CAPÍTULO 7

1827 Words
POV DIEGO Un año después —¿Listo? —pregunta Rafael desde la puerta. Giro para mirar por encima de mi hombro. —Estaré ahí. Mi padre aprieta mi mano y vuelvo a mirarlo, a lo que queda de él. Ha estado enfermo durante años y nunca se lo dijo a nadie, solo siguió adelante mientras el cáncer lo consumía por dentro. Es asombroso lo rápido que ha cambiado todo, lo notable que es el declive de un hombre aparentemente sano. Escucho a Rafael bajar las escaleras. La mirada de mi padre se dirige más allá de mí, hacia donde mi hermano acaba de pararse. Cuando arrastra sus ojos de nuevo a los míos, veo lo apagados que se han vuelto. Yo heredé el verde bosque, pero ahora los tonos son un mundo aparte. Como él y yo pronto seremos un mundo aparte. —Cuídate las espaldas. Siempre. ¿Entendido? —pregunta. —Ya lo sé, papá. —No me gusta cómo habla de Rafael algunas noches y empeora, se vuelve más paranoico, a medida que avanza el cáncer que lo está matando—. Te extrañaremos esta noche. —Es el primer gran evento social al que no asistirá con nosotros. Inhala profundamente y vuelve a apoyar la cabeza en la almohada mientras la enfermera regresa de la otra habitación con más medicación. Querían que estuviera en el hospital, pero él quiere morir en su casa. Por mucho que odie la idea de que se vaya, quiero que esté lo más cómodo posible, así que ahora tiene un equipo completo de médicos y enfermeras que hacen turnos las veinticuatro horas del día. —Tengo la morfina, señor —dice la enfermera. —Fuera —dice papá. Nunca ha sido un hombre paciente, pero ahora es aún peor. —Denos unos minutos —digo a la mujer. Asiente y sale, cerrando la puerta tras de sí—. Ella sólo está aquí para ayudarte —digo a mi padre. Hace un gesto con la mano y señala el vaso de agua de la mesita de noche. Lo acerco a su boca y empujo la pajita entre sus labios. Bebe un sorbo y lo dejo a un lado. —El testamento —dice una vez que vuelvo hacia él. —¿Qué pasa con él? —Deberías saberlo. —¿Saber qué? —Lo cambié. Sorprendido, espero, con las cejas fruncidas. Por lo que sé, nuestra madre está a cargo, y Rafael y yo dividimos todo a medias. Cualquier detalle más allá de eso, no me importa. —Rafael no es mi hijo. Otra vez. —Él es tu hijo. Tal vez no por sangre, pero lo adoptaste como tuyo. Lleva tu apellido. Ha sido bueno contigo. Y es un hermano para mí. —No es de sangre. Aprieto los dientes. ¿Cuántas veces tendré que escucharlo hablar así de mi hermano? —¿Qué cambiaste? —Todo va para ti. Todo. El shock hace que me paralice. —¿Qué? —Hay una pequeña asignación para Evelyn. Otra para Rafael. Pero la mayor parte, el control, es todo tuyo. Mierda. —¿Mamá sabe esto? Empieza a hablar, pero un ataque de tos se apodera de él. Le doy otro sorbo de agua antes de que continúe: —Ella sabe que el legado de los Bianchi sólo puede ser continuado por un verdadero Bianchi. —Rafael es un verdadero Bianchi. ¿No ha demostrado eso? —Yo no soy su padre. —Papá... —Y es por él que tú... —Otro ataque de tos se apodera de él—. Tu madre entenderá por qué hice esto. No le gustará, pero lo sabrá —dice con amargura. Los médicos advirtieron sobre la paranoia, pero algunos días es tan grave que es difícil de ver. Pidieron que intentara mantenerlo tranquilo. —Estás confundido, papá —digo. Antes de que pueda continuar, nos interrumpe un golpe en la puerta, y mi madre entra sin esperar a que la inviten a pasar. —Diego, vamos a llegar tarde. —Mira a mi padre, se acerca a él y toca su mejilla con una mano—. Cariño. Deja que la enfermera te dé la morfina y duerme. Los miro juntos. Ella se ve tan llena de vida. Él parece más cerca de la muerte que de la vida. Sólo hay diez años de diferencia entre ellos, pero es una enorme diferencia cuando uno está enfermo y el otro sano. —Pronto estaré durmiendo —dice y aparta su mano—. Tengo que hablar con mi hijo. Vete. Ella sonríe pero no hay nada cálido en eso. Lo entiendo. Los alejó, a Rafael y ella, y es muy protectora con mi hermano. Siempre lo ha sido. —Mamá, voy enseguida. Rafael está abajo. Ella me mira, endereza mi corbata y sonríe. —Está bien. Sólo un minuto más. Necesita fuerzas. Papá resopla y la mira marcharse, observa mientras cierra la puerta tras de sí, y sólo entonces se vuelve hacia mí. —Si olvidas todo lo demás, recuerda esto. Sólo puedes depender de ti mismo. No puedes confiar en nadie. En nadie. ¿Lo entiendes, hijo? —Confías en mí, ¿verdad? —Quiero quitarle importancia a esto, no me gusta lo que dice. Son los medicamentos o la enfermedad hablando. —Pero estarás solo cuando me vaya. —Papá... Empieza a toser de nuevo y llamo a la enfermera. Le administra la morfina y papá se tranquiliza. En lugar de haber bajado las escaleras, mamá espera en el pasillo, con una expresión indescifrable. Lo observa antes de volverse hacia mí. —Ven, Diego. Tenemos que asistir a este acto. Es importante. Beso a papá en la frente, pero