Capítulo 6: La pintura roja

2277 Words
El sol ya se había ocultado hace varias horas, cuando por fin el auto de la familia Flores se detuvo después de un viaje de muchos kilómetros. Fernando vio por la ventana del auto su nueva casa. Definitivamente era más grande que su casa anterior, pero también pudo percibir que era mucho más sombría y solitaria. Las casa en Monte n***o tenían una considerable separación entre casas lo que les daba una apariencia de abandono. Rubén, su padre salió del auto e inspeccionó la fachada de la casa, con un aire de orgullo, como cualquier hombre viendo el fruto de años de esfuerzo. Y aunque dejar un puesto de transportista en una gran ciudad para ser gerente de transporte en un pequeño y alejado pueblo no era un gran progreso, era algo y Rubén lo sabía. La que tal vez no notaba el merito era Alma, su esposa, quien no tomó muy bien la noticia de dejar su casa, familia, amigos y conocidos para mudarse a un pueblito olvidado por Dios. Tuvieron muchas discusiones al respecto sobre si era lo mejor para la familia, pero esto era más que trabajo, significaba el apoyo de una mujer a su esposo y Alma lo sabía muy bien. Así que era mudarse o el divorció, eligió lo segundo, pero con la idea de que tal vez se arrepentiría de no elegir lo segundo. Y por último, estaba Fernando, a él realmente no le importó. Siempre fue un chico solitario, había tenido varios problemas en la escuela, pequeños accidentes que marcaron su reputación y después de varios años, siendo marginado por eso, acepto que era una marca perpetua en ese ambiente, así que el dejarlo para mudarse a otro ambiente que no tenía registros de sus experiencias pasadas, le pareció bien. Aun así la idea no le emocionaba, no se sentiría seguro de salir de su c*****o protector, en esos años entendió que las personas en especial los jóvenes podían ser muy crueles y arriesgarse a ello era algo que no se daría el lujo, al menos no por voluntad propia. Rubén busco en una pequeña maceta al costado de la puerta y encontró una pequeña llave, abrió la casa. El espectral rechinido de la puerta les erizaron a los nuevos inquilinos cada bello de su espalda. Esparcido por la sala, estaban las cajas y bolsas con las pertenencias de la familia Flores, esa misma mañana la mudanza había llegado al pueblo y descendido sus pertenencias mientras la familia iba en camino. Todas las cosas que habían en su pequeño y apretado departamento ahora cabían perfectamente en la sala de su nueva casa. Por suerte la casa venía con varios muebles para llenar los espacios muertos. -¿Qué les parece?-Dijo el señor Flores, extendiendo sus brazos a los lados como el presentador de un circo- ¿No les dije que era un palacio? -Se parece al castillo de Drácula.- Dijo Alma. Rubén la vio con algo de tristeza y un poco de furia, pero no estrenaría su nueva casa con una pelea. -Eso es porque aún no hemos desempacado, cuando nuestras cosas estén listas verás como todo mejora- Dijo- ¿Por qué no lo hacemos ahora mismo? El señor Flores tomó la caja más cercana, clavo la llave en la cinta que la cerraba y la deslizó. Miró su interior y vio varios pinceles y unos sketches para dibujar, también habían varios frascos de pintura. -Fer, esta es tuya- Le dijo a su hijo, mientras se la entregaba- ¿Por qué no la subes a tu cuarto? vas a ver que te va a encantar. Sube las escaleras, a la derecha hasta el fondo. Las escaleras rechinaban con cada paso que daba, al llegar arriba se encontró con una penumbra total. Sujeto la caja con un brazo y palmeó la pared más cercana, después de un par de veces sintió un pequeño switch, lo corrió hacía arriba. Un par de focos, distribuidos en paralelo a lo largo del pasillo encendieron, pero casi de inmediato empezaron a parpadear arrítmicamente. La luz era cálida y combinaba muy bien con la pintura negra del pasillo, era casi como velas en un viejo castillo olvidado, Fernando pensó que su madre tuvo razón al compararlo con el castillo de Drácula. Camino un par de pasos a la derecha, a su izquierda había una pequeña puerta abierta, miró al interior y noto que era un armario, camino unos pasos más hasta llegar al pequeño y desgastado foco, del lado derecho había