~•⊰ Sandy ⊱•~
Sentí un vació cuando soltamos nuestras manos, como cuando pierdes algo y no sabes el qué. No quería pensarlo demasiado. Me conocía lo suficientemente bien, como para saber que era una romántica y enamoradiza, así que decidí ignorar ese sentimiento y sacar el portátil de mi mochila, para ver si alguna loca idea rondaba mi cabeza.
Me dediqué a mirar unos minutos por la ventana, para apreciar el paisaje que se iba tornando más verde y hermoso, a medida que íbamos avanzando.
Un resplandor a mi derecha, llamó mi atención, por lo que me concentré en una pareja en diagonal a nosotros. Ella lleva el cabello suelto, los ojos brillosos y sus mejillas están sonrojadas, mientras escucha con atención a su acompañante, que está apoyado sobre la mesa frente a ella, con los brazos extendidos, acunando una de las manos de la chica…
Mi imaginación comienza a correr, por lo que mis dedos cobraron vida propia, moviéndose ágiles sobre el teclado:
“La adrenalina rondaba a su alrededor y es que, huir de la casa de sus padres abordando el primer tren de la mañana, había sido, por lejos, una de las locuras más grandes que aquel par de enamorados había hecho nunca.
Llevaban más de la mitad de su vida, queriendo vivir su amor libre, sin el prejuicio por su abismal diferencia de clases sociales. Así que por la madrugada, Lucia al fin había podido reunirse con Mateo, su eterno enamorado, ya que, tras años de vivir un romance a escondidas, habían decidido escapar juntos y comenzar una nueva vida.
Mateo Bardi, era el heredero de una acomodada familia italiana, dueña de un reconocido viñedo. Como el primogénito, estaba obligado a tomar las riendas del negocio familiar, apenas cumpliera los veintiún años, pero él y sus profundos sentimientos por Lucia, lo habían llevado a tomar los ahorros de toda su vida y con la ayuda de su mejor amigo, Flavio, consiguió reunirse con su amada, un día antes de la fecha límite: su vigésimo primer cumpleaños.
Lucia Costa, era la hija menor de un matrimonio de humildes trabajadores de la viña de los padres de Mateo. Ambos habían trabajado toda su vida para la familia Bardi y para desgracia de Lucia, habían fallecido en un terrible incendio dentro de la misma viña, hace muchos años atrás, cuando ella era apenas una pequeña de cinco años.
La familia Bardi, acongojada y con el sentido de responsabilidad, habían dado hogar y educación a la preciosa Lucia, educándola a la par con su hijo de similar edad, haciéndose cargo de ella hasta que cumplió la mayoría de edad y comenzó a trabajar como una empleada más.
Lo que la familia Bardi nunca imaginó, es que aquel par de inocentes niños, comenzarían una hermosa amistad, que los llevaría a enamorarse perdidamente uno del otro, hasta este punto, donde ahora huían juntos, hacia un destino incierto, con la única certeza de que el hijo que Lucia llevaba en el vientre, tendría un hogar feliz, fuera de un pasado y una familia llena de prejuicios”
Wow… eso fue rápido —Pensé, dejando de escribir y volviendo a mirar por la ventana, aunque sentía una persistente mirada sobre mí, por lo que me sorprendí al notar que era Mike quien me observaba con curiosidad.
—¿Tengo algo en la cara? —cuestioné palpándome la cara, esperando que no fuese algo bochornoso. Sonrió.
—Además de unas cuantas pecas sobre tu nariz y un poco de rubor, no… —respondió, consiguiendo con ello, que mis mejillas se encendieran por completo—. Me llamó la atención, que de pronto te pusiste a escribir con tanta concentración y ya luego, te volviste a centrar en el paisaje —agregó.
—Digamos que, este viaje es de “trabajo” —Hice las comillas imaginarias con las manos y mi guapísimo compañero, alzó una ceja, ante la respuesta que le di—. Soy escritora —señalé—, y después de… “cierto evento” en mi vida, entré en un bloqueo espantoso y tengo un contrato que cumplir, así que los de la editorial, pensaron que lo mejor era que me despejara y encontrara inspiración en este viaje —expliqué.
