La sala principal de la gran mansión estaba iluminada por la luz del día entre las cortinas claras y el viento las mecía con suavidad. Esa brisa apacible de la mitad de la tarde llegaba hasta el rostro del devastado Danilo, que estaba sentado a la mesa luego de un almuerzo de lujo, pero a pesar de las delicias que había degustado era como si su estómago siguiera con un vacío imposible de llenar. Su mente no lo dejaba en paz a pesar de que ya llevaba destapada la segunda botella de vino y para colmo no dejaba de recibir llamadas de un par de números desconocidos. Cada vez que el dispositivo vibraba, Danilo lo levantaba y lo silenciaba con desesperación mientras intentaba regodearse en la penumbra de sus recuerdos y emociones. Entre pensamiento y pensamiento recordó como él mismo le había