Prólogo
Analía estaba en su cama, después de soñar con su jefe.
Nathaniel Williams, el hombre prohibido que revolucionaba sus hormonas y todos sus sentidos. Había soñado como le desvestía y disfrutaban del cuerpo el uno del otro y justo cuando estaba por llegar a mayores despertó, sudorosa y muy excitada. Cada mañana se despertaba y acariciaba el lado vacío de la cama, luego disfrutaba el aroma que tenían sus sábanas mientras pensaba en cómo olerían mezcladas con el perfume de Nate. El aroma que desearía oler en cada rincón de su piel, el cuerpo que desearía tocar, el hombre que deseaba para ella.
Salió de la cama sintiéndose un poco culpable por desear a Nathaniel, el hombre de la sonrisa sexy y el cuerpo moldeado. La joven tomó una ducha larguísima para despejarse, y por primera vez cambió la temperatura del agua; de caliente a fría.
Al salir se ocupó de su cabello y salió en ropa interior a la cocina.
Mientras el café chorreaba y calentaba la leche, ella leía los correos que su jefe recibió durante la noche, hizo un resumen de ellos y se los envió por correo nuevamente. Analía hizo la usual llamada a su madre, le envió un mensaje de texto a su padre y, finalmente, caminó en dirección a la oficina durante diez minutos.
Se encontró con el hombre que hacía temblar sus piernas y mojar sus bragas a las afueras del edificio.
—Buen día, jefe.
—Buen día, perfecta.
El hombre de sus sueños le llamaba >; la primera vez que lo dijo la asustó y tardó bastante en procesarlo, pero ahora le hacía gracia mezclada con nerviosismo, aquello no quería decir que dejaba de gustarle que el joven le hablase con aquellas palabras.
—¿Durmió bien? —preguntó la joven.
—Bastante. —Los dos caminaron en silencio hacia las puertas del elevador, él la tomó suavemente del codo y la dirigió a su elevador privado, todos les miraron curiosos, incluso ella miró curiosa a su jefe, pero decidió no decir nada y bebió de su café—. Siempre he querido saber cuál es la diferencia entre su café y los otros, lo bebe como un alcohólico cuando toma un poco de vodka.
Ella soltó una risita por lo bajo, pero no respondió. Las puertas se abrieron y ambos se dirigieron hacia la oficina del hombre, ella era abogada colaboradora, pero para todos, la asistente personal era Hilda, quien hacía todo lo de la dirección, Analía cumplía directamente órdenes del gran jefe.
—Buenas noches, es hora de retirarme —dijo Hilda—. ¿Quieren que les pida algo?
—Ahora no —dijo Nathaniel.
Los dos siguieron inmersos en los documentos que tenían ante sus ojos, cada dato era importante y cualquier error podía arruinar el caso que tenían por defender en la tarde.
—¡Mierda, lo arruiné! —gritó Nathaniel, y tiró todos los documentos sobre el suelo, también los adornos y el computador.
Al parecer se borraron los archivos y no tenía respaldo.
Analía bajó la cabeza y miró la hora en su reloj.
—Necesitamos un descanso —anunció la joven—. Yo vivo a diez minutos de aquí, puedo darle de mi perfecto café, comida, refrescarnos mientras caminamos y seguir intentando.
—Invertimos 12 horas para alcanzar todo lo que llevábamos de trabajo. No hay manera de tener listo esto ni la presentación.
—Lo haremos, ya sabemos de qué va y tenemos toda la investigación a mano. No serán cinco minutos, pero no tendremos que detenernos a buscar tanto —dijo Ana optimista—. Voy al baño mientras piensa y toma lo que desordenó, porque no lo voy a ayudar. —Informó y él sonrió.
Algo que jamás hacía, sonreír, pero el hecho de que ella le amenazase con aquel dulce tono de voz le parecía chistoso. Al final de cuentas siempre se apiadaba de él y sus ataques de ira. Nathaniel reconocía que era un jefe difícil de complacer, era demandante y a veces brusco para hablar cuando estaba molesto, pero ella facilitaba mucho su trabajo y lograba siempre estar un paso adelante.
