En aquellos aposentos de lujo, envuelto entre sábanas aterciopeladas yacía lo que quedaba de un Emperador derrotado en ego, en alma y en corazón. Esos tres días habían sido lo peor que había vivido desde que An enfermó repentinamente y de manera irónica, en un atardecer nada peculiar. Él no deseaba saber del mundo y sus derivados, sus anhelos habían muerto con ella esa noche; los deseos de vivir languidecían a cada instante y él no pensaba evitar regodearse en su miseria, aun sabiendo que Shun estaba en coma, que Jin estaba en el papel de Emperador regente y que el paradero de Yun era desconocido. «Tus hijos te necesitan», le dictaba su conciencia de manera esporádica, pero él hacía caso omiso, no tenía fuerzas ni para cargar con sus conflictos propios, menos con los de sus hijos y mucho