Cataclismo (Saga Evolución Libro 3)

Capitulo Siete

— ¡¿Cómo demonios es que ésto ocurrió?!— grita el estadounidense.

—No lo sabemos señor, la primer bomba detonó con una falla, por lo que se llevó con ella las siguientes tres que son el doble de poderosas— explica el científico algo cohibido.

— ¡Explica de una vez!— grita.

—Las bombas detonaron en el Océano Pacífico, cerca de las costas de Filipinas y al hacerlo todas juntas crearon una reacción en cadena que se desató y llegó a las islas. — Respira — Pero no paró allí, me temo que ha afectado a todo el hemisferio norte señor, y lamentablemente aún no han detonado las siguientes tres.

— ¡Pues evítenlo!— ordena.

—No podemos, es un mecanismo automático que no tiene un modo manual por decirle así y una vez que las primeras bombas detonaron pues las siguientes lo harán. — un soldado habla desde el rincón de la sala.

— ¿Me está diciendo que crearon un arma mortal y no le dieron un botón de "alto"?— suelta el mandatario.

—Sí señor— responde el soldado sin inmutarse por la mirada de su superior.

— ¿Cuáles son las probabilidades de que los humanos sean heridos?— pregunta la señorita Dupain.

—Altísimas, si bien las nano máquinas no les harán ni cosquillas, las explotaciones han causado derrumbes, y por ello muertes. — Explica el científico— Hemos tenido reportes de metahumanos que han muerto en todo el mundo, Francia, Inglaterra, Perú, Colombia, Argentina, Haití y la lista sigue.

Los documentos con los países afectados yacen sobre la mesa, la lista de nombres metahumanos es bastante larga sin embargo la de humanos que murieron a causa de la mala combinación de las explicaciones es aún mayor, pero lo que más miedo causa a los dirigentes políticos es que hay una segunda horda de bombas que detonará en cualquier momento y no tienen la más pálida idea de dónde ni cuándo.

En la Catedral de la Inmaculada Concepción la muchedumbre – que ha logrado sobrevivir a tal catástrofe– se acumula esperando un milagro, algo de ayuda o quizás una respuesta a todas y cada una de sus preguntas; Luke ha logrado reunirse con Misael y sus amigos, gracias al cielo están meramente al salvo – con rasguños y heridas leves– pero Micaela sigue desaparecida.

— ¡Por la santa mierda!— Carlos masculla — ¡¿Cómo es posible que no logres encontrarla?!

—No puedo rastrear su mente si ella está inconsciente, no produce pensamiento alguno — explica Liesse.

— ¿De qué carajos sirve que puedas leer mentes sino puedes hallar a tu mejor amiga?— espeta molesto.

— ¡Hago lo que puedo Carlos!— la rubia se enfada.

— ¡Pues no es suficiente!— le responde — Si ella muere y no llegamos a tiempo, será exclusivamente tú culpa.

La rubia lo empuja con fuerza y lo deja hablando solo, camina a paso rápido y voltea a Misael dejándole claro que necesita estar sola, por su parte Carlos toma la dirección contraria y se marcha perdiéndose entre el tumulto de personas; Francis suspira resignado mientras vendan su pierna izquierda, a lo lejos sus ojos captan una figura conocida, una bonita castaña cuya cabeza tiene una gran venda blanca. Ambos cruzan miradas y se sonríen, en menos de cinco minutos la chica se encuentra junto a él.

— ¿Te encuentras bien?— el rubio pregunta sonriendo irónico.

—Oh si claro, la explosión fué cosa de todos los días — ríe la chica.

—Para mí suele ser así Amelia— el francés sonríe viendo a su hermano acercarse.

—Hay novedades, Lynn está en el cuartel o en lo que queda de él — suspira — Parece que sabe lo que pasó aquí hoy y me temo que ha ocurrido en todo el mundo.

— ¿Qué?— Amelia abre los ojos sorprendida.

—De acuerdo, vamos— Francis se pone de pie con un gesto de dolor.

—Mejor te quedas, yo te informaré, además estás en buenas manos— sonríe viendo a la castaña con una sonrisa pícara.

Liesse camina por las calles aledañas, suspira frustrada e intenta localizar a su amiga pero no hay buenos resultados, masculla para sí misma y se deja caer en el suelo llena de impotencia y rabia; ¿Cómo puede ser que no encuentre a Micaela? ¡La conoce mejor que nadie!

—Tranquila, si te estresas no lo lograrás — la voz de Caín la sorprende.

— ¡Estás bien!— la rubia lo abraza. —Temía que algo malo te hubiera pasado.

—Tengo buenas habilidades, ¿Recuerdas?— ríe devolviendo el abrazo.

De pronto un movimiento telúrico los sorprende, el suelo se remueve con violencia y hace que caigan bruscamente, la tierra se parte en una rápida g****a que se abre paso hacia ellos al tiempo que un grito desgarrador los sorprende; inmediatamente los pensamientos de Micaela llegan a la rubia quién – a pesar de estar en desequilibrio por el temblor – corre hacia la fuente del sonido, llegando y casi chocando con el cuerpo de la argentina quién yace entre los escombros. La mitad de su cuerpo al descubierto y la otra mitad atrapada en debajo de lo que antes fué una casa.

— ¡Micaela! ¡Por Dios!— la rubia intenta quitar el enorme pilar que apresa la pierna de la castaña.

— ¡Demonios!— Caín se une a ella.

— ¡Sáquenlo! — Mica solloza — ¡Ya no siento las piernas!

Liesse medita la situación, podría levantar la estructura fácilmente con sus telekinesis pero, ¿Y si no pudiera mantenerlo? ¿Y si lo dejara caer por accidente? ¡Aplastaría a Micaela por completo! ¡No se lo perdonaría!

Sin dudarlo más se propone a hacerlo, confiando en que puede, en que es capaz y en qué es la única esperanza de la castaña; se coloca frente a su amiga, concentra toda su atención en su propósito despejando cualquier cosa que pueda evitar que logre su cometido. Lentamente la pesada estructura se mueve, apenas unos centímetros son los que separan las piernas de Mica del pilar y Caín logra sacarla de allí con sumo cuidado.

—Ya estás libre — Caín la carga en sus brazos.

—Duele tanto...— solloza la castaña.

—Estamos cerca del puesto médico, te llevaremos lo más rápido que podamos— dice Liesse dándole un apretón tierno en la mano a su amiga.

La brisa cambia rápidamente, choca con ímpetu en los rostros de los jóvenes haciendo que presten atención en dirección de donde proviene.

—Algo está pasando — susurra Liesse.

— ¿De qué hablas?— pregunta Mica.

—Algo se acerca... — sentencia la rubia.