Capitulo VIII

2481 Words
La incertidumbre era predominante en el sinfín de emociones que el monarca sentía. Todo a su alrededor se estaba derrumbando pedazo a pedazo. Después de la hazaña de su hermana en la mortandad, sus aliados de otras comarcas estaban reconsiderando desvincular sus convenios, negándose a involucrarse con un régimen que apoyaba, parcialmente, a los vampiros. Si desterraba a Debora del reino sus alianzas se fortificarían, además de que estuviera evitando problemas futuros sin embargo, no parecía ser razón suficiente para flaquear su corazón. Víctor se sentó en el borde de la cama y suspiró profundamente. Sus pensamientos estaban tan ofuscados como lo estaba el cielo de aquella noche, y la lluvia del exterior no se asemejaba a la tormenta desatada en su cabeza. Sintió las turbulencias de su alma despejarse cuando los brazos de su esposa se enlazaron alrededor de su cintura. -No te sigas mortificando. –Dijo la mujer depositando un beso en la parte posterior de su cuello. -No entiendo cómo permito que cosas así sucedan. –Vociferó el rey, recostando su cabeza en el hombro de su esposa. Tomó sus manos de sus y las besó. La madre de su hijo era la única que podía pintar de colores sus días más lóbregos. -¿No te resulta extraño lo que Debora hizo por esa vampira? –Dijo Venecia. La piel de Víctor se erizó al instante. Tenía varias conjeturas para responder su interrogante, pero él, simplemente, no podía revelarlas. -Mi hermana siempre se ha mostrado abnegada. En ocasiones llega a hacer un poco ingenua. –Respondió el monarca. -Creo que fue más que un acto de abnegación cualquiera. Ella sabía que había otro vampiro aguardando entre el público. -¿Dices que mi hermana planeó ese rescate? -Eso o es la persona más afortunada que conozco. -Me inclino por la segunda. –Dijo pensativo Víctor, considerando lo que Venecia decía. Las casualidades del destino no suelen ser tan apremiantes. Debora sola no hubiese podido liberar a Kisha con tanto éxito. (…) La tribu estaba abismada en lo más profundo del bosque, rodeada por árboles y arbustos. A miles de kilómetros después de cruzar el espeso río. Kisha caminaba serena entre toda aquella hojarasca, siendo seguida por el conde que no se apresuraba por rebasarla. Los vampiros se habían establecido allí para no alejarse del reino, y mantenerse a salvo del mismo cuando su régimen presionó la persecución hacia ellos. La vampira se detuvo a la orilla de un acantilado y sentó sobre una colosal roca, mientras espera por su seguidor. Había alcanzado la cumbre de la ladera donde la bruma que ofuscaba la visión era nube y no niebla; y la fluyente agua que descendía desde una eminente cascada se encargaba de sonorizar el entorno. Si un humano lograba disfrutarlo con la simplicidad de su invención para un vampiro era éxtasis en su estado más puro. -Raymond es un buen hombre, tal vez un sea un poco indisciplinado, pero es bueno al fin. –Dijo Kisha cuando Howard ya estaba junto a ella. Él también pudo sentarse sin embargo, prefirió no hacerlo. -Bueno, no lo sé, pero indisciplinado seguro. –Señaló la parte derecha de su rostro donde había quedado una leve laceración tras la disputa con su edecán. -¿Hubieras preferido que yo muriera? -Que tú estés viva es la única razón por la que él todavía lo está. –Habló el conde. Kisha era la aliada más fiel con la que él contaba. –Pero no justifica su rebeldía. -Creo que lo que hizo estuvo bien, además de haberme salvado, le demostró a la monarquía que sus muros de concreto y artilugios de plata empiezan a ser insuficientes si quieren detenernos. -Yo soy un poco más escéptico. Raymond necesitó de alguien más para poder liberarte y sé que no fue nadie de la tribu. –Dijo Howard, Kisha desvió su mirada hacia la imponente cascada que podía apreciar entre la densidad. El conde era suspicaz, más aun cuando se trataba de su gente. –Sé que tú sí sabes quién lo ayudó. -¿Por qué estás tan seguro? -Porque tú eres la única persona en la que Raymond confía completamente. Lo que hizo por ti, no lo haría por nadie más. -¿Y esperas que lo traicione? -Espero que hagas lo correcto, Kisha. –Acortó un poco la distancia entre ambos. La mujer suspiró con hastío. Su fidelidad por la causa era más fuerte que su amistad con Raymond, o se suponía que así fuera. -Fue Debora Rousseau quien lo infiltró. –Reveló la vampira, a pesar de las miles de contrariedades que se debatían en su mente. Howard sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo. Lanzó sus manos hacia su rostro y lo frotó, mientras caminaba en círculos. Sentía como si su propia gente lo hubiese traicionado. -No es cierto. –Vociferó, intentando conservar la calma. Kisha tan sólo lo observaba impasible, su líder solía exagerar las pequeñas cosas. –Posiblemente sea una trampa. Sus guardas estarán viniendo para acá en este momento. -Te equivocas, conde. Debora no es como su hermano. -Es la tercera generación de una dinastía que lleva décadas asesinándonos, no puedes decir… -Ella estuvo conmigo la noche que me capturaron. Pudo lastimarme, pero no fue así. –Interrumpió la mujer. -¿Estás defendiendo al enemigo? -Estoy diciendo que Debora Rousseau es diferente. Lo vi en sus ojos aquella noche en el calabozo y lo confirmé cuando me liberó. –Finalizó Kisha, preparándose para regresar a la tribu. (…) El verdugo aprovechaba la soledad del coliseo para practicar. Sostenía con tenacidad el arco que tensaba una flecha de punta ordinaria en su cuerda, con sus ojos zafiros puestos en el pilar de madera donde aferraban a las víctimas. Respiró y exhaló no más de tres veces hasta que la flecha escapó y atinó en el centro de su objetivo como hicieron las otras ocho que había lanzado anteriormente. Para Lucaccio era tan fácil como quitarle las espinas a una rosa. Recorrió la distancia que lo separaba de su improvisada diana y recuperó la flecha, acariciando el diminuto orificio que marcó en el tronco para luego regresar desde su punto de lanzamiento e intentarlo nuevamente. Empezó a ensayar con mayor frecuencia, motivado por una posible frustración después de haber fallado con Kisha. Seguía sin entender por qué su pulso vaciló ante aquella inhumana. Fue afortunado al ser Debora la que se haya robado la atención, porque de otro modo estuviera enfrentando las consecuencias de su imprecisión con el arco. Una vez más el objeto de punta filosa escapó de su dominio y viajó cortando el aire a su paso hasta clavarse en la diana. -Señor. –Vociferó un chico que hacía parte del servicio del castillo, llegando al coliseo. Luca se volvió para mirarlo, el empleado continuó: –Su majestad, el rey, lo solicita. Dejó su armería en cualquier lugar del coliseo y siguió al mensajero atraves de pasillos y escaleras que lo llevarían hasta el despacho de Víctor. Si bien Lucaccio respetaba al monarca, no lograba verlo como su obvio superior al recordar los momentos de diversión que compartieron de niños teniendo en común un solo motivo, Debora quien lograba ingeniárselas para involucrarlos a los dos en sus inocentes travesuras. El primero en ingresar al despacho real fue el empleado quien le hizo saber a Víctor que Lucaccio aguardaba en las afueras de la estancia, el rey le permitió ingresar. -¿Quería verme Alteza? –Preguntó cortésmente Lucaccio siendo él y el monarca los dos únicos presentes. -Aprecio tu diplomacia, pero no hace falta que seas tan formal cuando estamos en una ocasión que no lo es. –Dijo Víctor invitándolo a sentarse en los muebles colocados en el centro de su despacho. Hubo un breve silencio mientras que el heredero del trono servía, en dos pequeños vasos de cristal, un poco de coñac en las rocas. Se quedó con uno y le entregó el otro a su acompañante para acomodarse en otro asiento frente a él. -¿Qué sucede? –Preguntó nuevamente el recién llegado, después de golpear su vaso con el de Víctor en un pequeño e irrelevante brindis. -Debora me comentó que la invitaste a la ópera. -Así es, espero que no haya inconveniente. -Por supuesto que no –Expresó Víctor con indiferencia. –Por lo contrario, agradezco que no le guardes rencor por lo que ocasionó en el coliseo. -Aunque quisiera, soy incapaz de enfadarme con ella. –Aclaró el catire sellando sus labios con un trago de licor que deleitó su paladar. -Mi hermana está actuando de manera inusual. -¿Te refieres a su enfermedad? -Creo que es algo más que se suma a eso. –Volvió a decir el rey. –En estos últimos días hemos estado distanciados, ella ya no confía en mí como lo hacía antes. -No entiendo qué tengo que ver yo en todo esto. –Dijo el verdugo. Víctor suspiró y terminó su bebida en un solo trago, dejando el vaso sobre la mesita de vidrio en medio de ambos. -Sospecho que Debora tuvo ayuda para liberar a la vampira. -¿Ayuda? ¿De quién? -Es lo que todavía no descubro. –Vociferó Víctor, viendo cómo Luca se terminaba lo último de su bebida alcoholizada. –Debora confía más en ti que en mí y podría jurar que tú conoces mejor a mi hermana que yo mismo. -Sintetiza. –Apresuró el verdugo, perdiendo la diplomacia con la que inició. -Necesito que me digas cualquier cosa que Debora haga, que me repitas cada frase que diga o cualquier secreto que te confiese. -¡Wow! –Fue todo lo que Luca pudo responder sin disimular su sorpresa. -No pido que traiciones su confianza, tan sólo pido que me adviertas si hay algo fuera de lugar en ella. –Explicó, desesperado. –Su deliberada rebeldía no puede continuar, no debe hacerlo. -Etiquetarlo como “rebeldía” es