1. Vago, borracho, ¿perdedor?
La vida parecía tener el mismo color grisáceo día tras día, y en la noche no había diferencia, salvo los sueños en los que ella se hacía realidad por una fracción de momento. Lara, su vecina, abarcaba todo el espacio de su mente y ella ni por enterada se daba; parecía no notar los intensos sentimientos que albergaba su corazón.
Este mundo apestaba cada momento para Danilo, quien ya ni siquiera tenía las fuerzas de dirigirse juicioso hacia su lugar laboral. Se quedaba bajo las sábanas a deshoras del mediodía o quizá un poco más. Prefería roncar que enfrentarse a la lucha diaria; hasta bañarse era un calvario para él.
Aunque su madre le dijera en repetidas ocasiones, que era un vago sin remedio, que no tendría un futuro prometedor, que Dios veía sus omisiones para con la vida correcta, y que eso lo llevaría derechito al infierno; aquello no era lo suficientemente convincente para levantar el trasero del sofá hacia sus responsabilidades.
Ya ni siquiera el celular tenía chiste para él. Las aplicaciones eran más aburridas que la vida misma. Un día de repente le llegó una notificación de la empresa donde su padre le había conseguido una plaza. El mensaje era más que obvio: ya no querían ni verlo, mucho menos olerlo por esos lugares de oficinas y gerentes.
Lo más gracioso del caso era que, no le importaba para nada haber sido despedido sin derecho a liquidación. Así como tampoco le importó mucho cuando su madre le puso un alto y de la manera más desgarradora, con el apoyo silencioso de su padre, lo terminaron echando del hogar.
—¡Ya no te aguanto más como un haragán sin remedio! —gritó histérica doña Clemencia—. Vas a empacar tus cosas y te me vas a conseguir una vida. Eres una vergüenza para esta familia.
Aquella fue la última frase que escuchó de su madre antes de buscar su vieja valija y comenzar a echar todas sus pertenencias, las cuales no eran muchas después de todo. Solo tomó su ropa ligera, dos pares de zapatos, su tablet desactualizada que no usaba desde la navidad pasada y el poco dinero que le quedaba del que fue su último p**o.
Resignado ante las palabras de la desconsiderada de su madre –según él–, Danilo se encaminó hasta la sala para pasar junto a su indiferente padre. No hubo despedidas ni palabras de aliento de su parte; no era como si las estuviera necesitando tampoco. Se iba sin remordimiento alguno, no le debía nada a nadie.
Tras cerrar de un portazo, una madre lloraba desconsolada en el hombro de su cabizbajo esposo. Habían dejado a su hijo un ultimátum y este no hizo el mínimo intento por mejorar, más bien, a sus veintidós años había agarrado racha de bebedor y vividor. Aquella era la consecuencia final.
Danilo, enfurecido tomó su bicicleta y pedaleó lo mejor que pudo, ya que la maleta en su espalda le hacía estorbo. Para terminar de ennegrecer el día había comenzado a llover a cántaros y la vida no podía ser más perra con él. Había aceptado su destino y ahora solo tenía una sola opción en toda la vida: llamar a Mary.
Aquella alegre chica morena de ojos avellana y cabello alborotado era la única que no le hacía ningún tipo de reproche hasta el momento. Había sido su mejor amiga desde que, ella le hacía las indeseables tareas mientras cursaba la aburrida carrera de Administración de empresas –para él–, en la universidad Regional.
Casi se cae al tratar de estacionar frente aquel conjunto de departamentos en el que su amiga residía desde hace un año, ya que su ascenso como gerente de una cadena de restaurantes le había permitido conseguir vivienda en ese lugar que, para nada era barato. Suspiró de frustración y tocó el timbre.
El cuadro que Mary había encontrado en serio le enterneció: Allí estaba Danilo, empapado hasta el tuétano, con una maleta mediana en su mano y con una sonrisa de tonto; el muy despistado no pudo dignarse a llamar antes de llegar, aunque luego de hacerlo pasar se dio cuenta del por qué de su abrupta llegada.
—Así que, el día tan anunciado por tus padres se llegó. —dijo Mary con desconcierto mientras le extendía a Danilo una toalla.
—Ya sabes, ellos lo tenían advertido —respondió Danilo—. Lo que nunca creí fue que lo cumplieran de verdad —refunfuñó mientras se encogía de hombros y secaba el exceso de agua de su castaño cabello.
—B-bueno... —despabiló ella—. Igual con tu trabajo podrías comenzar a hacer un ahorro para probarles que se equivocan.
—Es que... —titubeó Danilo.
—¿Es que, qué? —dijo Mary de brazos cruzados.
—Ya no tengo trabajo, me despidieron —musitó Danilo, viendo hacia el suelo.
—¡Que, qué! —gritó ella y Danilo se cubrió los oídos.
—Esa fue la razón por la que... me echaron. —Danilo chocaba ambos índices, como un niño regañado.
Mary rodó los ojos para luego cerrarlos y mentalmente contó hasta diez para responder:
—Bien... No te preocupes, Dani —aseguró Mary—, algo se podrá hacer y saldrás adelante. Sabes que tienes mi apoyo. —Ella finalizó aquella frase positiva y él ya estaba dedicándole una sonrisa que, la hizo estremecer con esos blancos dientes y su cara de ángel, con esos lunares que adornaban su rostro.
—¡Mi amiga bella, sabía que tú no me ibas a abandonar! —exclamó eufórico y sin permiso la levantó para darle un par de vueltas, dejándola empapada.
—¡Dani, ahora yo también estoy empapada, tarado! —espetó entre risas, fingiendo estar enojada.
—Perdona, perdona. Sólo me emocioné, eso es todo —dijo apenado.
