ALBERTO
—¡No, por favor! —rogó Mariana, cerrando los ojos, sintiendo, para no mirar las garras del enorme jaguar que brotaban de sus patas delanteras, con las que de seguro la partiría.
—No permitiré que le hagas daño. —aulló Alberto embistiendo al gran jaguar. Todavía tenía otros jaguares prendidos a su piel agarrados con sus poderosas mandíbulas. Este empujón permitió que Mariana se liberara, pero él quedó frente a frente del chamán, quien lo golpeó con la garra, enviándolo a chocar contra una pared que por poco la derrumba.
—Yo mismo acabaré con estos dos amantes impuros—. Rugió el enorme jaguar.
—Padre, por favor, espera, no los acabes. —intervino uno de los jaguares.
—Cachorro, eso fue lo que planeamos, ahora nada ni nadie va a ser que cambiemos el plan, en este lugar quedarán para siempre. —Abrió sus fauces, chorreando babaza.
—Por favor, cacique. El lobo manifestó que ella era su luna, eso significa que podemos secuestrarla para hacerlos sufrir, además de que podremos exigir un enorme p**o por ella.
—No, será mejor dejar sus restos para enviar un mensaje.
—Padre, por favor, sería mejor cambiarla por dinero o a cambio de una tregua, debemos dedicarnos a los negocios, esta guerra solo nos deja perdidas, ya es complicado tener que lidiar con el gobierno como para también tener que cuidarnos de estos lobos.
—Hijo mío, no es solo dinero, lo que pasa es que tenemos que desterrar a estos invasores, no podemos dejar que nos sigan invadiendo desde el otro lado del océano.
—Padre, no es momento de que te pongas con lo de tu deuda ancestral, yo aún no entiendo por qué nuestros antepasados no hicieron nada.
—Es que nos tomaron por sorpresa, fuimos perseguidos, nos ajusticiaban a traición, además de que trajeron pestes y criaturas desconocidas. En ese entonces nuestro cacique decidió que era mejor escondernos a extinguirnos, algo en lo que nunca estuve de acuerdo, por eso ahora mi objetivo es vengarme de todos los descendientes de esos invasores, además de recuperar los territorios que nos robaron y hacerlos una república independiente.
—Sí, padre, pero para cristalizar sus objetivos necesitamos dinero, tenemos que comprar armas y comida.
—Está bien, ¡deténganse! Dejen a ese lobo y llevémonos a la mujer, les pediremos una gran suma para su rescate o unos cargamentos de armas, eso será lo mejor, adicionalmente de que no tengo nada en contra de esta humana, que se ve que tampoco es una burguesa. Vámonos, rápido, me parece que escucho aullidos a la distancia.
— ¡Alto!, ustedes no saldrán de aquí. —era Jairo López, el escolta personal de Alberto, quien llegó con su dorso descubierto donde se le podían ver algunas heridas. —Porquerías, ustedes nos emboscaron y tuvieron el atrevimiento de entrar en nuestro territorio, pagarán por ello.
—Ustedes, los lobos, tienen un gran hocico, no seas absurdo, estás solo contra todos nosotros, deberías haber corrido —. Refunfuño el chamán mostrando los colmillos.
—No soy iluso, yo sé que no puedo contra todos ustedes, ya que son unos gavilleros, pero no necesito vencerlos, lo único que tengo que hacer es demorarlos un poquito, mientras llega toda la manada de lobos.
—Podremos apostar a que cuando lleguen solo hallarán tres cuerpos sin vida y nosotros ya estaremos lejos.
—Pues averigüémoslo—. Jairo se transformó en un enorme lobo que saltó contra los jaguares que trataban de atacar a Alberto, mientras que Mariana se arrastró para tratar de ayudar a Alberto y, cuando lo pudo abrasar, le susurró:
—Amor, por favor, resiste, recuerda qué hemos pasado por cosas peores, como cuando nos enamoramos, por favor recuérdalo.
