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3925 Words
Maratón 3/3 Pía Melina. Un día nuevo que comienza de una manera distinta. El recuerdo del desconocido de ayer llega a mi memoria sacándome una sonrisa, jamás creí que mi corazón podría latir así por otra persona que no fuera Ethan, es como olvidar el dolor o solo saber que no estamos hechos el uno para el otro. Diviso la fachada de mi edificio de trabajo, mientras le doy un delicioso sorbo a mi capuchino deleitando mi paladar con su dulce y afrodisíaco sabor. Mis tacones crean una combinación excelente con el sonido de las campanitas de algunas tiendas cubiertas por las guirnaldas y las luces navideñas. El tiempo corre como el viento con ráfagas atenuantes... Noche Buena se conmemora hoy, uno de los días más maravillosos del año; al menos lo era hasta que mama fue diagnosticada con cáncer, aún recordar las palabras del doctor me consumieron. Flashback. —¿Todo está bien doctor? Mamá aferra su mano a la mía compartiéndome su calidez y tranquilidad aún así yo estoy hecha un terrible mar de lágrimas. —Según los exámenes realizados su madre cuenta con un cuadro de cáncer de mama bastante avanzado con riesgo de posible muerte en un transcurso bastante corto. Sollozo en un tono bajo casi imperceptible descomponiendo mi expresión. —¿No hay nada que se pueda hacer? Asiente activando mis esperanzas y el brillo en mis ojos. —Le enviaré el número de una asociación donde se realizan quimioterapias, lo único problemático podrían ser los costos de la internación y lo que eso incluye, pasarían al menos unos dos años sin verse o tal ves pueden llegar a ser unos cuantos meses solamente, varía según el riesgo. Asiento aferrándome con fuerza al cuerpo de mi madre con mis manos temblando. —Con permiso, las dejaré pensar. El doctor se marcha hacia otra sala dejándonos a ambas en un silencio conciliador. —Luz no tienes porque... —No importa el precio, hare hasta lo imposible por mantenerte a mi lado hasta que puedas acompañarme hasta el altar. Ignoro sus protestas centrándome en que así tenga que matarme trabajando le daré la posibilidad de seguir conmigo. Ella siempre ha sido mi heroína... Está vez quiero ser la suya. Fin del flashback. Curvo mis labios en una media sonrisa rememorando ese momento, aún así, el mal sabor de saber que no la veo desde la última visita que fue casi hace cinco meses. Relamo mis labios, eliminando la pequeña espuma que permanece en la comisura inferior de mi boca provocando que a mi mente llegue el suceso de esta mañana. En mi cabeza aún está su enloquecedora imagen, la leve caricia de su mano en mi mejilla, el tacto de su dedo en mi clavícula, sus palabras impulsivas y elocuentes; sin embargo, todo llega junto a la maldita culpa, esa emoción que estoy segurísima continuará en mi ser hasta nuevo aviso, al menos cuando ya acontezca algo que me obligue a olvidarme de ello. La vergüenza que noté cuando mis orbitas oculares se cruzaron con las azules de la rubia, su mirada dulce e inocente, sus palabras en las que intentaba integrarse, hasta su manera de decir que iríamos juntas a un salón de belleza justo antes de mi cita. Oh sí, porque mi querida Valeria no tardó mucho en contarle a los dos que tendría una cita con un chico en pleno desayuno. La reacción del castaño fue todo un poema. Apretó los puños a cada lado de su cuerpo mientras mascullaba algo así como: Mataré a ese c*****o. Sí, momento demasiado incómodo, creo que hasta Moffy se indignó por lo rápido que salí huyendo de aquel apartamento sin siquiera dudar. No tenía valor para mirar a Darla a la cara, a pesar de no conocerla sabía que no era una mala persona, desde que habíamos intercambiado palabras la primera vez me había tratado con bondad y dulzura, cosa que agradezco; soy un pilin sensible, sin embargo, por alguna razón necesitaba que tuviera algo que me hiciera odiarla; ¿el obstáculo?, nunca fui capaz de percibir ese sentimiento por más daño que me hicieran, siempre he sido consciente de que las cosas suceden con una razón que desconocemos. Salgo de mis pensamientos, volviendo a la realidad en dónde ya me faltan unos pasos para llegar a mi centro laboral. Mis verdes ojos divisan a millones de dulces parejas envueltas en abrigos de pieles, gorros de lana y calentitas botas. Conversaciones animadas en las que se absortan sin ningún problema. Los niños juguetean en frente de sus jardines lanzándose bolas