Pero…no, mejor me contengo como siempre y... me esforzaré por mantener la compostura y controlar mi frustración. Así que, retiro mi mano de la suya con un gesto brusco y severo.
―No, es mejor que te vayas ―suspiro con disimulo, intentando ocultar el dolor y la rabía que se agita dentro de mí―...estaré bien sin ti. Virginia me cuidará.
La sorpresa se nota en su rostro al sentir cómo su mano es apartada de la mía con un toque de dureza. Luego, su voz suena llena de incredulidad cuando pregunta:
—¿Quieres que me vaya?
Respiro profundamente, buscando la calma en medio de la tormenta interna que me consume. Por lo tanto, le respondo con un suspiro contenido, pero con un tono firme para que no quede ningún tipo de duda:
―Sí...estaré bien sin ti. Virginia me cuidará. Además, has regresado de tu viaje por Europa, debes estar agotada. ¿O… no es así? ―apreté mis dientes conteniendo mi ira.
Si realmente vino de Suiza, donde supuestamente se encontraba su novio, debería notarse en su semblante aquel viaje. Pero es obvio que no es así, se estaba revolcando con mi esposo. Además, ¿qué evidencia puedo esperar cuando mi propia hermana ha traicionado mi confianza? De verdad maldigo mi propia ingenuidad, por haber caído una y otra vez en sus engaños. Observo cómo su expresión cambia, alzando una ceja en un gesto de fingida sorpresa.
―Oh...pues sí, tienes razón, Jenny. Estoy un poco cansada. Pero, de todas formas, estaba dispuesta a sacrificarme por estar aquí ―se pone de pie y me dirige una mirada hipócrita―. Mejor que te cuide Virginia mientras yo descanso y luego estaré a tu lado apartir de mañana hasta que te recuperes. Pero...ahora me quedaré un ratito más
La ira se intensifica, convirtiendo mi mirada como si tuviera llamas en los ojos. Recuerdo los momentos en los que siempre fui leal hacia ella porque éramos la única familia que quedaba, por lo tanto… siempre evitaba enemistarme con mi propia hermana, a pesar de sus actitudes egoístas y manipuladoras. Sin embargo, ahora solo anhelo que desaparezca de mi vida y que sea infeliz junto con el imbécil de Archie. Entonces, con una mezcla de resentimiento en mis palabras, le digo:
―No, mejor vete, hermana...pareces cansada y...yo estaré bien, no te preocupes. Aquí hay doctores y enfermeras que se ocuparan de mi.
Se levantó, y tratando de ocultar su alegría bajo una máscara de gratitud fingida. Acaricia mi cabeza con suavidad, clavando su mirada en la mía de manera intensa. Pero ahora solo siento repulsión y escalofríos al ver lo manipuladora y falsa que es. Pienso en todas las veces en que se alejaba de mí cuando estaba triste, inventando excusas para no darme consuelo. Solo cuando supo que mi tiempo se agotaba, empezó a mostrar una faceta algo más amable. Pero sé que todo eso no es más que una farsa, parte de su juego de manipulación. ¿Por qué mi propia hermana siente tanto odio hacia mí como para desear mi muerte y quitarme a mi esposo? Aún no lo sé.
La veo alejarse de mí, despidiéndose con aparente dolor según ella, segura de que correrá a refugiarse en los brazos de mi esposo una vez más. En lo más profundo de mi ser, una mezcla de desesperación y dolor arde, dentro de mi porque ahora estoy sola.
Horas más tarde…
El reloj marcaba las once de la noche, y la habitación de Jennifer se encontraba en una atmósfera sombría y solitaria. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas, inundando el espacio con una tristeza abrumadora. Ese día había sido muy trágico, uno de esos que dejan una marca profunda en el alma. En ese momento, más que nunca, Jennifer anhelaba un abrazo de alguien cercano como su madre que le dijera que todo iba a estar bien.