Él estaba inconsciente al borde de su último aliento y su cerebro recreó aquel día soleado en que la vio, no lograba ser capaz de hablarle, sentía que sus piernas se congelaban y su garganta se cerraba, esa vez se decía a sí mismo:
—hoy, si le hablare, reuniré mi valentía, la saludaré, le diré, “hola, te acuerdas de mí, en el estacionamiento”, eso no sería correcto, la podría asustar de nuevo. Mejor voy y me pintaré el cabello, me afeito la barba y me colocaré unas gafas oscuras para que no me reconozcan. También traeré mi auto deportivo, eso ayudará a que se fije en mí.
En ese día no le hubiera hablado de no ser, porque un grito de ella rasgó el ambiente.
— ¡Ayuda!, ¡ese camión va a arrollar a ese niño!
El conductor del vehículo accionó los frenos, haciéndolos chillar como un gato en el tejado, pero solo logró dejar un rastro de llanta quemada en el pavimento. Un niño de tan solo cuatro años, que se le había escapado a la mamá, le soltó la mano y corrió queriendo explorar el mundo, se expuso a que se le terminara la existencia, de no ser porque Alberto se lanzó, agarrándolo girando por los aires y llevó a salvo a la otra acera. Mientras, todos los observadores se quedaron congelados por la situación y los alaridos de la madre.
— ¡Ese señor lo salvó! ¡Es un héroe! ¡Los ángeles sí existen! —Los espectadores gritaban entusiasmados, mientras el conductor del camión se bajó para ver si estaban bien o él estaba en problemas. Solo vio a la mamá, quien también corrió para abrasar a su hijo, que lloraba al escuchar todos esos gritos, y le manifestó a Alberto:
—Señor, muchas gracias, usted salvó a mi hijo, por favor me gustaría invitarlo a cenar para agradecerle.
—Tranquila, mi señora, con que cuide mejor a su hijo es más que suficiente.
—Sí, eso es verdad, de no ser por este señor, yo lo hubiera arrollado y de seguro me meterían preso por su irresponsabilidad. —El conductor del camión se limpiaba el sudor nervioso con sus temblorosas manos.
—Usted también tiene la culpa, iba muy rápido en esta zona residencial. —Alberto se le paró de frente, sacando el pecho.
—Puede que tenga la razón, por fortuna no sucedió nada malo, y por su valentía, señor, le prometo que desde ahora conduciré con más cuidado, tengo una familia que me espera en casa, no quiero provocarles penurias. —El conductor se marchó, respirando profundo, tratando de controlar su ritmo cardiaco, no podía soportar otro pre infarto.
—Por favor, señor, acepte mi humilde invitación a almorzar —le insistió la madre del niño.
—Tranquila, señora, me da vergüenza ir a almorzar a una casa desconocida.
—Acepte, deje la timidez o ¿es que usted es muy creído? —Alberto se congeló al escuchar esa voz que provenía de alguien a sus espaldas, porque no necesitó voltear a mirar de quién se trataba, ya que era la persona a quien estaba siguiendo durante estas últimas semanas. Se quedó un rato en silencio, lo que provocó que la otra señora contestara por él.
—No es que sea orgulloso, lo que pasa es que se ve que es tímido, mira su rostro, se puso rojo como un tomate.
Esto ocasionó que sintiera que su valor se cuestionara y eso es inconcebible para el futuro alfa de la manada, así que inhaló aire, dio la vuelta y sonriendo saludó a Mariana por segunda vez.
—Hola, señorita, no soy ni tímido ni temido, lo que pasa es que considero que haber salvado al niño no es un hecho que merezca recompensa, es una obligación salvar a un cachorro en peligro, cualquier macho debería haber corrido a salvar esa cría.
—Señor, usted se me hace conocido, me parece haberlo visto en otro lugar. —le comentó Mariana, rascándose la cabeza para recordar ese suceso, repasando todas las caras conocidas, a lo que respondió Alberto.
—De pronto en la televisión o en el cine.
—¿Eres actor?
—No, es que soy modelo de zapatos.
—Hay, tan chistoso, entonces solo reconocería tus pies. Aguarda, ya lo recuerdo, eres el monstruo del estacionamiento, no puede ser, regresaste por mí, vas a eliminarme porque fui testigo de algo extraño. —Mariana palideció, sintió que el suelo se le movía y que por su piel pasaban choques de energía helada, por poco se desmayó, pero alcanzó a salir corriendo, muy asustada, a encerrarse a su casa.