Preámbulo
-¿Por qué, Sebastián? ¿por qué? ¿por qué?-Preguntó entre sollozos y a duras penas podía entenderle un par de palabras, porque lloraba, de rodillas y era incapaz de levantar la cabeza, era incapaz de verme y lloraba tanto, tan desconsolado, que mi corazón por un momento se detuvo, en esos momentos en que vi a Juan José, tan destrozado, tan miserable y yo… sabía que tendría que pagar esto con mi vida.
¿En qué momento de tu vida te das cuenta de que tú mismo, eres la peor persona que has podido conocer? ¿en qué momento te das cuenta de que eres un ser horrible y despreciable? que jodes todo lo que tocas, sea cualquier persona que transite en tu vida, amigos, familia o incluso, ¿a la única persona que en verdad te amó en la vida? ¿en qué momento debí detenerme? ¿en qué momento pude dar vuelta atrás y haber impedido joderle la vida a esa única persona que en verdad me amó, que me quiso sobre todas, que se interesó en mí, que me quiso desde que me vio?
Y lo peor no es eso, lo peor es que se enamoró de una ilusión, de una persona que no existía, del hombre que yo cree, porque fui minucioso en cada detalle, utilicé todas las características posibles para enamorarlo y no, no fallé. Con esa persona que cree, logré enamorarlo, lo seduje, lo dejé a mi poder y sin pensarlo dos veces, cuando él me quería tanto que el amor se le desbordaba por los ojos, mismos ojos café que brillaban al verme… sin pensarlo, por impulso, por rencor, por odio, miedo, por ira, lo destrocé, arruiné a la persona que más me quiso en toda mi vida, destrocé a ese chico que desde el primer momento en que me vio, no dejó de pensar en mí y lo apuñalé por la espalda. Rompí en pedazos lo que fue alguna vez una buena persona, un ser que era incapaz de dañar a nadie.
Pero para empezar a relatar cómo sucedió todo, debo remontarme a diecisiete años atrás, en las zonas rurales del Magdalena, en que evito decir la locación exacta por motivos de seguridad, pero fue justo allí donde se originó el odio, un rencor interminable hacia una familia, una muy mala familia y también, hacia ese ser de luz, Juan José Cabarcas, el hijo único de esta familia, quién fue en peor medida, el que pagó los platos rotos por algo que desconocía totalmente, de algo que no hacía parte, pero muy tarde nos dimos cuenta de esto.
En algún pueblo cercano a la sierra nevada de Santa Marta, 2004
Recuerdo manejar a la perfección, una cuatrimoto eléctrica que papá me había regalado en navidad. Pedí este regalo porque era justo lo que necesitaba para poder explorar a mis anchas los amplios senderos de los predios de la familia. Mi familia o como nos conocían en el departamento, los Rosales, éramos dueños de varias hectáreas importantes de la región. Las llamo importantes porque eran tierras fértiles, por lo cual, mis padres tenían hectáreas de cultivos de bananos, propios de la región, café, plantas exóticas y muchas cosas más.
Se podía decir que sí, mis padres estaban en las personas más importantes de toda la región, y no sólo por las cosas ya mencionadas, también eran dueños de numerosos negocios, tenían muchos comercios en distintas zonas, propiedades, manejaban un basto número de ganado y no conforme a eso, comerciaban con caballos exclusivos que sólo compraban un selecto número de personas, porque eran muy costosos e inaccesibles para cualquiera.
Hasta ese momento, a mis doce años, gozaba de una buena vida. Mis padres estaban juntos, se querían, mis abuelos paternos fallecieron por distintas circunstancias en años anteriores, pero mi abuelo materno, que aún seguía con vida, administraba la finca familiar, donde vivían mis padres, mi abuelo y mis tres hermanos mayores y yo, que no eran hermanos de sangre como tal. Eran hermanos de crianza, fueron tres niños que papá encontró bajo distintas circunstancias.
Mi hermano Jason, quién es tres mayor que yo, era hijo de una empleada doméstica, quién de un momento a otro desapareció y mis padres, conmovidos al ver que olvidó a su hijo menor, decidieron criarlo y no entregarlo al bienestar familiar. Moritz, quién me lleva seis meses, vivía en las calles junto a su hermana mayor y vivían básicamente de comer los restos de los restaurantes populares de la sierra, dónde fue que papá los encontró y los trajo a la casa, pero Paula, la mayor, huyó con su novio y regresa sólo de vez en cuando, a ver a Moritz y a limpiar la casa.
Por último, estaría Danilo, el bogotano, quién me lleva dos años y papá lo sorprendió hace siete años robando bananos para comerlos. En vez de denunciarlo, le preguntó donde vivía y al él mostrarle que llevaba meses viviendo en un cambuche improvisado en los predios solo, papá lo invitó a la casa y ha sido parte de la familia desde entonces. Nadie sabe como un niño de Bogotá, estaba sólo en la sierra. Papá cree que es hijo de alguno de los Salcedo, otra familia importante del sector, cuyo patriarca, acostumbraba a embarazar a niñas sin educación y muchas de estas, dejaban a los niños a su suerte y creo que esa es francamente la explicación más realista.
Yo me llamo Sebastián Rosales, era el único hijo biológico de la familia y el menor, pero era básicamente igual, el trato hacia los cuatro era el mismo, aunque a mi me pegaban un poco más por ser siempre problemático. Tenía doce años en ese momento y nuestra vida era buena, mis padres se querían, nosotros íbamos a una buena escuela y gozábamos de una buena vida, pero no teníamos idea de cómo se complicaría todo, la forma en que nuestra vida daría un vuelco radical y en que conoceríamos el dolor, las cosas terribles que en ese momento, desconocíamos.
La primera vez que notamos que algo estaba mal, fue para mayo de ese año. A pesar de los cuatro ser entre niños y adolescentes, teníamos bastante madurez porque siempre nos delegaron responsabilidades y sabíamos hacer muchas cosas, como cocinar, limpiar y todas las tareas del campo.
Entonces, Jason, quién era el mayor y el que siempre salía con ideas, nos dijo que nos fuéramos un par de semanas para llegar como tal a la sierra, la parte nevada que es bien complejo de llegar hasta allí, toca caminar días enteros y nosotros ya conocíamos la zona, podríamos llegar fácilmente y nuestros padres nunca nos pusieron problemas para dejarnos ir solos a lugares remotos rurales, ya era parte de nuestro estilo de vida, pero esa mañana, luego de haber empacado todo y que nos despidiéramos para salir, vimos a mamá alterarse y papá le hizo señas nada sutiles con los ojos de que “disimulara”. Por supuesto, eso nos pareció extraño, nunca nos negaban irnos de excursión y menos en la zona en la que habíamos crecido, pero mamá parecía tan alterada que sentimos de inmediato, mucho miedo y los cuatro nos mirábamos entre sí.
-No irán a ningún lado, eso se acabó.-Sentenció mamá y acomodó los rulos castaños de su cabello.
-¿Qué? ¿por qué? ya tenemos todo empacado, ni crean.-Se quejó Jason. Él siempre ha sido de hacer pataletas y le gusta que se cumpla su voluntad. Ese rasgo de su personalidad, lo mantuvo toda su vida. Decidido, testarudo, arrogante, pero eso sí, muy buen hermano y prácticamente nuestro líder. No sé si es porque era el mayor o por su dominante forma de ser. Jason siempre usó cortes de cabello extravagantes, que lo hacían discutir con papá. No usaba ningún corte decente, parecía un atracador de la vereda, pero aún así, porque se vestía bien (obligado por mamá) y por sus rasgos, era llamativo para las chicas de la escuela, sé que les gustaba porque poseía rasgos fuertes. Sus cejas eran gruesas, aunque las depilaba, era trigueño y tenía el caballo castaño, un color similar al de los ojos y tenía muchas pecas, contextura delgada, que era algo común entre los cuatro al tener tanta actividad física. Era más alto que yo en ese momento, pero luego medimos lo mismo.
-¡No irán a ningún lado! ¡no empieces!-Se quejó papá esta vez y Jason iba a rezongar, pero se detuvo al ver la mirada nada feliz de papá y fue cuando nos aterramos. Nosotros respetábamos al viejo y si nos miraba de esa manera, era mejor callar a que nos masacrara.
-¿Qué está sucediendo?-Pregunté, pero me ignoraron y eso fue aún más extraño.
Entonces, no pudimos ir a ningún lado y, por el contrario, se nos prohibió salir incluso de la casa, no podíamos ni asomarnos a las ventanas, o al campo y multiplicaron la seguridad de la casa. Usualmente sólo había unos tres o cuatro hombres, que no sólo cuidaban, si no se dedicaban a distintas tareas, pero ahora había unos diez o más y estaban armados día y noche.
Papá dejó de salir y mamá, quién siempre iba donde sus amigas o salía a pasear con “Camilo”, su caballo, dejó de realizar cualquier cosa más que estar en casa. Así, estábamos juntos siempre, sin saber qué estaba sucediendo, pero Moritz, quién siempre es el loco de las teorías, dijo que nos estaban preparando para el fin del mundo, que podría ser por alguna invasión alienígena, un agujero n***o, una ola gigante o la segunda venida de cristo.
Moritz a diferencia de Jason, era bastante pasivo e incluso, temeroso ante muchos temas, pero eso sí, era el más inteligente de los cuatro y a pesar de aparentar ser pacífico o tonto, bastantes veces nos hemos golpeado y no suele dejarse intimidar, al menos de nosotros, con gente externa sí es diferente. Moritz era fanático a morir del fútbol europeo y quería ser arquitecto, pero por cosas que relataré más adelante, nada de esto se pudo lograr. Moritz tenía el cabello castaño oscuro, del mismo color que el de su hermana y nunca fue muy alto, tampoco tan bajo, pero tenía un rostro bastante diferente, parecía argentino por la nariz, pero lógicamente no lo era y era muy blanco, rozando lo pálido y es del tipo que medio lo rozas, se le irrita la piel y se enrojece, a lo cual, Jason le ha sacado mucha ventaja, empujándolo, manoteándolo, sólo para molestarlo.
A la semana de estar encerrados, los cuatro, subimos al segundo piso y nos encerramos en la habitación de Danilo, porque nos dijo que había descubierto algo.
-¿Qué sabes?-Pregunté y vaciló por estar masticando como cuatro chicles a la vez. Quise patearlo, pero me contuve.-Apúrate que estaba viendo televisión.
-Qué violencia parce, cálmese o no le cuento nada.-Se acomodó el cabello recogiéndolo con las manos y exhalé. No entiendo cómo es que no ha perdido ni un poco el acento al llevar este tiempo con nosotros, aún habla tan rolo que me desespera.
Danilo como mencioné anteriormente, era bogotano y tenía las facciones típicas de alguien nacido en Bogotá. Era blanco, tenía ojos pequeños y el cabello lacio y n***o. Usa el cabello largo, pero papá el año pasado se lo hizo cortar a la fuerza, pero aún así creció y Jason se ríe de él diciéndole que parece ratero de comuna paisa, pero me parece un poco hipócrita el decir eso con los cortes de cabello tan espantosos que usa el Jason. En fin, Danilo era muy inteligente, para absolutamente todo y le encanta espiar a la gente, decía que algún día trabajaría como médico forense o algo así, pero lógicamente esto tampoco se pudo. Él era bueno leyendo a la gente, era experto manejando motos y participaba en carreras ilegales de autos, lógico sin que papá lo supiera.
-Habla ya, que están dando historias de ultratumba.-Se quejó Moritz y Danilo chasqueó la lengua.
-¿Recuerdan al tipo del que el profesor de biología nos habló el otro día?-Preguntó y asentimos. Nosotros nos reuníamos en el descanso con el profe de biología, porque era un tipazo y jugaba videojuegos con nosotros a veces. Nos habló de un tal José Antonio Cabarcas. Dijo que su cuñado había tenido problemas con ese hombre al no querer pagarle una suma exorbitante de dinero que le exigía básicamente porque sí, sin motivo. Era conocido que el tal Cabarcas, extorsionaba a la mayoría de comerciantes no sólo de la región, sino de la costa entera, pero nadie lo ha visto como tal. El profesor nos dijo que lógicamente tenía gente que hacían esos “trabajos” por él, que constaban básicamente en intimidar, exigir pagos mensuales a estas personas o si no ya sabían lo que les pasaría.
-Sí, el paramilitar.-Dijo Jason y lo miré confundido.
-¿Paramilitar?
-Sí, todos sabemos que el tipo es algún cabecilla o líder paramilitar.-Respondió y me sentí más confundido aún. Es bien sabido que este grupo de gente, eran terroristas, son uno de los tantos grupos que ha mantenido en guerra a mi país. No son el grupo más grande de este tipo, pero sí uno importante y que especialmente en esta región, están en todos lados y han matado a miles de personas, han participado en secuestros, extorsiones, torturas, violaciones y todo tipo de cosas horribles.
-Creo que están extorsionando a los viejos.-Dijo al fin Danilo y nos quedamos helados. Esa fue la vez en que entendimos la gravedad de la situación, pero no, no podíamos avecinar todo lo que estaba por ocurrir.
Entonces, sigilosamente, empezamos a espiar a los viejos, los libros contables, transacciones, sus computadoras y demás, cuando se reunían con los empleados y descubrimos que llevaban años pagándoles “vacunas” mensuales a esa gente, pero el monto nunca era el mismo, subía cada dos o tres meses, pero luego empezó a subir cada mes y llegó a un punto en que pedían sumas exageradas e imposibles de pagar, hasta para gente como nosotros y fue cuando dejaron de pagar, y que empezaron las amenazas de muerte.
Todo pasó tan rápido que no tuvimos ni tiempo de idear un plan.
Hubo una noche, en que el abuelo, como todos los días, salía a ver a las vacas, que el amaba y cuidaba. Para verlas, lógicamente no tenía que salir de los predios y por eso, y por la vigilancia que había, mis padres no pusieron problema, pero las horas pasaron y cuando anocheció, fue que mamá, quién estuvo en pánico todo el día, enloqueció y tuvo un ataque de ansiedad. Papá intentó calmarla, y yo estaba tan alterado que no sabía qué hacer, jamás habíamos visto así a mamá y mis hermanos me miraban igual o más alterados que yo.
Así, esa mañana, fue la última vez que vimos a mi abuelo con vida.
Lo peor de todo, es que esa era de las primeras cosas horribles que empezaron a sucedernos. El abuelo nunca volvió y mamá se encerró, no comía, no hablaba y fue peor, cuando una mañana, llegó un paquete a su nombre. Nos vimos dudosos, pero nadie pensó nada, llegaba correo todos los días. Entonces, Moritz le subió el paquete a mamá, pero antes de entrar a su habitación, el viejo lo detuvo y decidió revisarlo el primero. Los gritos de Moritz fueron los que nos alteraron y corrimos, y lo que vimos, fue algo que no olvidaré en toda mi vida. Habían mandado varios de los dedos de mi abuelo, en avanzado estado de descomposición y justo en ese momento, fue cuando comenzó, la ira.
Nos vimos obligados a huir de nuestra casa, de donde crecimos e incluso, tuvimos que alejarnos del pueblo y el sector en general, nuestra vigilancia no servía de nada, eran un número menor al de la gente que nos amenazaba. Nos fuimos para la ciudad, Santa Marta y nos quedamos en un pequeño apartamento ubicado en un barrio bastante normal en una zona céntrica de la ciudad.
Pensamos que las cosas mejorarían, que dejaríamos de recibir amenazas, pero no fue así. Sólo dos meses después de llegar, de nuevo retomaron los panfletos, las cartas amenazantes y estaban dirigidas específicamente hacia mis padres, con sus nombres completos y daban plazos para entregar el dinero atrasado. La salud mental de mis padres decayó tanto que no había ni sombra de las personas que alguna vez fueron.
Habían adelgazado, hablaban poco y sé que ambos fingían estar bien, pero tanto estrés y miedo, les estaba pasando factura y por nuestra parte, el odio, la rabia y el resentimiento hacia esas personas, no hacía más que crecer y empezamos a indagar, ya que no teníamos mucho por hacer porque no podíamos ni ir a estudiar.
Gracias a nuestro útil contacto, nuestro amigo, el profesor, nos proporcionó mucha información sobre esta organización. Sabíamos que el líder, al menos de esa zona paramilitar, era José Antonio Cabarcas y su esposa, Angeles Cabarcas, quién era parte de la gobernación del Magdalena, era una porquería todo y que su sucesor, sería su hijo único, quién lógicamente no lo sería en ese momento, porque era incluso menor que yo, pero en un futuro lo sería.
Debajo de estas tres personas, había muchísimos más, muchos eran políticos importantes y muchas personas, pero por alguno se debía empezar y qué mejor que por el cabecilla, para luego acabar con todos los que están debajo. Empezamos a planear muchas cosas, numerosas maneras de siquiera localizar dónde vivía la familia Cabarcas, pero entonces, fue que ocurrió lo peor sin previo aviso.
Esa fue una noche que jamás olvidaremos.
Era navidad y a pesar de que ese año, al vernos escondidos y acorralados, nuestros padres decidieron celebrar la navidad e hicieron una cena, nos compraron regalos y mamá nos obligó a usar todos esos suéteres tipo familia estadounidense, que son todos iguales, rojos, calurosos y gorritos de navidad. Nunca hubiéramos accedido a hacer nada de eso, pero fue más por hacer feliz a nuestros padres y por fin, después de tantos meses horribles.
Entonces, cenamos y como nunca, papá nos dejó beber, nos sentamos en el balcón y nos brindó vino mientras sonaba música típica de navidad. Mis padres empezaron a bailar y vimos a Jason un poco borracho, Mortiz lo estaba un poco también y no dejaba de reírse sin motivo. La pasábamos genial, cuando escuchamos unos golpes horribles en la puerta. Entramos en pánico y mis padres hicieron algo que es hoy en día, y no los perdonamos por haberlo hecho. Se apresuraron, poniéndose de pie y salieron, cerrando la puerta del balcón y todo ocurrió en menos de un minuto.
Escuchamos gritos, voces y los cuatro, desesperados, intentamos derribar la puerta como podíamos, golpeábamos con todas nuestras fuerzas y entonces, fue cuando todo quedó en silencio. Recuerdo que llorábamos, ante tanta frustración y pánico, pero cuando logramos salir y fuimos a la sala, no vimos nada. No estaban nuestros padres, sólo vimos rastros de sangre en las paredes de la entrada y en el piso de la cocina, pero no era mucha sangre. Buscaba consuelo como podía, con esa cantidad de sangre no podían estar muertos, ¡no podían! Y bajamos, corrimos por las calles, pero no vimos nada, ni un auto sospechoso, ni mis padres ni nada, ¡nada!
Buscamos sin parar esos días, por cada rincón de la ciudad, por las veredas, pueblos cercanos y aunque pusimos la denuncia, el profesor nos dijo que esto no serviría de nada, esa gente tiene comprada a la policía y sólo diez días después de esa noche, fue cuando nos enteramos de lo peor y fue por las noticias. Habían hallado los cuerpos de nuestros padres, atados a un poste en zona del parque Tayrona y tenían sólo horas de muertos. A nuestros padres, los torturaron muchos días, de formas horribles y no conforme a eso, nuestra madre, fue violada en múltiples ocasiones, por distintas personas y creo que ninguno dijo palabra alguna en mucho tiempo, nos habíamos quedado helados y lo supimos, aún sin hablar, aún cuando tantas lágrimas y dolor, nos impedían pensar con claridad, pero fue más un pacto sin hablar el que quedó suscitado esa mañana.
La familia Cabarcas, iban a morir. Todos y cada uno de los que tuviera siquiera ese apellido. Todos morirían, incluso el perro de la familia y de ahí, caerían el resto, como fichas de dominó.