Capítulo 39 Todo pasa por mis malas decisiones

1765 Words
—Diana, ¿qué debo hacer ahora? —pregunté, con los nervios a flor de piel. Parecía como si fuera la primera vez que me enfrentaba a alguna experiencia extraña en el ámbito s****l. —Bueno, necesitas lucir sexy para empezar a trabajar. Cuanto más dinero ganes esta noche, más rápido saldrás de tu deuda. Así que primero que nada, ponte la ropa más llamativa que tengas. También vamos a cambiar el color de tu cabello. Aquí en este lugar, les encantan las rubias, así que eso es lo que vamos a hacer —respondió Diana con decisión. —Pero aquí no tenemos los medios para hacerlo —objeté. —Corrección, tú no tienes los medios para hacerlo. Una de las chicas tiene una especie de tienda, ella nos puede prestar la pintura para el cabello hasta que trabajes esta noche. Así que le pediré a ella. Bueno, yo se lo pediré. Ya regreso —anunció Diana antes de alejarse. Diana se acercó a una mujer un poco mayor. Ella guardaba bajo su cama un cofre, del que quitó un candado, como si allí conservara un tesoro. Sacó varias cajas de tintura y le ofreció una a Diana, quien regresó hacia mí con una sonrisa. —Listo, preciosa. Un rubio está en camino para ti —anunció Diana con satisfacción. En un par de horas, mi nuevo aspecto estaba listo. Me sentía como otra persona. Tan solo tres meses atrás, era una morena insípida, delgada, con el cabello liso n***o hasta la cintura. Ahora tenía curvas exuberantes, era rubia y llevaba un corte de cabello llamativo hecho por una peluquera improvisada. No me veía mal, pero era una lástima que todo esto fuera solo para trabajar en un empleo que nunca hubiera elegido. Cuando el bar abrió sus puertas para el turno de la noche, mi corazón empezó a palpitar con fuerza. Era mi primera noche y deseaba con toda mi alma que fuera la última que pasara en ese lugar. Mi primera mirada fue hacia la mesa especial de Julius. El desgraciado lucía impecable esa noche, como si hubiera descansado de maravilla. Llevaba una camisa azul platinada, con el último botón desabrochado, su cabello estaba perfectamente peinado y su barba recién arreglada. Esa noche optó por un pantalón de drill que se ajustaba a su cuerpo, resaltando sus músculos. Era como si fuera un nuevo hombre, muy diferente al Julius de la noche anterior, el Julius del que me había enamorado. No sé por qué razón me dejé llevar por mis instintos y me acerqué a él, aunque apenas había pestañeado en toda la noche y me sentía casi dopada. Sin embargo, lucía como una diosa. Me dirigí directamente a su lado y, como si fuera una gata en celo, rocé su brazo. —Buenas noches, Gerónimo. Te veo de mejor ánimo esta noche —dije, tratando de mantener la compostura. —¡Preziosa! —me saludó con su encantador acento italiano. —Espero que la decisión que tomaste anoche haya sido solo un error —le dije mientras le tocaba la mejilla con suavidad, ilusa al pensar que, siendo una mujer profesional y de mi calibre, tendría algún tipo de privilegio con él. —Claro que no, querida. Fue una de las mejores decisiones que he tomado en este negocio. Pero mírate, estás deslumbrante esta noche. Ese color de cabello te queda increíble. De hecho, creo que es hora de que empieces a saldar tu deuda conmigo. Ven —dijo, tomándome firmemente del brazo y dejándome sin palabras, mientras me tambaleaba con cada paso. —Pero Julius, ¿a qué te refieres? Yo no te debo nada. ¿De qué estás hablando? —balbuceé, sintiendo un nudo en la garganta al darme cuenta hacia dónde me llevaba. —No empieces, Loraine. Realmente me molesta lo que estás haciendo —respondió con firmeza. Tragué saliva al ver hacia dónde nos dirigíamos. Nos acercábamos a una mesa abarrotada de hombres, todos mucho mayores que él y que yo, algunos obesos, otros no tanto, pero todos con expresiones lascivas y deseos oscuros. Cuando me vieron, comenzaron a murmurar entre ellos y a lanzar comentarios vulgares. Al llegar a la mesa, las risas y los comentarios despectivos sobre mi apariencia no se hicieron esperar. —Señores, buenas noches. Les presento a esta preciosa, la nueva joya del bar —anunció Julius con un gesto de mano hacia mí. —Señorita, su rostro me resulta familiar. Tiene cara de banquera —comentó uno de los hombres, luciendo un traje elegante y costoso. —No, no, no tiene cara de economista —intervino otro entre risas. —¡Exacto! Ella es ingeniera —añadió uno de los hombres, visiblemente ebrio. Y así, todos empezaron a burlarse de posibles profesiones, hasta que al unísono declararon: —¡Bingo! Ella es una puta —exclamaron, seguidos de risas y brindis con sus tragos. Julius se unió a la risa colectiva, haciéndome sentir la mujer más desdichada del lugar. De repente, sentí un pellizco en mi brazo. —Ríete, Loraine. Estos hombres pueden dejarte bastante dinero esta noche —susurró Julius, instándome a fingir una sonrisa. Con apenas un rictus en mis labios, me senté al lado de uno de los hombres. Todos empezaron a hacer chistes sobre mi apariencia, sacando billetes y ofreciéndomelos, todo con tal de que aceptara sus groserías y permitiera sus toques. —Te ofrezco 20 y te sacas la falda —me dijo uno de los hombres. Lo miré indignada. 