Capitulo XI

2714 Words
Usaba sus manos para terminar de arreglar un par de hebras rebeldes en su cabello rubio, mientras detallaba su reflejo en el espejo, esperando ver un deterioro en su traje oscuro que pudiera deshacer antes de partir de su casa. Lucaccio no solía vestirse con tanta elegancia, así que se aseguraba de lucir perfecto las pocas veces que lo hacía, más aún cuando la velada sería junto a la hermana del monarca. Ojeó por última vez al aquel caballero del espejo antes de acercarse a un buró de madera caoba y sacar de uno de sus cajones una afilada daga de plata que guardó en la parte posterior de sus pantalones a la altura de su cintura, el tamaño del pequeño objeto no formaba bulto, así que no era divisible, pero más importante, no desaliñaba su traje. Abandonó su ostentosa morada que en ningún lugar expresaba modestia. El verdugo no gozó de ninguna riqueza cuando era un niño, así que, de adulto ya, no se limitaba con sus caprichos. Cualquier cosa que quisiera la adquiría, sin medir costos u otra restricción. A las afueras de su residencia lo esperaba su cochero designado con la portezuela de la manola abierta que se cerró cuando el pasajero ya figuraba cómodo en su asiento. Sin ningún inconveniente, Luca se presentaría a la hora acordada ante su cita. No solía ser un hombre impuntual, aunque era consciente de que el destino casi nunca jugaba a su favor, por eso partía con bastante anticipación a cualquier compromiso. Ya había transcurrido mucho tiempo desde la última vez en la que él y Debora compartieron una velada, juntos. Normalmente coincidan en eventos de la realeza, colmados de tanta formalidad que siempre estaban cohibidos a dirigirse la palabra. El verdugo pensaba en la idea descabellada que Víctor le propuso, sintiendo nervios e inseguridades con cada fibra de su piel. Desde que conoció a Debora se había convertido en su confidente y agradecía con vehemencia que la hija del monarca le confiara todos sus secretos. Nunca la había traicionado de hasta ahora, su consuelo era recordar que no lo hacía para perjudicarla, al contrario, si su comportamiento rebelde continuaba, el monarca tendría que tomar cartas en el asunto. El reinado siempre estuvo primero que la sangre. Sus ojos zafiros se suspendían en aquellos transeúntes que lo observaban con el mismo ímpetu, con la vaga intuición de que eran vampiros. Sus pensamientos desvariaron con los años de profesión y con frecuencia solía etiquetar a cualquiera que se viese sospechoso como un inhumano. La manola se estacionó a las afueras del castillo y su cochero descendió con prisa para abrirle la puerta al verdugo que no tardó en descender del vehículo. Los guardias en la entrada le abrieron las formidables rejas y las cerraron inmediatamente después de su paso. Luca se dispuso a caminaran entre las rosas que comprendían el tupido jardín principal, observando a Víctor quien aguardaba por él en la entrada del castillo luciendo una vestimenta nada casual que no influía en su talente imponente. En ningún momento apartó su mirada del arquero, era obvio que lo esperaba. Cuando la distancia entre los dos hombres se había recortado prudentemente, estrecharon sus manos en un saludo indiferente y el primero en tomar palabra fue Víctor. -Luca, puntual como siempre. -No me gustaría que Debora esperara más de lo debido. -Por supuesto que no. A ninguna dama se le debe hacer esperar. –Dijo el monarca. –Recuerdas nuestra última conversación ¿cierto? -Así es. –Dijo, asintiendo con la cabeza, sólo entonces Víctor dejó de obstaculizar su paso y entró siguiendo al verdugo. Le solicitó a una doncella, que cruzaba la estancia, que llamara a su hermana, la mujer desvío su andar hacia las escaleras. Debora estaba sentada en el borde de su cama, aturdida por la jaqueca que la atacaba. Poco le importaba que su vestido de color claro se estropeara. Lanzó un de sus manos a la mesita que tenía a un lado, abrió uno de sus cajones para sacar