Me arrastró, literalmente, fuera del auto y por la calle, pues no estaba ni un poco emocionado por llegar hasta donde estaba aquella tienda esotérica que ella mencionaba, me parecía una completa tontería, ni si quiera había que explicar la forma en la que estaba dispuesto aquel lugar, bastaba decir que olía a hierbas y a cera de vela.
Nos quedamos en el mostrador, esperando a que apareciera alguien para atendernos, ella me soltó el brazo y se puso a ver todo lo que había por la tienda, piedritas de colores, pulseras, jabones, velas y no sé cuanta cosa más, la verdad que yo me quedé mirando un cuadro de una especie de deidad durante unos segundos.
—Ya está, no hay nadie, vámonos —dije, en cuanto me sentí fuera de lugar, no podía evitar sentirme ridículo al estar ahí, por mi profesión, mi educación y mis experiencias pasadas podía decir que más de la mitad de estas cosas eran resultado de la sugestión de las personas, y la otra mitad eran mera casualidad.
—Arath, no hemos estado aquí ni cinco minutos, ten paciencia. Además, me siento con la obligación de hacerlo, leí tu fortuna, quizás hasta te caiga una maldición por lo que hice.
—No tienes que preocuparte por eso, la verdad no creo en nada de eso.
Una mujer apareció detrás de una cortina de cuentas, tenía una especie de gorro blanco en la cabeza, estaba vestida con una falda larga con colores que evocaban al otoño y una blusa naranja a juego, con muchos collares en su cuello y sandalias en los pies, parecía tener mas de 60 años además de tener una visible lesión en la piel, tal vez por alguna alergia, pues sus manos tenían pequeñas llagas abiertas.
La mujer me dedicó una mirada inquisidora y luego giró con una sonrisa gigante hacía mi amiga, parecía que no era la primera vez que iba por ahí, pues la mujer le saludo afectuosamente.
—Bienvenidos, soy la madrina Nimba, vidente y santera ¿Qué puedo hacer por ustedes el día de hoy? —comentó en esa voz vieja y cansada.
«Sí es vidente, ella debería saber que es lo que queremos no preguntarlo», pensé metiendo mis manos en los bolsillos de mi pantalón, soltando un suspiro inconforme y recibiendo una mirada llena de reproche tanto de parte de mi amiga como de la señora mayor.
—Queremos una lectura de cartas, de ser posible —refutó Mily con los ojos grandes como sí hubiera visto algo hermoso.
—Solo que tendían que esperarte aquí afuera.
—Ah es que, a los dos nos dirá nuestra suerte, por favor.
La mujer me miró con el ceño fruncido y me analizó por todos lados, sin estar muy convencida me señaló con la cabeza que pasará detrás de las cortinas misteriosas. Dudé un poco en atender su petición, pero Mily me agitó la cabeza como regañándome sin palabras, me abría los ojos, mientras me hacía gestos con la boca, terminé por reírme de como se veía mi amiga, cosa que no le pareció nada, pues de inmediato caminó hasta mi posición para aventarme.
—¿Está todo bien? —comentó la anciana regresando al lugar— Te estoy esperando.
—Ya va, es que es un poco tímido —espetó mi amiga haciendo que la mujer sonriera un poco al no creer ni media palabra, después volvió a desaparecer tras la cortina y Mily regresó la mirada hacía mí, hablando solo con los ojos y gruñendo—, Arath, ve. Anda.
Revoleé los ojos y pase por las cuentas, resignado y casi fastidiado, de haber sabido que terminaría en esa situación, me hubiera dormido mucho más tiempo, no tenía la paciencia en ese momento para soportar ese tipo de eventos.
Detrás de la cortina de cuentas, había un lugar apenas iluminado por unas cuantas velas dispersas, mis ojos tomaron un par de segundos para aclimatarse y rebuscar a la mujer, en cuanto giré la cabeza, una luz se encendió sobre una mesa redonda. La vieja me miraba como si un león mirase a su presa, tenía la barbilla pegada al cuello y me miraba al ras de sus cejas, era un poco escalofriante, pues después de todo, aquellas personas creían fervientemente en su magia.
La anciana me hizo una seña para que me sentará en la silla frente a ella, mientras entre sus manos barajeaba un mazo de cartas moradas. Me senté sin decir nada, solo rasqué mi sien y apreté los labios en una sonrisa fingida. La señora no decía nada así que dirigí mi cabeza en todas direcciones, cosa que pareció disgustarle pues su voz retumbó en el silencio.