una puerta, la abrió pensando que era su cuarto, pero se encontró con el cuarto de baño. El piso era mosaicos de cuadros blancos y negros, estaban cubiertos por una gruesa capa de polvo, al igual que el retrete, al fondo vio una tina de baño, los detalles en las patas y en las perillas del grifo le dieron la sensación que era una baño muy antiguo, y el lavamanos era pequeño, pero combinaba con la bañera, el espejo sobre él estaba roto. Después de examinar el baño con la mirada vio hacia adelante, un par de metros más se encontraba una puerta negra que casi combinaba con el resto del pasillo, pero a diferencia de esté, la puerta no tenía esa apariencia de pintura vieja y olvidada, se veía fresca, casi viva, como la punzante garganta de una hambrienta bestia. Con una tranquila valentía, Fernando camino hacía ese hoyo en el mundo y cuando estuvo lo suficientemente cerca acercó la mano y empujo la puerta. Un rechinido aún más tortuoso que el de la entrada le dio la bienvenida. El interior era mucho más agradable, era un cuarto de buen tamaño, junto a la puerta había un ropero, en la pared de la izquierda una gran ventana y la luz que entra por ella ilumina su cama, que descansa en el extremo opuesto, adelante de Fernando había una pequeña ventana en forma circular, era casi como las casa que los niños dibujaban en el jardín de niños, nunca había visto una, pero le agradaba tenerla en su cuarto. Coloco la caja en los pies de la cama y se sentó por un momento. Miró a su alrededor y vio todas las posibilidades que le brindaba su nuevo cuarto. Era al menos el doble de grande que su antiguo cuarto, pudo ver en la pared, bajo la ventana, su escritorio, lleno de dibujos y bocetos. Junto al escritorio había un amplio espacio donde podría poner un cabestrillo, donde podría pintar grandes lienzos. Por primera vez desde que inició el viaje se emocionó por ese nuevo comienzo. -¡FER!- Le llamó su padre desde abajo- ¡Aún hay mucho que guardar, ven! Fernando se levantó de su cama, pero antes de disponerse a bajar tenía algo que hacer. Caminó al extremo de su cuarto y vio a través de su ventana circular. Daba al costado de la casa, podía ver el jardín y como se extendía hasta el patio trasero, había una vieja barda de madera mohosa pegada con varios arbustos, que separaba su propiedad del resto y detrás de ella, a varios metros de distancia podía ver la casa del vecino. Una vista simple pero fascinante para los ojos de Fernando, contempló un poco más la quietud que esa vista le brindaba cuando de repente algo se movió, la barda de madera bailo de repente y los matorrales detrás se sacudieron violentamente. Fernando lo miró con atención esperando ver a un gato brincando por la barda o algo similar, pero nada más se movía. -¡FERNANDO!- Lo volvió a llamar su padre. El joven bajó las escaleras. Los rechinidos y crujidos cada vez le molestaban menos. -¿Qué tal el cuarto nuevo?- Le preguntó su padre. -Bastante bien- Le dijo- Me gustó mucho. Rubén sonrió al ver la aprobación de un m*****o de su familia. -Esta caja son tus libros- Le dijo mientras le acerco otra caja de cartón- Mañana subimos el librero y el escritorio. -Sí, papá- Dijo Fernando recibiendo la caja. Al poner la mano debajo de la caja, por un momento tocó la mano de su padre y un pinchazo hizo que la apartará de inmediato. La caja callo al suelo y varios libros se expandieron por el piso. Alma, quien estaba desempacando los adornos de la sala volteó para ver que estaba sucediendo. Rubén tenía un cúter en la mano, la punta de la navaja estaba desenvainada. Rubén miro la navaja y vio en la punta teñida de un rojo carmesí. -Ay no- Dijo Rubén. Fernando miró su mano, a la orilla de su dedo índice, tenía un pequeño corte, donde un par de gotas de sangre se formaban y brotaban como lágrimas rojas. El mundo giró a su alrededor y en su estómago se formó un nudo que le provocaba arcadas secas, en su piel se empezó a formar una ligera capa de sudor, frio como el hielo y la mirada se le nublo. -Ay no- Dijo Fernando antes de caer al suelo completamente desvanecido. -¡Carajo, Rubén!