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1324 Words
Evelyn camina animada por los caminos sinuosos y nevados de la montaña, cerca de su hogar –más bien justo a mitad de camino entre la ciudadela principal y la mansión Coll- se halla la villa donde los Parias se han asentado; tras la muerte de Armes sus seguidores escucharon atentos lo que la joven tenía para decirles mostrando así que podían ser más de lo que se les había dicho y que después de todo no eran los monstruos que creían ser –si bien entre los Parias hay algunos que pierden el control la mayoría puede tener una vida tranquila si se lo propone-.   Como todos los inmortales saben estos seres son de por sí más aguerridos, violentos y salvajes que cualquier otro vampiro y es que lo traen en los genes, es parte de su personalidad y no hay manera de que lo dejen, básicamente nadie sabe cómo es que surgieron ni por qué la diferencia de actitudes con los demás vampiros y el único que podría haber dado una respuesta a todas esas incertidumbres murió a manos de su hija.   Apenas está llegando a las primeras inmediaciones puede ver el gran avance que los suyos han tenido, la pelinegra sonríe complacida y orgullosa de ver los hogares ya casi terminados y es que los Parias son organizados, meticulosos y decididos cuando se lo proponen; trabajando juntos –algo que recientemente han aprendido de las enseñanzas de la chica- han descubierto realmente cual es la fuerza de su pueblo y para Evelyn verlos tan felices después de tantos milenios de tristeza es un verdadero regocijo.   ― Bienvenida señorita Sophie ― una mujer se acerca a ella con una enorme sonrisa.   ― Gracias, veo que todo está marchando de maravilla ― observa a todos ir y venir tras platicas y juegos.   ― Ya lo creo, estamos realmente entusiasmados. ― asiente complacida por la visita de la chica.   ― Tengo buenas noticias para todos ustedes ― sonríe la pelinegra mientras se reúnen expectantes a su alrededor ― El Nuevo Consejo ha decidido darles el reconocimiento que merecen poniéndolos a prueba, para ello un grupo selecto de vampiros de todas las clases vendrán a verlos, a conocerlos y debemos mostrar que tan bien portados somos pero principalmente que somos tan importantes como ellos.   ― Eso es excelente, creo que podemos preparar una bienvenida para ellos ― agrega una mujer ente la multitud.   ― ¡Sí! ― Un grupo de niños festejan.   ― ¿Por qué debemos probarles algo a ellos? ― pregunta un joven molesto.   ― Comprendo sus inquietudes, debemos ser conscientes de que nos ven de mala manera, nos juzgan debido a los actos que se han cometido de parte de nuestra r**a durante tantos siglos y por ello su desconfianza. Si bien entienden que la influencia de Armes provocó todo ello quieren estar seguros de que no somos una amenaza para el resto del mundo ― suspira ― Yo más que nadie entiende lo que están sintiendo ahora, sé cómo es no poder encajar, no tener un propósito o sentirme parte de una maquinaria que no tiene una función clara y es por ello que trabajo arduamente para que un día ustedes puedan caminar por las ciudades del mundo sin ser marginados, mal vistos o cazados por ser lo que somos.   ― Será un honor caminar junto a usted Sophie ― un hombre se inclina con respeto frente a ella y el resto lo imita.   Para los Parias el respeto hacia un superior va más allá del rango, poder o clase que este posea, se trata de valores, de decisiones, de instinto y para ellos Evelyn cumple con todas esas expectativas y más; sin mencionar que la sangre de Armes y Absalón corre por sus venas dándole una presencia y poder peculiar e intimidante a la vez.   ― Sophie, en unos días cumpliré siete años, ¿Vendrá a mi festejo? ― Un pequeño sonríe mientras jala con cuidado el abrigo de la inmortal.   ― Por supuesto, traeré un pastel delicioso para ti ― acaricia su cabeza recordando lo mucho que solían amar ella y Milo los pasteles en su cumpleaños, uno para cada uno, exactamente iguales.   ― Parece que está saliendo mejor de lo que esperábamos ― Lyon se acerca a su hermana con una sonrisa.   ― Así parece, en verdad estoy muy feliz con el avance que han tenido ― suspira Eve ― ¿Qué tal tu puesto en el Consejo?   ― Agotador, pero estar ocupado comienza a gustarme herma... Evelyn... ― carraspea un poco.   ― No veo cual es el problema de llamarme hermana, es lo que soy, ¿No? ― Lo observa inquieta.   ― Realmente no soy tu hermano, no de sangre al menos, Armes me adoptó y cuidó de mi solamente. ― se encoge de hombros.   ― Eres mi hermano, tenemos el mismo padre sea o no de sangre, y los lazos con otras personas, los vínculos que formas valen más que un poco de ADN ― sonríe, lo sabe bien, ella tuvo una familia inmortal que amó desde el comienzo siendo ella una simple mortal.   ― Gracias, Ev ― se sonríen.   El recorrido de Evelyn termina, debe volver a la mansión y firmar algunos papeles e invitaciones para que la bienvenida que se está preparando para los miembros del Consejo sea aprobada y puesta en marcha.   Regresa con cuidado por el mismo camino, la nieve ha dejado de caer pero no hace menos frío –aunque a ella no le afecte en lo absoluto-, internarse en el bosque para regresar a la mansión siempre es un riesgo y nunca se sabe en qué condiciones va a encontrarse uno pero es el camino más corto y al que ella está acostumbrada recorrer.   Sus ojos verdes se mantienen puestos en las espesas y blancuzcas nubes del cielo, amenazan con dejar caer una tormenta pronto... De repente llega hasta su nariz el peculiar aroma, impregna cada centímetro de sus sentidos provocando que sus colmillos salgan rápidamente y sus ojos se enciendan enrojecidos por la sensación; se detiene en seco, observa a su alrededor, hay un humano muy cerca y está herido, por la intensidad del olor puede deducir que es grave y aunque intenta seguir con su rumbo sin prestar atención no lo logra y se ve corriendo rápidamente en la dirección donde la persona yace.   ― ¿Hola? ― llega hasta donde los árboles alzan sus copas tan alto que no puedes terminar de verlas.   Sus orbes se detienen el pequeño cuerpo que hay frente a ella, prácticamente enterrado entre la nieve y cubriendo la misma de color carmín, arrodillándose a su lado quita con sus manos y un cuidado extremo la nieve del rostro pálido de un niño humano de apenas unos siete años de edad –o eso es lo que calcula-. Casi de manera desesperada sus manos tantean el delicado cuerpo buscando la causa de la hemorragia hasta que encuentran una profunda abertura en su vientre y la manera abundante en que el líquido aflora de la misma.   ― No puede ser ― susurra quitándose el abrigo y colocándolo sobre la herida para ejercer presión posteriormente en un vano intento por detener la hemorragia. ― ¡Sam! ¡Sam! ¡Por favor, si está cerca, ayúdame! ― Grita conteniendo su peculiar respiración, el olor la tienta demasiado.   Sus garras se extienden lentamente obligándola a quitar las manos del niño, la garganta le punza y provoca un malestar intenso en su pecho que no puede contener, con la poca fuerza de voluntad que tiene incrusta sus colmillos en propio brazo bebiendo la sangre que surge rápidamente logrando obtener algunos minutos más de cordura; sabiendo que quizás su lobo amigo no ha podido escucharla –a pesar de tener un oído increíble- decide actuar por su cuenta antes de que la sangre atraiga a otro inmortal deambulante. Toma al niño acercándolo a su cuerpo, cierra los ojos esperando no perder el control de la situación y estrechando la criatura contra ella se decide a sanarla o al menos a intentarlo, la energía verdosa se desprende de ella para envolver al pequeño al mismo tiempo que el cansancio se apodera de ella.
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