Capitulo Seis

964 Words
La atmósfera está cargada de humo, no permite la entrada libre de aire puro y las cenizas han cubierto gran parte del cielo dejando todo en una espesa oscuridad; Misael se pone de pie, observa a su alrededor el desastroso escenario que ha dejado la catástrofe, con desesperación emprende la búsqueda de sus amigos y nota el punzante dolor en su cien derecha para llevar una mano allí y ver el líquido rojo que cae lentamente desde la herida. Masculla adolorido, de entre los escombros la gente se levanta, llantos y lamentos se escuchan en todos lados y no puede evitar sentir miedo al pensar que su equipo pudiera estar sin vida. — ¡Liesse! ¡Carlos! ¡Luke!— grita mientras avanza entre los edificios caídos de la cuadra. Una anciana camina cerca de él, entre sus manos aferra con fuerza el cuerpo de un perro pekinés que observa aterrado en todas direcciones, más adelante algunos niños heridos lloran y piden por sus padres y un último edificio se colapsa cuadras más adelante dejando un ruido ensordecedor y más tierra en el aire. — ¡Por la puta!— se escucha un grito. Inmediatamente el ruso voltea buscando al mexicano, nadie más podría decir aquello en tal situación, al localizar a su amigo corre rápidamente y lo ayuda a ponerse de pie; ambos terminan ayudando a las personas que piden explicaciones, ayuda y quién sabe qué más. — ¿¡Qué demonios ha sucedido!?— pregunta Carlos. —No tengo idea— el ruso masculla. — ¿Acaso no pueden dejarnos tranquilos?— molesto revuelve su cabello. —Cálmate, no logras nada con esa actitud— Misael palmea su hombro. —Es que en verdad me molesta, esto siempre va a ser así, nunca vamos a tener una vida normal Misael— el mexicano rechina sus dientes molesto. —No somos normales amigo— se encoge de hombros. —No, ellos son los anormales, no nosotros — sentencia con odio— Son ellos los que deberían dejar de existir, los humanos. — ¿Acaso estás escuchándote? ¡Es brutal! Lo dices porque estás enojado y molesto, pero no es la solución Carlos— el ruso gesticula. — ¿Estás de su lado?— levanta una ceja. —No lo sé, no tengo la más mínima idea de nada en estos momentos. — Suspira— Debemos encontrar a los demás. —Nos separamos en la explosión, no sé dónde esté Micaela — el mexicano observa frustrado todo—Tampoco ví a Liss o los demás. —Escucha, haré un recorrido, soy quién puede buscarlos más rápidamente— se prepara —Ve hacia la Catedral y nos veremos allí. En un parpadear el ruso ha desaparecido, lleva la carrera a todo lo que sus piernas le permiten y sus ojos viajan rápidamente por toda la superficie que logra abarcar, no hay señales de sus amigos por los que decide que recorrer las cercanías de la plaza es lo más sensato.  Maribelle y Florencia caminan lentamente ayudando a Francis quién no logra mantenerse en pie, deben llegar a un hospital cuanto antes y curar las heridas del chico; por más que la pelirroja ha intentado sanarlo su propio estado de debilidad se lo ha impedido. — ¿Qué ocurrió aquí?— se pregunta Luke.  El muchacho lleva unos veinte minutos caminando y todo lo que se ha topado en su camino es desgracia y tragedia, ¿Cómo era posible que la explosión los enviara tan lejos unos de otros? Una pregunta interesante sin duda alguna pero que no tenía tiempo para deducir ya que le urgía encontrar a Rebekka y a su hermano. Misael estaba cerca de la catedral –ahora hecha pedazos–, pudo ver claramente la cabellera rubia de su chica y no dudo en ir hasta ella; tendida en el suelo la alemana se encontraba inconsciente, apenas unos rasguños superficiales pero, ¿Y si las heridas eran internas? ¿Si había hemorragia? ¿Y si ya estaba muerta? —No puede ser— susurra. Con terror se acuclilló junto a ella, la tomo en sus brazos y sacudió su cuerpo intentando – vagamente– en hacerla despertar. Los segundos pasaban, no había movimiento por parte de la rubia y su parsimonia comenzaba a ponerlo nervioso, hasta que de pronto, su pecho subió y bajo tranquilo dando al joven un alivio. —Dios, vas a matarme uno de estos días — susurro cerrando sus ojos. —Lo lamento, estaba cansada — se disculpó la rubia. —Lo sé, sólo me asusté un poco— sonríe viéndola. —Debemos curar esa herida— señala Liesse el costado de la cabeza del chico. —Primero hay que localizar a todos— asiente. —Yo lo haré, los voy a enlazar mentalmente, si están conscientes entonces podré escucharlos y viceversa — sonríe algo decaída. —No te esfuerces demasiado, no eres la mujer maravilla— ríe. —Yo estaría encantada de ser como ella— le golpea el hombro levemente. El ojiazul dejó un beso sobre sus labios y la cargo con cuidado, de pie y observando a su alrededor se encontró con Víctor y Amir, quienes no se veían en buenas condiciones. Definitivamente nadie en Filipinas iba a encontrarse mejor que ellos, podía apostar a que no habían sido los únicos en ser atacados de tal forma pero las preguntas eran, ¿Quién lo había hecho? ¿Cómo? ¿Por qué? Aunque la última de ellas era muy fácil de dilucidar, siempre había una razón y resultaba ser la misma en todas las ocasiones: odio. Odio a los metahumanos. Odio a lo diferente. ¿No podía el ser humano cambiar? ¿Dejar de lado todo ese resentimiento por no poder controlarlo todo? Al parecer no, no podía hacerlo, le era incapaz siquiera de hacerle aquella idea y ponía en riesgo no solo a los suyos propios sino que también a todo por lo que había trabajado y luchado durante años y años; pero no eran todos así, no, habían humanos que deseaban la paz, convivir con otros sin problema algunos no importa de qué parte del mundo fueran, si tuvieran o no habilidades extraordinarias o si tenían una dura historia en su pasado. Pero el egoísmo y la terquedad de los más poderosos los arrastraría – quisieran o no– a ésta próxima y decisiva situación.  
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