujarla, supongo que era la manera de descargar la frustración que sentía por perder su número, esos verdes ojos no podía sacarlos de mi cabeza y claro, su cabello en girones, mojado, castaño.
La sopa estaba lista, así que me serví un plato y tomé una taza para mi café. Antes de que pudiera sentarme a comer mientras pensaba las mejores opciones el sonido del timbre irrumpió en mi piso, me pase la mano por la cara con algo de cansancio y frustración.
«¿Quién será? No espero a nadie…» Caminaba hacia la puerta sin ganas de abrir. La mirilla de mi puerta dejaba ver a mis amigos del otro lado, Paco y Gustavo, cargando un par de bolsas. Antes de que pudiera hacerme el muerto para no abrir la puerta mi celular sonó en la sala, dejando ver que estaba en casa.
El timbre sonó con más insistencia y no quedo de otra más que abrir la puerta. De inmediato y sin invitación entraron a mi piso adueñándose de mi sillón y poniendo en la mesa de centro las cosas que traían consigo.
—¿Qué hacen aquí? —pregunté con incredulidad.
—Pues resulta que, como no confirmabas a Gustavo se le ocurrió venir a ver a tu piso…—señaló Paco con una bolsa de botana en la mano abriéndola para empezar a devorarla.
—Es que no vi sus mensajes—me excusé—, la lluvia me tomó por sorpresa y terminé varado cerca de dos horas en un café mientras esperaba que bajará un poco para poder llegar a casa.
Mis dos amigos me miraban incrédulos, como sopesando mi respuesta para darle validez, hasta que Paco, quien hasta se había mantenido callado hasta el momento, comentó.
—Bueno, y supongo que no tiene nada que ver con ella. —increpó con un tono sugerente, sostenía el dibujo incompleto de Aimeé con una mano y señalaba con la otra.
Mi cara debió haber sido bastante trágica, pues las risas de mis amigos irrumpieron en mi departamento con fatalidad para mí.
—Cuéntanos—Gustavo, mofándose de mí tomaba el dibujo de Aimeé entre sus manos—, ¿quién es ella? ¡Caramba! ¡Es bastante guapa! O tu dibujas muy bien…
—No, sí es guapa—Paco replicó observando al mismo tiempo el dibujo—, él no tiene la imaginación tan activa como para inventarse a tremendo bombón.
Estaba tan enrojecido que parecía un tomate, sentía el calor de las burlas reflejarse en mi cara y es que, mis amigos nunca habían apreciado con tanta atención uno de mis dibujos, esculturas o bueno, ninguno de mis trabajos.
Estuvieron presionando bastante para que les contará, tomé mi plato de sopa y me senté en a sala, para acompañarlos tomé una cerveza y deje que el café se enfriará en la cocina. Y digo cocina por decir algo, la verdad es que mi piso no tenía muchas divisiones, era un gran rectángulo, a excepción del baño y de la recámara todo lo demás estaba comunicado.
Le di muchas vueltas a la idea de contarles, no quería hacerlo, pero, bueno, supongo que su insistencia fue mucha y al final, accedí.
—La conocí hoy, en la estación del bus, me estaba resguardando de la lluvia y ella se desplomó a unos pasos de mí. La ayude a levantarse y me dejo prendado de ella. —expliqué con una voz de bobo, ¿en serio, me había enamorado tan rápido? —Es que sí ustedes la vieran, la escucharán, ella, ella es asombrosa, estuvimos platicando por horas en el café, fue bastante agradable, ambos estábamos empapados, pero con gusto me quedé ahí, escuchando lo que tenía que decir.
—¡Pibeeee! —la voz escandalosa de Gustavo me sacó de mi ensoñación—¿Desde cuándo eres tan romántico, hombre?
—Te perdimos, Miguel. —Paco le daba un trago largo a la cerveza y me veía con ojos de reprobación, moviendo la cabeza de lado a lado.
Él estaba saliendo de una relación tortuosa, después de 5 años de estar juntos, era una relación en la que ambos se hacían daño, aunque decían amarse hasta los huesos. Eran tal para cual, inmaduros y tercos, no dudo que se hayan amado, pero nunca supieron hacer su diferencias de lado para estar “bien”.
Paco era largo, media 1.89 m, igual de delgado que un espagueti y del mismo color, amarillo casi pálido, ojos marrones y una voz aguardientosa que lo caracterizaba, tenía 26 años, era un buen amigo, y estaba en la etapa de su vida en la que la fiesta y los amigos lo distraían de regresar con Marlene, su ex y la razón de que nos conociéramos, que aún rondaba, de manera intermitente, en su vida.
Por otro lado, Gustavo, de mi edad, 25, de cabello crespo y negruzco, tras unos lentes gruesos y braquets, de 1.70m de piel blanca y sonrisa sin igual, una excelente persona; había estudiado conmigo antes en la preparatoria, y de ahí nos hicimos muy buenos amigos. Gustavo no tenía novia, y creo que nunca le conocí alguna.
