Durante los primeros meses de tu matrimonio encuentras un poco de emoción adicional, porque puedes hacer cosas juntos, salir, divertirte, tener sexo sin cohibiciones ni limitaciones de tiempo y espacio.
Sin embargo, la falta de creatividad en Mauricio, era excesiva. No había nada que no estuviese previsto. Era como si tuviese un manual, el cual seguía estrictamente y al pie de la letra: caricias, roces, posiciones, coitos, todo era siempre lo mismo, incluso en ese mismo orden.
Con el tiempo vas perdiendo interés y sólo haces el amor, como si fueses a un día de trabajo. Aunque en mi trabajo como profesora, siempre ocurría algo. Era lógico, los jóvenes tienen la varita mágica para crear e inventar lo no posible.
Una tarde, luego del penúltimo bloque, el director nos convocó a una reunión extraordinaria para definir cuales serían las actividades que se realizar para el día de las madres en la institución. Como siempre, se haría el viernes antes de mediodía y todos los profesores debíamos crear una estrategia, escoger un grupo y que éstos, hagazajaran a sus madres. Todo quedó bajo acta, ya yo tenía algunas ideas en mente, sólo debía pulirlas.
Sin complicar mucho el asunto, al día siguiente escogí al grupo de 3er año. Eran muy inquietos pero también los más colaboradores conmigo. Alejandro era uno de los más rebeldes, pero tocaba muy bien la guitarra; a veces lo veía solo en el patio, sentado en alguno de los bancos. Me acercaba y conversábamos un poco. Me mostraba lo que había aprendido esa semana en sus clases de música particulares; a pesar de su comportamiento inadecuado en el aula, solía mantenerse tranquilo durante las horas de literatura.
La confianza que teníamos, sin ser extrema, me permitió preguntarle si podría acompañar musicalmente con la guitarra a John, uno de los chicos con la voz más hermosa que había oído.
–¿Te atreverias a acompañar a John en una canción, para las madres?
Su rostro cambió repentinamente, se tornó irritado y poco afable.
–Sí no quieres, no hay problema– le dije al ver su incomodidad.
–No se trata de usted o John profe, se trata de que es uno de los días que detesto celebrar.
Sus palabras sonaban duras al referirse a un día que la mayoría adora festejar.
–Desconozco los motivos que te hacen expresarte de esa manera. Quisiera poder entenderte. Pero no te preocupes, yo puedo conseguir una pista y tema resuelto.
Su rostro seguía perturbado y el entrecejo cada vez más fruncido, apretó el puño con fuerza y golpeó el banco. Debió lastimarse porque cerró los ojos y respiró profundamente.
Justo en ese momento sonó el timbre de receso. Se levantó y fue hasta su salón.
Llegó el viernes, todo estaba preparado para ese día. En el programa aparecía la presentación de John Narváez, con el tema “Madre” de Reinaldo Armas. La mayoría de las jóvenes bajaron y dejaron sus bolsas en los salones, al ser un instituto privado, la matrícula era realmente menor, comparada con la de un liceo público.
Miguel, el profesor de matemáticas, siempre me acompañaba en las actividades, era bastante agradable trabajar con él, incluso muchas de las estudiantes de 5to año, se molestaban al vernos juntos, porque muchas de ellas estaban locas por tenerlo cerca y conversar con él. Eran realmente otros tiempos. Yo en mi época, ni salía al receso, y no me acercaba al escritorio de un profesor, sino para entregar un examen o recibirlo.
Los chicos de cuarto año, estaba arriba ensayando, un sociodrama que presentarían luego de que John cantara.
De repente, uno de ellos, Jesús que solía ser muy chicharachero bajó al patio y comenzó a presentar síntomas de asfixia. Ya algunos representantes habían llegado. Y aquello generó una situación angustiante; de ese mismo grupo: Kerky, Antonio y Luis, también presentaban los mismos síntomas.
–¿Qué ocurre? ¿Qué tienen esos muchachos?– preguntó el director, quien ya había montado su espectáculo como organizador del evento, donde sólo él era protagonista.
Carlos, quien estaba con ellos, pero que no presentaba malestar contó, que habían dejado en el bolso de Jesús un boll con galletas, envueltos en un papel celofán porque se encontraba de cumpleaños, él destapó el envoltorio y le dió a cada uno de ellos, sólo que él fue el único que no había querido comerlas pues había amanecido mal del estómago.
Mientras tanto el director, subió a los cuatro estudiantes en su carro y los llevó a la clínica que estaba más cerca del liceo. Al llegar, los médicos los revisaron. Efectivamente había una especie de veneno para ratas en las galletas.
