CAPÍTULO UNO
Mackenzie White, siempre en movimiento, estaba encantada de la vida de estar confinada a su pequeño cubículo. Todavía se sintió más feliz cuando, hacía tres semanas, McGrath le había llamado y le había dicho que había un despacho vacío gracias a una ronda de despidos del gobierno, y que era suyo si lo quería. Mackenzie había esperado unos cuantos días, y cuando nadie más se lo quedó, decidió mudarse.
Estaba mínimamente decorado, y solo contaba con su escritorio, una lámpara de mesa, una pequeña estantería, y dos sillas al otro lado de su escritorio. Había un calendario de borrado en seco colgado de la pared. Estaba mirando al calendario mientras se tomaba un descanso entre responder a sus emails y realizar llamadas para averiguar detalles sobre un caso en particular.
Era un caso antiguo… un caso vinculado a la única tarjeta de visita que había sobre el calendario de borrado en seco, pegada con un imán:
Antigüedades Barker
Se trataba del nombre de una compañía que, por lo visto, no había existido jamás.
Todas las líneas de investigación que surgían solían ser descartadas de inmediato. Lo más cerca que habían estado de llegar a alguna parte había sucedido cuando el agente Harrison había descubierto un lugar en New York que podía tener cierta conexión, pero no había resultado ser más que un hombre que vendía antigüedades de saldo desde su garaje en los años 80.
A pesar de ello, tenía la sensación de que estaba a punto de encontrar algún hilo que le llevaría hasta las respuestas que había estado buscando—respuestas relativas a la muerte de su padre y al asesinato aparentemente relacionado que había tenido lugar este mismo año, solo seis meses atrás.
Intentó agarrarse a esa sensación de que había algo ahí afuera, columpiándose sin ser visto a la vez que estaba delante de sus narices. Tenía que hacerlo en días como el de hoy en que había visto cómo tres posibles pistas se agotaban por el camino entre llamadas de teléfono y mensajes de correo electrónico.
Para Mackenzie, la tarjeta de visita se había convertido en una pieza de rompecabezas. La miraba fijamente todos los días, tratando de imaginar un enfoque al que todavía no le hubiera dado una oportunidad.
Estaba tan entretenida con ella cuando alguien llamó a la puerta de su despacho, que le hizo dar un leve salto. Miró a la puerta y vio a Ellington allí de pie. Asomó su cabeza y echó un vistazo.
“Sí, el entorno de oficina sigue sin pegar contigo”.
“Ya lo sé”, dijo Mackenzie. “Me siento como toda una impostora. Entra”.
“Oh, no tengo mucho tiempo”, dijo él. “Solo me preguntaba si querrías salir a comer algo”.
“Puedo hacerlo”, dijo ella. “Nos vemos abajo como en media hora y…”
Sonó el teléfono sobre su escritorio, interrumpiéndole. Leyó la pantalla y vio que provenía de la extensión de McGrath. “Un segundo”, dijo. “Es McGrath”.
Ellington asintió y asumió una expresión juguetonamente seria.
“Aquí la agente White”, dijo Mackenzie.
“White, soy McGrath. Necesito verte en mi oficina cuanto antes respecto a un nuevo caso. Agarra a Ellington y traételo contigo”.
Ella abrió la boca para decir Sí, señor, pero McGrath terminó la llamada antes de que ella tuviera siquiera tiempo de respirar.
“Parece que el almuerzo tendrá que esperar”, dijo ella. “McGrath quiere vernos”.
Intercambiaron una mirada incómoda mientras la misma idea cruzó sus mentes. Con frecuencia, se habían preguntado cuánto tiempo serían capaces de mantener su relación sentimental en secreto delante de sus colegas, sobre todo de McGrath.
“¿Crees que lo sabe?”., preguntó Ellington.
Mackenzie se encogió de hombros. “No lo sé, pero dijo que tiene que vernos para hablarnos de un caso. Así que, si lo sabe, por lo visto esa no es la razón de que hiciera la llamada”.
“Vayamos y averigüémoslo”, dijo Ellington.
Mackenzie bloqueó su ordenador y se unió a Ellington para dirigirse a la oficina de McGrath al otro lado del edificio. Trató de decirse a sí misma que lo cierto es que no le importaba que McGrath supiera lo suyo. No es que fuera razón para suspenderles ni nada por el estilo, pero seguramente, si lo acababa descubriendo, no les permitiría trabajar juntos de nuevo.
Así que, aunque hacía lo posible porque no le importara, también sentía cierta preocupación. Hizo lo que pudo para reprimirla mientras se aproximaban al despacho de McGrath al tiempo que caminaba intencionalmente lo más lejos de Ellington que le era posible.
***
McGrath los miró con desconfianza cuando tomaron asiento en las dos butacas delante de su escritorio. Era un asiento al que Mackenzie se estaba acostumbrando; se sentaba aquí para que McGrath le echara un sermón o le cantara sus alabanzas. Se preguntó cuál de las dos sería hoy antes de que les entregara su tarea.
“Entonces, hagamos las tareas de casa primero”, dijo McGrath. “Me parece que está bastante claro que algo está pasando entre vosotros dos. No sé si se trata de amor o solo de una historia pasajera o qué… y, sinceramente, no me importa. No obstante, esta es vuestra primera y única advertencia. Si interfiere con vuestro trabajo, no os volverán a emparejar. Y eso sería una auténtica pena porque trabajáis realmente bien juntos. ¿Me explico?”..
Mackenzie no veía ningún sentido en negarlo. “Sí señor”.
Ellington imitó su respuesta y Mackenzie sonrió con malicia cuando vio que parecía avergonzado. Se imaginó que no era la clase de agente que estaba acostumbrado a que sus superiores le echaran la bronca.
“Ahora que ya nos hemos encargado de eso, vayamos al caso”, dijo McGrath. “Recibimos una llamada del alguacil de una pequeña localidad sureña llamada Stateton. Hay una residencia para ciegos allí—y eso es todo lo que hay, por lo que he podido averiguar. Anoche, mataron a una mujer ciega extremadamente cerca de su edificio. Y aunque eso ya sea bastante trágico, es el segundo asesinato de una persona ciega en el estado de Virginia en diez días. En ambos casos, parece que hay heridas en el cuello que indican estrangulación, además de irritación alrededor de los ojos”.
“¿También era la primera víctima m*****o de una residencia?”., preguntó Mackenzie.
“Sí, aunque de una mucho más pequeña por lo que tengo entendido. Al principio se especuló con que el asesino era un pariente, pero tardaron menos de una semana en descartar a todos. Con un segundo cadáver y lo que parece ser un conjunto muy específico de víctimas, seguramente no se trata de una coincidencia. Por tanto, espero que podáis comprender lo urgente de la situación. Sinceramente, tengo una sensación terrible, como de pueblo pequeño. No hay mucha gente por allí, así que debería de ser más fácil encontrar un sospechoso con rapidez. Os estoy encargando el caso a vosotros dos porque espero con toda confianza que lo solucionéis en cuarenta y ocho horas. Si es menos que eso, todavía mejor”.
“¿No va a participar el agente Harrison en este caso?”., preguntó Mackenzie. Como llevaba sin hablar con él desde que murió su madre, se sentía casi culpable. A pesar de que nunca le hubiera parecido un compañero de verdad, sentía respeto por él.
“Al agente Harrison le han asignado a otro lado”, dijo McGrath. “En este caso, será un recurso para vosotros… investigación, información inmediata, y cosas por el estilo. ¿Estás incómoda trabajando con el Agente Ellington?”..
“Para nada, señor”, dijo Mackenzie, arrepintiéndose de haber dicho nada para empezar.
“Muy bien. Haré que los de recursos humanos reserven una habitación en Stateton para vosotros. No soy imbécil… así que solo he solicitado una habitación. Si no acaba saliendo nada de este pequeño romance entre vosotros dos, al menos le ahorrará dinero al Bureau en gastos de alojamiento”.
Mackenzie no estaba segura de si esto era un intento de McGrath de hacerse el gracioso. Era algo difícil de decir porque el hombre parecía no sonreír ni por equivocación.
Cuando se levantaron para salir en pos del caso, Mackenzie pensó en lo vaga que había sido la respuesta de McGrath al preguntarle sobre Harrison. Le han asignado a otro lado, pensó Mackenzie. ¿Qué se supone que significa eso?
No obstante, esa no era una preocupación legítima para Mackenzie. En vez de eso, le acababan de asignar un caso que McGrath esperaba que solucionaran con rapidez. Desde este preciso momento, ya podía sentir el reto surgiendo dentro de ella, empujándole a que se pusiera manos a la obra de inmediato.