exagerar. Lo único que me ha dicho es que no tolera las injusticias que se hacen en la mortandad. -Lo sé, nunca lo ha tolerado. –Aseguró el monarca. El llamado a la puerta por parte de una doncella del servicio finalizó con la conversación de los caballeros -Lamento interrumpir señor. –Dijo la doncella, luego de una formal reverencia. – Su presencia es requerida. –El rey agradeció la notificación. Se levantó de su asiento al mismo tiempo que lo hacía el joven verdugo y extendió su mano en su dirección. -¿Aceptas? –Cuestionó. Lucaccio, entre dudas, estrechó su mano. (…) La humana corría con pavor por las calles desoladas del reino, huyendo del demonio que la seguía en las alturas de los tejados de las casas quien no la había capturado por el regocijo de sentir los latidos de su temeroso corazón bombear exuberante cantidad de sangre por todo su cuerpo. Los ojos de Raymond estaban encendidos en un brillante tono carmesí, ofreciéndole un aspecto aún más terrorífico. El edecán se aliaba con la oscuridad de la noche para salir de casería, repudiando las contradicciones de su líder quien condenaba esa clase de actitud primitiva. La sangre humana era un alimento indispensable sólo en los primeros días de un vampiro nato o en los primeros días de un transformado. El gremio de los zafios eran los que cazaban y asesinaban humanos sólo por diversión sin embargo, estaban en oposición a su naturaleza y no se afanaban por conservar la creación. Argumentaban que ellos eran la evolución de una r**a que se encargarían de extinguir. Los presurosos y torpes pasos de la humana la llevaron hasta un callejón cerrado, oculto de cualquier samaritano que pudiese haberla socorrido. Raymond bajó de los tejados y se colocó a espaldas de la atemorizada mujer que se creía incapaz de volverse y encararlo, tan sólo permaneció inmóvil al borde de un colapso de nervios. -No me lastime, por favor. –Suplicó la humana. Raymond tomó su cabeza inclinándola a un lado para exhibir su cuello que se ocultaba bajo un manto de cabello castaño y dejó relucir sus afilados colmillos. El forcejeó de la mujer no iba a desestabilizar al vampiro detrás de ella. -No estamos solos. –Acertó diciendo el edecán. Se volvió para descubrir a Howard posado en la entrada del callejón. Los gritos de ayuda de la mujer fueron ahogados cuando vio que el misterioso curioso tenía los ojos semejantes a los de su verdugo. -Suéltala. –Dijo el conde sin tono autoritario, era más una petición. -Prefiero cerrar su boca para siempre antes de que acuda hacia los guardas y me incrimine. -No lo haré, lo juro. Sólo quiero… -¡Cállate! –Exigió Raymond, entre los sollozos de la humana. Howard no rebatió las palabras de su compañero, simplemente permaneció paciente, arropado por las sombras del callejón. – ¿Crees que no lo haré? -Sé que no puedo hacer nada para detenerte. –Admitió el conde, Raymond esbozó una carcajada de burla, no era la primera vez que se superponía a su líder. Cansado de que el tiempo se escurriera entre sus dedos, clavó sus colmillos en el cuello de la humana robándole un agónico gritó, mientras succionaba su sangre y le suministraba el veneno que, en alta dosis, podía asesinarla sin embargo, no lo hizo. Dejó de morderla cuando sus gritos se silenciaron. El veneno había llegado a su corazón. -Despertará como una aliada. –Dijo Raymond dejando caer el cuerpo inconsciente de la mujer a quien acababa de transformar en vampiro. Limpió los residuos de sangre que ensuciaban su mentón con la manga de su abrigo, esperando que las palabras del conde retumbaran en sus oídos. -Tus acciones son perjudiciales para la causa. -La causa me ha perjudicado más a mí. –Aseguró Raymond. –He enterrado a miles de aliados, compañeros y hermanos de sangre que entregaron sus vidas a cambio de nada, mientras que los malditos principios que nos forjaron justifican a esta sociedad. -La sociedad es una víctima igual que nosotros. Vivimos bajo la misma opresión la diferencia es que ellos son los peones. -Dudo mucho que esa mujer se considere víctima de su monarca. –Vociferó el edecán señalando a la inconsciente. –Si hubieras llegado dos minutos tarde estuviera muerta. -¿Qué me dices de Debora Rousseau? –Cuestionó Howard abriendo los brazos. – ¿Por qué a ella sí le perdonaste la vida? -¡Porque Kisha también hubiese muerto! –Gritó con exasperación Raymond. -Es traición lo que hiciste. –Habló el conde más calmado. -¿Traición? ¿Entonces, me matarás? –Dijo sin un ápice de temor. No era una idea desnaturalizada sin embargo, sería una decisión que dividiría a su r**a y no podía permitirse que su tribu flaqueara cuando se asomaba una guerra entre humanos. -Preséntamela. –Dijo el conde.
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