de nieve, empapándose con esta cuando impactan en su diminuta figura, incluyendo los autos que avanzan por las avenidas más o menos transcurridas con suavidad para evitar un accidente por el suelo resbaloso y frío. Una pequeña pelota choca con mi pie sacándome una sonrisa cuando un niño de ojos marrones se aproxima en mi dirección con sus mejillas sonrojadas. —Hola, ¿me podría devolver mi pelota? Asiento extendiéndosela, disfrutando de la dulzura con la que no tarda en sonreírme tímido. —Aquí tienes, recuerda que deben tener cuidado. —Gracias señorita, es usted muy hermosha. —Gracias a ti príncipe. Me coloco de rodillas pinchando la punta de su nariz juguetona. Planta un beso en mi mejilla corriendo a toda prisa con sus amigos, dejándome un poco aturdida, pero activando ese deseo de algún momento ser mamá. Los copos de nieve no dejan de caer, volviendo mi jersey casi blanco en los hombros le doy un segundo sorbo a mi bebida. Por otro lado, sostengo con mi mano derecha mi agenda con los asuntos que debo resolver el día de hoy junto a mi jefe y por supuesto, a Peter. Mis mejillas se sonrojan con el solo pensamiento de una cita con el pelirrojo, mi corazón comienza a aletear con premura, pero me es inevitable no compararlo con los desbocados latidos que este me provoca, son intensos y devastadores, capaces de dejarme sin ninguna palabra o estimulo. Avanzo repasando a los taxis con sus tranquilos pasajeros protegiéndose de la frialdad de esta época del año que, a pesar de lo que podamos decir, la amamos tanto o más que el verano. La leve capa de bálsamo labial se ha convertido historia cuando vuelvo a relamer mis labios, deteniéndome en los escalones de la agencia publicista. El cristal polarizado, los escalones de piedra maciza, la tortuosa edificación de treinta pisos, los barandales congelados por el frío, junto a la nieve que recubre las escaleras y uno que otro adorno navideño nos mantiene con esa familiaridad que muy pocos llegamos a sentir. Me encamino a las puertas automáticas. La recepción se mantiene en silencio con las tres castañas que se entretienen en sus computadoras mientras sonrisas carismáticas predominan en sus labios. Sus trajes sofisticados y sus bien peinados cabellos junto a uno que otro maquillaje para nada llamativo da el toque de profesionalismo necesario. Admiro el pequeño reloj rosa apreciando como los minutos corren cuando me pongo a divagar como una tonta. 10: 30 AM Mi mente viaja por momentos a lo sucedido ayer, incluso el malestar se arremolina en mi, pero también la imagen borrosa del desconocido me recuerda que de alguna manera extraña siempre existirán personas que sabrán cómo tratarte para mo sentirte peor. Presiono el botón que me abre paso a qué las puertas se abran ofreciéndome el acceso solitario a mi planta. Los nervios me abordan, el repiqueteo de mis tacones cuadrados no es tan molesto pero es soso y aburrido; como la mayoría de las cosas de mi vida. Los mensajes de la castaña como siempre tratando de animarme mostrándome el trasero de algunos de los actores que debe preparar para las entrevistas. Algunas carcajadas salen de mis labios por las ocurrencias de mi mejor amiga, eliminando esa sensación tan destructora. Levanto mi mirada del suelo encontrando al mismo hombre que horas antes había llenado de café por ser tan torpe. Su ceño fruncido, una de sus cejas alzadas, con sus manos a cada lado de su costado recordándome a mi madre cada que me regañaba por hacer algo mal. No entendía como un hombre tenía tan buen gusto cuando de ropa se trataba, según yo conocía cuando de ropa se trataba eran unos desastres; al menos los dos que conocí, pero siempre hay excepciones para todo así que no juzgo. —Buenos días señor Sandino. —Vamos. Tengo algo importante que hacer después de esto. No sé ni porque, pero mis mejillas se sonrojaron en el momento que mi mirada se deslizó hacia su trasero, el descaro con el que admire esa parte de su cuerpo nunca había estado en mí, y por primera vez no me sentía tan mal por hacer algo así. —Bueno, las preguntas son estas. Se sentó en su silla giratoria antes de tomar la agenda que le ofrecía, sus dedos rosaron los míos y por simple reacción mi figura se estremeció con mis mejillas volvían a tornarse rojas. Él ni cuenta se dió lo que su tacto acababa de ocasionarme así que decidí no darle tanta importancia. —Debes ser más específica con lo que preguntas, intentando de que termines arrinconándolo y no tenga más remedio que responder, por algo realizamos las mejores entrevistas. Estuvo por segundos sumergido en aquello, eligiendo, agregando y aumentando las preguntas. Sin embargo, mientras esperaba a que culminara su tarea, observé cada rincón de aquel despacho con recubrimiento n***o con una gran escasez de emociones. El mío desprendía inocencia, este... Ningún sentimiento válido, no era aburrido, pero al menos no poseía ese toque que dice el tipo de personalidad que tiene la persona. No había desorden ninguno, el suelo estaba cubierto por una moqueta ferial de color n***o, una diminuta nevera en la esquina superior derecha igual que la que estaba en la mía, un desván largo con espacio para dos personas con una pequeña sábana bordada de color gris. Las ventanas están cubiertas por unas cortinas blancas que ahora se encontraban abiertas llenando del espíritu navideño la cuadrada oficina. El escritorio era de madera más que fina, las puertas de cristal y una vitrina descansaba en la esquina izquierda con botellas de alcohol. Permanecí por unos segundos sin saber que hacer hasta que la voz de mi jefe me sobresaltó. —Esto será suficiente —me extendió la agenda rosa—; debes recordar la sesión de fotos junto con Peter, mantenerlo al tanto de las horas y el día. —Por supuesto —finalicé—; con permiso. Le di la espalda caminando hacia la salida de la desierta oficina con millones de documentos en diversos cubículos, moviendo mis pies con un nerviosismo. Apresuro mi paso abordando a toda marcha el transporte que me llevaría a la primera planta, mientras mis dientes comenzaban a morder mis uñas. El silencio del ascensor me envuelve, impulsándome a qué por instinto fije mi vista en mi reloj rosa prestándole atención a las manecillas de aquel artefacto que no dejan de moverse en ningún momento. 11: 40 AM Tick, tock... Tick, tock Aquel sonido no dejaba de revolotear en mi mente como una nueva canción más molesta que de costumbre. Presté gran atención a mis tacones esperando el descenso completo. Divisé a lo lejos a Mérida que realiza una que otra mueca mientras mira la pantalla de su celular, despotricando a quien sea que le esté hablando. Me aproximo con cuidado, logrando que sus ojos negros se fijen en mi anatomía y antes de que piense algo, ella guarda su celular en el bolsillo de su pantalón, envuelve mi esbelta figura con sus brazos morenos. —¡Por fin te acuerdas de mí! —Okay, me estás ahogando. —Eres una mala agradecida. «¿Acaso es idea mía o estoy rodeada de gente dramática?». —No es eso, es que me quieres ahogar con cariño y por más que amo las muestras de afecto sabes lo débil que estoy, podrías matarme. Cómo la mayoría del tiempo en el que nos la pasábamos tranquilas conversando de nuestras maravillosas vidas, nos asentamos en una pequeña cafetería en la Fire Lane interactuando de manera animada mientras devorábamos —yo con finura a diferencia de la castaña de ojos negros que le daba igual las miradas de disgusto de los otros clientes— unos brownies, unos cheesecakes con chispitas de chocolate, y unos batidos de maracuyá, mi favorito. __________ El tiempo junto a la castaña había transcurrido con tanta rapidez que era sorprendente. A pesar de que no fui capaz de sincerarme por completo sobre la situación entre Ethan y yo, por más que la mayoría de las personas me juzgaran al no haber tomado la oportunidad y decirle todo lo que siento cuando una amistad es mucho más importante que todo. Después de aquel pequeño rato la noche ya de hallando en pleno apogeo, como siempre mis nervios al recordar lo que se avecinaba en unas horas. —No estés nerviosa. La voz en susurros de Valeria posando su reconfortante mano encima de la mía mientras maquilla mi rostro con una pequeña base de rímel, un riza mis pestañas. Mi cabello está suelto con algunas ondas que le dan abundancia, un vestido azul prusia ajustado que me incomoda a un punto en el que no soy capaz ni de moverme por tal de que no se me vea el trasero. Unas medias color piel se adhieren a mis piernas, brindándome un poco de calor junto a los tacones stiletto n***o que están cubriendo mis pies. —Quiero ponerme unos jeans. Mis quejas son ignoradas. —Ya verás lo loco que lo pondrás con este conjunto. —No quiero poner a nadie loco, me voy a congelar —refuto, quejándome por decimocuarta vez en lo que queda de hora. —Joder que irás a un restaurante italiano elegante, debes