EXTRAÑAS CONSECUENCIAS

1254 Words
ALBERTO El paisaje se tiñó de rojo y no solo por los colores del alba, sino también por Jairo, quien sucumbía en el suelo, exhalando su último aliento con la esperanza de que alguno de sus compañeros llegara a salvarlo. —Los quiero ver solo en huesos. —ordenó el cacique, señalando a Mariana y Alberto, quienes se abrazaban agónicos. —Aguarda, padre, quedamos en que la secuestraríamos —interrumpió el hijo del chamán, dejándosele notar un raro interés en ella. Mariana se dejó invadir por el temor y no pudo entender lo que seguían hablando, todo empeoró cuando sintió que Alberto estaba dejando de respirar. Él seguía recordando su primera cita, aquel día que salvó al niño de ser atropellado y que fue reconocido por ella, quien emprendió la fuga. —Espera, —Alberto le grito, al tiempo que intento correr sin transformarse en lobo, —por favor, déjame explicarte. Todo lo que le mencionó fue inútil; ella se encerró en la casa. Lo siguiente que recuerda es que los vecinos lo vigilaban, así que lo único que pudo hacer fue golpear la puerta, saludando. —Buenas. —Ni siquiera sabía qué decir o hacer en caso de que ella saliera. Intento oler el interior de la vivienda, era complicado porque un caño de aguas negras que se encontraba a unos metros le bloqueaba los aromas; sin embargo, pudo olfatear que ella se encontraba sola. Esa casa tan pequeña, con las paredes de madera vieja, el piso en tierra a medio compactar y los cables de la luz a la vista, le produjeron náuseas al compararla con las mansiones de su padre. Hubiera sido muy fácil derribar la puerta o al mejor estilo del lobo malo, soplar hasta tumbar y solo hubiera bastado con un bostezo. De pronto su desosiego fue cortado por un olor dulzón que sacudió el aire, que provenía del interior; sin duda alguna era de Mariana. Su aroma le producía una suave corriente que lo arrullaba, que le empezaba en el estómago y le recorría todo el cuerpo hasta que se le salía en suspiros. —¿Mariana, te encuentras bien? —preguntó tratando de abrir la puerta, pero los vecinos no dejaban de observar. «De seguro ya debieron haber llamado a la policía», pensó el Lobo, «es mejor que me largue, no quiero tener problemas con la ley, no traje dinero para arreglar y en caso de alguna complicación me tocaría llamar a mi padre, quien debe estar molesto por llevar días sin ir a su mansión.» Alberto se marchó, agachando la cabeza, para que los vecinos no le vieran su cara de angustia. Dobló en la primera esquina y salió corriendo, transformándose completamente en lobo. Saltó a un techo, desde donde se devolvió a la casa de Mariana. Aunque los vecinos aún estaban en la calle o en las ventanas y el sol iluminaba, no se pudo contener y se lanzó para entrar por el techo del hogar de su amada. Lo único que se le ocurrió fue entrar tan rápido que nadie se percatara de que un lobo rompía las tejas. Como si fuera adivino, eso sucedió, y los vecinos chismosos que quedaban apenas vieron algo n***o que rompió unas tejas. Y por supuesto que eso los motivó a golpear en la casa de los Ariza. Adentro, el ambiente contrastaba con la belleza de Mariana; un olor a humedad se le metía por la nariz, aunque no le bloqueaba el suave aroma que le aceleraba el corazón más que el de cualquier hembra de la manada en temporada de celo y que provenía de una humana. No quiso asustarla, por eso, saludó muy suavemente. —¡Hola! —ni siquiera el eco le respondió. Siguió el rastro de su Mariana, sus huellas quedaban grabadas en el suelo y lo guiaron a ella, quien se encontraba tirada contra la pared, lavada en sangre. —No puede ser tal vez se desmayó del susto. —estas palabras se le escaparon, aunque estaban lejos de la verdadera causa. — ¡Abran, es la policía! —golpearon en la puerta los dos agentes, quienes eran rodeados por un séquito de curiosos. «No puede ser, ¿qué hago?», se cuestionó Alejandro, “no debí haber entrado” Los débiles latidos de Mariana lo sacaron de su reflexión. «Debo llevarla al médico, parece que fuera a estirar la pata». El lobo no alcanzó a terminar su pensamiento cuando escuchó que derribaban la puerta. Pudo haber huido dejándola tirada, de seguro los policías la llevarían al hospital más cercano, pero no, en un impulso alzó a Mariana, llevándosela en sus mandíbulas, saltando fuera de la casa por la misma teja rota por donde entró, y se fue corriendo lo más que le permitió la incómoda carga y los disparos de los agentes. No descansó hasta que llegó donde había dejado su auto y esa fue otra sorpresa, como si fuera un sitio embrujado, este había desaparecido sin dejar rastro. Poco tiempo después descubrió que se lo habían robado una banda delincuencial del sector, haciéndolos pagar con creces. Le tocó seguir su marcha incierta, a la vez que el barrio se llenaba de los refuerzos policiales, se transformó en humano, agradeció llevar esa ropa elástica que se adaptaba a sus transformaciones para no parecer un loco exhibicionista. —¡Por favor, ayúdenme! —les rogó a unos policías que patrullaban en una moto —. Mi esposa se cayó en el baño, necesito llevarla con urgencia. —¡Quieto, no se mueva, usted se ve sospechoso! —Los policías se bajaron del vehículo, apuntando con sus armas. —Miren, estoy desarmado, mi mujer está enferma —la sentó en un andén, para mostrar que no les representaba amenazas, —por favor, llamen a una ambulancia. —Ya la llamamos, pero primero déjese requisar—, el policía lo cogió sin dejar de apuntarlo para revisarlo. En un instante, los reflejos le primaron, arrebatándole el arma, lo levantó lanzándolo contra unas paredes, e inmediatamente cargó contra el oficial que conducía la motocicleta. Se subió a ese vehículo amarrándose a Mariana con la correa del policía e inició la fuga, quemando las ruedas, sin darse cuenta de que uno de los oficiales recobraba el sentido y estaba llamando refuerzos con su comunicador. Ya próximo a salir del barrio para coger por una autopista, se encontró frente a frente con una patrulla policial, quienes, al reconocer el vehículo, les exigieron que se detuvieran y al no acatar la orden, les dispararon. A Alberto se le bloqueaban las ideas al escuchar cómo las balas rozaban sus orejas, lo que más le angustiaba era la posibilidad de que algún proyectil hiriera a su preciada carga. Entonces, como si una hada mágica le susurrara una idea, se le ocurrió una salvación de último momento. Aceleró la moto a fondo con rumbo hacia la autopista, marcando un gran poste como blanco, pero se le atravesó un taxi, que freno la moto con el capo, pero a ellos los catapultó por los aires. —Piensa rápido. —se dijo a sí mismo, para no congelarse en una situación tan extrema. De nuevo se transformó en el enorme lobo n***o, por fortuna Mariana quedó bien asegurada a su espalda y no se apartó de su lomo. Él, con sus cuatro patas, soportó el golpe, utilizándolo para que le diera impulso para seguir corriendo entre los veloces carros que transitaban la autopista, pero su desespero aumentó al sentir el ruido de un helicóptero policial.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD