Al salir del baño, encontré sobre la cama de Ángel una ropa deportiva un tanto anticuada para mis gustos, pero dadas las circunstancias, no podía exigir nada más. Me vestí, peinándome un poco con el peine de Ángel, y luego salí hacia la sala, donde me sorprendió verlo preparándome el desayuno.
—Sigue, Loraine. Es importante que desayunes saludable —me dijo.
—No deberías haberte molestado, Ángel. Muchas gracias —respondí.
—Te queda bien esa ropa —comentó, ofreciéndome una cálida sonrisa mientras desayunábamos en silencio. Él tenía una personalidad encantadora, y me pareció extraño que un hombre como él estuviera soltero. Tal vez no era completamente heterosexual, pensé.
—Estaba delicioso, de verdad lo disfruté mucho —agradecí, tras terminar.
—Me alegra que te haya gustado. No tengo muchas habilidades culinarias, pero trato de hacer lo mejor que puedo —dijo modestamente.
—Te quedó perfecto —reiteré.
—Bueno, cariño, ¿estás lista para ir de compras? —preguntó.
—No, la verdad me da vergüenza contigo. No es necesario, con que me hayas tendido la mano es suficiente —respondí, sintiéndome incómoda.
—¿Y qué piensas hacer? No me dijiste que no tienes un solo centavo, ¿y que no tienes a nadie que te ayude? Déjame ser quien lo haga, por favor —insistió.
—De verdad no hace falta, yo... —empecé a decir, pero entonces recordé que lo que él decía era completamente cierto. No tenía un solo centavo. Él simplemente tomó mi mano y me acarició suavemente, con una expresión de compasión, asintiendo con la cabeza.
—Ven, vamos a comprar al menos algunas prendas. Además, debes ir donde Julius para que te dé razón por tus pertenencias —su voz era tan suave que resultaba increíble que fuera hermano de alguien tan repudiable como Julius.
Nos montamos en su auto, un hermoso Porsche deportivo que, al subir, sentí como si hubiera entrado al mismísimo cielo por tanto lujo.
—¿Te gusta? —preguntó.
—Me encanta —respondí sin dudarlo.
—Bueno, me gusta coleccionar autos. Este es uno de los más sencillos. Con él, no llamo tanto la atención —explicó.
Rodamos por las carreteras cercanas hasta llegar a un hermoso almacén de ropa para mujeres. Aunque en los últimos días no había comprado nada decente, en esta ocasión, por ser un regalo, acepté comprar en una tienda semi formal.
Había ropa espectacular: vaqueros preciosos, blusas sensacionales, abrigos, zapatos, ropa interior, de todo tipo. Era evidente que solo mujeres con demasiado dinero podrían adquirir prendas allí. Ni siquiera cuando estaba casada me habría atrevido a comprar en un lugar así.
—Ángel, aquí es demasiado costoso. No tendría cómo pagar todo esto y no puedo dejar que lo pagues tú —expresé, preocupada.
—No te preocupes por eso. Me parece un buen lugar para comprar ropa. Para mí está bien. Elige sin problema —respondió Ángel.
La vendedora parecía haber escuchado sus palabras, ya que de inmediato comenzó a mostrarme toda la tienda. Ni siquiera me preocupé por mirar las etiquetas de precio, recordando que Julius me había dado su tarjeta dorada. Comencé a probarme prendas y a modelárselas a Ángel, quien encantado aprobaba todo. La ventaja de tener un cuerpo como el que ahora tenía era que todo me quedaba espectacular.
Empecé a seleccionar solo unas pocas mudas y le dije que era hora de pagar, pero él decidió que debía llevarlo todo: cantidades de ropa, accesorios, zapatos. Luego pasamos a otra tienda, donde me compró todo lo que una mujer necesita para vivir: lencería, maquillaje, artículos de aseo, de todo.
Me sentía afortunada, pues nunca nadie se había preocupado tanto por mí.
—Ángel, no sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mí —expresé con gratitud.
—Ya te lo dije, no es un compromiso, pero sería muy feliz si intentas cambiar tu vida. Por favor, estás a tiempo de hacer las cosas mejor —respondió Ángel.
—Lo intentaré —prometí.
Ángel me dio un fuerte abrazo, me ayudó a llevar las numerosas bolsas a su auto y regresamos a su apartamento. Muy amablemente, me las llevó al cuarto de huéspedes, que, aunque era más sencillo que el suyo, era un buen lugar para estar mientras reorganizaba mi vida.
—No voy a quedarme aquí por mucho tiempo, te lo juro. Solamente mientras consigo un empleo y empiezo de cero. Además, quiero recuperar a mi esposo y a mi hija, y, bueno, tal vez pueda volver a mi casa en algún momento —añadí.
Cuando mencioné esto último, Ángel me miró con nostalgia, pero no me refutó nada. De nuevo, me dio un abrazo, lo que fue más que suficiente para demostrarme que contaba completamente con su apoyo.
Y por increíble que pareciera, esa tarde nos quedamos juntos viendo películas, como si fuéramos un par de adolescentes. Aunque en algún momento entre nosotros hubo besos y caricias, Ángel jamás faltó al respeto y siempre conservó límites. Me parecía triste verlo solo como un amigo.
—Hum, tengo mucho sueño. Creo que me voy a ir a dormir —comenté.
—Sí, mañana es un día largo y hoy también lo fue. Además, no has descansado por completo, Loraine. Mañana te acompañaré para que vayas donde mi hermano a preguntar por tus cosas —respondió Ángel.
—No sé si quiera hacerlo. Además, con la cantidad de cosas que tú me compraste, es más que suficiente. Me gustaría saber por mis documentos. Tú sabes que soy extranjera. Allí tenía mi visa, mi pasaporte —añadí.
—Y tu teléfono, no entiendo cómo mi hermano está actuando como un verdadero niño pequeño —comenté frustrada.
—No hablemos más de eso, pues la que debió decir siempre que no desde el primer momento fui yo. Ahora debo hacerme responsable de las consecuencias de mis actos —respondió Ángel con seriedad.
—Está bien, de todas formas, te acompaño —dijo con comprensión.
—Ay, no sé qué hubiera hecho sin ti —me abalancé a sus brazos y le di un beso y un abrazo fuerte. Él no dudó en responder. Me encantaba que él fuera más alto que yo. Su cuerpo era fascinante y eso me sonrojó. Me separé de él, acomodándome mi blusa, y salí corriendo hacia la habitación...
Al siguiente día, muy temprano, me arreglé lo mejor que pude. Ángel también lo hizo. Estábamos dispuestos a ir al bar. Debía enfrentar a su hermano y teniendo su apoyo me sentía grande y poderosa. Así que simplemente, con su compañía, llegamos al lugar.
El bar ya estaba abierto como de costumbre, y Ángel sabía dónde estaba Julius. Ambos fuimos directo a su oficina, pero cuando estábamos a punto de golpear, un estúpido impulso me hizo detenerme.
—Espera, voy a hacerlo sola —dije con determinación.
—Loraine, no tienes que enfrentarlo sola de nuevo. No sabemos en qué términos está mi hermano. Me imagino que él ya debe saber que te fuiste conmigo —argumentó Ángel con preocupación.
—¿Y qué pasa con eso? Tú no eres mi amante ni mucho menos. Además, él no tiene por qué pedirme explicaciones, si es que tampoco tengo nada con él —respondí con dolor.
—Definitivamente entro contigo —insistió Ángel.
—Ángel, no. Ya hiciste demasiado por mí. Gracias. Lo haré yo sola. Te busco en cuanto salga —repliqué con determinación.
Ángel no tuvo más alternativa que dejarme entrar sola a la oficina de su hermano. Di dos toques en su puerta y esta se abrió. Julius estaba sentado en su gran silla, pero estaba dándole la espalda a la puerta. Yo la cerré y carraspeé mi garganta en señal de que ya estaba dispuesta a hablar con él.
—Por fin te dignaste a venir, Loraine —comentó con sarcasmo.
—Sí, vine porque quiero saber si se encontraron mis cosas. La ropa y esas cosas no me interesan, hablo de mi teléfono y mis documentos —respondí con firmeza.
Él se giró hacia mí, con una expresión de enojo. Sus ojos estaban oscuros y su mirada fría. Sacó una bolsa de su escritorio con mis pertenencias dentro y las arrojó sobre la mesa.
—¿Estos? —preguntó irónicamente.
—Sí, esos son —me acerqué al escritorio para recogerlos, pero él levantó la bolsa de nuevo, la guardó en el cajón y lo cerró con llave, sin decir una palabra.
—¿Qué pasa? Entrégame mis cosas, eso no te pertenece. Tú no eres nadie para tomar posesión de ellas —exigí con frustración.
—Loraine, Loraine, no sé quién te has creído. Pensaste que porque estuviste con mi hermano te ibas a zafar fácilmente de mí —respondió con desdén.
—Tu hermano hizo lo que tú nunca has hecho, ¡protegerme! —apreté los dientes con furia y lo miré directamente a los ojos. Estaba enojada con él, y lo que había hecho Ángel por mí revivía todo el dolor que Julius me había causado.
—Mira, Loraine, a mí no me importa lo que haya hecho ese idiota por ti. Me tiene sin cuidado. Si hay algo seguro en el juramento de mi familia, es que entre hermanos jamás vamos a pelear por una mujer. Así que no te creas importante —replicó con indiferencia.
—Yo no necesito que te pelees con tu hermano por mí. Lo que quiero es que simplemente me entregues mis cosas. Ya no quiero más de esto. Ya te lo había dicho el otro día. Tú me estás obligando en contra de mi voluntad a hacer lo que no quiero —insistí con frustración.
—¿En contra de tu voluntad? Tú sola te metiste en esto. Yo no te obligué a nada. Y sabes qué, Loraine, es mejor que no me digas una sola palabra más. Me estás poniendo de mal humor —respondió con brusquedad.
—No seas tan descarado, Julius. Yo soy quien está de mal humor contigo. No puedo creer hasta dónde llegan tus alcances de verdad —replicó con indignación.
Julius se levantó lentamente de su escritorio y se acercó a mí. Las manos me temblaban y comencé a sudar de inmediato. Estaba nerviosa, ansiosa. En el fondo de mi ser, rogaba porque no se me acercara.
—Loraine, la otra noche me demostraste lo salvaje que eres. Así que he decidido hacerte mi mujer. De ahora en adelante, no dejaré que ningún hombre te toque. Te voy a cuidar y te irás a vivir conmigo. Has pasado todas las pruebas —declaró con determinación.
Sus palabras me dejaron atónita. Jamás imaginé que saldrían de su boca. Siempre había querido escucharlas, desde que comenzó todo esto.
Comenzó a rozar su nariz por mi cuello. Las piernas me empezaron a temblar. Estaba débil. Toda la rudeza y determinación que tenía hacía unos instantes se había esfumado. ¿Por qué? ¿Por qué? No podía creer que Julius me estuviera haciendo esto. No podía dejarme más débil y sometida a sus pies. No podía seguir arrastrándome por completo.