—¿Qué quieres saber? —preguntó ella.
—La verdad, no sé que hago aquí, para serle muy sincero yo…
—Lo sé, no crees en esto, pero no hace falta que lo hagas, la magia, querido mío, existe. Empecemos, ¿Hay algo que no quieras saber? —preguntó ella encendiendo una vela y una varita de algo que olía a manzana y canela.
—La verdad que no, lo que sea que me quiera decir usted.
—No, yo no te diré nada, te lo dirá el oráculo del tarot —volvió a interrumpir la anciana con una voz imponente, omití la risa por aquel gesto e intenté quedarme en silencio, pero ante la incomodidad de la situación me vi forzado a hacer una reverencia para que la anciana continuará.
Sobre el mantel dispuso el maso que me pidió que cortará tres veces, y luego empezó a arrojarlas, una tras otra, mirándolas con atención y haciendo ruiditos conforme salían las figuras. Subí las cejas con incredulidad, seguro todo esto era un acto ensayado y con cada cliente hacía lo mismo, esperaba a que diera alguna seña para poder sacar hilo, es decir, agarrarse de las reacciones para poder “hacer su trabajo”.
—Usted tiene a cuestas un mal amor, una mujer que no pudo estar en su vida y se ha quedado en ella en la forma en la que no quería —comenzó a decir aquella mujer—, supongo que, por lo que veo aquí, es la señorita que está ahí afuera —m mantuve incrédulo, aunque había aceptado solo atiné a subir una ceja y seguirla mirando—. Por eso mismo, su suerte se ha visto truncada, será bueno que se haga una limpia, pues cosas no gratas están por sucederle —comentó y un escalofrío recorrió mi cuerpo entero, como si una corriente de aire entrará por algún lugar, las llamas de las velas empezaron a crecer y aquello me pareció un horrible truco barato—. Ah, es peor de lo que creo…
La mujer recogió la primera tirada y volvió a esparcir cartas sobre el mantel negando con la cabeza, haciendo ruidos como de ratón, se levantó y caminó a un costado, para traer consigo después un paquete de cigarrillos además de una vela. Encendió uno de esos cigarros sin filtro y comenzó de nuevo.
—Será mejor que se preparé, señor, yo aquí veo que usted trabaja cuidando personas, con la salud de la gente, me temó que alguien quiere tenerlo en su vida, me parece que le están haciendo un amarre, pero no hay fuerza en el trabajo —farfulló la madrina Nimba, pero sus palabras me parecían ridículas, solo atiné a abrir los ojos y afirmar con la cabeza—, no se preocupe, que mientras no haya una bruja de por medio, nada le pasará. Lo que me preocupa es su mala suerte.
—¿Mala suerte?
—Cállese, déjeme escuchar al tarot, no sea impertinente —me regañó ella—, sí, dije mala suerte, usted puede no creer en nada de esto, pero sus chacras están mal, tenemos que alinearlos y verá como las cosas mejorarán en su vida. Si no lo hace, las cosas saldrán mal e irán escalando hasta ser un torbellino de calamidades —masculló la mujer levantándose de su silla al mismo tiempo que se escuchaba una vibración en el ambiente, como sí un rayo hubiera caído en ese mismo momento, producto de sus palabras—. Me temó, que aunque el amor este frente a usted, no será capaz de verlo, su carrera no prosperará y su vida infeliz será, listo, me debe 500 pesos, le incluye el ritual para purificar su camino.
Pasaron un par de segundos antes de que pudiera reaccionar, el evento que acababa de presenciar había sido algo impactante, pero al mismo tiempo muy disonante, me quedé mirando a la mujer que ahora reía entre dientes y fumaba.
—No quiero el ritual —contesté extendiendo hacia ella el billete que había nombrado—, debo irme.
—Cómo usted quiera —recalcó con una sonrisa maliciosa—, pero déjeme decirle que aquí estaré esperándole.
Terminó de hacer la lectura, me pareció que sonreía al verme, como burlándose de mí, todo fue muy extraño, jamás me había imaginado estar enfrente de una adivina, una charlatanería más de la gente, y vaya que la mujer cobró caro, era lo que yo ganaba en dos días lo que ella había pedido por escasos 30 minutos de sesión, aunque la experiencia me quedaría para contarla después.
