Al día siguiente de la aparición de Adam en mi casa no quise ir a clases. No tenía ganas de levantarme de mi cama, me sentía horrible.
No entendía a que se debían mis náuseas y vómitos matutinos. Quizás la pizza que había cenado estaba caducada o algo así.
Limpié mis lágrimas, porque sí, nuevamente estaba derramando agua por mis ojos, y leí una vez más mis conversaciones antiguas con Adam.
Se suponía que tenía que borrar eso también, pero aún no tenía el valor para hacerlo.
¿Cómo podría?
De pronto una llamada entrante llamó mi atención.
Era Helen.
—Hola…—contesté con la voz temblorosa.
—Voy de camino a tu casa.
Finalicé la llamada y me levanté de mi cama.
Me puse en primer abrigo que encontré y fui a la cocina para ver si podía comer algo sin vomitarlo.
Genial, no tenía nada decente para comer. Lo único en el refrigerador era una jarra con jugo, que solo Dios sabía cuánto tiempo había estado ahí.
“Trae algo para comer, te p**o acá”
Envié el mensaje a Helen y luego fui a sentarme al sillón de la sala principal.
(…)
Media hora después, ya me encontraba junto a mi amiga y un sinfín de comida.
Helen había exagerado en sus compras, pero bueno…
—¿Por qué no fuiste a clases?
Su pregunta me tomó con la guardia baja, pero traté de contestar lo más relajada posible.
—Me sentía mal, estuve con vómitos y nauseas. Además, ayer vino Adam ¿Puedes creerlo? ¡Pero supe reaccionar…!
—¡Alto ahí! —Helen levantó su mano derecha y me observó con atención.
—¿Qué?
—¿Vómitos? ¿Adam? ¿Reaccionar? ¿¡Qué!? —mi amiga soltó una carcajada nerviosa y luego dejó el plato de comida sobre la mesa.
—Bueno, sí. Buen resumen de la situación.
—Vamos por parte… ¿Ya llegó tu periodo?
Abrí la boca con asombro y luego comencé a pensar.
No, no podía ser…
—No, pero no viene al caso Helen. No estoy embarazada…
—¡Ni lo digas! Iremos por una prueba de embarazo.
—¿¡Qué!? ¡No! —me crucé de brazos y negué con la cabeza.
No tenía por qué hacerlo, yo no estaba embarazada. Quizás tenía un pequeño retraso en mi ciclo, pero era algo hormonal…. ¡Solo eso!
(…)
Como siempre, mis amigas no escucharon nada de lo que yo tenía para decir y Helen llamó a Cristina por un caso de “Urgencia máxima”. Entonces, las tres fuimos a la farmacia más cercana a conseguir una prueba de embarazo.
—Chicas, están exagerando. Se los repito —miré hacia todos lados, para verificar que nadie nos estaba mirando.
¡Era vergonzoso!
—¡Tenemos que comprar más! —repetía Cristina a mi lado.
No sé cuántas pruebas querían comprar, pero en mis manos ya teníamos 6 de distintas marcas.
—¡Es suficiente! —le respondió Helen con fastidio.
Caminamos hasta la caja más cercana y pagamos el total de los test de embarazo.
En 10 minutos, ya nos encontrábamos de vuelta en mi casa.
No podía más de los nervios, pero no quería demostrarlo. Estaba 50% segura que esto solo era una coincidencia, no podía estar embarazada.
Entré al baño e hice todo lo que las indicaciones me decían que haga y luego dejé las pruebas en un lugar fijo, sin moverlas demasiado, tal como decía en las instrucciones.
Cristina entró al baño corriendo y se asomó para ver las pruebas.
—Hay que esperar…—le dije a mi amiga, pero ella me ignoró y siguió observando fijamente las malditas pruebas.
—¡Dios! ¿Qué haremos con un bebé? —Helen se tiró el cabello con fastidio y dio mil vueltas de lado a lado de la sala de estar.
—¡No hay bebé! —le grité con cansancio.
—¿Una rayita es negativo? —preguntó Cristina en un grito.
—¡Dime que es negativo! —Helen corrió al baño, junto a Cristina.
Corrí tras ella y me asomé a un lado para ver los resultados.
—No sé, solo preguntaba —Cristina se encogió de hombros y siguió atenta a los test.
—¡No me asustes, babosa! —Helen le gritó con rabia y luego lanzó un suspiro.
Por unos minutos nos mantuvimos en silencio, hasta que Cristina fue la primera en hablar.
—Todos tienen una sola rayita ¿Eso significa…? —Cristina me observó con cautela y yo solo solté una carcajada nerviosa.
—Negativo, Cris.
—Ya me veía asesinando a ese maldito contenedor de mierda…—Helen sonrió con alivio y luego me dio un abrazo.
—¿Por qué me siento así, entonces? —Cristina se encogió de hombros y luego metió todas las pruebas dentro de una bolsa desechable.
—Solo sé que la operación “Bebé abordo” ha resultado favorable —se encogió de hombros y soltó una carcajada.
(…)
Después de aquel desagradable susto, pasamos toda la tarde mirando películas y riendo como locas.
Les conté sobre la visita de Adam y ambas me felicitaron.
“Vamos progresando”
Esa fue la respuesta de Cristina.
“¡Toma eso, maldito hijo de puta!”
¿Quién más que Helen podría decir eso? Nadie.
Por la noche, ambas se fueron de mi casa y yo me fui directo a dormir a mi cama. Estaba a punto de caer dormida, cuando mi teléfono comenzó a sonar.
Era una llamada, una llamada de mi hermano mayor.
—¿Erick? —pregunté con confusión y sorpresa.
Mi hermano ya no vivía con nosotros, desde hace un par de años se había ido de la ciudad para ir a una universidad de mayor prestigio.
Nuestra relación era espectacular. Siempre nos habíamos llevado bien, de hecho, gracias a él había conocido a Adam.
Adam…
—Hermanita, estoy de visita en la ciudad. ¿Me dejarías dormir en casa? —solté una carcajada y suspiré.
—Claro, te espero.
—Nos vemos, Georgia.
Solo rogaba que aún no supiera que Adam había terminado una vez más conmigo. No quería escenas del tipo “Te mataré por romperle el corazón a mi hermanita”.
De todas formas, mi hermano no se quedaría por más de unos días aquí. No era necesario contarle nada, por el momento.
Guardaría el secreto y fingiría que todo estaba bien, al parecer se me daba muy bien el fingir demencia.
Y en cualquier caso, Erick no tenía nada de qué quejarse, yo ya era mayor y podía tomar mis propias decisiones y lamentaba mucho si su relación de amistad con Adam se dañaba por esto, pero no podíamos fingir que Adam era el cristo resucitado o una blanca paloma.
Suspiré con cansancio y cerré los ojos por un momento, rogándole a dios que todo saliera bien.