SANCHO La feroz manada parecía un enjambre de langostas, arrasando con todo a su paso. En pocos segundos, tan solo quedó un paisaje de destrucción, dejando un sonido de vacuidad después del estruendo de los disparos, explosiones y gritos. Mientras tanto, Sheila marchaba con Alberto amarrado en su espalda. A cada paso se arrepentía de haberse ofrecido para tal ardua tarea, puesto que su hermano parecía que le doblaba el peso. Aunque su motivación de deshacerse de él era lo que la empujaba a seguir adelante, buscando en el horizonte un peñasco o algo donde pudiera fingir un accidente. Recordaba una frase de uno de sus libros favoritos, que contaba la historia de un ayudante de un ciego que trataba de desquitarse de su amo debido al maltrato, citaba esa frase de “me quebraba ambos ojos por