—Qué interesante —respondió—. ¿Sobre qué te gusta escribir? —cuestionó con interés.
—Escribo novela romántica —contesté orgullosa—. Siempre me gustó mucho la lectura y me enamoré perdidamente de un escritor inglés, que al salir del anonimato supe que hacía clases en Cambridge, así que desde ese entonces, decidí que la escritura era lo que quería dedicarme a hacer y es exactamente lo que he hecho desde entonces.
—Qué bueno que tengas las cosas claras siendo tan joven —respondió, con un asentimiento de cabeza.
—No soy tan jovencita… Tengo veintitrés años —respondí, sintiéndome muy empoderada—. Además, supongo que tener las cosas claras en la vida, no depende de la edad, sino de la madurez con que se tomen —¡Bien, Sandy! Punto para ti.
—Si me permiten dar mi opinión… —dijo Heather, que se había dormido un rato y no me había dado cuenta que estaba despierta, escuchándonos—. En mis años mozos, habíamos muchas chicas con las cosas claras, así como también, muchas otras que no sabían lo que querían en la vida —señaló—. Desde muy jovencita, tuve claro que quería tener una numerosa familia, cuidar de mis hijos, tener un marido cariñoso y un matrimonio feliz —mencionó.
—¿Y lo cumplió? —cuestionó Mike, con mucho interés. Heather miró a Geoffrey y sonrió.
—Y con creces, hijo —respondió con una enorme sonrisa—. Tuvimos cuatro preciosos hijos, tres varones y una nena. Ya todos son adultos, tienen sus propias familias y nos han convertido en abuelos de doce nietos y además, un bisnieto —contestó con orgullo.
—Qué maravilloso —respondí ilusionada—, debe ser hermoso mirar en retrospectiva y ver que todo con lo que soñó, se hizo realidad —La mujer asintió con una enorme sonrisa.
—Pero, eres muy joven aún —Insistió mi acompañante—. Hoy puedes pensar así y en un futuro, darte cuenta que lo que deseas es otra cosa —Negué.
—Toda mi vida he pensado igual y sé que no es un pensamiento “popular” o común en personas de mi edad, pero como lo he dicho antes, supongo que va en la madurez de cada quién —contesté, encogiéndome de hombros—. Además… No necesito tener más edad, para saber lo que quiero —agregué.
—Muy bien dicho, linda —dijo Geoffrey, despertando de su siesta e incorporándose a la conversación—. Por mujeres con decisión como tú, es que me enamoré profundamente de mi Heather —acotó, tomándole la mano a su esposa y llevándola a los labios, para besarle el dorso con cariño.
—No puedo opinar por todas las mujeres del mundo, pero así como hay muchas que hoy en día en lo último que piensan es en matrimonio y prefieren vivir una sexualidad libre, viajar y disfrutar de la vida sin compromisos, existimos muchas otras que sí creemos en el “felices por siempre” y deseamos encontrar al hombre indicado, que nos acompañe a ese lugar —rebatí. Mike se me quedó mirando un momento y suspiró.
—Supongo que tienes razón —contestó—... Necesito estirar las piernas. Si me permiten —Hizo un asentimiento, se puso de pie y desapareció por el pasillo.
Me quedé mirando como estúpida en dirección hacia donde se había ido mi guapísimo acompañante, hasta que un carraspeo me sacó de mis pensamientos.
—No todos contamos con la misma suerte y a veces, algunos tardan más en encontrar el camino a la felicidad —agregó Heather.
—Gracias por contarnos sobre su bonita familia, Heather —La mujer me sonrió y miro con amor a su marido, que la tiene tomada de la mano—. Sin ser irrespetuosa con usted, quisiera poder llegar a su edad y contar una historia tan bonita como la suya —Heather se inclinó hacia adelante y me tomó la mano.
—Muchas veces, somos nosotras quienes tenemos que hacer el camino y guiarlos a ellos, para que lo caminen junto a nosotras —murmuró, guiñándome un ojo—… Ya lo entenderás cuando sea necesario —Sonrió y volvió a su lugar, junto a su esposo.
—¿Desean que les traiga algo del carro-bar? —cuestioné. Ambos asintieron, pidiéndome un agua gasificada y un té, así que me puse de pie para ir a buscar lo que me habían pedido.
Caminé siguiendo las indicaciones y vi a Mike en el pasillo, mirando pensativo por la ventana, así que decidí no importunarlo y pasar de él. Pedí en la barra lo que me habían encargado y le sumé un jugo para mí.
(…)
En las pantallas del tren, se anunciaba el próximo arribo a la “Stazione di Venezia, Santa Lucia” en menos de diez minutos, por lo que guardé mi portátil.
—Ahora, estamos cruzando la “La laguna de Venecia” en el mar adriático —explicó Román, acercándose a nosotros—. Como pueden observar, ya se pueden ver algunas embarcaciones, las que nos dan la bienvenida a la segunda y más importante ciudad del amor, ya que se sabe que la primera, es sin duda, Paris.
—Estoy deseando ir a Paris —dije más emocionada de lo que esperaba, pero es cierto, pues al ser una romántica, no se podría esperar menos de mí.
—Eso será casi al final del tour, bella Sandy —contestó Román, antes de volver a su asiento.
Cuando llegamos a la estación, nos reunimos una vez más en el andén, donde los chicos nos indicaron que ahora nos iríamos al hotel y que nos juntaríamos para ir a cenar todos juntos.
Nos sorprendimos gratamente, al irnos caminando hacia el hotel, pues quedaba a tan solo unas cuadras de la estación, así que rápidamente hicimos el registro y nos llevaron a nuestras habitaciones.
La noche se sentía fresca, así que, después de darme una ducha y alisarme el cabello, me había decidido por una blusa tejida blanca, un short a la cintura con lazo, de cuero n***o, medias negras con diseño de letras y mis fieles compañeros, unos botines negros con cordones y tacón cuadrado. Me maquillé un poco, tomé una bolsa con lo esencial y bajé al lobby, donde nos juntaríamos con el grupo.
—Esta noche, será muy diferente, así que cenaremos en uno de los restaurantes del hotel y luego saldremos a recorrer la Venecia nocturna —Nos anticipó Xavier, dejándonos en suspenso.
Nos guiaron a hacia uno de los restaurantes, donde nos esperaban con las delicias tradicionales de la ciudad.
Entre las recetas tradicionales de Venecia, el “Fegato alla Veneziana” fue el plato que escogí dentro de las otras opciones. Consta en trozos de hígado de ternera cubierto con cebollas y una salsa, con una guarnición de polenta. Por supuesto, acompañado por un vino del Véneto, típico de la zona.
Para el momento del postre, no hubo elección, sino que nos sirvieron a todos “Frittelle alla Veneziana” (son como rosquillas, en versión de bolitas) en diferentes presentaciones, ya sea con crema de limón, frutas o “Sabayón” que es como una crema de huevo, azúcar y vino, típico en Europa.
Una vez hemos terminado de cenar, comenzamos a caminar de vuelta a la estación de trenes, para juntarnos con Alessandro, otro guía que nos acompañará en este nuevo recorrido.
—Mantendremos los grupos que designamos para el viaje en tren —dijo Román, así que instintivamente busqué a Mike, que conversaba justamente con los señores Sherewood.
Me acerqué y saludé una vez más al matrimonio y a Mike, que se veía, mucho más que guapo, con una camisa color burdeo, con las mangas arremangadas y un jeans azul.
—Espero que nadie del grupo, le tenga miedo a los fantasmas… —murmuró Alessandro, comenzando a guiarnos a los suburbios de Venecia.
Que Dios me ayude, porque si hay algo que soy en esta vida, es ser muy miedosa y sintiéndome tonta como lo hago cuando estoy cerca de Mike, esta situación no ayuda mucho en el panorama —Pensé, mientras caminaba, abrazándome a mí misma, a la expectativa de lo que nos depare este recorrido.