05. ¿Amigos?

2307 Words
La insistencia de un teléfono al sonar me despertó de golpe, por lo que abrí los ojos y el dolor de cabeza fue prácticamente instantáneo. —Ainsss… ¡Mi cabeza! —Lloriqueé, llevando el antebrazo sobre mis ojos, mientras tanteaba a ciegas la mesita de luz, para tomar la llamada—. ¿Aló? —contesté. —Buenos días —respondió una mujer—. Siento tener que despertarla, pero se nos solicitó que le avisemos que en treinta minutos, debe reunirse con su grupo en el hall central junto a su equipaje —señaló la mujer, lo que me hizo levantar de un salto de la cama y a consecuencia de eso, mi cabeza a punto de explotar. —¡Treinta minutos! —La llamé antes, pero no me contestó… —dijo la mujer, con algo de culpa. —Sí, lo siento —Me disculpé—, creo que tengo el sueño pesado. —No se preocupe. Para eso estamos —respondió amable. —Gracias por llamar —Colgué la llamada y como un zombi, caminé hacia el baño, para volver a ser un ser humano otra vez. Me metí a la ducha y dejé que el agua se llevara la resaca, aunque estaba segura que tendría que tomarme algo antes de salir. De pronto, un millón de preguntas comenzaron a inundar mi cabeza, como por ejemplo: ¿Cuánto bebí anoche?, ¿cómo llegué a mi habitación?, ¿me trajo alguien o llegué por las mías?, ¿habrá sido Stacy? —Me pregunté, pues a Stacy es a la única a quien recuerdo. Al salir de la ducha, me enrollé la toalla en el cabello, me puse un vestido blanco de cintura alta y caída amplia hasta las rodillas, con tirantes y un bonito patrón con flores rojas y hojas verdes. Alisé mi cabello con el secador de pelo, me maquillé un poco los ojos y los labios, me tomé unas pastillas para el dolor de cabeza y acabé el atuendo con unas cómodas sandalias color nude. Tomé mi cangurera, mi equipaje y salí lo más rápido que pude. Al llegar al hall del hotel, estabán casi todos los del grupo ahí y soy, creo, la última en llegar, por lo que automáticamente mis mejillas se encienden. —Siento la tardanza —Me excusé con todos—. Buenos días. —¿Estás bien? —cuestionó Stacy en un susurro, acercándose con preocupación. —Sí, todo bien; aunque no volveré a tomar de esa forma otra vez —Me quejé. —¿No recuerdas lo que pasó? —preguntó y me quedé mirándola, esperando que complemente su pregunta, por lo que alcé una ceja—. ¿Lo de los chicos que se nos acercaron anoche? —Negué y abrí los ojos como platos. —Dime que no hice algo estúpido, por favor —Pedí acongojada y sonríe. —Sólo bebiste de más, pero deberías agradecer al guapetón de Mike, quien te rescató de los chicos que nos hostigaron anoche —mencionó y de forma automática miré al castaño, que me miraba con el ceño fruncido. —¡Qué vergüenza! —exclamé, cubriéndome el rostro, causando la risa en mi nueva amiga. Román llama la atención de todos, para que lo escuchemos, aprovechando que estábamos todos. Nos comentó que el próximo destino que visitaremos queda cerca de la “Estación central”, que es donde abordaremos el primer tren, por lo que cargaremos el microbús en el que nos movilizaremos y no volveremos al hotel. —¿¡Están preparados!? —cuestionó Román, invitándonos a salir del hotel y montarnos en el vehículo, donde nos esperaba Xavier, quien nos pasó a todos una bolsa con el desayuno. —En la bolsa, encontrarán una de las típicas “Colazione” o desayunos al estilo Milanés, aunque este, en específico, lo encontrarán en cualquier rincón de Italia —señaló Xavier—. Consta de un café moccacino, un pan Ciabatta Caprese (tomate, lechuga, queso mozzarella y pesto casero) y el infaltable jugo de naranjas. —¡Me has salvado! —exclamó Joseph, uno de chicos del grupo, causando la risa entre todos—. No podía iniciar mi día, sin comer algo —agregó, por lo que muchos le dieron la razón. Llegamos a nuestro primer destino del día, la iglesia “Santa Maria delle Gratzie”. —Esta no es una iglesia común y corriente —dijo Xavier, al bajarnos del microbús—. En este lugar, encontraremos una de las obras maestras de la historia del arte y del mundo —acotó misterioso. —Aunque está albergada en una antigua pared del comedor, no dejará de impresionarlos cuando la vean —señaló Román. —Con ustedes, el fresco original de Leonardo