Mis ojos se humedecieron. Me sentí totalmente avergonzada, sintiendo la mirada de todos los hombres del bar sobre mí mientras me retiraba.
—¡Qué mujer tan espectacular! ¡Tu actuación fue increíble! —oí a un hombre detrás de mí.
—Tienes unos senos hermosos. ¿Te gustaría pasar la noche conmigo, cariño? —Un desconocido me agarró del brazo y me atrajo hacia él.
—¡Déjala en paz! No te atrevas a hacerle daño —la voz de Ángel resonó tras de mí. Aunque no éramos íntimos, le agradecí lo que estaba haciendo por mí en ese momento.
—Está bien, no se preocupe, señor —el hombre me lanzó una mirada despectiva y se fue.
—No necesito que intervengas —le dije bruscamente mientras me dirigía rápidamente hacia el estacionamiento del local. Sentí que él me seguía.
—Loraine, por favor, espera —me llamó.
—¿Qué quieres, Ángel? ¿Quieres avergonzarme como lo hizo tu hermano? ¡Él cruzó la línea! Me expuso ante la mirada de un montón de hombres desagradables, me humilló.
—Por favor, cálmate. No quiero que te sientas así. Es obvio que lo que hizo mi hermano fue despreciable, pero debes entender que tú aceptaste las condiciones que él te propuso.
—¿Qué estás sugiriendo? ¿Qué es mi culpa que tu hermano, además de ser un mafioso desquiciado, sea un pervertido?
—Loraine, entiendo que estés enojada, pero por favor, necesitas escucharme. ¿Podemos hablar en otro lugar? No es seguro que sigas aquí, y mucho menos que vuelvas —me dijo Ángel con calma.
—No quiero hablar contigo, Ángel. No quiero tener nada que ver con ustedes, los Ricci, nunca más —respondí con firmeza.
—Precisamente por eso necesito hablar contigo. Estás a tiempo de liberarte de mi hermano. Conozco sus tácticas deshonestas, y él no descansará hasta que hagas todo lo que te ordene. Este es el momento de escapar —insistió Ángel.
—¿Escapar? No tengo motivo alguno para huir de tu hermano. No he cometido ningún crimen y no soy su enemiga. Si él pregunta por mí, porque al parecer eres su mensajero, dile que puede hacer lo que le plazca, pero que no se atreva a lastimar a mi familia, porque entonces sí que se las verá conmigo —mis palabras salieron más duras de lo que pretendía. No entendía por qué le decía esas cosas al hermano de Julius, sabiendo que también estaba inmerso en el mundo de la mafia. Estaba poniendo en peligro mi vida y la de mi familia por un arrebato impulsivo.
Ángel me miró con una sonrisa burlona antes de que me marchara. Era obvio que se estaba divirtiendo a mi costa, burlándose de mi forma de hablar y de mi situación. Pero ya no podía hacer nada al respecto.
Tuve que detenerme en una tienda para usar el baño público. Me sentía hecha un desastre. A pesar de haberme cambiado de ropa, sentía como si el olor a sexo sucio y pecaminoso me impregnara. Eso era todo lo que Julius me ofrecía, y ni siquiera me permitió ser completamente suya. Tal vez esa era la fuente de mi frustración, el hecho de no haberme quedado en sus brazos.
Por otro lado, me preguntaba por qué Ángel mostraba interés en mí. Tal vez sentía compasión, aunque no quería averiguar por qué. Seguramente sus anteriores compañeras habían tenido un destino funesto, enterradas en algún lugar apartado.
Al llegar a casa, las lágrimas brotaron de nuevo. Estaba sumida en una tristeza abrumadora. Mi esposo ya estaba dormido, al igual que nuestra hija. Cuando me metí en la cama, Emanuel se giró hacia mí con un tono de voz cargado de furia.
—¿Qué te pasa, Loraine? Últimamente te comportas de manera extraña. No es normal que llegues tan tarde a casa. Pregunté a tu prima si estabas con ella en el gimnasio, pero me dijo que no. Necesito saber qué está pasando contigo. Somos un matrimonio y debemos hablar —me enfrentó.
Admiraba su paciencia y delicadeza al abordar el tema. Siempre había sido ese hombre cariñoso y comprensivo que me cautivaba con sus gestos. Me dolía en el alma estar traicionándolo de esta manera.
—No pasa nada, mi amor. Salí esta noche con una amiga del trabajo a tomar una copa y olvidé avisarte. Pero eso no volverá a ocurrir, te lo prometo, querido —mentí, tratando de ocultar la verdad.
—Sea lo que sea que esté sucediendo en tu vida, es importante que me lo digas. Soy tu esposo y puedes confiar en mí —insistió. Emanuel siempre actuaba de manera racional y comprensiva. Si había una mujer afortunada en el mundo con un hombre como él, era yo. Su amor era incondicional y sincero, y eso me conmovía hasta lo más profundo.
