Mildred: «Necesitamos vernos, ¡Con urgencia! Tengo noticias para ti, espero que puedas hoy, después de tu turno.»
Arath: «¿Qué pasa? ¿Está todo en orden?»
Mildred: «¡Estoy embarazada!»
─Médicos internistas, diríjanse a urgencias. Médicos internistas a urgencias.
Froté mi barba dejando mi celular de vuelta en mi bolsillo y me recargué en la mesa de la recepción, estaba algo frustrado por el mensaje de texto que había leído segundos antes y la voz del parlante no ayudaba en nada, pero de alguna manera estaba consiente de que ese sentimiento conlleva la responsabilidad a cuestas. Una mano se poso sobre mi hombro, una enfermera sonreía de forma casi coqueta con un café extendido hacia mí. Acepté con una sonrisa apretada y escapé antes de que pudiera decirme alguna otra cosa.
La última guardia me había dejado seco, por completo, un accidente de auto había dejado muchos heridos, hombres y mujeres que viajaban a una fiesta, y contra todo pronóstico tuvieron el percance antes de ingerir alcohol. Mi celular volvió a vibrar en mi bolsillo, pero pase de largo, quizá por la pesadez de las palabras que antes había leído, pero también porque el trabajo me requería toda mi concentración y compromiso. Muchas veces dejaba mi vida personal de lado por cumplir con mi profesión y es que no hay nada más importante para mí que salvar vidas.
Sí, también estaba el sueño de tener una familia o por lo menos alguien con quien compartir mi vida, sin embargo, la última mujer que había removido esos sentimientos en mí me había dejado de lado, por completo, para tener una relación más estable, con una persona que estuviera mucho más disponible para ella y para sus necesidades. Me había quedado sin muchos amigos, también por mi vida de médico, y bueno, estás guardias de días seguidos solo me habían dejado ganas de solo dormir cuando llegaba a mi casa, por lo que no me quejaba, más bien, me resignaba, pues por encima de todo estaba mi sentido de compromiso con mis pacientes.
─Necesito intravenosa aquí ─señalé en voz alta mientras terminaba de cortar la camiseta de aquel hombre que tenía una herida en el abdomen, una enfermera me ayudaba haciendo presión en la herida pues la sangre salía a borbotones del lugar─. ¡Es muy profunda! Necesitamos llevar a quirófano, preparen todo, por favor.
Las palabras que había leído de nuevo en mi cabeza se estampaban, mientras el sonido de la camilla retumbaba en las paredes del hospital, y no ayudaba en nada los sentimientos en ese momento, me sacudí para alejar todo lo personal en otra parte de mi mente, pero me era complicado alejar esta noticia, mi ahora amiga, antes prospecto de novia, Mildred, estaba embarazada y aquello me pegaba como pocas cosas; yo quería que ella estuviera conmigo, que fuera mi novia, pero había ella decidido que no era yo quien tenía que estar con ella, que no era yo quien necesitaba en su vida; y en cierta forma, me daba gusto que ella fuera a formalizar con su novio, pero sin duda me removían por dentro, pues aunque habían pasado casi un año desde que habíamos empezado y dejado de salir y aún teníamos contacto.
La verdad, estaba enamorado todavía de ella, pese a todos mis esfuerzos por arrancarla de mi mente, ella encontraba la manera de quedarse enraizada a mí; sus gestos, su voz y su forma de ser conmigo, siempre me llevaban a pensar que sí en algún momento ella terminaba con su novio, yo podría entrar a escena. Pese a que me mantuve al margen, en cuanto a emociones o demostraciones de cualquier tipo, para respetarla a ella y a sus deseos, y que había intentado con todas mis fuerzas arrancarla de mí, eso, claramente no había sucedido.
Entramos al quirófano y mi mente se ocupó de lleno en el paciente, en preservar su vida y atender las demandas del momento. No sé como podía despegar mi mente personal de la laboral, pero lo hacía, removíamos los órganos para valorar el daño aparente, luego de un par horas entre suturas y cauterizaciones, el paciente estaba listo para irse a terapia intensiva, mucho más estable que hacía unos momentos atrás.
Me desplomé sobre el sillón disponible en la sala de enfermeras, con el celular en la mano, dispuesto a contestar algo a mi amiga, a dejarle mis buenos deseos, aunque no fueran del todo sinceros. Acordé vernos en un par de horas, ya estaba terminando mi turno así que iría a mi casa a ducharme, cambiarme y saldría al encuentro, aunque no tenía nada de ganas de verla, al menos no bajo esas circunstancias.
─Doctor Arath, ¡Qué gusto verlo aquí!
La voz femenina de Anette Servije, una doctora colega, cimbró mis oídos, era pelirroja, con cuerpo de infarto, una camarada impetuosa y apasionada, una completa eminencia delante de mí, una que sin duda era guapísima e inteligente pero que consideraba un poco grosera y altanera conmigo, y que, para mi mala suerte siempre había momentos en los que nos encontrábamos a solas. Ya antes había tenido algunos roces con ella, y por lo mismo, la evitaba; por su prepotencia y la forma despectiva en la que me miraba; básicamente al estar delante de Anette, sentía que me percibía como sí fuera insuficiente, poca cosa o un inútil, y con franqueza, yo no tenía ni el menor interés de demostrarle nada.
─Doctora, ¿Cómo está? ─continué tragándome el mal humor que me generaba su presencia, después de asentir con la cabeza como un gesto de respeto en respuesta a su comentario anterior, me levanté del asiento y ella avanzó un poco, hasta casi estamparse con mi cuerpo.
─Bien, ha decir verdad ─comentó con un tono amigable, uno que me extrañó bastante, sobre todo, lo que hizo después de eso─, pero no tanto como usted, me temó.
Su mano se posó sobre mi pecho dando unas pequeñas palmaditas, nada invasivo, pero me incomodó bastante así que me alejé de ella, la vi morderse un poco el labio inferior y luego soltar esa expresión para regresar a su típica cara arisca.
─¿Ya terminó su turno? ─increpó ella, haciendo que me sintiera aún más extraño que antes, nunca había preguntado antes por algo personal, siempre me hacía comentarios como para dejarme en ridículo, negué con la cabeza y saqué un golpe de aire, estirándome un poco para continuar, seguro de lo que ella diría después─ Bueno, pues lo dejo continuar con sus labores, seguro tiene mucho por hacer, y el tiempo que descanso aquí, sentado, lo repondrá.
Ella no tenía idea del tiempo que había pasado en el quirófano, ni del cansancio extremo que sentía luego de una guardia de, eternas 36 horas, a las que aún les faltaba una hora por transcurrir. Solo atiné a respirar profundo y sonreír, dejando pasar por completo aquellos comentarios insípidos. Yo aún era un residente, de la especialidad, pero un rango inferior al de ella, así que no podía ponerme a decir nada a menos de que quisiera tener problemas.
─¿Qué está esperando? ¿Acaso quiere que sea yo misma quien lo lleve a sus rondas en piso? ─volvió a decir casi en un gruñido, simplemente me di la vuelta y me fui de ahí.
Tomé mis expedientes para revisarlos, para de inmediato realizar mi última guardia del día, en urgencias, esperando que solo hubiera casos menores que atender para no entretenerme más tiempo y, de nuevo, como muchas otras veces, aplazar la cita que tenía con Mildred.
Luego de dar de alta una fisura de húmero, el hueso largo del muslo, una cortada y enviar al niño con una moneda en el estómago a observación salí del turno, estaba muy convencido de que al menos necesitaría un par de horas de sueño antes de ir con Mildred; no sabía de donde salía tanta energía, cómo un ser humano era capaz de aguantar ese tipo de jornadas infernales, bueno, en realidad, después de las 2 latas de energizante, los chilaquiles picosos y las 15 tazas de café, cualquiera puede aguantar, y siendo sinceros, a veces me escapaba al área de intendencia o a neonatos a dormir.
─¿Ya se va, doctor? ─La voz de una de las enfermeras me increpaba, a ellas tenía que mantenerles contentas, pues de lo contrario harían que mi trabajo administrativo fuera un calvario, giré en dirección a la figura regordeta que tenía ahora delante extendiendo una sonrisa, lo más sincera que pude.
─Sí, señorita Ledezma ¿Necesitaba algo?
─No, doctor, no hace falta, iba a llevar estos blancos a la lavandería, pero no se preocupe, los llevaré yo, aunque estén muy pesados.
Aquella mujer era mayor, tenía alrededor de los 50 y tantos años pero por educación la seguía tratando como una jovenzuela, así ella estaría feliz y por supuesto, tendría algunas facilidades como una cobija o una camilla en la cual dormir la siguiente ocasión. La mujer había dicho aquello con la intención de que le ayudará, se hacía la víctima, pero daba resultado, mi gentileza no podía olvidarla, así que tomé la enorme canasta de sus manos.
─Permítame ayudarle, Vilma, yo los llevo ─señalé con una reverencia de cabeza, haciendo que ella sonriera con satisfacción.
─Es usted un ángel, doctor Arath. La siguiente guardia le traigo un regalito. Y ya váyase, antes de que alguien más lo ponga a hacer otra cosa.
Me hubiera reído de su comentario, pero sentía mis ojos colgando de mi cara, intenté caminar rápido hasta la lavandería para dejar todo pero ella me detuvo justo antes de dar un paso en aquella dirección.
─No se vaya, miré, hace rato pedimos comida china y nos llegaron estás, dicen que funcionan cuando alguien te las regala, así que le guarde la mía a usted ─Vilma extendió una galleta de la fortuna en un pequeño empaque plástico, me miraba con curiosidad, como sí quisiera que la abriera ahí mismo, pero en su lugar la guardé en mi bata blanca para continuar mi camino─. Ay no, doctor. No me va a dejar en ascuas, dígame que dice.
─Es que, yo sé que la fortuna de cada uno no se dice, de lo contrario, no se hace realidad ─contesté dejando en su rostro una mirada pesada, reprochándome lo anterior, me afloró la risa de manera natural, ella era una buena mujer, algo recia para hablar, pero de buenos sentimientos.
Me despedí de ella y sin perder el tiempo me encaminé al área para dejar las sábanas, el elevador se estaba tardando mucho, y las escaleras que me llevarían al sitio eran muy largas de recorrer, por lo mismo, me quedé recargando la canasta contra una de las paredes, algunas tenían sangre y otras olían a desechos humanos, no quiero ser explicito, pero en un hospital, en el área de urgencias, veíamos cosas impensables. Alejé un poco mi cara de las sábanas para respirar con tranquilidad, cuando la puerta del elevador se abrió.
El sonido me dejo claro que era hora de avanzar, por lo que ni si quiera lo pensé, las sábanas de la canasta estaban pesadas, mi cuerpo reclamaba un descanso, solo entré a la caja metálica, pero algo se interpuso en mi camino.
─Disculpe, me temó que necesita quitarse para que pueda salir —la voz de Anette me repicó en los oídos, así que traté de hacer la voz más ronca para que no me reconociera, para así poder pasar a su lado sin que se percatará de mi presencia.
─Lo siento —repuse poniendo la canasta a la altura de mi rostro, entrando al elevador ahora vacío, esperando que aquella mujer se alejará lo más pronto posible.
—Pensé que ya se había ido —comentó ella—, doctor Arath, pero ahora veo que está haciendo el trabajo sucio, supongo que esa voz es por el cansancio.
—En eso estaba, a punto de irme, después de hacer esto —gruñí entre dientes.
—¿Quiere que le apriete el botón del sótano, doctor? —aquella mujer preguntaba con su voz algo sarcástica, bajé la canasta al suelo y puse una sonrisa falsa, para negar la ayuda —Se le ve cansado, doctor ¿Está usted bien?
—Sí es solo que… —me detuve, no quería darle detalles de mi vida personal así que limité mi respuesta —Recibí malas noticias, doctora ¿Cómo supo que era yo, doctora? —pregunté, bastante seguro de que había hecho un gran trabajo con mi voz.
—Podría reconocer esa loción suya donde fuera— respondió ella en un tono extraño, casi seductor estaba apuntó de hablar cuando la vi entrar conmigo al elevador, justo antes de que las puertas se cerraran quedando frente a mí, a escasos centímetros de mi cuerpo, la vi abrir un poco la bata blanca y peinar su cabello rojo y lacio a un costado— ¿Entonces, doctor? ¿Qué botón quiere que apriete?