C3:

1989 Words
Pía Melina Aprecio la blanca nieve impregnándose en las calles, manteniendo los suelos húmedos y resbalosos. Mientras los temblores de mis manos, el sudor acumulándose en mis manos. Pego mi cabeza a la ventana apreciando como mi aliento empaña la fría ventana del Uber con mi corazón estrellándose contra mis costillas. «Ethan...» Muchas personas dicen que el primer amor siempre es el más hermoso, sencillo y especial; es cuando sientes esas molestas mariposas que solo saben llevarte a un estado de ansiedad intenso del cual se te complica salir a menos que llegues a ver a la persona que amas. Tus manos sudan por la anticipación de ver esos ojos, tocar su cabello e incluso escuchar su masculina voz pronunciando tu nombre. Es una situación perfecta cuando sabes que esa persona te corresponde; sin embargo, llega a ser bastante dolorosa cuando en realidad la otra persona no siente lo mismo, o cuando no eres capaz ni siquiera de destrozar la amistad queriendo arriesgarte a saber sí siente algo o no. Desde que tengo uso de memoria Ethan Miller Jones y yo hemos sido amigos; estoy segura que desde el jardín de niños más o menos; yo era mucho más tímida que ahora y tenia un corazón enorme con espacio para cualquier ser vivo que existiera. En cambio, Ethan era diferente; podía ser frío con muchos, pero en el fondo siempre ha tenido un corazón de oro que muy pocas personas pueden conocer. Juntos hemos vivido millones de anécdotas insuperables, vivencias, momentos y situaciones en las que solo se reforzaba mucho más nuestra amistad; siempre hemos sido inseparables hasta tomamos la misma universidad, solo que con carreras distintas. El castaño deseaba ser fotógrafo o abogado; carreras realmente diferentes, pero muy hermosas a su manera ¿Cuál de las dos escogió?, todavía no estoy segura ya que justo el 4 de abril del 2017, justo el día de mi cumpleaños dieciocho, se marchó a Italia, específicamente a Roma, esa maravillosa, aunque peligrosa ciudad, llevándose consigo mi corazón, aunque no los sentimientos que aún guardo por él. Mi forma de superarlo era salir adelante, mantenerme fija en mis estudios de publicidad, y participando como interna en una empresa de este tipo, junto a algunos nuevos compañeros que se unían de intercambio a pasar sus prácticas en ella. Comienzo a tamborilear los dedos encima de mi regazo, mientras muerdo mi labio inferior con nerviosismo y euforia. Mis ojos se quedan fijos en el paisaje mientras el señor comienza hablarme de su familia o al menos pienso que es sobre eso ya que me concentro más en escuchar los latidos de mi corazón que en mantenerme atenta. Mi pie se mueve a la misma vez que mis dedos en un tamborileo constante, la vergüenza se muestra en mis pómulos cuando el conductor con mirada emocionada y empática gira su rostro, notando lo emocionada que estoy. —¿Verá a alguien importante? —A un viejo amigo. —Parece que es mucho más que un viejo amigo. —Se podría decir que sí —contesto con voz dulce. —Un consejo que te daré, muchacha. —Dígame. —Si sientes algo por ese muchacho díselo, nunca guardes tus sentimientos, más vale arriesgarse que nunca haberlo hecho. —Muchas gracias. Pasan horas en las que pasamos por algunos semáforos, los escasos rayos del sol calientan poco a los peatones que transitan de un lado a otro con sonrisas en sus rostros, bolsas en sus manos saliendo de algunas cafeterías. Mi móvil vuelve a sonar, haciéndome perder el hilo de mis propios pensamientos, provocando que sin siquiera tener necesidad de mirar la pantalla descuelgue y me lo lleve al oído. —¿Sí? —¿Todavía no has llegado al aeropuerto? —cuestiona la castaña al otro lado de la línea, brindándome la oportunidad de escuchar los suaves ladridos de Moffy, un pequeño cachorro que hallé en un callejón solo y casi anémico pidiendo a gritos un poquito de amor y yo como siempre se lo ofrecí sin problemas—, joder Canelo estate quieto. Sonrío escuchando el nombre que le dice la mayor parte del tiempo debido a su terrible memoria y lo poco que le ha gustado el que le puse al canino. —Valeria se llama Moffy no Canelo. —Me da igual, el condenado me ha destrozado otro par de Louis Vuitton carísimos. —Ya falta poco para llegar, solo aguanta un poco más que seguro y tiene hambre. Escucho como maldice junto a los fuertes gruñidos del cachorro de Pomerania dirigidos a mi amiga, solo eso relaja un poco más mis nervios. —Bueno, apúrate o mataré a este animal del demonio. El taxi se detiene en la ya abarrotada entrada del aeropuerto, volviendo a provocar esas mariposas que las siento más como si fueran dragones abriendo mi pequeño monedero con calcomanías de los Minions pegadas en él, sacando un billete de unos veinte dólares. —Muchas gracias. —Tenga buena tarde, jovencita. «Por dios hoy vería a Ethan» Tomo una respiración más que profunda, llenando mis pulmones de fuerza, junto a ese aire frío que se cuela por mis huesos, erizando los vellos de cada parte de mi anatomía sin siquiera emitir un poco de esfuerzo; todo aquello antes de entrar por las grandes puertas de aquel aeropuerto. Mis tacones provocan un repiqueteo intenso en el suelo impoluto del abarrotado aeropuerto canadiense, millones de personas se despedían mientras otras llegaban junto a sus familiares. Vuelvo a la realidad fijando la vista en las puertas que se encuentran solo unos pasos de mí. Entro con lentitud intentando que mis hormonas detengan su faena, provocando un vértigo enloquecedor que me impulsa a mostrar esa sonrisa de emoción, y retorcer mis dedos. «Inhala.. exhala» Observo mí reloj rosado, mientras me iba acercando de manera apresurada, a la puerta donde me encontraría con él chico de mis sueños. 13:00 «Ya su vuelo debería haber aterrizado» _________ Solté un suspiro desesperado, acomodando mejor mi anatomía en el asiento cerca de las puertas de embargue, mientras que por instinto levanto mi mirada, poniéndome de pie de golpe. Mi corazón se detuvo, mi respiración era irreconocible, mis ojos se abren como platos, mi cuerpo ya no funciona y ni hablar de cómo me quedé sin habla al momento que lo vi; o bueno, los vi, porque para mí mala suerte no venía tan solo como tenía en mente. Sueños que habían sido creados en algún momento, esos en donde me veía feliz con aquel chico... castillos de cristal, ilusiones, todo se volvió un simple sueño en lo más lejos de todo. El chico de ojos color avellana, venía de la mano con una hermosa rubia que poseía uno ojos azules color hielo, un cuerpo más que cubierto de perfectas curvas que en mi vida yo llegaría a tener, y una sonrisa que predominaba en su rostro, no era una sonrisa falsa de esas que mayormente tienen las rubias malas de las telenovelas. No, era todo lo contrario, más cálida, segura y llena de sentimientos. Mi corazón se dividió en dos, mi mente no procesaba aquella información, mis ojos se empañaron en lágrimas, todo perdió sentido. «Que ingenua fui al pensar que se fijaría en mí». Todo parecía recorrer en cámara lenta, la estúpida e ingenua chica enamorada de años de su mejor amigo que siempre por no decir lo que sentía por miedo termina con su corazón destrozado a la mitad, esa era yo. Deseaba odiarlo, pero ¿Cómo hacerlo?, él nunca me dió ninguna pista de que le gustaba; como sí, a pesar de todo, no supe luchar por él. No puedo odiar a alguien que amo, aunque tampoco era capaz de odiar a las personas por más daño que me hubieran hecho en algún momento, siempre he pensado que es una emoción más que negativa y cruel, no hay