C6:

2224 Words
Maratón 2/3 Pía Melina Admiro mi reflejo en el pequeño espejo de mi armario, peinando mis suaves y largos cabellos rubios brillar por los rayos no tan visibles del sol que se adentra por la ventana de mi alcoba. Muerdo mi labio inferior sosteniendo dentro de mí esa sensación de insuficiencia y soledad que se instala cada dos por tres, mientras siento como Moffy desliza su cabecita camina por mi pierna derecha, aclamando mi total atención. Bajo mi mirada, encontrando sus bellos ojos cobrizos, mostrándome esa carita de cachorro degollado que me provoca más ternura de la necesaria ocasionando que deje mi cepillo en la mesa de mi escritorio, y extienda mis brazos para colocarlo encima de mis piernas. —¿Acaso tienes hambre? Sus enormes ojos me observan, pero no pierde la oportunidad de acurrucarse como la bolita de pelo que es entre mis cálidos brazos. Sus ojos me observan, mientras lame mi mano como respuesta. —Lo tomaré como un si. Mueve su cola se con premura de un lado para otro, y algunos ladridos salen desde el fondo de su panza. Q Lo vuelvo a colocar en el suelo de madera, atando mi cabello en una coleta bien alta que después me acomodaré bien, escogiendo unos jeans ajustados de cuero n***o, con una blusa vaquera asimétrica de mangas largas negra oscura combinando a la perfección con mi sujetador de encaje y mis bragas en conjunto. Me encamino a la salida de mi habitación, asomando mi cabeza entre el medio de la puerta y el marco intentando ver si alguien de los inquilinos se encuentra en pleno auge; sin embargo, mis ojos no divisan ningún movimiento sospechoso que deba alarmarme así que, con mucho cuidado y en puntilla de pie, comienzo a dirigirme al cuarto de baño que está a solo unos pasos en frente de mi alcoba. Vuelvo a revisar que no haya nadie deambulando, percibiendo el frío y algunos copitos de nieve colarse por la ventana que da a la azotea, a la vez que abrazo mi anatomía esbelta completamente erizada, enviando un poco de calor a mis huesos. Poso mi mano en el pomo frío de la puerta de madera, mientras con sumo cuidado de no hacer ni siquiera un sonido abro la puerta preparándome para entrar cuando termino chocando con alguien que no logro reconocer al tener mis ojos cerrados. Lentamente y con mis latidos desbocados me digno a levantar la mirada, mientras abro mis ojos con calma, sin ninguna prisa a pesar de mi vergüenza que aumenta por segundos. —Lo siento yo... Trago, viendo como el repite mi acción, extasiándome con el excitante movimiento de su desarrollada manzana de Adán, bajando y subiendo, mientras sus inmensas manos se aferran a mis hombros, manteniendo mi figura a solo unos centímetros de la suya. —Yo... Intento decir al menos algo coherente, pero es como si mis neuronas se hubieran ido de vacaciones a Cancún sintiendo la fuerte corriente eléctrica que desencadenan las leves caricias de sus largos dedos en mi piel descubierta. Deslumbro su perfilado rostro con su mandíbula cuadrada y la sombra de una barba de días, sus labios rojos y gruesos, su nariz respingona, provocando que sea mi momento de copiar su acción impulsando a que sus pupilas dilatadas se desplacen hasta la misma acción que repito, pero con mucha más posma. El ambiente comienza a tornarse tan caliente e hipnótico que honestamente ni siquiera deseo que se destruya para nada. Un pequeño mechón de mi cabello decide hacer acto de aparición, invitando al castaño a que, con cuidado y con su mirada aún fija en la mía, posiciona esa hebra rubia justo detrás de mi oreja, rozando esa parte trasera que me obliga a cerrar los ojos, a la vez que un jadeo se escapa de mis labios volviendo el momento bastante incómodo para mí, porque el parece estar demasiado absorto en cada caricia. —No... Hago vastos e inútiles intentos de hablar, siendo detenida por le caricia que dedica su mano a mi mejilla, haciéndome tragar en seco por segunda vez, preparando mi corazón para un ataque. Acerca su rostro más al mío, faltando unos pocos centímetros para que nuestros labios se puedan rozar, permitiendo que nuestras respiraciones aceleradas se mezclen en un momento tan lleno de intensidad. —Déjate llevar. Su voz es apenas un susurro audible envolviendo mi esbelta figura con sus marcados brazos junto a las gotas que caen de su cabello que justo hasta ahora las logro divisar. Cierro los ojos, mientras el castaño aferra sus manos a mis brazos, aproximando nuestros rostros poco a poco, acortando la distancia que nos separa para unir nuestros labios. Mi corazón baila feliz con sentir el suave tacto de esos labios que tanto había codiciado más que nada en mi vida, junto a los nervios que encabezan la razón del porque tiemblo sin poder evitarlo, entre tanto levanto mis manos aferrándome al duro pecho de quién ahora se mantiene a una distancia en la que su nariz y la mía se rozan. Trago, renunciando al sentido común y las vocecitas en mi cabeza que me dicen que no haga nada, que está mal, que no debo cometer un error que dañe a otra persona; sin embargo, aunque no me quiero echar para atrás y que todo pase, algo impide que suceda lo que ya me estaba ideando en mi cabeza. —Amor, ¿Ya terminaste? Me separo de manera abrupta con el corazón acelerado y una opresión de culpa en el pecho. Abre sus ojos, soltando un estrepitoso suspiro a la vez que desliza las manos por su cabello con frustración. —Ahora salgo —demanda. Enfoca su mirada en mi expresión dolida deconstruyendois las paredes de mi mundo. —Te espero en el cuarto La voz de la rubia hace cierto eco causando un mogollón indudable de estragos en mi sistema. «¡Por dios que estoy haciendo!» Cubro mi rostro con las lágrimas picando en mis ojos con las ganas de librarse y demostrar lo mucho que me golpea. Ethan me mira, yo hago lo mismo retorciendo mis dedos entrelazados, no sabiendo dónde meter esa emoción que me está consumiendo justo ahora. Pasamos sin decir al menos una palabra, sin la capacidad de poder decirnos lo que sea que estaba a punto de suceder, no sabiendo dónde introducirme. —Creo que debería irme —asiento manteniéndome en silencio, apreciando su torso desnudo, y la toalla que recubre su cintura. Me hago a un lado, dejando que se marche sin preámbulos, preparándome para la explosión de emociones que se viene cuando la puerta se cierra a mi espalda. Mis ojos se empañan en lágrimas, mi pecho comienza a doler por la culpa, mientras maldigo internamente por todo lo que estaba a punto de hacer sin importarme el daño que podía ocasionar. «Soy una pésima persona» Acurruco mi cuerpo en la esquina derecha del cuarto de baño con lozas y azulejos de mármol, fríos e impolutos. Siempre me culpo por cosas que no debería, pero a veces herimos a personas por decisión propia, dejándonos llevar por actitudes egoístas que sobrepasan nuestras ganas. Nos sentimos culpables, fugitivos de nuestro dolor y pesar que se mantienen adentro de nosotros. Abrazando mis piernas, y metiendo mi cabeza entre ellas; sollozando, ahogándome en la culpa de lo que pudo llegar a suceder sí ella misma no nos hubiera detenido. Ni siquiera fui capaz de detenerme aún sabiendo que está comprometido y que su prometida se encuentra a solo unos pasos de nosotros. Imaginando que soy buena persona cuando en realidad no soy más que una de esas mujeres que se ofrecen en bandeja de plata a los hombres con relaciones, importándoles muy poco si destrozan una relación e incluso una familia. No las juzgo, nadie tiene derecho a juzgar a ningún ser humano sin conocer las razones de los hechos a los que los conllevan, aunque hay ocasiones en las que es más que normal escuchar a la sociedad decirle zorras, rameras, cualquiera o puta, sin darse la oportunidad de conocer lo que guarda dentro en vez de lo que da a demostrar. Mi pecho duele, mi nariz está congestionada y roja por el llanto, mis ojos pican por las lágrimas que no dejan de salir sin previo aviso, aumentando la opresión en mi pecho. —Pía —la voz de Valeria detiene mi llanto por unos segundos, hasta que los sollozos trato de que sean callados por mis labios, pero se vuelve imposible—, ¿Estás bien? Mantengo el silencio suficiente porque siendo honesta hablar no me haría bien, no cuando me siento de esta manera tan destruida y culpable. La puerta se abre, dándole la oportunidad a la castaña a adentrarse en la estancia, examinando mi entorno con expresión preocupada cuando su escaneo se detiene en donde me encuentro. —¡Oh amiga! —su expresión de lástima agrándese mi lamento, sollozos y amargura, provocando que mis hombros se muevan junto a los hipidos que no dejan de escaparse de mis labios. Sus brazos me envuelven, apresando mi cabeza en su pecho mientras acaricia mi cabello calmando mi ataque de llanto, además de las caricias que Moffy me ofrece ocasionando que extienda mi mano en su dirección, ofreciéndole la oportunidad de subirse en mi regazo, mientras como siempre libero los dolores que se instalan en mi pecho. No queriendo ser como siempre un ser cruel y despiadado cuando mi esencia de bondad es lo que me hace distintiva a muchas. —Soy una persona de mierda, estuve a punto de hacer algo que no debería. —No digas eso, sabes que eres buena y que solo te estabas dejando llevar por tu corazón. Desvío mi atención en su dirección volteándome con los ojos empañados en lágrimas. —Estuve a punto de hacer que otra persona sufriera por mis actos. —Pero eso no... —Necesito tomar un poco de aire, de verdad. Pellizca el puente de su nariz aferrándome más a sus brazos. —No creo que... Detengo mi mano sobre la suya con la decisión plasmada en mis fracciones y las lágrimas mojando mis mejillas. —Si es lo que necesitas esta bien, solo... llámame si me necesitas. Asiento saliendo a toda prisa del apartamento con mi teléfono en mano, llorando como nunca y odiándome por ser tan débil ante situaciones que me deconstruyen. La respiración se me agita después de llegar al pequeño parque a unas pequeñas cuadras del edificio con el sol que me percato de lo rápido que comienza a irse ocultando detrás de las nubes que nublan el cielo. «El clima poniéndose en conjunto con mi estado de humor» Relamo mis labios apretujando mis manos sobre mi regazo con mi mirada gacha sopesando mil situaciones que podrían haber causado o ido a peor y en realidad se lograron detener. —No entiendo porque las mujeres soleis llorar en lugares públicos. El corazón se me detiene con las zapatillas deportivas que diviso a mis pies y la voz potente que me resulta bastante conocida, aún así no recuerdo exactamente de donde. Alzo la mirada encontrándome un poco aturdido debido a la poca visibilidad que cargo sin mis lentes de contactos viendo algo borroso. —Tengo spray de pimienta por si intentas atacarme. Logro con cierta dificultad percatarme de la medió sonrisa que surca sus labios, pero el no hace más que ignorar mis palabras extendiendo en mi dirección un pañuelo bordado con tela bastante cara. —No soy un violador de niñas lloronas, me provoca arcadas la verdad. Frunzo mi entrecejo tensa. —No soy una niña. Sonrió con carcajadas fuertes por la manera en la que mis labios muestran un puchero que dice lo contrario. —Eso decís todas —ignora mi malestar lanzándome el pañuelo sin ningún cuidado. —¡Oye! Termino siendo tan torpe que casi cae al suelo si no es por que logro alcanzarle de suerte. «Carajo» —Límpiate esos mocos y no llores más por lo que sea que te esté pasando, todo mejorará. Limpio mis ojos y mejillas tratando con todas mis fuerzas de divisar su rostro... ¡Intento fallido! —¿Así que no eres un violador después de todo? —No, en realidad soy al que las mujeres suelen pedirle el sexo, nunca tomaría a una por la fuerza. Mis mejillas se sonrojan al instante con la potencia de sus palabras. El solo ríe a carcajadas. —Creo que mejor debería irme, tengo unos cuantos kilómetros que correr. Asiento juntando mis pies. —Ten cuidado, parece que va a caer un buen torrencial y podrías pescar un resfriado, además de que alguien sería capaz de hacerte daño. —Lo rociaré con mi spray de pimienta. Curva sus labios en una sonrisa manteniendo su capucha sobre su cabello que de cerca puedo notar al menos un tono castaño. —Pues espero que corras bastante. Se aleja un poco dos pasos. —Gracias. —¿Por? —Por no preguntar cómo me siento ni esas chorradas. Se encoge de hombros neutral. —Solo somos dos extraños, y viéndote estoy seguro de que no estabas bien aunque sería lo que me dirías. Me deja en blanco marchándose como si nada corriendo a toda prisa. «¡Que día! »
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD