4 meses atrás
-¿De dónde sacaron este lugar?-Pregunté desconfiado al igual que Danilo y Moritz, al ver este enorme lugar. Nos encontrábamos en una enorme finca, a las afueras de Tubará, en el posible lugar que sería la sede del plan, pero… esto me olía muy mal y más proviniendo de quién provenía, de Jason y sus secuaces.
-¿Qué? ¿piensas que matamos a todos aquí y nos expropiamos el lugar o qué? para pegarte de inmediato.-Se quejó y chasqueé la lengua.
-No bromees con eso, es muy n***o que lo hagas.-Se quejó Moritz esta vez y tenía toda la razón, con ese tema no se bromea.
-Es justo como les dijimos.-Añadió Luis Alberto, el mejor amigo de Jason y claro está, parte del plan. Otra víctima de la violencia, del Cauca.-Este lugar pertenece a la vieja Justina. Aunque se vea de poca monta, la vieja tiene su guardado, sus terrenos y nos dio vía libre para que podamos desde aquí, proceder.
-¿Y las armas?-Preguntó Danilo al ver el enorme cargamento de armas de dudosa procedencia que estaban frente a nosotros, de las cuales, el Jason ya agarraba una Ak-47 americana, la cual se la quité de inmediato.
-Son de su uso personal.-Comentó Mario, su otro mejor amigo, hermano de Luis Alberto.
-Mira tú, cállate.-Le dije.-Está bien, no tenemos de otra más que usar este lugar, pero si nos pilla la policía, los echo al agua a ustedes tres, con sus armas de contrabando.
-Es cierto, ni crean que nos iremos a la cárcel por unas gonorreas tan brutos como ustedes.-Dijo Danilo y asintieron.
-No sé, esto no me huele bien. ¿Justina está viva?-Preguntó Moritz y el trío miseria, rompieron en risas.
-No pues, maté a la vieja y guardé su cuerpo bajo tu colchón. Oops.-Dijo Jason y Mortiz, por poco se infarta.
-¡No bromees con eso!-Se quejó.
Sabíamos que necesitábamos un lugar lo suficientemente alejado para proceder, donde practicar puntería y los demás asuntos relacionados a la “organización”. Sí, lo que nosotros planeábamos no era nada pequeño ni mucho menos, era algo tan grande que no teníamos idea de cómo se nos saldría de las manos. Admito que ninguno de nosotros pensó alguna vez con claridad, ni mis hermanos, ni yo, ni mucho menos las personas que ingresaban, con igual de sed de venganza que la nuestra.
La vieja Justina la conocimos muchos años atrás, cuando trabajábamos en el mercado. Es una señora de unos setenta años, soltera, sin hijos ni familia, pero tiene muchos negocios por doquier. Se vista de manera extravagante, ropa de diseñador, adornos de colores, tintura su cabello de rubio y usa mucho maquillaje. Justina, toda la vida se dedicó solo a producir más y más dinero, pero al final se quedó sola, aunque poco parecía importarle. La conocimos cuando trabajamos para ella o bueno, mis hermanos trabajan aún para ella. Era la dueña de la constructora donde trabajan y alguna vez, años atrás, nos escuchó refunfuñar al ver en el periódico las nuevas cifras de muertes de la violencia y nos preguntó al respecto. Lógicamente dudamos, no íbamos a decirle nada sin saber sus intenciones, pero luego de mucha insistencia y que agarráramos confianza, decidimos contarle superficialmente lo que nos había pasado, pero luego le contamos por completo y nuestra historia le impactó muchísimo, tanto, que se involucró directamente y lo tomó como algo personal. Sabía que ella nos quería y nos apreciaba, creíamos que nos veía como hijos, aunque eso sí, ella puede ser muy aterradora cuando se lo propone y tiene un carácter fuerte. Personalmente la respeto mucho, es una buena persona a pesar de lo extraño de la procedencia de su dinero. Sabíamos que tenía mucho, muchísimo, ni podíamos calcular cuánto. Ella tenía propiedades por toda la costa y gran parte del eje cafetero. Tenía tres constructoras, una en Barranquilla, las demás en el interior y poseía tierras, negocios, autos y sé que cuidaba sus cosas de la manera más poco ortodoxa, sabía que contrataba matones de mala muerte para cuidar sus predios o cobrar sus deudas, pero los usaba básicamente para intimidar. Esa vieja, es como los perros pequeños de ojos saltones, ladra mucho y muerde poco. Siempre que me ve, me regaña por mil cosas y me amenaza con pegarme, pero jamás lo ha hecho y sé que no se atrevería a hacerlo. Aunque sí pellizca a mis hermanos o les pega en la cabeza, pero nada demasiado fuerte.
Entonces empezamos a venir a este lugar cada sábado por la mañana, sin falta y nos reuníamos todos los involucrados hasta el momento. Para el segundo mes, cuando ya teníamos un poco más de práctica en el manejo de armas de alto calibre, recuerdo que Rafael (el policía infiltrado), nos proporcionó una enorme lista, con todos los nombres de los sicarios de cada ciudad de la costa (bueno, solo los del viejo Cabarcas). Había cuarenta y cinco libres, delinquiendo y dieciocho están en prisión. Justo estos, los presos que dentro de nada saldrían por las nefastas condenas que dan en nuestro país, sabíamos que eran tipos jóvenes con poca educación y por ende, muy fáciles de manipular, por lo cuál Pablo (nuestro abogado del grupo), se encargaba de visitarlos, prometerles manejar su caso y reducir su condena, a cambio de información y más nombres. Así es como dimos con cada nombre de los pertenecientes solo a Barranquilla, pero ya teníamos todos los nombres de las otras ciudades. Vaya, ¿cómo iban a imaginar, que después de ayudarnos y creer en nuestras promesas, iban a morir de todas maneras? Era justo como dijimos, ninguna persona perteneciente a esa organización, quedaría en pie. Todos iban a morir cuando diéramos inicio a la fase siete de nuestro plan, a la cual le faltaban aún varios meses de espera.
Primero empezaríamos con la carne de cañón, los sicarios, todos y cada uno. Segundo, con los líderes de las zonas principales de la ciudad. Tercero, atacaríamos a los políticos y gente de élite, pero para esto, debíamos ejecutar el plan de manera impecable y, por último, y mucho más importante, atacaríamos a los Cabarcas.
Ninguno quedaría vivo, ni los sicarios de poca monta, ni líderes, ni los Cabarcas, es que ni siquiera el niño viviría. Es toda una lástima, (máximo nivel de sarcasmo).