Anette estaba tan cerca de mí que era incómodo, pero hacerle un desplante no era una opción viable, por el contrario, temía que su actitud emporara después de cualquier reacción, además, mi cuerpo estaba tan agotado que sencillamente decidí no moverme.
Las risas emanaron de la boca de mi colega, no estaba entendiendo nada, así que a esa altura mi cara era más bien una máscara de incógnito, no tenía ni la más mínima idea de lo que estaba pasando, y la cara de aquella pelirroja solo me dejaba más incertidumbre e incomodidad.
—Debería ver su cara en este momento, doctor. No tiene idea de lo que está pasando —se mofó ella con una de sus manos frente a su boca, tratando de reír con delicadeza.
Solo atiné a gemir un poco simulando una sonrisa, aquello no me había parecido una broma, sino más bien un encuentro que tenía la intención de seducir y no me equivoqué, pues segundos después de la risa, la doctora se acercó a mí, quedando su nariz a la altura de mi cuello, respiró el aroma de mi loción y se alejó pues el sonido de la caja metálica anunciaba que habíamos llegado al sótano, donde usualmente no había nadie.
Ella salió para que yo pudiera pasar con la canasta por la puerta sin tener que maniobrar, resoplé en silencio por la escena que acababa de tener con ella esperando escuchar la puerta cerrarse atrás de mi y por su puesto esperando ver a alguien más ahí dentro, conmigo, pero el lugar estaba desértico.
La incomodidad aumento de golpe cuando, al dejar los blancos encima de la mesa de recepción sentí, entorno a mi cuerpo, unas manos femeninas, delicadas y largas, pasearse por mi dorso y bajar lentamente con intenciones de deslizarse bajo mi ropa, pues bordeaban el pantalón azul que llevaba puesto.
Apreté los ojos con desesperación, la verdad que no entendía lo que pasaba con esta mujer, pero aún así, por el simple hecho de ser mi superiora no podía quitármela de encima como quería, así que en su lugar tomé con delicadeza sus manos y me giré para verla de frente.
—¿Qué pasa, doctor? —musitó aquella mujer con los labios entre abiertos, no voy a negar que era muy guapa, pero de conocerla, todas las ganas que podía inspirarme se me secaron— ¿Va a querer o se va a quedar con las ganas?
—Perdón, doctora, pero me temo que estoy tan
cansado en esta ocasión que le dejaré con una mala impresión —comenté,
esperando que eso fuera suficiente para desanimarla, para que ella sola se
retirará por su cuenta, pro en su lugar, conseguí que metiera la mano en mi
pantalón y que empezará a rozar mis genitales con otros propósitos.
—No se preocupe, doctor, usted no tiene que hacer
nada, deje que sea yo quien haga todo el trabajo.
Sus manos rozaban mi cuerpo de una manera muy inapropiada y empezaba a meter su mano por debajo de mi bóxer, con claras intensiones de provocarme para un encuentro s****l, cerré los ojos, e intenté suprimir el gruñido ate el desagrado que me propiciaba tal escena, cuando de la nada, el elevador sonó, era la puerta que estaba cerrando pues habían llamado este en otro sitio, no fue nada, sin embargo agradecí el incidente pues Anette se despegó de mi cuerpo para verificar, dándome espacio para alejarme de ella.
—¿Quién trajo estas cosas? —una voz áspera de una mujer mayor se abalanzaba en el cuarto, y aunque no estaba haciendo nada sentí pánico de que nos estuviera viendo desde hacía un rato sin decir nada.
—Fui yo, señora, es de la enfermera Ledezma…
—Ah, esa mujer, es una floja —comentó ella sin dejarme decir una sola palabra más—, ¿Qué digo floja? ¡Es una arribista! —replicó lanzando esa pedrada justo a la doctora pelirroja que tenía enfrente, desde luego Anette revoleo los ojos y soltó un suspiro al percatarse de eso—, no se detiene a pensar en lo cansado que está usted y lo indispuesto que está. Pero bueno, doctor, vaya, gracias.
Di media vuelta después de que aquella mujer huesuda y canosa me hiciera un gesto cómplice, no lo pensé dos veces, aproveché el momento para huir lo más pronto posible de aquel encuentro, no esperaría el ascensor, me iría por las escaleras, no importaba cuan cansado estaba, lo único que quería era salir de ahí. Escuché los pasos de la doctora tras de mí justo cuando estaba por salir del sitio.
