CAPÍTULO 17 El hombre me suelta para arreglarse con un aura de seriedad que me deja sacudida de cuerpo entero. Donovick se reincorpora como si hubiese cambiado de personalidad de un segundo al otro. Se aleja de mí cómo si yo tuviese la lepra para sentarse en su escritorio para prestarle atención a lo que le es pertinente. —Entonces, tenemos trabajo que hacer, señorita Santiago. Salimos en treinta minutos. —¿Cómo? —inquiero anonadada, sin poder unir dos ideas a la vez. —El negocio se finiquitará el día de hoy, por favor encárguese de reunir lo que le pedí ayer —dice, con estricto profesionalismo. Asiento con la cabeza atendiendo a su pedido y comenzar el trabajo. No puedo especificar cómo se halla el señor Donovick, ya que todo lo que está en mi plano de visión es una cara de serieda