ya está dormido. Salgo al pasillo, bajo las escaleras y salgo hacia el todoterreno. Rafael ya está dentro esperándonos y los dos empiezan a hablar mientras salimos. —¿No estás ansioso por ver a tu futura prometida? —pregunta mamá. Desvío la mirada hacia la ventana sin contestarle. Hace un año que no veo a Aria . Ya tiene dieciocho. Debería estar poniendo el anillo en su dedo, pero no pensé que me despediría de mi padre en medio de todo esto, y eso ha acaparado toda mi atención. Aún recuerdo nuestro último encuentro en ese laboratorio de ciencias; aún recuerdo cada detalle de la noche, y lo que aprendí del chico idiota una vez que ella se fue. Mad Elena. Es el apodo que le pusieron después de que su antiguo mejor amigo iniciara un rumor. Por lo que había deducido, básicamente había sido rechazada por los mismos idiotas a los que se les acabarían sus quince minutos de gloria antes de poder recoger su diploma y arrojar su birrete de graduación. Los mismos que acaban trabajando para ti más adelante en la vida. Pero cuando, como adolescente, estás en el medio de la situación, cuando te condenan al ostracismo durante años, sin amigos durante años, no es ahí donde tienes la cabeza. Y lo siento por ella. No ayudó que viniera de dos de las familias más poderosas de Avarice y el poder genera enemigos. Ese tipo de riqueza e influencia no viene de tratos abiertos. No del todo. Y cada m*****o de la alta sociedad de este lugar tiene esqueletos en su armario. La maldita ciudad está llena de parias. Ana Hollis, la “mejor amiga” de Aria, es la hija de Brendan Hollis, un hombre al que Marnix De Léon hizo caer con dureza. Ana acaba de hacer que Aria pague el precio por ello. No se me escapa la ironía. El auto aminora la marcha cuando nos acercamos a las puertas de Bianchi's, que se extiende a lo largo de los acantilados, haciendo que el paisaje de Avarice sea tan sorprendentemente bello. La seguridad detiene nuestro todoterreno en la entrada. El primer hombre nos pide una identificación mientras sujeta su portapapeles. Vamos a tener que actualizar el club. Los sistemas informáticos que utilizan están más que anticuados. Antes de que Rafael tenga que abrir la boca, un segundo guardia pone una mano en el hombro del primero y lo hace retroceder. —Buenas noches, señor Bianchi —se dirige a mí primero, antes de tutear a Rafael de forma más informal y saludar a nuestra madre con la cabeza. No se me escapa la irritación en el rostro de Rafael. —Buenas noches —digo. Sólo quiero terminar esta noche. Aunque el club cambió de dueño hace varios meses, es la primera vez que asistimos en familia desde que mi padre enfermó y, pase lo que pase, no somos bienvenidos. Compramos nuestra entrada. Siempre habrá murmullos. Mi matrimonio con Aria De Léon forma parte de nuestra legitimación, porque aunque nuestro nombre esté grabado en la piedra sobre la gran entrada principal, no somos miembros natos de la sociedad. Esta noche, vamos a asistir a un lujoso baile organizado por Marnix De Léon para recaudar fondos para una organización benéfica a la que la familia Bianchi ha donado una gran suma. Eso puede evitar las malas lenguas al menos durante un minuto. El guardia nos hace pasar y me pregunto cuántos miembros conocerán a Rafael. Ha estado aquí varias veces y se ha introducido sin importarle mucho los cuchicheos. Creo que incluso le pueden gustar los chismes a su paso. Mi hermano es encantador. ¿Yo? Digamos que la gente rompe filas cuando paso por una habitación. Pero Rafael no es menos peligroso. Sólo es más tranquilo al respecto. El todoterreno se detiene y el conductor abre la puerta. Salgo y tiendo la mano para ayudar a nuestra madre a salir. Rafael la sigue. Nos detenemos para contemplar la opulencia de los jardines bellamente iluminados. Mamá esboza una sonrisa. Rafael no se molesta. Todos sabemos que hace unos años, esta gente se habría limpiado los pies en nosotros. Ninguno lo olvidará jamás. Un hombre se acerca y tengo la sensación de que nos estaba esperando. Bueno, a mamá, cuando veo cómo la mira. —Evelyn. —Toma su mano y se inclina para besar sus mejillas—. Te ves hermosa. Un estremecimiento recorre mi cuerpo. Se conocen, obviamente, pero no me sorprende. Ella lleva años haciendo obras de caridad, y los últimos meses se han centrado en Avarice. Pero hay algo en su mirada que no está bien. Sigue siendo una mujer casada, aunque su marido esté en su lecho de muerte. Lo estudio. Es más joven que papá, y mucho más sano. —Lawrence, recuerdas a mi hijo, Rafael. —Se dan la mano como si ya se conocieran—. Y este es Diego, el hijo de Brutus. —Extraña presentación, pienso, pero extiendo mi mano—. Diego, este es el doctor Lawrence Cummings. Es uno de los miembros que fundaron el club original. Ah. Así que tenemos historia. Ahora recuerdo cómo papá hablaba de Lawrence Cummings.
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