La actividad había quedado suspendida momentáneamente, en esperas de que el profesor Ramón Duarte, informara sobre la salud de los estudiantes. Todos estaban angustiados. ¿Cómo había ocurrido eso? ¿Quién había intentado matar a esos chicos?
Todo era confusión y angustia. Incluso una de las estudiantes de 3er año recibió una extraña llamada, hablaba de cosas extrañas, y se llegó a pensar que estaba relacionada con lo ocurrido.
Luego supimos que ella, no tuvo nada que ver en aquello; a veces los nervios traicionan y las emociones te hacen actuar de manera errada.
Finalmente llegó el director Duarte y pidió la suspensión absoluta de la actividad. Venía acompañado de dos efectivos policiales, quienes comenzaron a interrogar a los estudiantes, profesores, personal de limpieza, incluso a Juan, un señor de setenta años, que era el portero.
¿Estábamos siendo acusados como sospechosos de un acto tan vil? Sé que existen docentes con algunas patologías y comportamientos extremos, pero de allí, a querer asesinar a unos estudiantes, eso rallaba en lo absurdo y lo increíble.
Luego de un par de horas, los oficiales se fueron. Había que tomar medidas estrictas de seguridad hasta tanto no se supiera que realmente ocurrió. Si el boll estaba en el bolso de Jesús, era lógico que era a él, a quien querían matar, y que los otros chicos, sólo estaban en el lugar y en el momento equivocado.
Yo estaba tan nerviosa, que no quería ni siquiera beber agua en el dispensador de la sala de profesores, mucho menos café.
El lunes se dispuso una sesión extraordinaria de docentes a primera hora y una asamblea de representantes para dilucidar que medidas tomarían al respecto. La mayoría opinaba que retiraría a sus hijos de la institución. Eso no nos convenía ni siquiera a nosotros como profesores, puesto que nuestra función dentro de la institución se haría innecesaria.
Uno de los representantes tomó la palabra, era el señor Pedro Alcalá, el padre de Alejandro:
–Yo considero que se debe descubrir quién es el asesino que intentó matar a esos jóvenes y que sea llevado a un retén de menores.
Algunos concordaban, otros preferían no creer que uno de esos chicos, tuviese una mente tan macabra. Lo otro era, que si descartaban a los estudiantes, los segundos sospechosos eran los profesores y el personal de limpieza, los únicos que teníamos acceso a las aulas.
Miguel tenía algunas sospechas; mientras estábamos en la biblioteca, esperando la información, me comentó que durante su clase, unos diez minutos antes, Alejandro le pidió permiso para ir al baño y llevó su bolso.
¿Él? pensé, no puede ser. Tal vez es un tanto inquieto pero ¿qué razones podría tener para querer hacerle daño a Jesús? Y si era él, sería bien kármico, pues su padre había sido el primero en proponer la expulsión y la detención en el retén de menores.
Quienes tenemos algo de conocimiento, sabemos que los retenes, no son más que lugares para incentivar a la delincuencia y las drogas. Si un joven comete en algún momento un acto penado o se ve involucrado en cualquier situación de irrespeto a las leyes y entra a uno de esos retenes, en vez de salir reformado, saldría deformado, convertido en una bazofia social.
A la semana, nos volvieron a reunir para informarnos sobre las investigaciones que internamente se habían hecho. La idea era no causar revuelo con la noticia y ocultar lo ocurrido a fin de no perjudicar el nombre de la institución.
–Señores, es increíble lo que hemos descubierto, mas allá del comportamiento agresivo e incluso rebelde de este estudiante, jamás pensamos que fuese capaz de intentar asesinar a uno de sus compañeros. El estudiante de 3er año Alejandro Alcalá confesó haberlo hecho, como una especie de broma en contra de Jesús Fernández, por supuestamente hacerlo objeto de burla en diversas ocasiones.
–¿Broma? con regozal, es una broma; pero con racumín? Al menos que se haya confundido porque ambas comienzan con R– dijo Alfredo, el profesor de Física, que tenía un humor bastante n***o.
–¿Qué piensan hacer?– pregunté algo consternada por la noticia.
–Se va del liceo. El señor Alcalá estaba exigiendo que lo mantuviéramos aquí porque la ley educativa lo protege y no puede ser expulsado.
Aquellas palabras eran indignantes, si bien lo que hizo Alejandro fue un acto atroz, no debía seguir en la institución pues sería provocar una reacción violenta de parte del resto de los estudiantes y de sus padres.
Finalmente accedió a llevárselo e inscribirlo en otro liceo.
¿Ven que era bastante entretenido mi trabajo? Pues ni siquiera podía comparar mi trivial relación s****l con ello.