—Okey, perdonado —dijo Mary, con una sonrisa ladina—. Solo si desde mañana te pones a buscar un trabajo ¿Está bien?
—Claro, promesa de amigo —respondió mientras levantaba su mano a la altura del hombro.
—No seas tontito —Lo codeó—, ahora te vas a duchar y luego cenamos, ¿te parece?
—Mary, eres la mejor —elogió a la chica para encaminarse con su maleta hacia dentro de la casa.
Aquella cena amena entre amigos no fue suficiente para calmar las ansias de Danilo y no querer salir a buscar aquellas oscuras paredes de ese bar de mala muerte, que se había convertido en su recinto sagrado. Allí estaba Danilo, rodeado de gente que bailaba de lo lindo entre las luces cegadoras y la música bailable a todo volumen; él solo estaba sumergido en el gran vaso de cerveza que había pedido por quinta vez.
La vida era miserable e ingrata ¿Cómo se atrevía a arrebatarle su cómodo hogar, el cual costeaba su padre? Aparte de eso, sabía que Lara jamás voltearía a ver a un papanatas desempleado lleno de líos mentales. No, ella no se fijaría en él hoy, ni mañana, mucho menos pasado mañana. Pensó eso y le dio otro trago a su bebida mata-tristezas.
Después de la décima cerveza perdió el conocimiento y todo lo demás se desvaneció ante sus ojos. Esa era la mejor parte de la embriaguez, en su opinión; ahora venía lo mejor. Allí frente a él estaba ella... su amor imposible que le guiñaba un ojo y lo invitaba a acercarse. Él, sin dudarlo corrió a sus brazos y se rindió a sus más bajos instintos.
—Danilo, Danilo... —le decía la mujer al oído.
Nada podía importar si Lara lo acariciaba, lo besaba y lo amaba en cuerpo y alma. Nada se comparaba a su fina y delicada figura entre sus brazos; a su largo y sedoso cabello rubio y a esos ojazos azules que lo miraban y lo hacían querer sumergirse en ellos para siempre. Danilo en verdad estaba disfrutando aquel momento donde ella era tan real y se comportaba tal y como lo anhelaba. Cerró los ojos para entregarse a ese loco e irremediable amor.
«Lara... Mi Lara, al fin juntos. Te amo tanto», dijo entre suspiros, pero cuando abrió los ojos, lo único que vio fue la aterradora cara de un señor de bigote frente a él.
Danilo gritó y se hizo hacia atrás para darse cuenta que aquel hombre cuarentón lo observaba con una sonrisa maliciosa ¿Pero qué carajos había pasado? Su hermoso sueño se había ido al averno tan sólo de ver aquella pinta de ese hombre trajeado.
—¿Quién demonios es usted y qué quiere? —Se atrevió a preguntar un perturbado y asqueado Danilo.
—Mucho o... talvez poco —aseguró el señor.
«Dios, si vas a cambiarme el sueño, al menos avísame para no llevarme el susto del milenio», reclamó Danilo con decepción.
—Bueno, joven Danilo... ¿Verdad? —el hombre no lo dejó responder—. He venido hasta aquí para decirle que usted ha sido el acreedor de una maravillosa herencia ¿Cómo se siente? Mire aquí está el papel, firme, firme ya.
¿De cuál había fumado ese tipo? En verdad que estaba loco, pero Danilo sabía que estaba en un sueño, así que, siguiendo el dicho: «sólo se vive una vez», le arrebató el papel al hombre y cuando leyó su nombre en cada página, se llenó de determinación y firmó sin dudarlo.
—¡El trato está hecho, adiós!
El hombre se desvaneció entre risas y la conciencia de Danilo quedó en la oscuridad total. Seguido a ello, un dolor severo de cabeza y la luz cegadora del día llegaron a sus sentidos. Era seguro que, a lo que nunca se acostumbraría era a la resaca del día siguiente; era de lo peor, pero tenía que asumirla, ya que: «El que tiene buen gusto, que tenga buen placer», decía su sabia abuela.
Al fin cobró conciencia de dónde se encontraba. Se había quedado dormido en el bar y nadie hizo ni el intento de sacar a un miserable borracho como él; eran unos desgraciados en verdad. Con la poca dignidad que le quedaba salió de allí con la frente en alto y con el molesto sonido del tráfico matutino se encaminó hasta el apartamento de Mary.
—¿Dónde diablos te metiste, Dani? ¿Sabes la hora que es? Me preocupaste toda la maldita noche. Al menos me hubieras avisado que te ibas de tragos para que no me tuvieras así de asustada ¡Llegaré tarde al trabajo por tu culpa! ¡Apestas toda la casa, ve a ducharte ahora!
La voz de su amiga ya comenzaba a sonar como a de su mamá, pero bueno, en parte tenía razón, él era el caso de los casos para convivir con gente.
—Ya oí, ya oí. Discúlpame, no volverá a pasar, ¿si? —Fue lo único que se le ocurrió decir a Danilo para calmar a Mary.
Antes de que ella pudiera irse enfadada, alguien tocaba a la puerta. Lo extraño era que, Mary no recibía visitas a las horas de la mañana y muy poca gente sabía dónde ella vivía, porque era más asocial que los ermitaños mismos. Aún así se encaminó a la puerta y abrió.
—¿Sí, qué desea? —inquirió Mary
—Busco a Danilo Hernández, ¿se encuentra? —cuestionó el hombre y la chica se extrañó sobremanera.
Danilo reconoció la voz de inmediato y con la misma asomó la cabeza por detrás del hombro de Mary; sus sospechas eran más que ciertas, aun su oído le funcionaba.
—¿U-usted? —Dijo Danilo y tragó grueso ante esa figura alta de aquel señor cuarentón de bigote de sus sueños. Aquello le ocasionó un tremendo pánico que le curó la resaca allí mismo.