necesidad de sentirla. Mi cuerpo actuó por inercia acercándome a la pareja a paso un poco moderado con una media sonrisa que, obviamente, no llegaba a mis ojos porque no me sentía muy bien para sincerarme. Sabía a la perfección que la felicidad de aquel chico era lo primero, puede que en el fondo me estuviera mintiendo, solo que no quería admitir lo que me estaba pasando por la cabeza. No sería capaz de romper algo tan hermoso por puro egoísmo, yo no era así. —¡Hola! —¡Hey! —No sabes cómo te extrañé, princesa. —Y yo a ti . —Bueno, te quiero presentar a alguien. —Hola, me llamo Darla Marinetti Morgan, tú debes de ser Pía, veo que eres mucho más hermosa en persona. No me sentía feliz con aquella escena, pero solo conocía que sí él lo era, yo también lo sería, aunque en el fondo todo era una total mentira que me estaba inventando a mí misma para tranquilizar lo que me estaba sucediendo. —Un placer, gracias, y tú también eres hermosa. —Esta es mi prometida, deseaba que la conocieras primero que todos, y esta que vez aquí tan hermosa es mi hermana más pequeña. El rostro de aquel chico cambió a uno de preocupación, a la misma vez que se acercaba a mí, secando las lágrimas con las yemas de sus dedos. Ese acto tan insignificante para él y tan significativo para mí, aceleró mis palpitaciones y mis cachetes se sonrojaron en un pequeño intervalo de nanos segundos que me molestó un poco estar tan emotiva delante de todas las personas de mi entorno. —¿Qué sucede Pí?, ¿estás bien? —Estoy bien, solo algo conmocionada por conocer a Darla —mentí —, vámonos, debemos irnos a conseguir un taxi. Con rapidez salimos de aquel lugar, las dos puertas de cristal que daban a la salida se abrieron, permitiéndonos el paso a la frialdad de la calle. Los taxis se movían de un lado a otro transportando maletas y personas. Tenía tantos deseos de desparecer de aquel lugar que me apresuré corriendo, tomando el primer taxi que divisé a lo lejos. Entramos las maletas y todos abordamos el medio de transporte. —A Balsam Street. Mis ojos no dejaban de empañarse complicando que mi vista se agudizara. Me sentía incómoda sentada delante del chico de ojos color avellana del que había estado enamorada por años escuchando como besaba a otra chica. No comprendía que pasaba, ni porque pasaba todo esto, pero me sentía completamente pérdida y triste. Mi vista permanecía fija en el paisaje, las palmas y la hermosa nieve, hacían contraste con todo el lugar. Mi mente viajaba a los momentos de mis niñez que pasé junto a Ethan. Éramos los mejores amigos, compañeros de batalla y siempre estábamos ahí, el uno para el otro. No tenía conocimiento de cómo pude haber terminado enamorada de él, pero sucedió. Segundos después, mí celular comenzó a sonar sacándome de mi embelesamiento. Lo sostuve cerca de mi oído, preparándome para quién fuera. —¿Sí? —¿Ya están de camino? —Así es, y verás la maravillosa sorpresa que te trae. Acomode mi cabeza en la ventanilla, suspirando y perpetuando en mi cabeza el esplendor del anochecer asomándose en el horizonte, junto a las luces navideñas que iban tomando fuerza en las casas familiares que dejábamos detrás y las tiendas. Me entretuve pensando en: ¿Por qué me pasaban estás cosas?. Mi vida era sencilla, tenía todo lo que deseaba, menos a mí príncipe azul. Mi vida nunca se había basado en el echo de encontrar el amor, o simplemente tener a un hombre que me diera la felicidad cuando soltera podría tenerla, pero nada disminuía el extraño dolor de saber que el que reconocía como el amor de mi vida solo era un simple espejismo de la realidad de lo que alguna vez me gustaría tener en algún extraño e intransigente momento de mi vida en el que me encuentro.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD