Capítulo 36 No puedo evitarlo

1256 Words
—No, Julius, definitivamente no quiero estar contigo. Me voy —declaré con firmeza. —¿Te enamoraste ahora de mi hermano, acaso? —me preguntó con sarcasmo. —¿Qué estás diciendo? Eso jamás pasaría. Él nunca se ha sobrepasado conmigo. Simplemente hizo lo que tú nunca te has atrevido a hacer: cuidar de mí. Ahora, con permiso —respondí, tratando de liberar mi brazo. Él me agarró fuertemente por el brazo y me atrajo hacia su pecho. Me miró fijamente a los ojos y comenzó a besarme apasionadamente. Quise zafarme de él, quise salir corriendo, pero sus besos parecían un hechizo. No pude evitar seguir besándolo. Lo besé con tanta furia y necesidad; su lengua invadió mi boca, y yo la recibí encantada. Comenzó a acariciarme todo el cuerpo. Sus manos apretaron mis senos de manera brusca pero apasionada. Rasgó mi fina blusa y comenzó a chuparme los pezones con desesperación. Comencé a gemir involuntariamente, mi pecho se levantaba cada vez que él los succionaba. De repente, también rasgó mi falda y, con ella, las bragas que llevaba puestas. Sin aviso, introdujo su lengua en mi entrepierna, que estaba completamente depilada y mojada para él. Me abrí de piernas, dejando que él comenzara a explorarme. El deseo por Gerónimo me estaba volviendo loca. Solo enterraba mis dedos en su cabello y hundía su cabeza más hacia mí. Mis caderas se movían, rogándole que me poseyera por completo. —Julius, hazme tuya, por favor, hazme tuya—, supliqué mientras jadeaba de placer. —Eso es lo que quieres, ¿verdad?—, respondió, también jadeando. —Sí, eso es lo que quiero, que me hagas completamente tuya—, insistí. Me tomó en sus brazos y me subió a su escritorio, abriéndome de piernas. Se desabrochó el pantalón, y en ese momento, vi su m*****o tan cerca por primera vez. Mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que iba a salirse de mi pecho. Intenté tomarlo con mi mano, pero Julius no me lo permitió. En su lugar, comenzó a penetrarme con sus dedos mientras se masturbaba frente a mí. La excitación me consumía, pero no entendía por qué no me penetraba de una vez. Luego, se agachó y continuó con el sexo oral, mientras seguía estimulándome con sus dedos. No pude contener más el placer y me entregué completamente. No sé si él alcanzó el clímax al mismo tiempo que yo, pero se enderezó de inmediato y se dirigió a su lavabo personal. Lo vi lavarse las manos y organizarse la ropa. —Julius, hazme tuya—, insistí una vez más. —Aún no, preziosa—, respondió con firmeza. —Pero ¿por qué no simplemente me haces tuya?—, pregunté confundida. —Ya eres mía, preziosa. El hecho de que no te haya penetrado no significa que no lo seas. Es solo una forma diferente. Ya llegará el momento—, explicó. —Pero si vamos a vivir juntos, lo más lógico es que hagamos el amor como dos personas normales—, argumenté. —Querida, mi relación contigo no se basa en el amor romántico. Nos brindamos placer mutuo. Sin embargo, aún no considero adecuado que seas penetrada. Debes trabajar en tu apariencia y mejorar algunos aspectos. Ya te lo mencioné antes. Ahora, ve a recoger tus pertenencias y ven aquí. Esta noche, después del trabajo, nos mudaremos a tu nueva residencia—, expresó Julius con su característica franqueza. —Julius, como te habrás dado cuenta, no tengo absolutamente nada. Todo lo que tenía fue robado en el bar la otra noche, incluido el dinero que me prestaste y el que gané de los hombres—, le expliqué, esperando que entendiera mi situación. Julius me observó con confusión. —¿Y la ropa que llevabas puesta qué significa?—, preguntó, buscando una explicación. Me quedé sin palabras. No podía simplemente tomar lo que Ángel me había comprado y marcharme como si nada. Pero tampoco tenía más opciones. Mi mayor deseo era irme con Julius, pero solo tenía lo que estaba en la casa de su hermano. ¿Qué iba a hacer ahora? —Bueno, eso es lo que tenía puesto. No hay más que eso—, respondí directamente, sintiendo la presión de la situación. —Entonces, ve a comprar ropa nueva. Voy a llamar a Devora para que te acompañe—, decidió Julius, como si fuera la solución más evidente. —Pero no tengo dinero—, protesté, esperando que entendiera mi predicamento. —¿De verdad? Loraine, eres una periodista profesional, una exdirectora. ¿No tienes ahorros?—, preguntó, sorprendido por mi situación. —No entiendo por qué preguntas eso. No, no tengo ni un centavo. Mi exmarido congeló mis cuentas para pagar la manutención de mi hija. Ahora no tengo dinero—, expliqué, sintiendo un alivio cuando sacó una nueva tarjeta de su billetera. —Puedes usar hasta 500 de esta tarjeta, y luego me los devuelves—, dijo, ofreciéndome una solución. Rechacé la tarjeta con desdén, sintiendo una humillación abrumadora. Me sentí indignada por su actitud y en ese momento decidí retractarme de cualquier idea de estar con él. —No quiero tu dinero, Julius. Quédate con toda tu basura, no necesito nada de ti—, expresé con firmeza, sintiendo que mi dignidad estaba en juego. Él soltó una risa, cubriendo su boca con las manos. —Vaya, perdóname, eso no fue gracioso, ¿verdad? Toma la tarjeta y compra lo que necesites. Aquí está tu teléfono. Ya hablé con Devora para que te acompañe—, dijo, tratando de remediar su error con gestos de cariño. —Julius, eres despreciable—, murmuré, pero mis palabras parecieron caer en oídos sordos cuando él me abrazó y comenzó a besarme. —Te amo, preziosa—, susurró, conocedor de mi debilidad. —Yo también te amo, Julius—, respondí, sorprendiéndome a mí misma con esas palabras. Salí de su oficina con la tarjeta en la mano y noté a Ángel sentado en la mesa. Su expresión preocupada me hizo derramar una lágrima. Cuando se acercó, traté de parecer tranquila. —¿Estás bien, Loraine?—, preguntó con sinceridad. —Sí, Ángel, estoy bien—, respondí, aunque mis emociones estaban en caos. —¿Vamos al apartamento? ¿Te llevo?—, ofreció, pero una sensación de pesar se apoderó de mí. —No me voy contigo, Ángel. Es complicado...—, comencé, pero las palabras se atascaron en mi garganta. Hubo un momento de silencio incómodo. Ángel suspiró con pesar, apretando el entrecejo con frustración. —No sé por qué pensé que dejarías a Julius. No por mí, sé que no soy importante para ti. Pero me dijiste que lo harías por tu esposo y tu hija—, dijo con resignación, y sentí un nudo en mi estómago ante su decepción. —Ángel, yo...— —No tienes que decirme nada más Loraine— él se fue dejándome ahí sin decirle una sola palabra más, por la cara que me hizo, sabía que su corazón se había roto en mil pedazos, y con el suyo, una parte del mío, verlo irse me hizo comprender que, en el fondo de mi ser, también sentía algo especial por él, pero estaba ciega y confundida, manipulada por un ser infernal, que me gustaba, que lo que me ofrecía me llenaba de placer banal, y me hacía sucumbir hasta el alma. ¡Que equivocada estaba!
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