Capítulo 3

1173 Words
 Analía volvió a su oficina y caminó en dirección al espacio que compartía con su jefe, en el trayecto decidió ir a sacar unas copias primero y sus compañeros le saludaron, le dieron tarjetas, regalos, comida, hasta intentaron facilitar su trabajo para hacerle sentir mejor, aquel cariño que le demostraban le convenció de que no estaba sola.  Muchos hicieron hincapié en que ella era la razón por la cual aquella oficina se movía, puesto que el jefe había simplemente pegado gritos porque nadie había hecho las cosas como él esperaba, la más agredida por esa razón fue Hilda, quien había estado haciendo de secretaria y asistente personal, pero quedó convencida que llenar los zapatos de la abogada era bastante complicado.  En las oficinas se escuchaban chismes y el que más se oía  y se había propagado rápidamente por todo el bufete era que ellos se habían reproducido entre tantas noches de pasión que compartían y no les había salido bien, embarazo ectópico, por todas las divisiones del bufete, además que había roto su relación, y ella lo sabía, pero no estaba segura sobre qué tenían que decir para explicar su mal estado de salud, probablemente hablarían de un embarazo, igual en algún momento Fabiola se lo diría.  Analía le dio un pedazo de pastel a la joven señora y un café que compró en la cafetería, la mujer le recibió con un abrazo y le regaló una bufanda. Además de decirle lo feliz que estaba con que mejorase de salud, pensó por un momento que no sobreviviría.   —Hilda, los documentos del caso Castell, ¡para hoy! —Recalcó Nate desde el altavoz.  Las dos mujeres se separaron del abrazo. Ana sonrió y fue por los documentos que su jefe quería, escarbó entre los archivos y cuando volvió notó a Nathaniel salir de su oficina con el ceño completamente fruncido, suspiró desesperado y gesticuló su molestia con las manos al ver a Hilda tecleando.  —¡Hilda! ¡Hilda! ¡Te pagaré extra, pero por Dios, haz el trabajo de Ana, hazlo bien! —Ya traje sus documentos —dijo Ana y se los extendió—. Tuve una cita y por eso he llegado tarde.  Nathaniel asintió un par de veces y tomó los documentos de su mano, pensó que aquello no era bueno para ella, le miró durante unos segundos e imaginó que debía besar su mejilla o darle un abrazo, pero por más que lo pensó simplemente no era muy afectivo con nadie, y no iba comenzar con una de sus empleadas para ingresar a la oficina de ambos, los dos se sentaron en sus respectivas sillas, ella no pudo evitar pensar en el recibimiento de su jefe un asentimiento con la cabeza > ¿Solo una vez?, ni siquiera un hola, o me alegra verle, por dios, ¿le despediría? Se  pusieron a trabajar, ella se sorprendió al no ver una lista de trabajo o cúmulo de documentos por leer, por lo que decidió revisar la agenda para saber en qué trabajaban, y se dio cuenta de que Nathaniel había dejado los casos penales, y había regresado a lo comercial, aquello no era exactamente su área favorita, pero sí la de su jefe.   La mujer se puso en pie y le preguntó qué le correspondía hacer, él le dio un par de carpetas y le dijo cuál era la temática del caso, los dos se quedaron en silencio dedicados a lo suyo.  Aquella tensión era terrible, puesto que el trabajo se hacía más tedioso, no discutir el caso no era parte de su estrategia.   Al mediodía sonó una alarma,  Nathaniel le pidió que fuera a almorzar y cuando se negó, continuó insistiendo, así que ella tomó su bolsa molesta y se fue directo a la cafetería. Compró un jugo y escuchó que varias compañeras irían a una tienda de lencería porque tenían todos los productos en oferta.   La mujer se unió a ellas, pero no se mostró tan emocionada como de costumbre.  —Analía, ¿estás bien? —preguntó Fabiola, la amiga de la joven.  —No —dijo y la pelirroja le miró con tristeza.  —Todos creen que abortaste un hijo del jefe.  —No me he acostado con él y no aborté.   —Lamento lo primero. —Las dos rieron y continuaron comprando.  Fabiola tenía un don para gastar dinero, y lograba contagiar a Ana, quien comenzó a meter prendas y aromatizantes en una bolsa, todos los productos que no podía utilizar en la actualidad, ¡pero que viva el futuro! El teléfono celular de la muchacha sonó, y ella leyó el mensaje que su jefe le había enviado, se apresuró a vestirse y pagar, pero la fila era enorme y no quería que Nathaniel se lo tomara contra ella, incluso había sido generoso porque le había dado veinte minutos extra.  —Fabi, toma el dinero y paga por las dos. Nathaniel me está llamando y me volverá loca en todos los sentidos.  —Bien, lo dejaré en tu oficina.  —¡Gracias! —Le dio un beso en la mejilla y salió corriendo en dirección al edificio.  Cuando llegó a las puertas del edificio divisó a su jefe molesto, le miró de pies a cabeza, pero divisó una sombra de molestia en su rostro y miró sus manos sobre el área bajo de su abdomen.  —¿Quiere quedarse o va conmigo?   —Voy con usted —dijo y se subió al auto en el lado del conductor.  Nathaniel condujo no muy complacido con aquella  chica a su lado, todo estaba demasiado incómodo y no sabía que hacer o decir, lo había estado pensando desde que salió, pero simplemente no lograba descifrarlo.   Hicieron todo lo usual de manera más aburrida, puesto que no intentaron hacerse chiste. Analía solo se dedicó a mirar hacia su libreta, y Nathaniel lo justificó como que estaba enferma.  Para cuando acabaron ya eran las seis y la mujer  se durmió en el auto, Nate condujo hacia el departamento de la joven y le despertó hasta que estuvieron en la  puerta de la casa.  —Lía —dijo y le acarició la mano—, Lía —repitió y le acarició la mejilla.  Reclinó la silla de su auto e hizo lo mismo con el asiento  de ella, dejó el aire acondicionado encendido y se sentó a vigilar el sueño de la joven, le dio veinte minutos más antes de volver a intentar despertarla. —Analía —dijo y le acarició la mejilla de nuevo—. Analía, llegamos a tu casa.  La joven abrió sus ojos y observó a su jefe fijamente mientras acomodaba su asiento.  —¿Me vas a despedir? —preguntó la chica y él le miró confundido.    —¿Qué te hace pensar en eso?  —Mi escritorio está vacío y me enviaste a almorzar.  —Estás enferma —respondió—. Es mi culpa, si te dejara libre en algún momento, pero no puedo prescindir de ti, es como si hubiese algún contrato entre nosotros.  —Eso no parece cuando asientes una sola maldita vez en lugar de decir “¡Hola!”, como las personas normales que me saludan y llevan pasteles para mí porque creen que soy la asistente que abortó al hijo del jefe… Todos me tienen lástima, y es tu culpa, pero el que hace que sea incómodo lo que sea que tenemos, eres tú. —Ana se bajó rápidamente del auto y se apresuró a ingresar a su departamento y cerrar cada uno de los cerrojos, escuchó las llantas chillar y se sintió como la más estúpida, él jamás la perseguiría.  
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD