Danilo se encontraba en su despacho y en sus ojos se podía leer la determinación que henchía su pecho, pero también la desesperación en cada resquicio de su ser. Habían pasado veinticuatro horas desde que él se enteró sobre la desaparición de Mary, razón por la que él no se había detenido ni a comer ni a dormir. El joven millonario se sumergía más en esa encrucijada de buscar por cielo, mar y tierra a su amiga. —Necesitamos al menos tres guardaespaldas más, Callum, no podemos fiarnos de lo poco que averigüe la policía ni los detectives privados que contactamos, ¡son muy lentos! —Entendido, señor, ya estoy en eso —afirmó Callum con uno de los teléfonos del despacho ya listo para hacer llamadas, mientras su jefe realizaba algunas otras. Él había dado órdenes claras y precisas en espera de