da Vinci: “La última cena” —anunció Xavier, dejándonos pasar al lugar. Quedé impactada. Se me hizo un nudo en la garganta y me dieron ganas de llorar apenas lo vi. Se puede decir que lo he visto millones de veces, ya sea en libros, en internet, en distintos lugares, pero verlo en vivo y en directo, me conmovió demasiado. Ver el paso del tiempo y lo frágil que está, más aún, sabiendo lo invaluable que es y sobre todo poder apreciarla a tan corta distancia. Recorrimos rápidamente la iglesia de estilo gótico, pero ya habíamos conseguido ver lo más interesante de éste lugar, así que abordamos una vez más el microbús. Continuando con la obra de Leonardo da Vinci, nos dirigimos al “Castello Sforzesco” (castillo de Los Sforza), que es la antesala de la “Sala delle Asse”, la cual está decorada al fresco por el artista. —Esta fortaleza de la familia Sforza fue destruida por Napoleón y reconstruida un siglo después y en su interior encontrarán diversos museos, en los cuales no podremos detenernos ahora —anunció Román—. Pero sí podemos caminar por el “Parque Sempione”, un lugar perfecto para dar un paseo entre árboles y naturaleza, hasta llegar al enorme “Arco della Pace” (arco de la paz) que conmemoraba las victorias de Napoleón —señaló, mientras nos hacía el ademán, para que nos pusiéramos a caminar. Tomé un par de fotografías al hermoso castillo, las grandes fuentes y el hermoso paisaje que nos ofrecía el parque, hasta que vi a alto castaño, que caminaba cerca de nuestros guías, escuchándolos con atención. Me acerqué discretamente, hasta que me puse a caminar a su lado, percatándose de mi presencia. —Hola —saludé, por lo que se detuvo unos segundos y me miró, alzando una ceja, escudriñándome con la mirada. —Hola —respondió, torciendo una sonrisa y retomando la marcha. ¡Maldición! Si no fuera tan guapo, sería mucho más sencillo, pero es que este hombre es como una obra del Renacimiento, andante —Pensé, mientras le seguía los pasos. —Quería darte las gracias… —dije, sintiéndome un poco tonta por la situación—. Por lo que sucedió anoche y las molestias que te pude ocasionar —agregué. Sentía las mejillas ardiendo, pero eso no me frenó. —Nada que agradecer —respondió cortés—. Es lo que hubiese hecho por cualquier chica, en tu lugar —Vale. Me mató. Soy cualquier chica. —Hoy en día, no cualquiera va al rescate de “cualquier chica” —espeté con una sonrisa—. Espero no incomodarte más… Le hice un asentimiento y dejé de seguirlo, pues, realmente me siento como una niña pequeña a su lado. Ni siquiera sé comportarme como un adulto civilizado. Poco antes que llegáramos al “Arco della Pace”, Stacy me alcanzó y me preguntó cómo me fue con Mike. Se mató de la risa, cuando le conté nuestra conversación, respondiéndome que ella ni siquiera hubiese podido dirigirle la palabra, así que, por un lado, me sentí mucho mejor. —El “Arco della Pace”, no deja de ser un monumento que el emperador francés quiso levantar en mil ochocientos seis. Sin embargo, la derrota de Napoleón en la batalla de Waterloo, trajo consigo la paralización total de las obras, las cuales no serían retomadas hasta veinte años después, por orden del emperador Francisco I de Austria —Nos contó Xavier. —De esta manera, lo que comenzó siendo un monumento dedicado a la diosa romana Victoria, terminó por transformarse en un verdadero homenaje a la paz establecida entre las potencias europeas, durante el célebre Congreso de Viena —agregó Román. Los chicos dejaron que nos tomáramos fotografías y luego nos dirigieron una vez más al microbús, que nos esperaba para ir a uno de los últimos lugares que conoceríamos de Milán. —Espero que tengan hambre —dijo Xavier—. Porque ahora, comeremos en uno de los restaurantes de comida Milanesa más conocidos y recomendados de la ciudad —comentó. Llegamos a “Trattoria Sabbioneda Da Romolo”, un pequeño y acogedor restaurant, con una decoración vintage muy bonita, además de que hay mucha madera y eso siempre me ha gustado mucho. Una mesa en ele, nos recibía, con un increíble aroma a pastas, albahaca y ese toque hogareño, que tienen estos pequeños restaurantes. Por supuesto, pedí una “Cotoletta alla