Historias del pueblo 1°

1981 Words
Púrpura Iluminación Una vez más el sol se filtraba entre los pliegues de las cortinas ¿Cuántas veces lo había hecho ya? ¿Tres? ¿Cinco? No sabría decirlo y Moisés tampoco. Perdió toda percepción del tiempo después de las primeras dos noches, después de eso el sueño dejó de ser un problema. No había dormido en todo ese tiempo, o tal vez sí ¿Cómo saberlo? estaba seguro que sí habría caído presa del cansancio sus sueños solo le mostrarían su pintura tal y como la veía despierto, incompleta, vacía… imperfecta, pero eso estaba apunto de cambiar. La sequía había terminado oficialmente y cuando Moisés lo supo también supo que era momento de volver a brillar, sus días de gloria estaban frente a él, solo tenía que estirarse y alcanzarlo. Por un tiempo sus pinturas fueron mundialmente reconocidas en gran parte del globo. La representación de las horribles criaturas que fueron descritas por los pobladores de Monte n***o era terriblemente especificas. Cada garra, ala, colmillo, mirada asesina y gota de sangre, reviven viejos traumas e inmortalizaron antiguas leyendas. Una mirada a cada pintura y de inmediato eras transportado a un viejo y lejano paraje, donde algún monstruo estaba saboreando tu carne, pero las historias terminaron pronto y su fama también. Intentó diferentes medios para recuperar la pérdida de inspiración, pero los relatos falsos, criaturas inventadas y mitos dudosos, opacaron sus obras. Moisés se dio por vencido, pasaba el resto de sus días, recorriendo las montañas, buscando parajes lo suficientemente estéticos para retratarlos y venderlos en los parques para cubrir una vacía pared en algún aburrido hogar. Fue en ese entonces que la noticia del Heraldo inundó los periódicos locales y se expandió en las lenguas de todos en el pueblo. Moisés no quería escuchar ni leer nada al respecto, pensaba que no era más que otra noticia falsa que lo encadenaría a una falsa esperanza. Una esperanza que le envenenaría el corazón y le llenaría la cabeza de colores que al retratar en un cuadro se secarían y opacarían con la falsa mentira en la que estaban basados. Fue imposible hacer oídos sordos ante tal grito. Las calles por las que caminaba estaban repletas de ilustraciones de sus compañeros pintores mostrando cómo pensaban que lucía el Heraldo. En todas las calles se escuchan historias de lo que había sucedido en el bosque con el pobre chico. La espina de la esperanza se había incrustado en el corazón y en la mente del joven pintor, pero no fue hasta la reunión del pueblo a la que acudió en busca de una cura, que la infección se expandió por todo su ser. Al llegar a la junta esperaba que le pusieran punto final a todas las historias, esperaba que el jefe Ramírez diría que encontraron al responsable y que todo no fue más que un simple homicidio, pero fue todo lo contrario, confirmaron la presencia del Heraldo y con él el posible despertar de las antiguas y horribles criaturas que los rodeaban. Esa misma noche Moisés vio Heraldo. Caminaba imponente por el bosque, sus grandes garras que habían destrozado al joven se clavaban en la tierra, sus ojos rojos como ventanas al infierno iluminaban donde sea que mirara y su cuerpo enorme y rígido era decorado por hermosas escamas de tonos azules, morados pero sobre todo, púrpuras. Moisés despertó con el corazón acelerado y la cabeza punzante. Nunca había tenido un sueño tan vivido y espantoso en toda su vida. Estaba convencido de que el Heraldo le había enviado un mensaje. Pues el mensaje había sido recibido y entendido. Fue cuando empezó a pintar, la imagen era clara y vivida, podía ver cada detalle, pero ¿por cuánto tiempo? No tenía tiempo de hacer ni pensar en nada más, temía que el recuerdo de aquella temible criatura se desvaneciera. Los días y las noches pasaban con rapidez, perdió toda percepción del tiempo. Retrato perfectamente a la criatura, sin lugar a dudas sería su obra maestra, solo había un solo problema, los colores vibrantes de su armadura escamosa. Moisés pasó gran parte del tiempo intentando replicar los colores exactos, pero no podía conseguirlos. Los destellantes azules marinos, los oscuros morados casi negros y los vividos purpuras que hipnotizaban a todo el que lo viera. Moisés lloraba, frustrado y maldecía su talento al no poder alcanzar ese grado de perfección, pero al poco tiempo se componía para intentarlo una vez más. Tenía una misión y la alcanzaría a toda costa o moriría en el intento. El rostro desfigurado Paola estaba terriblemente enferma, la fiebre no cedía y los medicamentos no ayudaban. Ya era lunes y desde el jueves pasado la pobre joven no podía salir de casa. Lo que sus padres no sabían era que en el momento que salían de casa, Paola volvía a la vida. La verdad era que Paola no estaba enferma, o al menos no enferma como sus padres creían, lo que ella tenía era mucho peor que una gripe o una fiebre incontrolable, Paola había desarrollado una terrible fobia. Una fobia que vivía dentro de ella como un pequeño e inofensivo parásito, apenas consciente de su existencia, pero creció exponencialmente y ahora era rehén de él. Todo producto de una oración, una imagen y un hecho. Esa era la mezcla que combinados dieron a luz a su gran miedo. “En qué hermosa mujer te estás convirtiendo” esa frase y variaciones de la misma es lo que Paola escucha en prácticamente cualquier conversación con cualquier persona que la ha visto crecer, y Paola no necesitaba que se lo dijeran, no era humilde ni ciega. Era evidente que era alguien sumamente hermosa, la adolescencia le estaba sentando muy bien. El hermoso rostro con el que había nacido, con facciones finas y perfectamente simétricas ahora eran asentados por un hermoso cuerpo que poco a poco, crece y se desarrolla. Desde niña, Paola, siempre ha querido que su belleza fuera elogiada, pasaba días enteros frente al televisor o leyendo revistas, viendo cantantes, actrices y modelos, todas mujeres sumamente hermosas y sabía que tendría todo lo necesario para llegar a estar en ese mismo puesto. Desde entonces ha tomado clases de canto, actuación, maquillaje entre muchas otras actividades que le ayudarán a resaltar su belleza, pero estaba consciente que era un don muy frágil. Su abuela, era una dulce mujer de 70 años de edad y según dicen, la belleza de Paola era heredada de ella, toda su vida a escuchado que su abuela era tal vez la mujer más hermosa que haya nacido en Monte n***o, incluso se cuentas historias que afirman que su madre (la bisabuela de Paola) había sido una ninfa del rio. Una vez encontró una vieja foto de su abuela en su juventud, debía de tener un par de años más que Paola y supo de inmediato que todas las leyendas no le hacían justicia, había sido la poseedora de una terrorífica belleza, de no haber sido por esa foto, Paola nunca había creído que su abuela alguna vez hubiera sido así de hermosa. Para ella, su abuela no era más que una mujer masacrada. Eso era lo que Paola pensaba en lo más profundo de su cabeza, pero siendo más amables la describiría como una mujer de rostro un poco incómodo de ver. Cicatrices recorrían todo su rostro, el más grande partía del lado superior derecho hasta el lado inferior izquierdo, pasando por encima de su ojo dejándola sin párpado superior, la nariz (dejándola solamente con un hoyo en forma de dos triángulos unidos como un esqueleto y el labio, partiéndolo por la mitad impidiendo que este luciera como una pieza única. Además le faltaba la oreja izquierda y la mejilla derecha tenía una gruesa cicatriz que lucía como una prenda mal tejida. Y esa era la apariencia con la que Paola la conoció, después de varias cirugías plásticas que por lo menos le permitían vivir una vida relativamente cómoda. El rostro de su abuela era la imagen que le recordaba cada instante que su belleza no era imperecedera y que en cualquier momento podía ser hurtada por algo, o alguien. El rostro de su abuela fue robada hace casi 50 años, poco después de que diera a luz a la madre de Paola, su abuela caminaba tranquilamente por las orillas del pueblo, llevando a su hija en la carriola buscando los ingredientes necesarios para preparar la cena, cuando una madre del bosque la vio. Las madres del bosque eran mujeres monstruosas que moraban por el bosque, su rostro estaba cubierto por el cráneo de algún animal, que había sido su presa. Sus cuerpos estaban cubiertos por una túnica compuesta por diferentes tipos de pieles y en su mano podías ver que portaban enormes cuchillos hechos de piedras talladas el cual usaban para matar y masacrar a sus víctimas. Lamentablemente, la abuela de Paola fue la única víctima humana atacada por una de estas criaturas. Cuando nadie la vio, la atacó con su cuchillo, la llevó al bosque arrastrada por de su hermosa cabellera y una vez en el bosque intentó arrancarle la piel, empezando por la cara. La abuela de Paola se defendió lo suficiente como para que varios pobladores la encontraran y poco después mataron a la madre del bosque, pero ya había sido tarde. El rostro de la hermosa mujer ahora era carne y músculos cortados y mutilados. Se dice que la máscara de esa madre del bosque era el cráneo de un enorme venado que ahora descansaba en la pared de la casa de sus abuelos como una especie de compensación o trofeo de aquel atroz enfrentamiento. Paola había vivido sus 16 años con esa incómoda verdad. Sabiendo que su don podría extinguirse en un abrir y cerrar de ojos, ese pequeño parásito de miedo que vivía en su corazón rondaba esperando ser alimentado, pero el temor en Paola había sido terriblemente controlado hasta hace unos días, con la llegada del Heraldo. La primera vez que Paola oyó sobre aquel monstruo, lo leyó en el periódico del pueblo, su padre lo sostenía frente de ella en el desayuno y el enorme encabezado acompañado de la terrible fotografía de un joven no mucho menor que ella, muerto y demacrado. Después de eso no paró de escuchar sobre el regreso de los monstruos al pueblo y sobre el terrible heraldo que ahora vagaba libre por el bosque a su alrededor. El miedo había sido alimentado y ahora crecía sin control. El exterior dejó de ser un lugar seguro para Paola y su belleza. La preparatoria estaba peligrosamente cerca del bosque a orillas de la montaña, cada ida a clases se arriesgaba a que una horrible criatura la atacara, destrozara todo por lo que había nacido y trabajado y la dejaría ahí, sin nada más que ofrecer al mundo que un rostro incómodo de ver. Les rogó a sus padres que se fueran del pueblo o al menos que la dejaran resguardarse en casa hasta que el monstruo fuera capturado, pero sus padres no entendían su temor, para ellos solo era un ridículo capricho o una excusa barata para no ir a la escuela. Fue entonces que Paola usó todo sus conocimientos y dotes actorales para fingir una duradera, fuerte pero controlable enfermedad. Lo suficientemente fuerte para que evitaran el exterior, lo suficientemente duradera para esperar lo más posible pero lo suficientemente controlable para no verse obligada a ser llevada al hospital para que los doctores no la desmintieran. Había sido un trabajo perfecto. Con ese lunes llevaba cinco días sin poner un pie en la calle, pero sus miedos le aseguraban que pronto la mentira caería. Nada duraba para siempre, ni su enfermedad, ni su mentira y ni siquiera su belleza. Tarde o temprano tendría que volver al exterior, ahora rodeada de monstruos, acechando el momento oportuno para robarle todo lo que ella era.
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