20 en mi opinión era una oferta muy baja. Si las cosas seguían así, ¿en qué momento iba a recoger el dinero para Julius? —Dame más, cariño —le dije, intentando mantener la compostura. —Te doy 22, cariño. No te daré un centavo más. Si estás de acuerdo, perfecto. Pero dudo que ninguno de mis amigos esté dispuesto a darte un solo centavo más. ¿Lo tomas o lo dejas? —respondió con firmeza. Apreté los labios con ira. Hasta ese momento, me había visto obligada a humillarme hasta lo indecible y apenas había ganado lo que normalmente obtendría en una hora de trabajo como periodista. ¡40! Me levanté y ni siquiera fui capaz de hacer un baile erótico o algo por el estilo. Simplemente desabroché el botón y dejé que la falda cayera ante sus ojos, quedando solo con la diminuta tanga que llevaba puesta. Todos me miraron y empezaron a lanzar comentarios obscenos, así que ahí entendí que todo dependía de mí. Si quería ganar dinero, era yo quien tenía el control de la situación. —No me toquen. Si quieren tocar, tendrán que pagar —advertí, dando una vuelta para mostrarles mi cuerpo. Como estaba recién operada, estaba impecable. Todos empezaron a reaccionar como bestias, así que decidí aprovecharme de eso. Por fin empezaron a llover los billetes. Por cada caricia que recibía en el trasero, les pedía 10 dólares. Si querían ir más allá, les pedía 20. Y si se atrevían a intentar algo más íntimo, como meterme un dedo entre las piernas durante un minuto, les exigía 50. Juraría que sentía asco de cada uno de esos viejos desagradables, pero no me di cuenta de que ya había acumulado casi dos mil dólares. Eran las dos de la mañana y los tipos estaban completamente borrachos después de una noche de consumo excesivo de alcohol, dejándome una buena comisión por eso. Cuando los hombres finalmente se marcharon y yo me sentí extrañamente satisfecha porque, para ser mi primera noche, las cosas habían salido supuestamente bien, mi verdugo apareció acechando. —Preziosa, qué bien te ha ido esta noche. Ven aquí con el dinero —me dijo. —Sí, claro. Espera un momento, ya te regreso lo que te corresponde. Tenemos un trato —respondí con cautela. Julius me miró y me sonrió. —El que cuenta el dinero soy yo, Loraine, no tú —dijo Julius con brusquedad. —¿Qué? ¡Claro que no! Voy a contar mi propio dinero. No quiero que no me entregues completa mi parte. Así que espera —respondí, sacando el dinero de mi cartera. Pero antes de que pudiera siquiera empezar a contar, sentí una bofetada en la mejilla. Julius acababa de plantarme un fuerte golpe que resonó en toda mi cara. Un pitido invadió mi oído y sentí cómo la sangre comenzaba a correr por mi nariz. —El que cuenta el dinero, soy yo —dijo con frialdad, metiendo la mano en mi cartera y sacando todos los billetes. Contó algo de dinero y me lo arrojó a los pies como si fuera una limosna. Enderecé la espalda, tratando de recuperar el aliento. Cuando levanté la mirada, vi a Ángel recostado contra una pared del bar, con los brazos cruzados y una mirada de completa decepción. Quise correr hacia él. —Ángel, por favor, ven, Ángel —llamé, desesperada. Él se giró pero no me dirigió ni una palabra, simplemente me miró fijamente. —¿Qué quieres? —preguntó con frialdad. —Ayúdame, por favor —imploré mientras intentaba contener la sangre que seguía brotando de mi boca, pero la voz se me trabó al sentir que un diente se desprendía y caía de mis labios. —¿Estás bien? —preguntó Ángel con preocupación. —No mucho, pero sé que fui yo quien buscó todo esto —respondí con pesar. —Loraine, no sé si en este momento pueda ayudarte. Tú ya firmaste tu sentencia con Julius. Yo podría haberte ayudado hasta el momento en que estuviste en mi casa, cuando viniste a la oficina de Julius y recogiste tus cosas. Hasta ahí, podría haber intervenido, porque podía hablar con mi padre y decir que tú eras mi novia o algo así. —¿No puedes hacerlo ahora? —pregunté con esperanza. —No. Aunque no firmaste un contrato, ya estás en la lista de las mujeres propiedad del bar. Esto es una maldita mafia. Mi padre está de acuerdo con todo esto y tú eres una de las mujeres de Julius. Ya no puedo hacer nada por ti. —Ángel, perdóname, por favor —supliqué con lágrimas en los ojos. —Yo no tengo nada que perdonarte. Debes perdonarte a ti misma. Sin embargo, déjame pensar qué puedo hacer por ti. Mira cómo esa bestia te ha dejado —me miró con compasión. En lo profundo de su corazón, aún me quería, pero también sentía un leve resentimiento. Me aseguraría de que ese resentimiento se convirtiera en un sentimiento positivo para que pudiera rescatarme de ese horrible lugar.

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