Mily entró al mismo lugar después que yo, no sabía que hacer para esperarla, así que saqué mi teléfono para ver un poco las r************* , hacía algo de tiempo que no veía mi f*******: y en cuanto entré la foto de Anette saltó en la pantalla, tenía una solicitud de amistad de parte de ella. Pasé de largo y me puse a leer un poco, algo de provecho podía tener el perder el tiempo ahí sentado.
Había empezado a llover en algún punto de mi estadía en este lugar y apenas lo estaba notando, así que me acerqué a ver la calle desde la entrada del lugar, la gente que pasaba por ahí, con paraguas o impermeables no reparaba en mi presencia, cosa que agradecía, pues sentía algo de pena al estar ahí.
Mily salió dando saltitos de felicidad, con los ojos rojos y dispuesta a irse, me engarzó del brazo dedicándome una sonrisa feliz. Ni si quiera preguntó nada, solo salimos de aquel lugar, ella comenzó a caminar conmigo en dirección al auto, sin importar que la lluvia siguiera cayendo.
—Vamos por ese café, ¿Quieres? —preguntó ella y me pareció buena idea, dado el clima, tal vez un café dentro del auto sería lo ideal, además los ojos me picaban por el sueño.
Pasé a un minisúper para comprar dos vasos de café, mientras mi amiga morena esperaba en el auto, no me había dicho nada aún, así que yo tampoco había tocado el tema, la verdad es que aún no estaba listo para comentar nada de esa horrible experiencia. Pagué los cafés y salí del lugar para entrar de nuevo al auto estacionado en la acera de enfrente al lugar, ella me miraba deteniéndome los vasos para que pudiera subir.
—Oye, sería mucho pedir que trajeras unas galletas o un pan para comer —suplicó haciendo una sonrisa enorme y unos ojos de perrito que no podía dejar pasar—, por favor, ¿Sí?
Afirmé con la cabeza y regresé al lugar de antes, corriendo para no mojarme, cubriendo un poco mi cara para que la lluvia me permitiera ver por donde andaba, tomé las galletas favoritas de Mily, un paquete de cigarros, unos chicles, además de un pastelito para mí, pagué y salí del lugar a toda prisa, las gotas empezaban a arreciar y no quería llegar a mi casa a tomar un nuevo baño, así que me dispuse a mirar a los dos lados antes de cruzar la calle y así poder salir corriendo hasta el auto.
En cuanto llegué me di cuenta que no había previsto como abordaría, maniobré con las compras de una mano a otra para abrir la puerta del auto y cuando pude le pase una a una las cosas a Mildred, apurado por el agua fría estampándose en mi cuerpo. El sonido contundente de un claxon proveniente de un camión pasando a mi lado me hizo saltar haciendo que arrojara las cosas de mis manos por los aires al mismo tiempo que soltaba un grito, más parecido a un gemido, lo que provocó la risa de mi acompañante.
El pastelito y los chicles habían caído al suelo, así que me apresuré a tomarlos, esperando que las envolturas los protegieran, con lo que no contaba era con el río de agua que se había formado a la orilla de la banqueta y que se estaba llevando las compras con la corriente, obligándome a correr tras ellas por algunos metros hasta que por fin, en una maniobra efectiva pude poner el pie adelante e impedir que siguieran avanzando, levanté en un movimiento las cosas y giré para regresar antes de que siguiera mojándome más, pero en su lugar, sentí el agua fría bañarme por completo, pues un estúpido sin educación paso a toda velocidad cerca de mí.
Las risas de Mily habían empezado a crecer, no dije nada, simplemente bufé y resoplé, caminando de manera pesada hasta ella.
—Deberías verte ahora mismo —señaló ella, con las manos en el estómago, derramando lágrimas por la risa que le daba verme en esa situación, no dije nada y la miré con reproche, con los ojos entrecerrados, antes de sentir de nuevo agua sobre mí, está vez por la espalda, haciéndome gruñir de rabia en esta ocasión.
—No sé que te parece tan gracioso —comenté mientras ponía sobre mi asiento una chamarra para no mojarlo por completo—, si hubieras sido tú, estarías muy molesta.
—Eso es cierto, lo bueno es que no fui yo, ya, no seas gruñón, Arath. mejor cuéntame, ¿Qué te dijo la madrina Nimba?
—¿Qué no se supone que esas cosas no se dicen? —refuté, mientras mi amiga abría sus galletas y sorbía un poco del café.
—Pues, no sé, pero necesito contarte algo, por qué creo que, lo que dijo la madrina me hizo mucho sentido, he visto a Erick muy raro últimamente, hay cosas que no me dice, según Nimba, puede estar engañándome.