Los labios de Lorenzo eran adictivos, no podía negarlo. Desde ese beso que me dio en mi apartamento no pude sacarlo de mi cabeza. Era imposible borrar esa altanería, esa facilidad para abusar de la confianza, esa picardía con la que me miro antes de irse y esa sonrisa de victoria que se estampo en la cara. Entonces como medida de contingencia, me propuse a jugar el mismo juego que él. Y su cara de sorpresa era todo lo que necesitaba ver para sentir que mi deuda estaba saldada, le regale la sonrisa más sínica que pude encontrar en mi interior y no le solté la mano. El pobre Lorenzo tenía que tener claro que la que mandaba era yo. No iba a permitir nunca más que se tomara atribuciones que no le correspondían y su cara me dio más satisfacción de lo que pensaba. Por su puesto que mis p