Capítulo 2 El día que la vida me cambió

1066 Words
Mire todo a mi alrededor, el gimnasio estaba lleno de gente atlética, parecían salidos de revista y yo ni siquiera sabía manejar una trotadora, era terrible el asunto, suspire resignada, tomé mi botella de agua y mire a Greis. —Quiero irme de aquí Greis, no me siento bien— le dije a mi prima mientras ella hacía una sesión con sus pesas —Oh, por favor, cariño. Todos los que están aquí alguna vez estuvieron en tu lugar, con unos kilos de más. Además, eres preciosa tal como eres. Mira a todas estas mujeres a tu alrededor, llenas de silicona por doquier —Greis intenta consolarme. —¿Piensas que sería más sencillo someterme a una cirugía? —inquirí con un tono sarcástico. Mi esposo no lo aprobaría y mi madre, arraigada a la Fe católica, tendría un colapso. Decían que las mujeres que optan por intervenciones quirúrgicas en nuestra localidad lo hacían solo para agradar a la "Familia", la organización mafiosa italiana que tenía el control absoluto. En nuestro pueblo solo existían dos categorías de familias influyentes: las como la mía, que habían alcanzado su estatus con dedicación y esfuerzo, y la otra, descendiente de la mafia italiana, que dominaba todo. Se ocupaban de los mayores movimientos de capital del país y, aunque era un secreto a voces, nadie se atrevía a mencionarlo, temeroso de las represalias. —No, mi querida, en tu caso es más conveniente controlar la dieta y hacer ejercicios. Además, mira, solo serán unos 2 o 3 kilogramos. En dos meses, estarás espléndida. Venimos de una estirpe de mujeres bellas —mi prima me guiña un ojo y sonríe, lo cual me anima. Tiene razón, solo tengo algunos kilos de más, nada que no pueda remediar. Al terminar el entrenamiento de ese día, regreso a casa exhausta. Me llena de dicha encontrarme con mi pequeña hija y mi esposo. Al llegar, ya está lista la cena, y mi corazón palpita de amor por ellos. —¿Cómo te fue en el gimnasio? ¿Tienes pensado volver? —me pregunta Emanuel con ternura, arqueando una ceja. —Estoy bastante fatigada, pero creo que sí regresaré, cariño. Tengo unos kilos extra, o bueno, tres. Creo que me sentiré mejor si los elimino —respondo. —Está bien, mi amor. Yo me encargaré de la niña mientras tú te ejercitas. Te quiero mucho —Emanuel es increíblemente atento y un buen esposo, pero sé que algo en mi interior no me permite amarlo con la misma intensidad. Me siento restringida en muchas áreas que, de una forma extraña, siento que necesito explorar por mi cuenta... Y eso lo descubriré más adelante. Durante los días siguientes asistía arduamente al gimnasio, y el cansancio estaba acabando conmigo, entre el trabajo, mi familia y el entrenamiento mi cuerpo estaba cobrándome factura y no deseaba volver. —Greis, lo siento, esto no es para mí, creo que me resignare a seguir con mis kilos de más, además me siento muy bien, así como estoy— a decir verdad, yo era una rubia de 26 años, alta, acuerpada, de proporciones pequeñas, pero bien puestas, solamente me molestaba la textura de mi vientre, pero era normal en una mujer despues de tener hijos. —Oh no, eso no puede ser, no puedes rendirte ahora. Mira lo hermosa que estás quedando. Más bien, anímate. Habla con Emanuel para que te apoye más, o incluso contrata a alguien que te ayude en casa. ¡Haz lo que sea necesario, pero no puedes dejar de venir! —insistió mi prima con vehemencia. Aunque sus palabras resonaban en mi mente, aún no tenía motivos suficientes para regresar al gimnasio. Sin embargo, justo en ese momento, dos hombres espectaculares irrumpieron en el lugar, como si hubieran salido directamente de una portada de revista de modelos. Todos los presentes, incluyéndome a mí, nos quedamos boquiabiertos al verlos. Mi mirada se posó en uno en particular, un verdadero adonis que parecía haber sido esculpido por los dioses griegos. Con su piel morena, sus imponentes bíceps y sus músculos perfectamente definidos, era evidente que tenía ascendencia italiana, al igual que la mayoría de nosotros en la ciudad, descendientes de inmigrantes extranjeros. Nunca antes había visto a alguien tan impresionante. —¡Loraine, despierta! —mi prima me sacó del trance con un grito estruendoso. —¿Qué sucede? —pregunté aturdida. —Cierra la boca y deja de mirar —me advirtió. —¿Mirar a quiénes? —intenté fingir inocencia, pero en realidad estaba actuando como una completa idiota. —A los Ricci, los recién llegados. Sí, son impresionantes, pero también son peligrosos. Son los hermanos de la mafia. Ese por el que te quedaste embobada es Julius, el menor. Dicen que su belleza extraordinaria fue producto de un pacto con el diablo. Son la encarnación misma del mal. —Bueno, si el diablo me quiere llevar, que me lleve. Pero solo estaba mirando, ya sabes, no suelo salir mucho y no se ven hombres como él todos los días. —¡Ten cuidado con lo que miras! Ese hombre significa peligro. Vámonos, el ambiente se está volviendo tenso —Greis me pasó una toalla para que me secara el sudor. De repente, me di cuenta de que Julius me estaba observando. Sus oscuros ojos estaban fijos en mí. Mi rostro palideció y sentí un escalofrío recorrerme. Después de lo que mi prima me había contado sobre ellos, lo último que quería era ser el blanco de su atención. Así que recogí mis cosas y salí corriendo junto con Greis, sintiendo una risa traviesa burbujear dentro de mí. ¿Cómo había podido pensar que ese hombre se fijaría en mí? Aunque era hermosa, estaba segura de que no era el tipo de mujer que le gustaría a un mafioso. Mi subconsciente me había jugado una mala pasada, haciéndome creer que ese hombre me estaba mirando. ¡Qué ingenua! Esa tarde, al llegar a casa, estaba convencida de que había sido una tontería lo que había ocurrido en el gimnasio. Había corrido asustada por la presencia de dos hermanos mafiosos que parecían sacados de una revista de moda, más que por un verdadero temor. No estaba segura si había sido por miedo real o simplemente porque todas las mujeres parecían acercarse a ellos buscando aceptación. En cualquier caso, me sentía ridícula por haber reaccionado de esa manera.
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