ir de etiqueta. Las horas pasan y el momento de la verdad finalmente llega, provocándome unas incómodas mariposas que me tienen al borde del desmayo. Cubro mis hombros con un garban n***o de pelo sintético, protegiendo mi figura de la frialdad que nos espera. El timbre suena, sobresaltándome al instante, mientras la castaña sonríe con malicia preparando su plan maquiavélico en su cabecita. —¿Y si mejor me escondo y salgo mañana? Finjo demencia preparándome para correr a mi alcoba cuando la puerta es abierta de par en par, mostrándome al pelirrojo en un traje impecable con su pajarita en conjunto con mi vestido. Su cabello está bien peinado hacia atrás, un ramo de rosas descansa en su mano derecha junto a una caja de bombones que me impulsa a qué la picazón y el ardor empiecen a hacer acto de aparición. —Vine a buscar a Pía, soy Peter. —Justo ella estaba terminando —Valeria me hala del brazo, casi provocándome un traspiés que me hace sonrojar las mejillas, y bajar mi mirada nerviosa. —Emm, hola. —¡Estás hermosa! —me extiende el ramo de rosas. —Creo que lo mejor será que se vayan antes de que se les haga más tarde —la castaña sostiene los bombones lo más lejos de mi cuerpo, guiñándome un ojo para sin ningún cuidado cerrarnos la puerta en nuestras narices. El pelirrojo y yo intercambiamos miradas, repasando la vestimenta del otro hasta que la acción que lleva acabo me deja sin habla. —Perdona mi atrevimiento, pero verte envuelta en este conjunto me activa las ganas de darte un beso —susurra. Rosa sus manos en mi mejilla coaccionando mi incomodidad, trago colocando mis manos en su pecho, evitando que aumente la cercanía que me incomoda. —Lo siento Peter, no estoy lista. La distancia se perpetua, permitiendo que agradezca por darme mi espacio en estos momentos. —Tranquila, no quiero que te sientas presionada. Besa mi coronilla, posando su mano en mi espalda baja, abordando a mi lado el ascensor que nos ayuda a descender, conversando animadamente sobre los sucesos de nuestro día. La sensación de plenitud que me ofrece la cercanía del pelirrojo es lo que me lleva a confesar mis temores, y uno que otro secreto de mi vida, haciendo tiempo a qué las puertas del elevador se abran para la salida. Un rato más tarde, abordamos el Lexus Aiers rojo que nos espera en la salida del —para nada lujoso— edificio, llamando la atención a millones de kilómetros. —Antes que nada debo ser totalmente sincero —la voz de Peter me saca de mi estado pensador, ocasionando que gire mi rostro en el momento que nos detenemos en un semáforo—, nunca creí que aceptaras mi cita. La jovialidad y sinceridad de su mirada me invita a ser de igual manera con él, y más al ver como sus mejillas de sonrojan por lo intenso de mi mirada. —Sinceramente no pensaba hacerlo —reitero, desviando mi mirada—; sin embargo, simplemente fue un impulso que me llevó a aquello. Una sonrisa ilumina su rostro, en el momento que la luz cambia a verde emprendiendo con prisa nuestro camino. —¿Qué es gracioso? —El imaginarme a Pía Melina siendo impulsiva —completa recibiendo un leve golpe en el hombro de mi parte, junto a una queja. —¡Hey! Puedo ser impulsiva. Eleva sus manos en son de paz, mientras maniobra el volante del auto para evitarnos un accidente, riéndose a carcajadas de mi reacción. —Lo que usted diga, sargento —hace un saludo militar que lo demuestra más dulce de lo que es. El camino lo pasamos así, tranquilos y con las bromas siendo el plato principal. _______ Cuando llegamos al restaurante hay una extensa fila esperando a que les entreguen sus mesas, por impulso entrelazo mi mano con la del pelirrojo, sintiendo la calidez y el confort de su mano que con prisa apresa mis dedos junto a los suyos. Nuestras miradas se cruzan, mostrando sonrisas de confort que llevo meses sin ver. —Por aquí por favor. La recepcionista nos muestra el camino, llevándonos a una mesa en lo más romántico de ese extenso y caro lugar. Percibo una intensa mirada que eriza los bellos de mi piel, provocándome millones de sensaciones que me envían corrientes mucho más fuertes que nunca a cada parte de mi ser, obligándome a que en el momento que tome asiento en la mesa con manteles rojos, examine la estancia cruzando mi mirada con la de un castaño de piel morena, ojos marrones, envuelto en un traje azul Prusia que combina con mi vestido. Mis mejillas se enrojecen con tanto calor que deba tragar en seco, desviando