un bote pequeño de pastillas y vacío tres en sus manos que luego introdujo en su boca. Auto medicarse no era apropiado, pero se negaba a ir con un médico del castillo porque le dirían a Víctor y él formaría un escándalo como siempre lo hacía. El llamado a su puerta la forzó a levantarse. Pasó repetidamente sus manos por su vestido para deshacer cualquier arruga que tuviese antes de encaminarse a la entrada. La abrió para ver a una de las muchas mujeres que laboraban en su hogar. -Mi señor solicita su presencia en la estancia principal. –Dijo la doncella. -Gracias Mónica. –Respondió Debora con una desgana sonrisa. La empleada continuó con sus quehaceres, mientras que la hija menor del trono abandonaba su habitación, partiendo al lugar en que era esperada. Gesticulaba su rostro para intentar deshacer las expresiones de dolor que pudieran reflejarse en ella, fue más fácil cuando vio a Luca de pie en la estancia, su sonrisa salió de manera natural. Desde lo más alto de su palco, la menor de los Rousseau apreciaba con devoción la obra que se desarrollaba sobre la tarima. Disfrutado de cada nota que la orquesta había preparado para darle más emoción. Su mente se perdía en un melodioso sonido que podía sentir con cada fibra de su piel. Podía distinguir entre tantos instrumentos, a pesar de que sonaban al mismo tiempo. Nunca antes había oído con tanta claridad como en ese momento lo hacía. Su corazón parecía latir en la misma frecuencia que con la que cada músico hacía sonar su artefacto, sin saltarse una sola nota y sus ojos seguían las ágiles manos de quienes usaban instrumentos de cuerda. Recobró el sentido de la realidad cuando la melodía se detuvo y entonces sintió el peso de la mirada que desde otro palco le dedicaban. Debora volvió su cabeza, descubriendo al hombre de cejas pobladas que no apartaba su vista de ella. -¿Estás bien? –Cuestionó Luca a su lado, cuando vio su rostro palidecer súbitamente. -Sí… -Fue todo lo que pudo responder, desviando su mirada hacia su compañero con una suave sonrisa. Lucaccio observó con cautela hacia los palcos que habían robado la atención de Debora, pero al no hallar nada sospechoso volvió su mirada a la tarima. Raymond era lo suficientemente astuto como para mezclarse entre la muchedumbre sin destacar más de lo apropiado. Vistiendo sus mismas ropas en un lugar tan concurrido, nadie sospecharía de él. Ya se había hecho notar de la única persona con la que quería hablar, sólo quedaba esperar que su reacción no causara el pánico entre los demás espectadores y no lo haría, Debora ya había protagonizado varios escándalos, sumar uno más a su lista personal estaba lejos de sus deseos. Volvió su mirada nuevamente hacia los otros palcos y el vampiro continuaba mirándola. No podía negar el miedo que la asechaba. Lanzó una de sus manos a su cuello sintiendo, aún, sus afiladas garras clavarse en su cuello y su respiración aminorándose. Aquellas sensaciones se habían grabado con fuego en su mente. -Se está haciendo tarde, deberíamos irnos. –Sugirió Debora, viendo a Luca quien sacó de uno sus bolsillos un reloj de mano y vio la hora que marcaba. -Está bien como tú quieras. –Dijo, devolviendo el reloj a su lugar. No estaba en acuerdo con su compañera, pero no la iba a debatir. Se levantó de su asiento y salió del palco. Avisaría a los guardas que los escoltaron que preparasen el carruaje y se dispusieran para su retirada, mientras tanto Debora disfrutaría un poco más de la ópera. Aunque su atención estaba más enfocada en su vigía que en cualquier otra cosa. Desvío sus ojos hacia los asientos en los que la vigilaban y descubrió con gran asombro que el palco del inhumano estaba vacío, se había marchado. Sintió que la espesa cortina roja tras su espalda se levantaba, pensó que Luca ya estaba de vuelta, así que se levantó, tomó sus pertenencias y se giró. -Alteza ¿se marchará tan pronto? –Vociferó Raymond con sarcasmo. Debora se inmovilizó, atónita. El vampiro