-Gritó Alma, corriendo a revisar la cabeza de su hijo- ¡Te dije que tuvieras cuidado con eso! Fernando abrió los ojos, la parte posterior de su cabeza le dolía, pasó la mano y sobó el enorme chichón que se había formado. Cuando recordó lo que había pasado bajó rápidamente la mano y se revisó el dedo, la herida ahora estaba cubierta por dos curitas, tal vez algo excesivo, pero lo mejor era que no quedaran rastros de sangre. Fernando se sintió un poco culpable, su primera noche en el pueblo nuevo y ya se había desmayado otra vez, al menos esa vez fue en privado y sin público que remarcaba y divulgara lo ocurrido. También recordó la primera vez que pasó, a diferencia de muchos, él sabía perfectamente donde había nacido su hemofobia. Fue hace diez años, cuando él apenas era un niño de cinco años. Fue en la fiesta de cumpleaños de Ismael, su mejor amigo de ese entonces. A la hora de cortar el pastel Ismael empezó a tener una discusión con su hermano Alejandro, la pelea rápidamente escaló y a la hora de cortar el pastel, hubo una discusión entre los hermanos por quien debía cortarlo, forcejearon con el cuchillo. El padre de ambos se acercó para terminar la discusión y evitar una tragedia, lamentablemente cuando se acercó, Ismael logró arrancar el cuchillo de manos de su hermano, pero la inercia llevó el cuchillo a la garganta de su padre, quien de inmediato empezó a sangrar por todo el lugar. La mesa, los platos decorados con caricaturas infantiles del momento, el pastel, todo manchado de sangre, pero la peor parte cayó sobre Fernando, quien estaba delante del hombre en el accidente. La cálida sensación del líquido rojo bañando su cuerpo, el sabor a hierro en su boca y los gritos de la familia e invitados hicieron que Fernando colapsara al mismo tiempo que el señor. Ambos fueron al hospital y por suerte, ambos al poco tiempo estuvieron bien, lamentablemente el suceso le causaría a Fernando una gran hemofobia que hasta la fecha no había podido superar. Basta con ver una gota de sangre para que Fer vomite y o se desmaye. Muchas de esas veces fueron en publico, especialmente en la escuela. Cuando unos niños se pelearon y uno de ellos sangro de la nariz, en la clase de educación física cuando un compañero se raspó la rodilla, cuando a una amiga le vino el periodo y manchó la falda, en todos esos momentos, Fernando se convirtió en un hazme reír y nunca pudo quitarse esa mancha social. Fer se levantó de la cama, el mundo giró a su alrededor un par de veces más antes de poder dar unos pasos. Caminó a su ventana circular y una vez más miró atreves de ella, inmediatamente vio como la valla se sacudió violentamente, ahora estaba seguro que sucedía algo raro. -¡Mamá!-Gritó Fernando sin quitar los ojos de la valla que nuevamente había dejado de moverse- ¡Papá! Ninguno de los dos respondió. Abrió la puerta del cuarto y se encontró con el pasillo, tan oscuro que no podía ver más allá de su entrada, y silencio absoluto. -¡Mamá!¡Papá!- Los llamó una vez más, con la esperanza que su voz en la planta baja respondiera, pero nadie contestó. Se animó a recorrer el pasillo y bajar las escaleras, pero antes de dar el primer paso, un sonido lo detuvo, el rechinido de las escaleras. Agudizó el oído, intentando reconocer los pasos de quien subía al pasillo, pero los pasos acompañados de los rechinidos eran lentos y pesados. Escuchó el último rechinido del último escalón. -¿Mamá?- Preguntó en voz baja. Una risa tosca y seca resonó por el pasillo. Fernando quería dar un paso atrás y cerrar la puerta, pero a pesar de su fobia, él siempre había sido muy valiente. Así que recordó que debía de haber un switch junto a su puerta, lo busco en la oscuridad y lo encontró, activo el switch y los focos cálidos tintineaban delante de él. Frente a las escaleras se alzaba una extraña figura amorfa bajo una túnica roja, por debajo salía una calaca grisácea, abriendo y cerrando mandíbula, mientras que de entre sus dientes empezó a fluir un espeso líquido rojo. Una vez más la risa sonó y recorrió el pasillo hasta los oídos de Fernando, cuya mirada ya se estaba nublando y sus piernas flaqueando. “¿A qué maldito sitio vine a vivir?” Se preguntó mientras una vez más caía contra el suelo como un muñeco de trapo.
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