milanese” (milanesa) con papas fritas en cubos al romero y tomates Cherry, que es una de las formas más tradicionales en las que se consume en Milán. Algunos pidieron Polenta, otros Carpaccio o Minestrone, todo esto, acompañado de vino local. La especialidad de la casa y lo que nos hizo gemir a la mayoría, fue el maravilloso Tiramisú. —Ahora, necesito una siesta con urgencia —dijo Chad, ocasionando la risa entre todos los del grupo. —Dos horas y media de viaje nos esperan, así que podrás descansar o dormir lo que desees —respondió Xavier, al ponerse de pie, para que comenzáramos a movernos. Menos de diez minutos nos demoramos, en llegar a la “Stazione Centrale”. Una vez nos bajamos del microbús junto a nuestros equipajes, nos reunimos, para seguir las instrucciones de los guías. —Atentos, por favor —dijo Román—. Formaremos cinco grupos de cuatro —anuncia, por lo que el murmullo de mis compañeros, que se miran unos a otros con preocupación, no deja hablar a Román. —Shhh —siseó Xavier—. Escuchen, por favor —Pidió. —Quienes son pareja, se mantendrán juntas, no se compliquen —explicó—. Así que, si Mike y Sandy no tienen problema, les pediré si pueden hacer equipo —Pidió. —No tengo problema —respondí, encogiéndome de hombros. —Yo tampoco —agregó Mike, sin siquiera voltearse a verme. —Fantástico entonces —dijo Xavier. Román comenzó a mencionar los grupos que irían juntos. —Mike y Sandy, ustedes harán grupo con Geoffrey y Heather —dijo Román, por lo que Nos juntamos con el matrimonio mayor, que nos sonrió apenas nos acercamos. —Haremos un buen equipo —dijo Heather. —Aunque no esperen que sea muy conversador en este viaje, pues necesito echar una dormidita —respondió Geoffrey, haciéndonos reír. —No se preocupen, no les molestaremos —contestó Mike, así que asentí en su dirección, pues planeaba aprovechar el tiempo y ver si lograba conectar con mi inspiración durante el viaje. Comenzamos a caminar hasta ubicarnos en el andén que corresponde a nuestros asientos, que son los de clase “Ejecutiva”. El tren es moderno, llamativo y hermoso, en un increíble color rojo. Abordamos y nos situamos en los asientos que nos asignaron, los que son bastante cómodos y lo mejor de todo, con una mesa plegable en el centro, lo que me permitiría poder escribir sin dificultad. Después de algunos minutos, Heather se puso a leer una de las revistas de cortesía y Geoffrey, como lo anticipó, cayó rendido ante los brazos de Morfeo, así que aproveché para hablarle a Mike. —Sé que no tuvimos un buen comienzo —farfullé, sin siquiera haberle anticipado que le diría algo. Volteó a mirarme y levantó una ceja—… Me gustaría que nos llevemos bien, si seremos compañeros de viaje el resto del tour —agregué. —¿Por qué lo dices así? —preguntó. —¿Cómo así? —rebatí con otra pregunta, aunque sé que es falta de educación, pero no sé a qué se refiere. —Como si fuese un ogro que te va a regañar, si es que me diriges la palabra —contestó. No pude evitar sonreír ante su respuesta, además, sus ojos estaban clavados en los míos y eso comenzaba a ponerme nerviosa. —No fuiste el más amable cuando nos conocimos… —Siento mis mejillas arder y sé que debo tenerlas absurdamente sonrojadas, pero es que en serio: este hombre es una oda a la perfección. —No tuve el mejor vuelo. Siento haber sido tan… ¿gruñón? —Asentí. Sonrió—. Y sé que no era tu culpa, pero era imposible que te viera, si estabas en un punto ciego y luego, bueno, eso sí, fue un accidente —contestó, torciendo una sonrisa. —¿Amigos? —Le tiendo la mano y es cuando me doy cuenta que estoy temblando, pero él no duda en estrecharla devuelta. Algunas veces, he narrado en mis novelas que, cuando dos almas gemelas se encuentran, al momento de un roce o un leve toque, la piel se electrifica y un escalofríos les recorre la espina dorsal. Y ahora no sé qué pensar, pues lo acabo de experimentar, con un guapísimo y misterioso desconocido: Mike, mi compañero de asiento. —Amigos —responde, sin apartar sus bonitos ojos de los míos. Mientras sigo experimentando la más extraña de las sensaciones recorrer todo mi cuerpo, ya que aún sostiene mi mano.
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