Las risas de Elliott llenaron la casa mientras las burbujas flotaban a su alrededor. Aquello era algo que enloquecía a mi hijo y podía pasar horas, quemando gran parte de su energía, persiguiendo y explotando burbujas. Estaba tan absorto en la tarea que no se dio por enterado cuando el timbre sonó, cosa que en cualquier otra circunstancia le habría hecho correr hacia la puerta, entusiasmado por ver quién podría ser esta vez. Me dirigí hasta la entrada y abrí la puerta para encontrarme con los ojos apremiantes de Marie, mi mejor amiga, que entró a la casa como un torbellino. —Hola, cariño... Ahora voy contigo —dijo como todo saludo antes de darme la espalda y dirigirse hasta el salón principal, donde Elliott seguía persiguiendo las burbujas que producía aquella celestial máquina. —¡Mai!