Capítulo 4: Empieza la cacería.

2016 Words
Erick estaba parado frente a medio pueblo, una parte de él no sabía qué hacía ahí y la otra parte sabía que no había vuelta atrás. Diría lo que tenía que decir. –Todos están aquí, hablando de turistas, monstruos, dinero y planes para el beneficio de todos, pero están olvidando al otro ¡Hay otro niño desaparecido! se perdió con Antonio y a nadie se le ha pasado por la cabeza que también está en peligro o ya podría estar…– Por primera vez desde la desaparición de Owen, lágrimas brotaron de sus ojos. No podía dejar que los vieran llorar, no en ese momento, si no su acto de rebeldía podría ser rebajado a un simple berrinche, se pasó los dedos por las mejillas borrando el rastro de sus lágrimas. –Owen es mi amigo, es un buen amigo y siempre cuidaba de los demás, un monstruo se lo lleva y lo único de lo que ustedes hablan es ¡de cómo lucrar con eso! Todos lo miraban, un pequeño sentimiento de culpabilidad brilló en el fondo de la mayoría, pero no en el alcalde, quien lo miraba desde el atril con una mirada de compasión. –¿También es tu hijo, Gerardo?– Preguntó el alcalde viendo al padre del joven. –Así es señor, una disculpa, no ha podido procesar lo de su amigo. –Gerardo se levantó de su asiento y caminó con prisa hacia su hijo pero alguien le ganó. –No te preocupes, Gerardo.– Dijo el jefe, colocando su mano sobre el hombro del joven– Yo lo llevaré afuera a que tomé aire, estará bien ¿Verdad, amigo? –No he termina…– Erick intentó continuar con su discusión pero la mano del jefe lo sostuvo del hombro con firmeza y supo que era momento de detenerse. Erick asintió en silencio y el jefe Ramírez lo acompañó afuera de la iglesia, pero sin que lo notaran alguien más fue detrás de ellos, una triste y sombría figura. Afuera de la iglesia había un patio, en medio y a las orillas de este, se hallaban unas jardineras donde varios árboles crecían sobre un verde pasto, las jardineras estaban rodeadas por unas anchas bardas de concreto que la gente usaba para sentarse a esperar que la misa iniciará, ahí fue donde se sentó el jefe. El lugar estaba vació y la única luz que los iluminaba lo suficiente para poder ver, provenía de adentro de la iglesia donde voces y murmullos aún eran audibles. Erick miraba fijamente al jefe, una cálida luz brotó de su encendedor, la acercó a su rostro y prendió un cigarrillo que colgaba de su boca, él sabía que después de eso seguiría un regaño o un sermón, pero se equivocó. –Si que tienes bolas niño– Dijo el jefe hablando solo por una comisura de su boca mientras guardaba el encendedor en su bolsillo. – Y más que bolas tienes corazón. Hiciste lo que yo no me atreví a hacer allá arriba. –Yo solo quiero que encuentren a Owen.–Dijo Erick, dando una explicación que nadie pidió –Y yo también, desde que esto inicio es mi principal preocupación, pero algunas cosas me han atado de manos. –Pero aunque tú sí lo estés buscando no es suficiente para encontrarlo. –dijo Erick con impotencia. –Todo lo que se necesita para hacer un cambio es que una persona lo intenté y es lo que haré, te prometo que encontraré a Owen. –¿Eso es verdad?– Dijo la voz de la figura parada detrás de ellos, por fin había revelado su existencia. Las palabras de esa persona espantaron a Erick y sobresaltó al jefe, el cigarrillo casi se le cae de la boca. La figura se acercó a ellos, hasta que la luz finalmente alumbró su rostro. Era una mujer, su rostro estaba pálido como el mármol con excepción de sus ojeras que eran sacos morados colgando de sus ojos, tenía las mejillas hundidas y los ojos rojos como una fogata luchando por no apagarse. –Sandra– La saludo el jefe. –¿Su promesa es cierta?–Preguntó ella. El jefe la miró por un par de segundos. –Por supuesto. –Mi hijo no era nada de lo que están diciendo, no era un buen chico, yo lo sé que soy su madre, pero no merecía acabar así. Aún había mucho que cambiar, podía ser mejor, hay tantas cosas que pudieron pasar pero ya no será así, mi bebé murió, un monstruo me lo arrebató y mi hijo no podrá ser todo lo que pudo haber sido. Eso no debe pasarle al otro muchacho.– Dijo la pobre mujer, sus ojos intentaron soltar algunas lágrimas pero fue inútil, ya había llorado todo lo que podía llorar. –Encontraré a Owen, cueste lo que me cueste, se los prometo. –Dijo el jefe, tirando el cigarro y pisándolo con su bota. La mujer asintió y se dispuso a marcharse, pero antes de hacerlo Erick dijo: –Yo conocía a su hijo. –La mujer se volteó para escuchar lo que el joven tenía que decir. – Él me molestaba casi todos los días, pero Owen siempre me defendía de él. La última vez que los vi, fue huyendo de él mientras Owen lo detenía. Desde que supe que le había pasado no he dejado de preguntarme si hubiera sido más valiente, más fuerte y me hubiera quedado ¿algo hubiera cambiado?– El jefe y Sandra veían al niño intentando entender lo que decía y lo que pasaba por su cabeza.– Jefe, usted dijo que solo hace falta que uno lo intenté para cambiar las cosas, pues eso haré, no estás solo, yo también haré todo lo necesario para encontrar a mi amigo y no volveré a acobardarme ante nadie. El jefe pensó en detenerlo y explicarle que era muy peligroso que se expusiera intentando encontrar al heraldo, pero pensó que apagar la chispa de compromiso que él mismo había encendido era algo muy hipócrita de su parte. La gente empezó a salir de la iglesia, pequeños grupos hablaban entre ellos comentando lo que acababan de vivir, todo estaban emocionados y excitados, la cacería había empezado y todos querían ser quien atrapara a aquella magnífica bestia. De entre la multitud Erick pudo ver a su padre, caminaba junto a su hermana y en su rostro se veía una clara molestia. –Muchas gracias inspector, por cuidar a mi muchacho. –Le dijo Gerardo al jefe. –No te preocupes, es un buen muchacho. Gerardo tomó a Erick del hombro fingiendo una sonrisa que nadie, ni Erick ni el jefe se creían. –Debemos volver a casa, su madre nos espera con la cena. –Movió a Erick haciendo que caminara junto con su hermana. –Está bien, pero Gerardo– Le dijo el jefe. – no seas tan duro con ellos. Gerardo asintió, pensando “tú métete en tus asuntos y no me digas como educar a mis hijos” y se fue con ambos niños. Al llegar a casa Gerardo explotó. –¡No puedo creerlo!– Dijo. – ¡Tenías solo dos condiciones, Verónica, y no pudiste hacer ninguna! Los niños estaban sentados en el sillón, mientras su padre, fijó como una estatua les gritaba frente a ellos. –Nadie preguntaba nada, solo gritaban. –Dijo Verónica. –Como reportera mi trabajo debe ser hacer preguntas. –No eres reportera, solo eres una niña que se cree reportera. Con esas palabras Verónica aprendió como puedes insultar a alguien sin decir ni una mala palabra. –¡Y para terminar ni siquiera pudiste cuidar a tu hermano! –¡Y yo como iba a saber que se iba a poner así!– Gritó Verónica, definitivamente estaba consciente que había roto la primera condición, pero la segunda estuvo más allá de su control. – Además tú tampoco pudiste hacer algo para controlarlo. Esas últimas palabras de verdad molestaron a Gerardo. –No me retes niña.– Y luego le dijo a Eric– ¿Y tú? ¿Cómo se te ocurre hacer un berrinche así frente a todo el pinche pueblo? Erick se encontraba mucho mejor desde su plática con el jefe, las dudas que tenían aún estaban ahí, pero estaban lo suficientemente apaciguadas como para poder continuar con su vida. Pudo haber confrontado a su padre, reprocharle su falta de comprensión como lo había hecho unas horas antes, pero no veía el caso, así que solo respondió a las preguntas de su padre levantando los hombros. –Que estés triste por tu amigo no te da ningún derecho a ser un maleducado ¿Me oíste?– Erick asintió en silencio, fingiendo un interés que no existía. Gerardo, se pasó la mano por el cabello, caminó un par de pasos a la derecha, dio media vuelta y caminó los mismos pasos hacia la izquierda, su respiración alterada poco a poco volvió a la normalidad. Se sentó en un sofá al costado del sillón, apoyó los codos sobre las piernas y se sujetó la cabeza entre las manos. –Esta noche me avergonzaron frente al alcalde ¿saben lo que eso significa? Ambos jóvenes negaron con la cabeza –Significa que mi propuesta para certificar al Heraldo está en riesgo, cuando atrapen a ese monstruo alguien va a tener que estudiarlo, solicite al gobernador que me dejara clasificarlo en cuanto se descubriera y ahora esa oportunidad está en peligro porque ustedes dos me avergonzaron frente a él– Los niños sabían sobre las intenciones de su padre de ser el primero en analizar al heraldo, pero no sabían lo importante que era para él– Era una gran oportunidad de trabajo y ustedes solo… la jodieron. Gerardo se levantó y dio un gran suspiro. –A sus habitaciones, ambos están castigados. Dos semanas sin televisión, sin computadora y sin PlayStation. –¡Papá, no!– Reclamó Vero– Necesito poder escribir los avances en el caso. –¡No me interesa! A su habitación ahora. Los niños subieron la escalera, Verónica estaba enfadada y frustrada, no creía haber cometido ningún error, antes de entrar a su cuarto le murmuró a su hermano: –Me caías mejor cuando no hablabas, idiota. Vero cerró la puerta, pensó en lo que acababa de decir, sabía que no era correcto. Miró su mano izquierda, estaba roja y un poco hinchada, eso le ayudó a entender un poco el dolor que su hermano cargo sólo durante ese tiempo, pero no podía disculparse, lo que su hermano hizo jodió su carrera y eso era algo que ella no permitía. –Que se joda– pensó y se fue a dormir. Erick escuchó lo que su hermana dijo, pero no esperaba algo diferente de ella. No esperaba algo diferente de nadie. Esa noche sintió que algo cambió, algo dentro y fuera de él y no creía ser el único que lo notaba. Pensaba en la conversación que tuvo con el jefe, en la forma que lo veía y le hablaba, Erick pasó las siguientes horas analizando cada palabra y gestos, pensando que tal vez esa fue la primera conversación que tuvo como un adulto. Una platica sin condescendencia, donde no lo trataban como algo inferior por su edad. El recuerdo de su madre despertando para ir a la primaria invadió su mente, recordó las cálidas palmadas en su espalda, el suave beso en su frente acompañado por el “ya despierta mi amor, hoy es tu primer día de escuela”. Pensó que tal vez ese fue el momento en el que dejó de sentirse como un bebé y empezó a ser niño. Acostado en su cama, pasó un tiempo comparando ambos momentos, pensando en cómo marcaban diferentes puntos en su vida. Imagino el olor del cigarrillo, el frío de la noche, acompañado con el sabor del rocío del patio de la iglesia y la voz del jefe diciendo “Que bolas tienes niño, es hora de hacer algo al respecto”.
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