caminaba hacia ella con paso lánguido. -No intentes nada. –Advirtió Debora, señalándolo. Raymond se frenó y alzó las manos. -Tranquilícese. No tenemos por qué formar un alboroto, sólo quiero hablar. –Explicó Raymond, palmeando uno de los asientos, invitándola a sentarse. Debora observó a su alrededor, algunas personas de las butacas inferiores empezaban a desviar su atención hacia ella. Volvió a mirar al intruso que ya se había acomodado en el asiento de Luca con sus piernas cruzadas y talante prepotente. Sin querer interrumpir la obra, Debora regresó a su asiento. El vampiro se regocijaba en el temor que la humana emitía. Tuvo que esforzarse por conservar el color natural de sus ojos ante la exaltación que los latidos de su corazón le provocaban. Podía sentir toda la sangre que bombeaba en el cuerpo frágil de Debora. En otra ocasión se hubiese abalanzado sobre ella hasta dejarla muerta, pero esta vez tenía que controlarse. -No entiendo qué hace aquí. –Empezó a hablar la hermana del rey. Con los ojos clavados en la tarima de presentación. -Ya se lo dije, sólo quiero hablar. -Lo escucho, entonces. –Articuló con exasperación. El intruso estaba jugando con ella. -Lo que hiciste por mí aquella tarde agitó la curiosidad de mi líder y quiere conocerte. Cuestiona tu buena voluntad y quiere asegurarse, personalmente, que no fue una estrategia o algo similar de tu hermano para atacar nuestra tribu. –Reveló sin preámbulos. El rostro de Debora se inmutó con gran sorpresa y volvió su mirada hacia él. -¿Es una broma? -No soy comediante, alteza. –Dijo sin expresar ninguna emoción. Le informó el lugar en el que se presentaría, si decidía asistir y luego se marchó. En ese instante Lucaccio se apareció. Debora estaba esperando que hiciera mención acerca del intruso, pero ni siquiera se inmutó, fue como si no se lo hubiese topado. Los malestares que flagelaron a Debora fue la excusa perfecta del por qué decidió regresar a casa antes de lo planeado. En cuanto llegaron, la menor de los Rousseau subió a su habitación en la que se encerró, cambió su elegante vestido y se metió a la cama meditando para sus adentros la inusual visita que recibió en los palcos del teatro de la que se abstemio de hacer mención. Conocer al líder de los vampiros no le hacía ilusión sin embargo, temía que, si se negaba, el vampiro de aspecto atemorizante continuara vigilándola. Creyó que su primer encuentro fue un evento fortuito y aislado, pero no lo era, aparentemente. (…) La noche se hacía más larga de lo habitual para Venecia que no lograba conciliar el sueño. La fatídica noche en que su familia fue atrozmente asesinada revivía en cada uno de sus sueños como si ella hubiese estado presente. Se levantó de la cama con cautela para no despertar a Víctor, los últimos días lidiaba con mucho estrés, y le hacía bien poder descansar en plenitud. Descendió por las escaleras, escuchando nada más que sus propias pisada y el susurró del viento que hacía revolotear las hojas de los árboles en el exterior. La serenidad reinante era inmaculada. Todos en el castillo estaban dormidos, exceptuando a los guardas que custodiaban desde afuera. Venecia se regocijaba en esa seguridad, sobretodo sabiendo que su hijo viviría allí. Sus pasos lánguidos la llevaron hasta la biblioteca que tenía sus puertas abiertas. Paseó por delante de las estanterías, leyendo algunos titulo que descartaba inmediatamente, y ojeando otros que, vagamente le interesaban. -Mi reina. –Dijo Don modesto desde la entrada. Venecia se volvió para verlo. – ¿Qué sorpresa encontrarla despierta a tan altas horas de la madrugada? -Pudiera decir lo mismo. –Acotó la mujer, hilarante. El hombre de mayor edad se sonrió y penetró la estancia, sentándose en uno de los muebles destinados para una lectura cómoda. -¿Desea que le recomiende algún título? -No es mala idea. –Apremió Venecia, enfilando su rumbo hasta el purificador. Mientras tomaba asiento, no pudo ignorar los particulares libros que figuraban sobre la mesita de madera maciza en medio de los asientos de tapiz rojo. La mayoría de ellos estaban en un idioma que Venecia desconocía, quizás era lengua muerta. Bien sabía de la efusión que el hombre frente a ella sentía por el gremio purificador, así que no era equívoco pensar que esos libros no fueron escritos para los entusiastas de la lectura convencional. Venecia tomó uno de los libros cuya portada era más extravagante que el resto. Una criatura (aparentemente humano) de aspecto macabro con sus ojos completamente negros, carentes de vida; y un par de alas que estaban conformadas por una extensión de la piel que, arrancando de los hombros, envolvían sus brazos. Y de su boca sobresalían un par de colmillos colosales. -Dudo que comparta mi estilo por la lectura, mi reina. –Habló Don modesto observándola con meticulosidad. -Yo también. –Aceptó. Levantó el libro que sostenía y continúo. –Pero no puedo negar que este libro alborotó mi curiosidad. -Estaré dispuesto a aclarar cada duda que quiera. -Empecemos por este monstruo. –Dijo señalando la figura de la portada. -Es el Abad de los vampiros. –Espetó el sabio hombre con repudio. -¿Es una especie de Dios para ellos? -No, su Dios es el mismo que el nuestro, el Abad es el velador de la creación. Según las teorías, es el encargado de destruir el mundo si así lo cree imprescindible. -¿Qué razones tendría para hacerlo? -El descarrile de la humanidad, su despropósito para el cual fueron concebidos. Si el mundo llegara a rebasar los límites de la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, o cualquier otro pecado, o si las violaciones a sus mandamientos dejaran de ser castigadas, entonces el Abad se vería en la obligación de destruir el mundo para forjar uno nuevo con sello inmaculado. -¿Tú qué crees? –Cuestionó escéptica. -Creo que los vampiros son peones de Lucifer con el único propósito de adueñarse del mundo. –Venecia quedó suspendida entre sus memorias, o traumas, del pasado. Los vampiros acabaron con toda su familia y habían ocasionada cientos de muerte al pasar de los años, así que no se oponía a las creencias de Don modesto. Aunque tenía una teoría que vagaba por su cabeza desde hace varios días, que no se limitó a compartir con el purificador. -Nos mencionaste a Debora y a mí que nosotros éramos su propósito, mas no, sus enemigos, que sus enemigos eran los híbridos. –Recordó Venecia, refrescando la, todavía eficaz, memoria del anciano. -¿Podrías explicar más al respecto? -Los híbridos son el resultado de la unión de un vampiro con un humano para ellos son una aberración. Desafían las leyes de las especies y ponen en riesgo la suya. -¿Sólo por no ser completamente vampiros? -La descendencia de un vampiro y un humano, no es considerada del todo mitad vampiro, para ellos se trata de un humano superdesarrollado. No son afectados por sus dotes, tampoco son vulnerables con la plata y sus cinco sentidos se agudizan tanto como los de ellos, incluso podrían igualarlos en velocidad y fuerza. El propósito de los vampiros es proteger a los más débiles de la creación y un humano superdesarrollado no lo sería, pero tampoco es un siervo del Señor, así que no velaría por su creación. -Un hibrido no tendría propósito para existir. –Atinó la reina, Don modesto afirmó con la cabeza. -He sido purificador desde que era un adolescente y todo este tiempo he sabido sólo de uno de estos anómalos casos. –Reveló el anciano, pensativo. -¿Lo has compartido con alguien más? –Don modesto negó. –Quizás sea nuestra salvación. Si todo lo que me dices es cierto, su descubrimiento acabaría con los demonios. -Temo que no es así, y deberé pedirle, casi suplicarle, que se limite a contarlo a alguien más. El hallazgo de este espécimen será más beneficio para nuestros enemigos que para nosotros mismos. –Dijo Don modesto, sembrando la curiosidad en Venecia, que florecía despacio.
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