ALBERTO — ¡No puede ser, no es verdad! Tengo que ir por ella—. Alberto entró en desespero; alcanzó a dar unos pasos para que el dolor lo obligara a arrastrarse. Lo único que pudo hacer fue llorar mientras contemplaba como el enorme complejo se reducía a escombros llameantes. —Alberto, lo siento, ella fue muy valiente; luchó con gran valor contra ese perro infernal—. Natalia lloraba ayudándolo a levantar. —Natalia, ayúdame, tengo que rescatarla, o que alguien me ayude, por favor, se los ruego—. Alberto, aúllo con lamentos. —Es inútil, debemos marcharnos; ese demonio es invencible y derrumbo todo ese complejo; perdimos muchos miembros de la manada, ni siquiera podemos darles una sagrada sepultura, pues fueron devorados por la lava, y si nosotros nos quedamos, correremos con la misma suer