la mirada a mi regazo con mis latidos acelerados y mi respiración errática, además del fuego que se apropia de mis huesos hasta mi monte de Venus. —Necesito ir al baño un momento —me disculpo, con educación, poniéndome de pie sin siquiera mirar a las personas que están en mi entorno. Camino apresuradamente, abanicando mi rostro con mi mano, adentrándome en la pequeño y lujoso baño del abarrotado restaurante. Mojo mi rostro, repitiendo la misma acción con mi cuello y pecho, alarmándome en el instante en que un cuerpo desconocido de apropio con peligro y perversión de la estancia. —¿Acaso sabes lo peligroso que es ese color en una piel tan sedosa cómo la tuya? Mi piel se eriza y mi corazón se detiene al escuchar su ronco tono vocal, la respiración en mi nuca, y la leve caricia de sus inmensas, robustas y tersas manos en mi cintura tensan mi anatomía, volviéndome un manojo de emociones descabelladas que me atraviesan enviando mariposas a mi zona sensible. —¡Aléjese de mí! Advierto rebuscando el maldito spray de pimienta que Justo hoy no se digan a aparecer. —No soy un poco obsesivo, niña. Se detiene delante del espejo lavando sus manos. —¿Se puede saber que hace entonces en el baño de las mujeres? Se encoge de hombros. —Es mi restaurante, puedo estar donde mejor me apetezca. Entreabro los labios dudando de cómo actuar. —De todas formas son baños unisex. Acorta la distancia empotrándome casi contra la puerta. —¡Lo mejor es que mantenga distancias! Mi voz baja solo lo ínsita a mostrar una robusta sonrisa coqueta que me obliga a unir mis piernas por el repentino temblor que se apodera de ellas. Sin embargo, mis bastos intentos solo lo impulsan a apresarse más cerca de mí, pegando su pecho duro y fuerte a mi espalda, pegando su boca a mi oreja. —¿Segura que eso es lo que quieres, preciosa? Baja su voz, mordiendo el lóbulo provocando que libere un jadeo, apresurando mi respiración, esa que no duda en fallar en el pequeño intervalo de tiempo en que una de sus manos comienza a subir por mi pierna. —Desde ayer no he dejado de pensar en cómo se verían tus labios en otros lugares. Sus labios se deslizan hasta mi cuello, perpetuando una leve caricia que me estremece, manteniéndome en mi lugar por el calor abrazador que me envuelve. —¿De que habla? Jamás lo he visto... —¿Segura de que no me recuerdas? O ¿acaso debo cubrirme con mi capucha de deporte? Mi corazón se me detiene en el pecho nerviosa y atónita. —Imposible. —Nunca hay nada imposible. Delinea mis brazos con caricias suaves acortándome la respiración. —Dime como puedo sacarte de mi cabeza. Sus labios se posan sobre mi coronilla, mientras no tarda en sostener mi cintura. «¿Que estoy haciendo?» Sus ojos me escrutan a través del espejo del baño, mostrándome una mirada erótica en la que jamás en mi vida me vería involucrada. —¿Tienes miedo a que el lobo te muerda caperucita? Él continúa su recorrido, llegando hasta mis bragas cuando unos toques en la puerta me sacan de mi estado de embelesamiento, alejándome lo más rápido posible del mismo castaño de minutos antes que me sonríe con malicia, preparándose para abrir la puerta. —¿Qué haces? Lo agarro volviendo a tener control de mí, viendo la sonrisa socarrona y de prepotencia que me muestra. —¿Acaso a la princesita no le gustaría que su Ken se dé cuenta de lo mala chica que es? —me agarra del cabello, juntando nuestros rostros de tal manera que solo unos centímetros más y mis labios estarían encima de los suyos—, recuerda que a las chicas malas se les castiga, preciosa. Y así como así, sale por la puerta dejándome completamente animada en aquel baño con esa sensación en dónde aprieto mis puños a cada lado de mi cuerpo, soportando la rabia que hierve mi sangre desde dentro, hasta el momento exacto en que mis ojos divisan al pelirrojo con rostro preocupado. —¿Todo está bien? —Sí. «Maldito capullo». Tomo asiento consciente de que posiblemente esté ha sido uno de los encuentros más raros e incómodos del siglo, incluso cuando mis ojos se encuentran con los de un señor de ojos marrones con rasgos un poco iguales a los del desconocido de antes. —¿Lista para pedir? La voz de Peter me saca de mis cavilaciones. —¿Emm? —¿Tienes en mente lo que vas a pedir? Asiento. —Un bacalao de guiso con rábanos y un poco de agua. El camarero asiente tomando nota dejándonos a ambos solos en lo que esperamos la orden.
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