Sonreía, extendiendo los brazos hacia ellas en cuanto las veía. Ya en el interior de la habitación, Amalita cerró la puerta y pidió en voz baja: —Tendrás que... ayudarme... mamá. Estoy haciendo... todo esto por Carolyn y estoy... segura de que tú... entenderás que no debo... cometer ningún... error. Al decirlo, sus ojos se llenaron de lágrimas. Cuando las enjugó con el dorso de la mano, el último resplandor del sol agonizante entró por la ventana. Se reflejó en los espejos, los cuadros y la gran colección de adornos que su madre tanto había amado. Por un momento, Amalita sólo pudo ver el resplandor dorado del sol. Entonces se dijo que esa era la respuesta que ella buscaba. Estaba haciendo lo correcto y su madre la ayudaría. Súbitamente desaparecieron su temor y su inquietud. No e