—Doctora, usted, puede ayudarme, mis reumas han estado muy mal últimamente, yo sé que poco se puede hacer…
—Sí, tiene que sacar una cita para que la valore su médico —respondió la pelirroja, apurada por ir tras de mí, aceleré el paso hasta donde mi cuerpo respondió para que no le fuera tan fácil alcanzarme.
—No podría darle una mirada, no tardará…
Fue lo último que escuché, antes de casi correr escaleras arriba, ni si quiera me detuve a saludar a nadie ni a despedirme, entré a los casilleros, saqué mis cosas y salí cual bólido del hospital. En el estacionamiento me sentí mucho más tranquilo, no creía capaz a aquella mujer de seguirme hasta allá. Me parecía muy rara la manera en la que había decidido acercarse a mí, pero no diría nada, aunque perfectamente encajaba en acoso. Sin embargo ¿Qué dirían de mí si la denunciaba? Mis colegas no tardarían es esparcir el rumor de que había dejado con las ganas a la doctora Servije y se mofarían de mí, me llamarían un poco hombre y esas cosas, seguro estaba.
Poco me importaba lo que dijeran de mí, sin embargo, querría evitarme el mal rato, además, fácilmente le creerían a ella, antes que, a mí, no me convenía buscarme problemas con una doctora como ella.
Subí a mi auto y me deje caer sobre el asiento del conductor haciendo que algo en mis pantalones crujiera. «Lo que faltaba, seguro estrellé la pantalla del celular», pensé mientras metía mi mano al bolsillo apretado de mis pantalones, pero no era eso, la galleta que me había dado la enfermera estaba ahora rota en la bolsa plástica, abrí aquella envoltura y empecé a comer los trocitos de galleta que nadaban en ella mientras encendía el auto.
El papel blanco surgió entre las moronas como una especie de señal, así que lo tomé entre mis dedos y lo llevé a la altura de mis ojos para leerlo: No puedes escapar del amor ni del trabajo, permite que la energía del universo fluya. Confía más y refuta menos. Números de la suerte: 3, 15, 21, 35.
«Patrañas», sostuve mentalmente, arqueé la ceja y me encogí de brazos. Hice bola aquel papel y lo arrojé al portavasos, estaba a punto de echar el auto en reversa cuando saliendo por la puerta del hospital, enfrente de mí, la doctora pelirroja caminaba para acercarse en mi dirección, no me lo pensé dos veces y hui, cobardemente, pude verla por el retrovisor acercarse al auto, no quería llamarle loca, pero esa era la actitud que mostraba en ese momento.
Solo puse música en el reproductor y esperé que ese mal rato se borrará de mi cabeza, en menos tiempo del que pensaba estaba ya en mi departamento, arrastrando los pies para poder llegar, muerto de cansancio, revisé la hora. Tenía un poco más de tiempo ya que el tráfico había sido bondadoso conmigo, envié un mensaje a Mildred, para avisarle que pasaría por ella en un par de horas, me arrojé al sillón, dispuesto a descansar un poco antes de bañarme, pero el cansancio era tal que en cuanto toque aquel mueble me quedé profundamente dormido.
Por fortuna mi amiga entendía un poco la dinámica conmigo, así que tuvo a bien marcarme cerca de la hora para saber sí estaba listo, pegué un salto espabilándome por el sonido del celular vibrando, otra de las virtudes que se adquieren al ser médico es tener un sueño ligero, sí hay alguna emergencia tenemos que salir corriendo. Ni si quiera uve tiempo de procesar nada, solo salté a la ducha para espantarme el sueño, me arreglé lo más rápido que pude y salí corriendo a su departamento, el que compartía con su novio. No quería subir las escaleras, pes eso podría significar que quizá me encontraría con Erick, la pareja de Mily y no soportaría eso, antes de apagar el auto llamé a mi amiga, para avisarle que estaba ahí.
Ella pidió que la esperara, no tardó mucho tiempo, era como sí hubiera estado tras la puerta para ir al encuentro en cuanto le notificará. Y aní estaba ella, la mujer que me había mantenido enamorado alrededor de un año sin saberlo, de pelo n***o, camiseta blanca, holgada, un top por debajo muy sexy de encaje n***o, jeans y botas urbanas, con una sonrisa despampanante en su boca, parecía que brillaba, sus ojos centelleaban, más que de costumbre. Abrió la puerta del auto y subió, dándome un cálido y envolvente abrazo.
—¿Cómo has estado? Te desapareciste muy feo.
—Pues, estoy a punto de terminar la especialidad, así que mis guardias se han hecho eternas, pero ya estoy aquí. ¿A dónde quieres ir? —pregunté, sintiendo mi estomago volcarse y apretarse en mi interior. Hasta ese momento caí en la cuenta de que estaba en ese incómodo momento en el que tenía que decirle adiós para siempre, ella tendría un bebé y yo necesitaba entender que no podía ser para ella más que un amigo.
—Vayamos a un café —contestó ella atando su cabello en una coleta alta—, conozco uno muy bueno cerca de aquí, mientras, cuéntame, ¿Qué tal tu guardia hoy?
Cavilé un poco la opción de contarle lo que sucedía conmigo, no solo en la guardia con la doctora Anette y su encuentro en la lavandería, sino de todo en general. La escuchaba hablar y notaba su felicidad emanando de su cuerpo, se veía tan bonita, parecía una sirena fascinante, un hada vertiginosa, no sé si me explicó con esto, pero supongo que quiero decir que era una mujer de una belleza inefable, casi mitológica.
—¿Seguro que estás bien? Has estado muy callado —espetó ella en mi dirección antes de bajar del auto, yo afirmé con un sonido y giré ara verle sus hermosos ojos.
—Sí, solo estoy cansado, pero vamos, ya habrá tiempo de dormir, después.
—Bueno, te creo. ¿Puedo dejar mis llaves? Siempre las pierdo y no quiero olvidarlas en el café, la última vez ice que Erick regresará del trabajo para abrirme —Ella jugueteaba con los pedazos de metal entre las manos y las arrojó al portavasos en cuanto le afiance con la cabeza, dándole permiso de que las depositará ahí mismo —¿Qué es esto?
Preguntó con curiosidad tomando entre sus dedos el pequeño trozo de papel que había hecho bola antes, se veían las letras verdes y le había dado curiosidad. Ella se tomó un segundo para leerlo y lo arrojó de nuevo al lugar en donde estaba antes, llevándose las manos a la boca.
—Arath… ¿Es una galleta de la fortuna? —señaló con un tono juguetón bailando un poco en el asiento— ¡Vaya! ¿Quién lo diría? No creí que fueras de esos…
—Me la regaló una enfermera —expliqué, restándole importancia—, fue una especie de trueque por hacer el trabajo sucio que le tocaba a ella.
—Pues deberías pensar en cobrar esos favores de una manera distinta, quizá puedas aceptar dinero la siguiente vez o tal vez que te paguen con cuerpo, que barato me saliste, amigo, una galleta de la fortuna no es suficiente. ¿Qué crees que significa eso?
—La señora Ledezma es una mujer mayor, ella hace esto por aprecio, supongo, pero, aun así —comenté para que no siguiera con ese tema, después del acoso de hace un rato, no quería continuar hablando de ninguna cosa que me lo recordará—… y no sé qué significa todo eso, la verdad, pero da igual, se supone que nadie debería leer mi suerte, así que igual no se cumplirá.
—Ay no, ahora me siento mal por ti —respondió con los ojos brillantes y la expresión sensata de arrepentimiento, se tomó un par de segundos y cambió su expresión por una más extraña, casi como sí fuera una niña que estuviera apunto de proponer una travesura—. Ya sé. Enciende el auto, vamos a otro lado, no es muy lejos. O mejor déjalo aquí y caminemos, como quieras.
Fruncí el ceño para que entendiera que no entendía nada, ella solo se encogió de hombros y soltó una risita traviesa. —Veamos a una adivina, así yo podré saber el sexo de mi bebé y tú podrás tener una lectura de tarot para que tu suerte regrese.
—No, Mily, yo no creo en esas patrañas, soy un hombre de ciencia y —enmudecí al verla. Me miraba con sus ojos expectantes, suplicando que le siguiera la corriente, bufé un poco, y acepté— No me dejarás en paz sí no acepto, ¿Cierto?
—No, no lo haré… Vamos, Arath, puede que sea divertido. Arriésgate, “Confía más y refuta menos” —comentó alegando lo que decía la fortuna de la galleta. Revoleé los ojos y asentí, después de todo, ella no cambiaría su idea y yo, solo quería verla feliz.