Guardé silencio mientras observaba cómo la noche llegaba a su fin en aquel bar de mala reputación. Una de las chicas me condujo hacia las habitaciones. No tenía ninguna preferencia, así que me tocaba compartir camarote con ellas, junto a las mismas sábanas sucias. A esa hora, los cuartos se impregnaban de malos olores, especialmente el humo del cigarrillo, aunque el aroma a alcohol y sexo tampoco se quedaba atrás.
—¡Eh, tú! Esa es mi cama, ¡fuera de ahí! —una mujer joven se me acercó, amenazándome con una navaja afilada.
—Lo siento, no sabía que era tu cama —respondí, nerviosa.
—Me da igual si lo sabías o no, ¡fuera de aquí, idiota! —
Me levanté temblando, con los ojos llenos de lágrimas. Otra mujer me miró compasivamente y me hizo señas con el dedo. Me acerqué lentamente.
—¿Eres nueva, verdad? —preguntó con voz suave.
—Sí, supongo.
—No te preocupes. Yo también soy relativamente nueva. Llevo apenas cuatro meses, pero ya me he acostumbrado a este tipo de vida. Mira, esta cama está libre. Si quieres, puedes acostarte ahí.
La cama apenas tenía una sábana sucia, y el frío de esa noche era intenso. Sabía que mis huesos se congelarían, pero entre todas las cosas que había comprado, no se me ocurrió adquirir una pijama abrigada. Eso me hizo recordar los hermosos edredones que tenía junto a Emanuel o la adorable ropa de dormir de ositos que me había regalado Ángel.
Así que me eché a llorar.
—No llores, aquí no vale llorar. Te acostumbrarás, yo tengo una cobija de sobra. Te la puedo prestar por unos días, y luego podrás comprarte una propia —la mujer también era extranjera, pero latina, por sus rasgos morenos y su acento cubano.
—Es que... no sé ni siquiera qué estoy haciendo aquí. Estoy en contra de mi voluntad. No quiero estar aquí —me lamenté.
—Ninguna de nosotras quiso esto. Fue Julius quien, con mentiras, nos encerró aquí. Mucho gusto, soy Diana —respondió ella.
—Yo soy Loraine, pero puedes llamarme Eli.
—Qué bonito nombre tienes. Ven, vamos a dormir. Mañana habrá tiempo para hablar —me dijo, intentando reconfortarme.
Apenas incliné la cabeza con dolor, sequé mis lágrimas y acepté la cobija de Diana. Me envolví en ella, aunque me sentía fatal. No pude conciliar el sueño. Jamás imaginé dormir en un ambiente así, y mucho menos pensé que terminaría siendo víctima de trata de blancas. El único que podría ayudarme era Ángel. Le rogaba al cielo que al día siguiente me lo encontrara y pudiera pedirle ayuda. No pegué el ojo en toda la noche, no solo por el frío, sino por el ambiente tan pesado en el que estaba viviendo. Ya era el amanecer cuando llegaron unos gorilas que cuidaban el lugar y nos despertaron a la fuerza.
—A bañarse, señoritas. Deben ir al gimnasio a hacer ejercicio —anunció uno de los hombres que custodiaban el lugar.
—¡Qué estúpido! Déjanos dormir, anoche nos acostamos tarde —refutó una de las mujeres que dormía en el lugar. Éramos incontables; no podía precisar cuántas éramos, pero estimaba que éramos unas veinticinco.
Apenas podía mover el cuello del dolor que sentía, mis ojos estaban rojos y dilatados.
—Tienes una cara fatal. Debes aplicarte suficiente maquillaje, o Julius te castigará —me dijo Diana, mirándome con compasión.
—¡Que se atreva ese hijo de...!
—Eli... Todas estábamos, así como tú, convencidas de que por algún error fatal llegamos aquí. Mira, yo soy médico veterinario. Llegué a Italia de viaje, solo de paseo. Esta ciudad me llamó mucho la atención por sus paisajes y la calidad de su gente, pero sobre todo por las tierras preciosas. Cuando llegué, lo primero que conocí fue a Julius . Él me pretendió y me hizo creer que estaba enamorado de mí, que me llevaría a la cama. Me sedujo muy rápido. De repente, en una noche loca, perdí mis documentos.
—¿Qué? —no podía creer lo que estaba escuchando.
—Sí. Entonces le dije que quería regresar a mi país, que ya no quería estar en Italia. El muy desgraciado quemó mi pasaporte y me hizo pasar por ilegal. No contento con eso, me denunció y dijo que yo le había robado más de un millón de dólares siendo su empleada. Una mujer que está a su servicio sirvió como testigo. Y bueno, aquí estoy.
—Lo siento mucho —respondí sinceramente.
—Tranquila, mujer. Ya he pagado 150,000 de ese millón —dijo Diana de forma sarcástica.
En ese momento comprendí que nada de lo que él había dicho era cierto. Jamás fui especial para él, nunca sintió nada por mí. Solamente era su estrategia para captarme como si fuera una res. No entendía cuál era el objetivo de captar mujeres en contra de su voluntad, si por el mundo, lo que podía hacer era encontrar mujeres para que ejercieran la prostitución sin necesidad de obligarlas.
—¿Y Ángel? ¿Qué hizo contigo? —pregunté, esperando encontrar alguna pista de esperanza.
—¿Quién es Ángel? —me respondió Diana, visiblemente confundida.
—Su hermano. ¿No conoces a su hermano?
—No, aquí la mayoría conocemos solo a Julius . Sabemos que tiene un hermano, pero ni idea de quién sea. No nos permiten relacionarnos con nadie que no sea de aquí. Ven, vamos. Debemos ir a las duchas. Aquí es como si estuviéramos en el ejército.
Sus palabras terminaron de quebrarme por completo. Para Ángel, sí fui importante. Mi última y única oportunidad de salvarme de la miseria en la que se había convertido mi vida, la dejé ir solo por estar persiguiendo ilusiones.
Tenía que pedirle ayuda, estaba dispuesta a hacer lo que fuera por salir de allí.