—¿Cuándo la volverás a ver? —Paco preguntó y yo no pude más que revolverme en mi asiento— ¿No te dio su número o qué? —levantó una ceja y me miró retórico.
—Sí, me dio su número, lo anotó en mi cuaderno de dibujo. —contesté, mi tono de voz era total y completamente de derrota, no sabía cómo haría para volver a verla, y esta reunión no me ayudaba a aclarar mis pensamientos.
—Pues llámale de una vez—Gustavo pidió ansioso—, y la citas mañana, al karaoke… —«Había olvidado el Karaoke» me detuve un poco a pensar—¿Qué esperas?
—Es que, la lluvia arruino los dibujos, el carboncillo se regó y no puedo ver su número—expliqué lo más tranquilo que pude—, además, claro, están muy mojadas las hojas todavía. Lo único que puedo hacer es esperar a que se sequen para saber si puedo ver los trazos de los números a contra luz o en la siguiente hoja por presión. —suspire con frustración.
—¿No sabes en donde vive o trabaja? —Gustavo intentaba animarme a encontrar una solución, ponía su mano en mi hombro dándome ánimos.
—Pues, trabaja para su papá que está en España, hace sus planos en la computadora y se los envía; en definitiva, no le pregunte en donde vivía, eso sería muy raro de mi parte. —lo miré con resignación— Esto se acabo antes de poder empezar. —me reí de mi comentario sarcástico y ácido.
—Tienes un problema, si no se nos ocurre algo, no la volverás a ver. Piensa, tal vez te dijo algo más. —Paco se inmiscuía para armar un plan de reencuentro.
—Pues, me dijo que le gustaban los museos —rememoré, dando pasos largos a través del salón—, que la cuidad le había servido de inspiración, que tenía que ir a la embajada a ver lo de su carnet para quedarse un poco más o de lo contrario tendría que regresar a España más rápido de lo que ella deseaba.
—¡Ahí esta! Solo tienes que ir a la embajada a preguntar por ella —Gustavo hablaba con tal convicción que, por unos segundos creí que era muy buena idea, hasta que, Paco interrumpió…
—¡Claro! —se acercó a él a darle un golpe en medio de la cabeza— ¿Cuándo has visto que en una embajada te den información de una persona? Es la idea más ridícula de todas.
—Bueno, solo intentaba ayudar… —se resigno un poco— Pero ya que lo pones así, pues no, no creo que te puedan dar información… A menos de que…
Su cara se ilumino con una idea, algo estaba tramando, se sentó en el descansabrazos del sillón y se empino una botella de cerveza, pensando y meditando lo que iba a decir.
—¿Qué? ¿Qué se te ocurrió ahora boludo? —Paco desesperado por los minutos de silencio de Gustavo, reclamaba por la nueva idea.
—Déjalo que piense —callé a Paco con la voz tranquila y di otro largo trago a la cerveza después de tomar algo de botana que habían llevado—, al menos a él si se le ocurren cosas, porque ni tu ni yo hemos pensado en algo…
Un manotazo de Paco me sorprendió, me estaba comiendo su bolsa de papas y eso, no le hizo mucha gracia, empezamos una leve discusión, de mi parte era más para molestarlo que para lograr quedarme con la bolsa, hasta que, Gustavo se levantó tomó una hoja blanca y mi lápiz y empezó a hacer algo en ella. Minutos después nos mostraba triunfal la idea que había cavilado anteriormente.
—¿Esa es tu idea, genio? —Paco con su pesimismo, tan elocuente como siempre— ¿Hacer un cartel de “se busca” como si fuera una mascota perdida?
Me levanté a mil por hora y tomé el cartel entre mis manos. Tenía que hacer un mejor dibujo, a colores, acuarelas, una pintura, no sé, tenía que hacer algo para volver a verla, era un hecho. Los pensamientos golpeaban uno tras otro mi cabeza, mejorando la idea del cartel, pero la voz de Gustavo me trajo a la realidad.
—Es lo más sensato. —musitó.
—Es lo más genial, que jamás se me hubiera ocurrido. —me giré para tomar la cara de Gustavo y refundirle un beso en la frente— ¡¡Gracias!!
—¡Claro!, ¿qué no han pensado que con las lluvias a los carteles les pasará lo mismo que a tus dibujos? —Paco, viendo el punto negativo, de nuevo.
—Para eso están ustedes —repuse— remplazaremos los mojados, dañados, los que se volaron con el viento. Haré el mejor retrato que pueda de ella, mientras, por favor, ayúdeme a redactar un cartel, que no parezca que buscamos un perro, por favor.
—Lo tengo, flaco, pero ¿Qué quieres que diga? —Gustavo me miraba con los ojos emocionados y cómplices de esta locura, mientras que Paco, seguía tomándose la birra y suspirando.
—Ya, pues, ayudo también. ¿Qué le ponemos?