Capítulo 37 El infierno

1342 Words
Después del emotivo momento que había compartido con Ángel, solo me quedaba seguir adelante y hacer caso a lo que Julius me estaba pidiendo. Esperé pacientemente durante aproximadamente una hora hasta que Devora llegará para acompañarme a comprar ropa. Cuando entró, me sorprendió su atuendo. Estaba vestida de manera extremadamente provocativa, con un pequeño short que dejaba al descubierto gran parte de sus nalgas y un top que apenas cubría sus pezones. Su maquillaje era exagerado, y aunque nuestros cuerpos ahora llamaran la atención, no creía que fuera necesario ser el centro de atención en todo momento. —Hola, querida amiga. Desde la última vez que saliste de casa, no he sabido nada de ti. ¿Cómo estás?—, dijo mientras intentaba darme un beso en la boca, pero me aparté, ofreciéndole solo mi mejilla. —Estoy bien, Devora. ¿No trajiste un abrigo? Hace bastante frío estos días —respondí con un toque de sarcasmo. —No me gustan los abrigos. Además, este top me encanta, y a mi querido jefe también —Devora volteó a ver hacia un lado, y yo hice lo mismo. Allí estaba Julius, parado sobre el marco de la puerta de su oficina, contando unos montones de dinero. Cuando me vio, me lanzó un beso con la mano y me guiñó un ojo. Eso me gustó, no puedo negarlo, me hizo sentir importante. —Lo traes loco, amiga —me dijo Devora mientras me tomaba del brazo y salíamos del bar. —¿Crees que Julius pueda sentir algo especial por mí? —pregunté. —Claro que sí, Loraine. No ves cómo te trata. Julius por lo general no es así con todas las mujeres. Vamos, debemos comprar la ropa más sexy del lugar —respondió Devora con entusiasmo. Nos dirigimos a las tiendas más atrevidas que había en una zona específica de la ciudad, donde solo vendían ropa para mujeres como nosotras. Nada comparado con la que había ido el día anterior con Ángel. Por fortuna para mí, esa ropa era barata y un poco ordinaria. Y debido a la escasez de tela, pues no costaba tanto, así que pude comprar bastante. Toda era parecida: simplemente eran pequeños top que apenas cubrían los pezones y pequeñas minifaldas llenas de lentejuelas. Después de las desenfrenadas compras, regresamos al bar. Esa noche, pensé que iría directo a mi supuesto nuevo hogar con mi supuesto nuevo esposo. No sé qué estaba pasando por mi cabeza en ese momento. Mi idea de familia había cambiado drásticamente: de un hombre cariñoso, tierno y preocupado, y una hija preciosa que me necesitaba, a un bar y a un hombre de mal carácter como Julius. Era la personificación de todos los males posibles en la tierra, pero en ese instante, parecía no darme cuenta de ello. En el bar, él estaba sentado en su mesa especial, rodeado de un grupo de mujeres como a él le gustaban, todas voluptuosas, unas más que otras. Eso me hizo sentir terrible. Apenas me vio, me ordenó que cambiara la ropa que llevaba puesta, porque no estaba de acuerdo con lo que él quería. Como una tonta, salí corriendo y volví con un top que tenía forma de estrellas en los pezones, acompañado por dos finos hilos para sostenerlo, y una falda llena de lentejuelas doradas. Peiné mi cabello castaño hacia un lado, me apliqué una gran cantidad de labial rojo y me puse unas sandalias de unos veinticinco centímetros de alto. Parecía una prostituta del lugar, pero todo era por complacer a mi —amor—. —Preziosa, así es como quiero verte de ahora en adelante—, dijo mientras rozaba la punta de su nariz en mi cuello. —¿No crees que esta ropa es demasiado vulgar? — pregunté mientras encendía un cigarrillo. —No lo creo, preziosa. Les encantas a los hombres —respondió. Me giré para mirarlo, sorprendida. —Julius , entiende que no quiero gustarle a otros hombres. Solo quiero gustarte a ti, a nadie más, mi amor. ¿Por qué es tan difícil para ti entender eso? —le imploré. —Creo que eres tú quien no quiere entender muchas cosas, preziosa —respondió Julius , visiblemente ebrio y, sospechaba, también drogado, con los ojos enrojecidos y la voz entrecortada. Podía tener la apariencia de un mafioso millonario, con un cuerpo escultural y un rostro que podría tentar al mismísimo diablo, pero últimamente estaba mostrando su verdadero ser, y no era precisamente agradable. Era grosero, vulgar y ordinario. —Estoy muy cansada, Julius . Son casi las dos de la mañana, y quiero irme a dormir —le dije, esperando que entendiera mi agotamiento. Pero mi comentario pareció enfurecerlo. Golpeó la mesa con fuerza y me gritó. —¡Me importa una mierda si estás cansada, Loraine! Tendrás que acostumbrarte a la vida nocturna, querida. Porque de ahora en adelante, vivirás aquí, en el bar —anunció con furia. —¿Qué? ¡Pero tú dijiste que viviríamos juntos, Julius ! No quiero vivir aquí. Este lugar está lleno de prostitutas. Eso no fue lo que acordamos —respondí, sintiendo la desesperación crecer dentro de mí. Lo miré con furia, mis ojos se llenaron de lágrimas, mi corazón latía con fuerza. Solo unas horas atrás, me había dicho algo completamente diferente. ¿Cómo podía cambiar tan repentinamente? No podía entenderlo. —Claro, te dije que vivirías conmigo, pero en este lugar. Este será tu nuevo hogar. Yo vivo en la mansión de los Ricci, y allí no hay espacio para ti —explicó con frialdad. —¿No tienes un departamento de soltero? ¿No tienes independencia? —pregunté, sintiendo cómo la decepción me invadía. —Loraine, mi vida personal no es asunto tuyo. Creo que estás malinterpretando las cosas, mi amor. ¿Acaso pensaste que serías mi mujer o algo así? —respondió con desdén. —Julius , dejé todo por ti. No puedes hacerme esto —exclamé, sintiendo cómo el dolor y la frustración se apoderaban de mí. —¿Otra vez con esa historia? —se burló. Me levanté de la mesa, decidida a irme sin rumbo. Iba a volver a ponerme la ropa que Ángel me había regalado, pero Julius me tomó fuertemente del brazo y me sentó con rudeza en la silla, haciéndome gritar de dolor. —No te irás de aquí. Nunca más saldrás de este lugar, preziosa. Eres una joya invaluable, ahora eres mi mujer y tendrás que trabajar para mí —anunció con arrogancia. —¡No! ¿Qué estás diciéndome, Julius ? Me voy de inmediato. No puedes retenerme contra mi voluntad —protesté, sintiendo el miedo crecer en mi interior. —Claro que sí. Quiero mostrarte algo —dijo, acercándome a él. Sacó su teléfono del bolsillo, lo desbloqueó y mostró una imagen de la habitación de mi pequeña hija. El desgraciado la estaba vigilando. —¿Qué significa esto? —pregunté, sintiendo cómo el terror se apoderaba de mí. —Ahora trabajarás para mí. Serás una más en este club nocturno, vivirás aquí y existirás solo por mí. De lo contrario, enviaré a alguien a tu casa con un arma y haré que acabe con esa pequeña, y con tu exmarido. No quedará el recuerdo de nadie, Loraine Martins —anunció con despiadada determinación. —¡Eres un desgraciado! —grité, con la voz entrecortada mientras sentía cómo el mundo se desmoronaba a mis pies. —Lo sé. Siempre lo he sabido. Desde mañana, serás la principal en este lugar. Te quedarás con el 40% de las ganancias. Eres libre cuando completes un millón. Después de eso, podrás irte. Aunque estoy seguro de que no lo harás. Este mundo te pertenece —concluyó con desdén. Me senté, abrumada por el llanto. Me arrepentí de no haberme quedado con Ángel por la mañana. Me arrepentí de no haber ido a buscar a mi hija. Me arrepentí de todo el daño que les había causado a los míos. Mi único error había sido enamorarme de Julius Ricci.
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