La mujer conversó por teléfono con su hija mientras estaba en el baño.
—Sí, cariño —respondió la mujer a su hija—. Bueno... porque mamá es como un genio y te ama con todo su corazón, besos. —Colgó la llamada y volvió a la oficina.
Cuando ingresó, su jefe tenía la mayoría de carpetas acomodadas, ella se inclinó y comenzó a ayudarle, el hombre le miró en son de agradecimiento y continuó tomando papeles del suelo.
—Por eso los grapé y les puse prensa… —ironizó.
—Bien, iré a su casa por el café, pero pagaré por la comida. —Ella rodó los ojos, siempre acababa yendo a la casa de aquel hombre, comiendo extravagantes platillos, y trabajando sin fin, ella se iba a la habitación de visitas y en la mañana el chofer le llevaba a su casa.
El hombre observó a Analía fumar mientras caminaban en silencio, él llevaba su celular en la mano y le sorprendía que tan elegante mujer se llevase cigarros a la boca.
—No eres perfecta.
—No lo soy, solo cuido mi trabajo —reconoció Analía.
—Café, cigarros... ¿Qué otro vicio?
—Buñuelos, tocino, huevos, pastas, salsas espesas... si usted no me hiciese brincar mis comidas, sería obesa —confesó, y él negó con la cabeza antes de hablar.
—No tendría el empleo.
—Es terrible decir que me contrataste por mi apariencia.
—Es algo que pasa todo el tiempo, pero te has ganado mi respeto y admiración por tu trabajo tan eficiente.
Analía sonrió y le dio una calada a su cigarro, los dos continuaron caminando en silencio, él seguía los pasos de aquella joven morena con la cual pasaba horas, increíblemente, a pesar de pasar tanto tiempo con ella no le conocía y había miles de maneras inexplicables en las cuales quería conocerle.
—Pase y póngase cómodo —dijo con su típica sonrisa, ella se quitó sus tacones y caminó hacia el interior de la casa.
Nathaniel se imaginaba el lugar un poco más simple y completamente distinto, se imaginaba un lugar colorido y abierto, no cerrado, frío y con tonos beige y café, lo único con color en aquel departamento era un enorme cuadro de colores incandescentes e incluso con lo poco que conocía a su asistente no podía dudar que ella no era la compradora de aquella obra.
—A la izquierda en el fondo está el baño, a la derecha la cocina, una terraza y acá una sala. ¿En dónde le gusta trabajar?
—Eres una nenita de mamá y papá. —Se burló Nathaniel—. Un apartamento en zona comercial es carísimo.
—Mis abuelos —confesó ella encogiéndose de hombros y él asintió en silencio.
Analía se dedicó a preparar el café mientras escuchaba a su jefe ser grosero con algún empleado que tampoco descansaría, él se disculpó para ir a por unas cosas que el chofer le había traído.
Ella aprovechó aquel momento para acomodar su cabello en un moño, cuando se giró Nathaniel le miraba divertido.
—No hay justicia, no hay paz, ni respeto.
—¿A quién saliste así? —Le señaló con un dedo—. Morena y de cabello claro. —Ella rodó los ojos.
—Tenemos trabajo y no soy morena, soy negra.
—Sí… —Se burló.
—Mi madre tenía la piel oscura y era por definición era de piel negra, es r*****o lo que haces.
—Tú eres bronceada, no eres negra.
—¿No me hubieses contratado?
—Sí, tienes una sonrisa bonita y mis clientes lo aprecian.
—Machista, racista y clasista… —Le acercó la taza de café y ella tomó un sorbo de la suya.
—No discutiré contigo ahora, pero esto... es un tema pendiente. —Aseguró y ella sonrió.
Él bebió el primer sorbo de su café y se llenó de espuma los labios. Ana se giró y tomó una servilleta, la pasó con delicadeza sobre el labio del joven hombre y le acercó un buñuelo a los labios, por alguna razón al morderlo decidió suspirar y el azúcar glasé cayó sobre la cara de la mujer.