Con los años que pasaron, las cosas no sólo iban de mal a peor, sino, que las grandiosas personas que pudimos llegar a ser, hombres con educación, valores o el tener una vida normal, todo esto se esfumó de un momento a otro.
Después del funeral de nuestros padres, intentamos regresar a la casa familiar y Jason, planeaba ponerse a cargo de los negocios familiares, porque las amenazas cesaron lógicamente y fue cuando de nuevo, la vida nos dio otro golpe. En Colombia ocurre algo que parecería horrible e impensable para gente que viva en países que no están en guerra, al menos no en los tiempos actuales, pero lo que ocurría, es que esos grupos terroristas, tales como los paramilitares o la guerrilla, te obligaban a irte de tus tierras, tenías suerte si te ibas con vida y ellos, se quedaban con todo y fue esto lo que nos sucedió. Los paramilitares habían tomado todo lo que le perteneció alguna vez a mi familia y nosotros, al ser menores de edad y al no tener un peso en los bolsillos, no pudimos hacer nada más que aceptarlo, pero eso sí, sabíamos que esto no iba a quedar así, que no en ese momento, ni tal vez en un año o dos, pero sabíamos que alguien iba a pagar por esto y de alguna forma, este odio y rencor incesante, fue como una especie de consuelo, el pensar en que algún día, podríamos cobrarnos todo lo que nos había pasado y que sufrirían de maneras horribles, porque no pensábamos con claridad.
Eso que ocurrió fue un antes y un después no solo en nuestra vida, eso cambió hasta nuestra forma de ser.
En los años que siguieron, las cosas no mejoraron, la pasamos realmente mal. Decidimos irnos del departamento, no queríamos tener nada que ver con esas zonas paramilitares, al menos en ese momento y lo echamos a la suerte, o irnos a la Guajira o al Atlántico y por razones de trabajo, decidimos ir al Atlántico, a Barranquilla, porque debíamos trabajar en lo que sea si no queríamos comer de la basura. Entonces, vendimos las pocas cosas que nos quedaron, como muebles y las cosas del apartamento y nos mudamos a Barranquilla, a un cuarto rentado los cuatro, donde pasamos los siguientes dos años, ante la imposibilidad de encontrar algo mejor.
Mis hermanos trabajaban en distintas cosas, como vender frutas en el mercado, bajo el sol, o hasta limpiar calles. Por mi lado, a veces trabajé en eso también, pero también pintaba casas y a los catorce, empecé a trabajar en construcción, donde pude lograr que mis hermanos trabajaran también y pagaban poco, pero al menos era el salario mínimo vigente, que era una porquería, pero se ganaba más que en el mercado o pintando y entonces, alquilamos un apartamento, en Simón Bolívar, un vecindario la verdad bien malo, pero al menos era económico y ya no dormíamos todos juntos, el lugar tenía cuatro habitaciones pequeñas y la calle era un poco fea, y los vecinos ponían música fuerte siempre, pero al menos ya vivíamos mejor.
Gracias a este trabajo, en construcción (mayormente de conjuntos de edificios), fue que pudimos terminar el bachillerato por ciclos, algo tarde eso sí, lo terminé casi a los diecinueve y luego, con las ayudas económicas que daba el estado por puntajes altos en los exámenes nacionales, pude estudiar gastronomía, que eso era lo que quería estudiar y lo hice en un lugar muy, muy bueno y terminé en el tiempo exacto, a los dos años, pero no encontré trabajo en esa área hasta hace un par de meses en que por fin mejoraron las cosas para mí. Mis hermanos por su lado, no estudiaron ni nada, se conformaron con el trabajo que tenían y con el plan, que luego mencionaré con más detalle.
Yo al ser el menor, el único estudiado y el por lejos, el mejor parecido, reconocía este hecho y por eso, me sentía un poco superior a los tres. Al ser el único hijo biológico de nuestros padres, me parecía a ambos y heredé los mejores rasgos de los dos.
Tenía el cabello claro de mamá, aunque el mío era más claro aún, no sé por qué, si será por pasar tantas horas bajo el sol todos estos años o no lo sé. También tenía los ojos verdes de mi abuelo y de resto, me parecía a mi papá, tanto, que cada vez que me miraba al espejo, lo recordaba y sentía una horrible melancolía. Mis cejas eran pobladas, nariz respingada, era tan alto como Jason y físicamente y por el trabajo pesado de todos estos años, tenía un cuerpo bien formado, pero eso sí, nada exagerado y sabía que llamaba la atención.
Me daba cuenta cuando caminaba por la calle, o cuando estuve en la escuela o en gastronomía. No salí con tantas mujeres ni nada así, pero por razones económicas, no iba a ser tan cutre de invitar a salir a una chica sin dinero o que no me alcanzara ni para una cena. Por eso salí muy pocas veces con chicas, era algo más casual, sólo para tener sexo o algo así, pero una relación no tuve o al menos yo no lo consideré así, por lo mencionado anteriormente o también, por el tiempo, ya que trabajaba sin parar y terminaba tan agotado que llegaba sólo a dormir.
Sólo cuando conseguí el puesto que tengo ahora, como chef principal en un restaurante muy bueno del norte, fue que me permití tener una relación seria como tal y lo hice precisamente con María Camila, una de mis ex compañeras de curso y trabajaba en un restaurante cercano. Ella me gustaba bastante, era hermosa. María Camila era una chica muy alta, casi como yo, era gruesa y tenía una cabellera rizada muy bonita. Nos llevábamos bien, era mi mejor amiga, pero no le conté sobre lo ocurrido con mis padres, no podría hacerlo. Llevábamos ya un año entero saliendo y ella me dijo hace poco que me fuera a vivir con ella, ya que alquila un lugar para ella sola y podríamos pagarlo entre ambos, y pensé de inmediato en aceptar, pero por el estúpido plan con mis hermanos, esta independencia no sucedería, al menos por ahora.
Sabía que tenía una complicada forma de ser. Mi físico contrastaba con mi personalidad delirante. Sabía que podía ser una persona horrible a veces, me controlaba un poco ahora que salía con ella, pero a veces tenía ataques repentinos de ira y golpeaba las cosas a mi alrededor. Podía llegar a ser egoísta, grosero e incluso, estaba consciente de lo fácil que era manipular a los demás. Verbalmente me expresaba muy bien, sabía cómo hablar y cuidaba mucho la expresión corporal, así como la manera de vestir, trataba de siempre dejar la mejor imagen, me gustaba verme bien, pero eso sí, odiaba llamar la atención y odiaba a la gente que se desvivía por esto. Me reía muy poco, es algo que perdí con el tiempo, de niño me reía muchísimo más, pero luego ya no tuve ningún motivo para hacerlo, casi que sonreía con incomodidad. Podía ser demasiado sarcástico a veces y estaba muy consciente de que no era feliz. Nunca volví a serlo y ni con el nuevo trabajo, ni con María Camila, o la nueva estabilidad económica, me sentía mejor. No sabía ni qué estaba mal conmigo, en ese momento pensaba que era por el odio que me estaba consumiendo, el deseo incesante de hacer daño y temía que, esto en algún momento explotara y arremetiera hacia alguien que no tuviese nada que ver.
Entonces, así era mi vida hasta ese momento y habíamos esperado el tiempo justo. Había llegado el momento de iniciar el plan y los cuatro, observábamos a lo lejos, a ese chico delgado, con ropa llamativa y de cabello plateado, posar ante la cámara de una chica, de manera experta, en el parque de los fundadores. Nos miramos entre sí y volvimos a verlo. Lo observé por un buen tiempo.
Esa fue la primera vez que vi a Juan José.