Capítulo 3 Una futura perdición

960 Words
Sus profundos ojos no abandonaban mi mente, como si aquella única mirada hubiera penetrado en lo más profundo de mi ser y despertado una curiosidad ardiente en mí. Cada quehacer doméstico que realizaba, lo hacía con él en mente, lo cual me parecía sumamente ridículo, dado que apenas lo había visto una vez. Sin embargo, algo dentro de mí despertaba, una lujuria que hacía que mi entrepierna se estremeciera al recordar su esculpido cuerpo y su rostro perfecto. Me sentía tentada de una manera que nunca antes había experimentado. —¿Qué te pasa, cariño? Estás distraída esta noche —preguntó mi esposo. Sacandome de mis pensamientos —Es solo que hay mucho trabajo en el periódico, eso es todo. Gracias por ayudarme con Melany, eres un esposo maravilloso. Me siento muy afortunada de tenerte a mi lado —respondí mientras posaba mi mano sobre su entrepierna, comenzando a acariciarlo. Anhelaba satisfacer los deseos reprimidos que había despertado la visión en el gimnasio. Mi esposo mordió su labio inferior y me dio luz verde para continuar. Comienzo a acariciarlo fuertemente, y me subo sobre él para besarlo apasionadamente, me quito mi blusa frente a él y dejo mis pechos al descubierto, Emanuel solamente abre sus ojos, con mi mano empujo mi seno hacia su boca, y aunque él muy poco responde, no me dejo opacar mi momento, pues era yo quien llevaba el control, y sin preguntarle nada, me quito la tanga que llevaba puesta y empiezo a cabalgar sobre él, me dejo llevar por la emoción de mis pensamientos, mis caderas responden a la estimulación de mi flor, y comienzo a gemir como una gata en celo, mis movimientos cada vez eran más rápidos, haciendo que mi esposo también gimiera de placer, en unos cuantos minutos estaba teniendo el orgasmo de mi vida. —Querida, ¿qué fue todo eso? —Preguntó incrédulo, mi esposo yacía extasiado boca arriba, y yo, por supuesto, también estaba satisfecha. Era algo completamente extraño, ya que acababa de tener relaciones con mi esposo mientras pensaba en el físico de otro hombre. —Solo quería expresarte mi agradecimiento por todo lo que haces por mí, querido esposo. Te amo —respondí, cubriéndome con las sábanas hasta el cuello y apagando la luz, quedándome profundamente dormida. En los siguientes días, entre mi esposo y yo, solo había señales de amor y pasión. Seguía yendo al gimnasio regularmente, a veces con Greis y otras veces sola, ya que había descubierto el horario de los hermanos mafiosos y disfrutaba de la vista que ofrecían. Julius, en particular, llevaba unas camisetas que dejaban muy poco a la imaginación y unos pantalones cortos que resultaban su entrepierna. Aunque mi objetivo inicial era perder unos kilos, me di cuenta de que mi atención había cambiado. Disfrutaba yendo al gimnasio solo para ver al corpulento hombre, que de vez en cuando me lanzaba miradas. Aunque me avergonzaba, inflaba mi pecho para que él notara mis atributos. Aunque no tuviera implantes de silicona, no tenía nada que envidiarles a otras mujeres. —Disculpe, señorita, está realizando mal ese ejercicio y podría lastimarse —una voz gruesa y sensual susurra en mi oído. Mis piernas tiemblan y no quiero voltear para ver quién es, pero sé que debo hacerlo. Era él, Julius. —Oh, gracias. Tomaré eso en cuenta. Realmente no sé cómo hacerlo correctamente —respondo tímidamente. —Debe hacerlo de esta manera para que la posición de sus brazos soporte el peso muerto y evitar así una lesión. Permítame ayudarla —sudaba de la vergüenza. El mafioso me estaba enseñando cómo realizar un ejercicio. Julius me toma por la espalda y, como si abrazara mis brazos, me ayuda a levantar la pesa. Puedo sentir cómo su entrepierna roza la mía. Dios mío, esto me estaba volviendo loca. Estaba casada y tenía una hija; no podía permitir que esto continuara. —Así es cómo se hace. Muy bien, señorita —me instruye Julius después de corregir mi postura. Mis mejillas arden de vergüenza. Nunca antes un hombre que no fuera mi marido había rozado mi trasero, y esta vez fue la sensación más maravillosa que había experimentado en mucho tiempo. —Gracias. La próxima vez, tendré en cuenta la lección —le sonrío agradecida, sin querer mostrarle cuánto me había afectado su cercanía. —Mucho gusto, me llamo Julius Ricci. ¿Y usted? Es la primera vez que la veo por aquí —me extiende la mano y le doy la mía, recibiendo un beso sobre ella. —Soy Loraine Martins. Llevo poco tiempo viniendo al gimnasio —respondo. —Eso veo. Es usted una mujer encantadora —sus ojos recorren mi cuerpo lentamente, sin dejar un solo espacio. Me siento desnuda bajo su mirada, excitante pero también aterrador. ¿Qué pretendía él con esto? —¿Encantadora? ¿A qué se refiere? —pregunto, nerviosa. —Su físico es demasiado llamativo para mí. Es inevitable quedarme viéndola. No puedo hablar más de usted sin antes saber cómo es su forma de ser —sus palabras me ponen aún más nerviosa, me cuesta articular palabra. —Oh, gracias por sus halagos. Pero ahora debo irme —empiezo a recoger mis cosas, pero él me tomó del brazo y me acercó a él. —Me gustaría que nos conociéramos un poco mejor —dice. —Está bien, estaremos en contacto —respondo, tratando de escapar. Pero él insiste. —Quiero hablar contigo hoy mismo, si es posible —insiste. —Lo siento, Julius, pero debo ir a recoger a mi hija del jardín. Mañana nos vemos —digo, sacando la valentía que no tengo naturalmente, y salgo corriendo, dejándolo plantado allí. Mi corazón late con fuerza, como si fuera a salirse del pecho.
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