Un beso sutil

884 Words
Suena el teléfono, retorno a la realidad. Levanto el auricular. –Bendición Mamá. –Dios te bendiga hija. ¿Mi yerno preferido estará por ahí? –No mamá, se fue hace unos minutos. Pero, yo estoy bien, gracias ¿y tú?– pregunto con sarcasmo. –Bien mi amor. ¿Cuándo regresa Mauricio? –En la noche ¿por qué? –Se me dañó el calentador mi amor y quería ver si puede venir a revisarlo. –Ok cuando regrese le digo. Chao Mamá, cuídate. Cuelgo el teléfono. A veces la realidad nunca deja de ser real. Me levanto. Voy hasta la sala, tomó mi laptop. Abro un nuevo archivo. Y comienzo a escribir. Necesito desahogar mis emociones. Es la mejor manera que tengo para ello. Eso lo aprendí desde pequeña. Un beso sutil Unos labios son candentes si son prohibidos. Unas mejillas sonrosadas. Un latido vaginal. Un estruendoso corazón. Su mano tomando la mía, la mía tomando sus tiempos y convirtiéndolos en un puñado de arena. Acortando las distancias para sentirlo. Un beso sutil cuyo nombre es etéreo. Un pedazo de mí, atado a sus recuerdos. Cierro el archivo. Me levanto y preparo una taza de café. Aún el medio sándwich está sobre la mesa. Recojo y limpio todo, trato de concentrarme en la realidad, en quien soy y que debo hacer. No es bueno pensar tanto. Aunque la frase “piensa dos veces antes de actuar” se haya acicalado en mi cerebro que cada vez que soy feliz, debo pensar si me conviene serlo. Pero los pensamientos son incontrolables, igual que las emociones. Recuerdo entonces, ya mañana es martes y luego miércoles, miércoles es mi día de buena suerte. No sólo es mi día de buena suerte. Asúmelo Violeta, es el día en que podrás compartir hora y media de su compañía, de su sonrisa, de su maravillosa manera de estremecerse con sus intervenciones geniales durante la clase. Tomo mi celular. Escribo un mensaje y se lo envío a Mauricio: –Mi amor, mamá necesita que pases por la casa y la ayudes con algo que se le daño. Espero su respuesta. Aún no recibo su mensaje. Me distraigo preparando la clase del día siguiente, escogiendo los poemas, esos que inconscientemente me conecten con él, que le sugieran sobre lo que siento sobre lo que pienso. Sonrió, estas emociones, me regresan a mi etapa adolescente cuando estaba enamorada de mi profesor de historia. La historia nunca fue mi asignatura preferida, pero cuando él la contaba, era tan intenso que desde allí, comencé a tomar interés por ella. Es esa misma emoción que te hace vibrar y sentir que todo tiene sentido. Que te hace despertar alegre y sonreír a solas como tonta. Cuánto tiempo sin sentirme así. Algunos diez años. Sí, apenas tenía dieciséis, la misma edad que tiene él. Las hormonas a mil, esas ganas de devorar el mundo, de sentir y vibrar, eso quería, pero fue justamente lo que no hice y no he hecho hasta ahora. Cuando mamá supo que estaba de novia con Mauricio, cosa que tuve que contarle, para poder salir los fines de semana al cine o a alguna fiesta, inmediatamente habló con él le dijo que debía comprometerse conmigo para que mi re-pu-ta-ción no fuese puesta en tela de juicio. Mamá sabía que ya teníamos relaciones y eso era ya común para la época, al comienzo estaba infartada pero luego aceptó que era parte de la realidad. Su historia de ser virgen hasta el matrimonio había caducado. Un año después de él terminar en la universidad, nos casamos. Sólo había sentido su cuerpo, sus besos, su supuesto amor. Y digo supuesto porque un mes antes de casarnos, descubrí por unos mensajes en su celular, que tenía un romance con una colega suya. No era de revisar sus cosas, no hasta ese entonces. Esa noche luego de llegar, se metió al baño para darse una ducha. Yo estaba recogiendo su ropa del piso y el celular cayó al piso. Lo tomé creyendo que podía haberse roto y justo llegó aquel mensaje: “gracias por la velada, estuvo inolvidable”. Abrí entonces, la conversación. Cada mensaje era peor que el anterior. Me sentía traicionada. Salí hasta la sala, mamá preparaba la cena. Me senté en la silla. Respiraba intentando calmarme. –¿Qué te ocurre muchacha? ¿Tienes una cara? No pude evitar ponerme a llorar. –¿Qué te ocurre?– preguntó entonces con preocupación. Le mostré el móvil. Ella leyó en silencio. Podía observar sus expresiones de asombro en el rostro. Dejó lo que hacía y se sentó a mi lado: –Hija, los hombres son así, aunque no lo entiendas o aceptes. Yo tuve años sabiendo que tu padre tenía otra mujer. Pero nunca se lo dije, sino me hubiese abandonado mucho antes. Yo la miraba sorprendida. Aquello me parecía inconcebible. Continuó diciendo: –Tú ya perdiste tu virginidad con él. Por más que tu opines que son otros tiempos, ellos han sido criados de la misma manera. Sólo la mujer que sea “buena” merece casarse. Sus palabras me confundían aún más. –Deja que yo hablo con él. Nunca supe que le dijo, ni tampoco que acordaron. Pero un mes después estábamos en la prefectura civil, firmando nuestro matrimonio.
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