Sus pensamientos se agolpaban en su mente mientras las lágrimas seguían empapando sus mejillas. En medio de su dolor, empezó a reflexionar sobre cada malestar, cada migraña constante que había padecido. Y de repente, una revelación iluminó su ser: aquellos síntomas no eran producto de aquel aneurisma que le detectaron mal, sino consecuencia de los maltratos que la familia Lancaster le había infligido a lo largo de los años. Ya no había dudas en su corazón, la indiferencia de Archie la hacía sufrir mucho y esto tenía una explicación cruda y dolorosa.
―Ese idiota... ―susurró entre lágrimas, con su voz entrecortada por el dolor y el asco que inundaba su ser―. Sufrí tanto en silencio por él, y todo resultó en vano. Su apatía hacia mí era simplemente porque se estaba acostando con mi propia hermana. Por eso... Por eso hacíamos el amor cada tres meses. ¡Qué asco!
Ahora, la realidad se mostraba con toda su crudeza ante sus ojos y Jennifer se sentía abrumada por la mezcla de emociones que invadían su ser. En medio de su dolor, una chispa de valentía comenzó a arder en su interior. Sabía que debía enfrentar la traición y la deslealtad que la habían envuelto, buscar su propia paz y sanar las heridas que aquellos que una vez ella llamó familia, pero que lo que hicieron fue… destruir su corazón.
Y… en otro lado de la ciudad.
Al caer la noche, el imponente y apuesto moreno Stavros, se encontraba en su habitación con aquella prostituta, que había firmado un audaz contrato de cien mil dólares para estar a su disposición durante un mes, y tenía que cumplir todos sus deseos. A pesar de que solo recibiría la mitad de esa suma, ya había estado con clientes de lo más peculiares y sabía bien a lo que se enfrentaba. Así que, después de un día agotador, aquel moreno frío con las personas pero ardiente en el sexo, ansiaba liberarse de todo el estrés acumulado por sus incompetentes trabajadores. Por lo tanto, en ese momento, estaba, entregado a sus impulsos más bajos y carnales con aquella prostituta.
―¡Oh, mierda!―exclamaba la prostituta sudada con su piel blanca enrojecida siendo embestida por el moreno.
Stavros, disfrutaba de prácticas $exuales intensas y a su vez, algo…tortuosas. Así que, había tomado unas cuerdas y sujetó a la prostituta a unos postes que él tenía especialmente ubicados en la cama. Ella no podía moverse, estaba a merced de su enorme virilidad bien dura de veintisiete centímetros de largo y seis de grosor. Sin embargo, también utilizaba un pequeño juguete para hurgar el trasero de aquella mujer, llevándola al límite del placer con ambos orificios simultáneamente.
Los gemidos de la prostituta llenaban la habitación, se mezclaban con las embestidas furiosas que él propinaba sin piedad. Con una mano fuerte, agarró su cabello y lo tiró hacia atrás, mientras seguía embistiéndola con ferocidad. Los gemidos de ella resonaban en el aire, el cual era un reflejo del temblor que recorría su cuerpo bajo la presión de su cliente.
―Grita más fuerte―ordenó él, tirando de su cabello con aún más fuerza.
―¡Ahh!―gemía ella con gritos como de dolor con sus ojos cerrados de espaldas hacia Stavros.
El goce de aquella mujer estaba entrelazado con el placer y el dolor que su cliente le proporcionaba. Cada embestida, de ese hombre implacable, la acercaba más y más al precipicio del orgasmo.
―No te vengas, es una orden―tiró de su cabello nuevamente de manera brusca.
A pesar del tirón brutal de su cabello, disfrutaba de cada segundo, entregándose por completo a la sinfonía de sensaciones que inundaban su ser.
Y mientras ella gemía con intensidad, Stavros susurró al oído de ella con una voz ronca:
―Me encanta que griten fuerte y no... te estoy escuchando―tiró de su cabello nuevamente y comenzó a embestirla de manera más salvaje.
Nota de la autora Lily Andrews.
Vaya, el Stavros si que se las trae. Oye hermosa y queridisima lectora, deja tu comentario si leiste, es muy valioso y así apoyas la novela ;)