—Lo sé, sé que siempre puedo contar contigo en cualquier situación. Ahora vamos a dormir. Te prometo que todo volverá pronto a la normalidad —le digo con un suave beso en los labios mientras él acaricia mi rostro. Aunque mi esposo mostraba deseos de intimidad esa noche, mi corazón y mi dignidad estaban destrozados, así que me negué, aduciendo cansancio. Me abracé a él en busca de consuelo y dormí arrullada en sus brazos como una niña pequeña.
Al día siguiente, decidí quedarme en casa con mi esposo y mi hija. Era un buen momento para intentar reparar el daño que les había causado y, quién sabe, borrar las huellas de las terribles acciones de los días anteriores.
—Mi amor, hoy voy a cocinar para ustedes. ¿Qué se te antoja? —me aferré a su cuello y le di un beso en los labios.
—Se me antoja algo así como una carne deliciosa, blanca y suavecita —me sorprendió su respuesta, pues ese plato no lo conocía.
—¿A qué te refieres? —le respondí con una mirada coqueta.
—Pues que lo único que se me antoja hoy eres tú. Mi madre se quedará con la niña este fin de semana y nos dará un espacio de privacidad para que nos vayamos de viaje a cualquier pueblo. Desde que llegamos a este país, no hemos hecho más que trabajar, y creo que nos merecemos un descanso —explicó con entusiasmo.
—¡Claro que sí, amor! Me encantaría. Entonces, ¿qué tenemos que hacer? —pregunté emocionada.
—Solo prepara un buen bikini, porque en unos treinta minutos mi madre llegará por la niña. En cuanto se la lleve, saldremos de viaje —anunció con una sonrisa.
Le sonreí a Emanuel y seguí adelante, preparando las maletas para nuestra hija y para nosotros. Cuando mi suegra se llevó a la niña, emprendimos el viaje. Estábamos a mitad de camino cuando recibí un maldito mensaje de texto en mi celular.
«¡No te pongas a jugar conmigo, señorita Martins! No creas que te vas a librar tan fácilmente de mí. Disfruta este fin de semana con tu esposo, pero tienes una misión»
El mensaje me puso nerviosa de inmediato. Emanuel se dio cuenta, a pesar de que estaba conduciendo.
—¿Qué te pasa, querida? Te ves pálida. ¿Quieres que paremos en algún lugar? —me preguntó preocupado.
—No, mi amor, son solo asuntos de la oficina que surgieron de último momento. Pero no voy a permitir que arruinen nuestros planes. Vamos directo a nuestro destino —le aseguré con una sonrisa, y él continuó conduciendo.
Bloqueé el número del que Julius me había escrito y lo dejé en visto. Pensé que eso sería el fin, pero veinte minutos más tarde, cuando creía que ya no recibiría más mensajes, llegó otro.
«¡No creas que simplemente bloqueando mis números te vas a librar de mí! No tengo problema en enviarte mil mensajes desde mil números diferentes. Tienes una misión para tu pequeña luna de miel.»
Este individuo sabía demasiado sobre mí, pensé con frustración.
—Amor, necesito chatear un poco con algunas personas del trabajo. ¿Te importa si hablamos en un par de minutos? No quiero distraerte mientras conduces —le dije a Emanuel.
—Claro, cariño. Además, como tú dijiste, estoy conduciendo. Habla tranquila con quien necesites —respondió él con amabilidad.
Le sonreí y me concentré en el teléfono, escribiendo lo más rápido que pude.
«¿Qué quieres? Déjame en paz. No quiero tener nada que ver contigo. Esto fue un error, uno tan grave que nunca se volverá a repetir.»
No pasó mucho tiempo antes de que recibiera su respuesta.
«Sé que te gusto, por eso hay una próxima misión para ti. No tienes opción de decir que no. Si no completas la misión en un plazo máximo de veinticuatro horas, tu querido esposo recibirá en su correo electrónico el hermoso video que compartí con mis amigos en el bar»
Mis mejillas ardían de ira. Por un momento, olvidé que estaba en el auto con mi esposo y dejé escapar una maldición en voz alta.
—¿Pasa algo, querida? —me preguntó Emanuel, sacándome de mis pensamientos. Tuve que improvisar rápidamente.
—Es solo que la gente del trabajo puede ser muy estúpida, amor. Pero ya estoy resolviéndolo —respondí, y él me miró extrañado, pero siguió conduciendo.
«¡Eres un desgraciado. Según tus términos, ¿cuál es mi misión?» le escribí furiosa.
«Debes grabar cada vez que tengas sexo con tu esposo y enviármelo. Pero no será un sexo normal como cualquier noche. Debe ser algo especial, que me guste y me excite, y me anime a seguir jugando contigo. Recuerda, tienes 24 horas»
No era una solicitud descabellada, pero sí molesta. ¿Cómo iba a grabar a mi esposo sin su consentimiento? Además, ¿qué pensaría de mí si me veía envuelta en algo tan perturbador? Estaba atormentada por los pensamientos.
Por el resto del camino, fingí estar dormida. No quería hablar con él. Solo estaba pensando en cómo complacer al mafioso.