MARIANA —¿Estoy muerta?— Mariana abrió los ojos, observando a un hombre vestido de n***o, de cabello gris y cutis lozano, sin barba ni bigote. —Tal vez todos estamos muertos y no lo sabemos—. El hombre le dio la espalda. Se paraba rígido como una estatua. —Este lugar no puede ser el cielo, lo único que diviso es arena y esta humedad me sofoca—. Ella se levantó a tientas, observó el horizonte amarillo, sintiendo el aire caliente sobre la piel, “estoy desnuda”. Activé el traje del reloj, pero este no servía. “Quizás se dañó o la asquerosa de Natalia me dio uno defectuoso con mala intención”. “Por otro lado, los muertos no necesitan ropa”. Mariana sintió miedo de lo que descubriría en el más allá, y el corazón se le estrujó cuando le llegó a la mente la imagen de su amado, “Alberto”. —Pa